La prensa hispanoamericana —así como los países hispanoamericanos— está constituida por singularidades tan diversas que todo intento de generalización podría ser arbitrario. Es innegable, sin embargo, la existencia de características comunes que permiten el intento de abordarla de una manera unitaria. Entre ellas quizá la más importante, lo que la unía y une, es el lenguaje.
Pues bien, si es cierto aquello que se dice: que el idioma está vivo y que, por tanto, evoluciona, quisiera referirme justamente a algunos aspectos llamémosles evolutivos de éste y de la prensa. Por cierto, no es ésta la oportunidad ni yo el indicado para abordar el tema del español en América en un sentido histórico o lingüístico. Existiendo monografías especializadas sobre el desarrollo de la gramática o la morfología sintáctica del español o bien sobre la geografía lingüística,1 sería demasiado aventurado opinar siquiera como lego. Adoptaré, en cambio, una perspectiva más bien biológica, ámbito en el cual el término evolución ha encontrado su expresión más conocida. Mi propia formación profesional, así como la existencia de autores científicos que a la vez son escritores extraordinarios (pienso, para mencionar a algunos que están vivos, en Oliver Sacks, Stephen Jay Gould o Richard Dawkins) pueden estar tras este empeño. Ahora bien, tengo claro que hay una diferencia entre una cuestión cultural y una biológica y que es discutible la idea de que el comportamiento social humano está determinado por el cálculo del éxito reproductivo individual (siendo así sensatas las objeciones al darwinismo social o a ciertas versiones de la sociobiología),2 pero a decir verdad mi pretensión es mucho más modesta: ejemplificar algunos puntos de vista con unas cuantas metáforas evolutivas, en la confianza que éstas puedan arrojar luces, siquiera oblicuas, sobre aquéllos.
Darwin, al llegar al archipiélago aislado de las Islas Galápagos, encontró un cierto número de especies de un tipo de ave que suele denominarse pinzón, si bien no es idéntico al pájaro europeo de tal nombre. Estas especies de pinzón de las Islas Galápagos no se encuentran en ningún otro lugar, y aun cuando son especies claramente separadas, comparten algunas características. ¿Por qué? La explicación de Darwin es que ello es lo que habría ocurrido si se hubieran originado todas dentro del archipiélago por divergencia a partir de una sola especie ancestral que de algún modo alcanzó esta localidad. El mecanismo central para explicar esta divergencia fue el aislamiento en la reproducción que mantienen la separación genética entre especies (por ejemplo, alcanzar la madurez sexual en distintas estaciones, o crecer en diferentes suelos, vivir a diferentes profundidades, etc.), pero el aislamiento geográfico, físico, es quizá la más notoria. Las especies son cada vez más distintas cuando son lo que los biólogos llaman alopátridas, es decir, cuando están dispersas geográficamente en diferentes territorios. Para estudiar el cambio de las especies en el tiempo, Darwin introdujo un factor crucial, el espacio. La separación en el espacio, la progresiva adaptación al entorno en que se encuentran y el tiempo, eran los elementos suficientes para explicar la aparición de dos especies donde antes había existido una. Resolvió así un dilema que se había planteado más de un siglo antes y dejó establecido un modelo explicatorio que podía servir en muchos otros dominios, adaptando, por cierto, algunos de sus elementos.
Es bastante similar lo que se ha postulado con posterioridad para la evolución de las lenguas. De una protolengua, por acción de la separación en el espacio, el cambio producido por las siempre cambiantes condiciones del entorno y el transcurso del tiempo, aparecen dos lenguajes diferentes, pero emparentados.
¿Habrá pasado algo similar con el idioma castellano en América? Sin detenernos en el proceso de hispanización de estos países ni en su desarrollo histórico individual, por diversas razones, pueden detectarse diferencias fonéticas e incluso morfosintácticas entre ellos. En el aspecto léxico también las hay: además de voces propiamente indígenas, las voces mestizas mezclaron lo hispano y lo aborigen; por otra parte, está la influencia de las lenguas modernas (especialmente de la inglesa y la francesa); existen, finalmente, vocablos de origen hispano que implican un cambio semántico, o constituyen arcaísmos desusados en España, o que tienen una derivación típicamente americana y se emplean frente a realidades nuevas.
La evolución de las lenguas no parece muy diferente de la evolución de las especies biológicas. Mientras dos pueblos se mantengan en contacto estrecho, sus lenguas se irán modificando gradualmente en una misma dirección, pero cuando la distancia y otras barreras se interponen entre ellos, la adaptación de los lenguajes seguirá caminos divergentes. Si se espera un tiempo suficiente, las diferencias pueden llegar a ser tan marcadas que entenderemos que hay ahora dos idiomas diferentes.
Tal vez tenga razón Gregorio Salvador, vicedirector de la Real Academia Española, cuando señala que: «El español es una lengua muy cohesionada, la más unitaria de todas las grandes lenguas del mundo. Sus diferencias dialectales son mínimas en comparación con las que suelen ofrecer otros dominios lingüísticos y no impiden nunca, ni siquiera dificultan, la intercomprensión entre sus hablantes, procedan de donde procedan. Cualquier hispanohablante entiende a otro sin mayores problemas, lo que no puede asegurarse, pongamos por caso, de los anglohablantes».3 Es posible que tal observación guarde relación con el hecho de que una buena parte de los hispanoparlantes viven en territorios contiguos, en tanto los anglohablantes están dispersos en territorios aislados y separados. Pero, sea como fuere, y sin entrar en detalles, uno puede percatarse que el autobús de España es la guagua en Cuba, micro en Chile, buseta en Colombia, colectivo en Argentina, camión en México; y si el clima está un poco frío, uno se coloca en España una cazadora, pero en México es una chamarra, una chompa en Colombia y Ecuador, una chaqueta en Panamá, Venezuela y Paraguay, una casaca en Chile y Perú. Seguramente han sido la distancia y las barreras geográficas las que han hecho posible este mínimo distanciamiento.
Por otro lado, no sólo se designa un mismo objeto con diferentes palabras, sino que una misma palabra puede referirse a diversas situaciones. Mario Vargas Llosa ha explorado con gracia y humor el significado de algunas de ellas, no muy elegantes, quizá, pero que sufren una verdadera transformación de significado a lo largo de Hispanoamérica.4 Que yo sepa, no ha cedido aún a su tentación de escribir el «Diálogo del pendejo y el cojudo», pero sí ha explorado cómo alguno de estos vocablos, de connotaciones claramente positivas en los países más al norte, termina siendo un insulto pocos miles de kilómetros más al sur, particularmente en el Perú. Lo contrario ocurre con otras palabras y el escritor cree que esta trastocación de los significados de tantos conceptos populares en Perú y América Latina revelaría algún defecto relacionado con la miseria de la región.
En fin, si bien es cierto que en América la lengua española en gran medida se homogeneizó, también se diversificó. Los estudiosos seguramente sostendrán que mientras más culta sea la norma utilizada, habrá mayores similitudes lingüísticas y que, por tanto, es en el habla popular y coloquial donde se advertirá el mayor número de diferencias. De lo cual podría concluirse que la norma culta, sobre todo formal, es el patrón unificador del español en América.
Los lenguajes, dejados a su devenir espontáneo, tienden a modificarse en forma bastante rápida y en tiempos anteriores a la imprenta, el cambio podría parecernos vertiginoso. Se dice que bastaban unas pocas generaciones para que el lenguaje de los antiguos se hiciera incomprensible para sus descendientes. 5 El tiempo y el espacio parecen contribuir a la divergencia en el idioma. Y sabemos que fue una decisión más o menos arbitraria, una intervención planificada, por razones políticas o las que sea, la que más contribuyó a estabilizar nuestro idioma. La fundación de la Real Academia Española en 1713 tuvo entre otras finalidades la de fijar el idioma. «Limpia, fija y da esplendor», dice su lema. Pero junto a esta iniciativa ha habido otras, que han tenido un carácter más bien coercitivo para imponer un lenguaje a un pueblo. Aquí en España ustedes saben más que yo de estas materias. En 1714, luego de la caída de Barcelona, el Consejo de Castilla exigía al rey Felipe V que se prohibiera en las escuelas la lengua catalana. Pero el mismo criterio se aplicó para las colonias americanas y el rey instruyó a sus virreyes que pusieran en práctica sus resoluciones, «para que de una vez se llegue a conseguir el que extingan los diferentes idiomas, de que se una en los mismos dominios, y sólo se hable el castellano, como está mandado por repetidas Reales Cédulas y órdenes expedidas en el asunto», como se lee en la cédula real de Carlos III de mayo de 1770. Los ejemplos sobran y en nuestra propia historia hemos conocido decisiones que, examinadas con los criterios de hoy, no serían motivo de orgullo para nuestro idioma.
No obstante, pese a los intentos de las autoridades, no se habría logrado la estandarización y fijación de los idiomas si no fuera por el surgimiento de los estados naciones, fuertes y poderosas, capaces de generar sistemas educacionales de extensión nacional que aparentemente son indispensables para que los jóvenes puedan incorporarse eficazmente a las sociedades industriales de nuestros tiempos. La estandarización del lenguaje se transformó en lo que hoy llamaríamos una ventaja competitiva de las naciones. Las que no pudieron conseguir ese objetivo al llegar el siglo xx, como China, han debido recurrir a numerosos programas que les permitan superar lo que parece una debilidad económica: no contar con un lenguaje unificado dentro de su territorio.
Los medios de comunicación y transporte han reducido las distancias y han aumentado la intercomunicación entre los pueblos, dando mayor estabilidad a los idiomas en el espacio geográfico. Pero esta facilidad comunicativa, por la misma razón, introduce progresivamente cada vez mayor influencia de las lenguas extranjeras. La imprenta parece haber contribuido a darle mayor estabilidad a los idiomas en el tiempo, por cuanto conserva el habla de una generación para que la aprenda, la conozca y la use la siguiente. Pero su manifestación más difundida es en los medios de comunicación, que con los actuales sistemas comunicacionales, contribuyen a estabilizar en el espacio.
Quisiera plantear, aunque sea como hipótesis, que la labor realizada por la prensa en América ha desempeñado un papel importante en la mantención de un idioma relativamente unificado y lo ha hecho, naturalmente, sin coerción, en forma espontánea y libre para sus usuarios.
La difusión de la idea de las luces del siglo xviii europeo estuvo asociada a nuevas formas de comunicación (impresos y sobre todo periódicos),6 que aparecen tardíamente en América (así el diario El Mercurio de Valparaíso, el decano de los diarios de Hispanoamérica, es de 1827; el más antiguo de Iberoamérica, el Diario de Pernambuco, que se publica en portugués, es de 1825). No obstante su variedad, como decíamos en un principio, es posible acercarse al fenómeno de una manera unitaria. Desde un punto de vista histórico, los primeros que se preocuparon de aproximaciones semejantes fueron bibliógrafos y hemerógrafos, en obras de carácter registral de libros y periódicos (es el caso, por ejemplo, de la impresionante labor del chileno José Toribio Medina) y más recientemente no han faltado los estudios que no se limitan a la historia de la prensa en un país determinado, sino al conjunto de la hispano o iberoamericana.7
Visto desde ahora, con todo, podría postularse que la prensa ha realizado y realiza una labor de unificación del idioma. Ello dentro de un mismo país: por ejemplo en Chile, donde no obstante su geografía, que abarca muy diversos ambientes, en general —y considerando la existencia de diarios regionales— se lee de norte a sur el mismo diario.
Por su parte, también a nivel continental se produce un fenómeno similar. Si uno lee un diario español, argentino, mexicano o venezolano, podrá entender en líneas generales todo lo que en él se dice sin necesidad de recurrir a un diccionario regional.
Las razones para esto último son variadas y una no menor seguramente está en la velocidad de las comunicaciones actuales. A principios del siglo xviii los habitantes de América leían las noticias de España y Europa con un retraso aproximado de tres meses. Hoy por hoy (con la Internet, por ejemplo) es posible leer los periódicos extranjeros casi al momento de su edición.
La unidad, creo, no se basa solamente en el uso de una norma culta (la cual no necesariamente es la más usada en un periodismo de masas), sino más bien en la búsqueda de la inteligibilidad por un público que excede al ámbito puramente nacional, así como al contacto con otros medios extranjeros. Aquello llamado globalización o mundialización ha tenido en los medios de comunicación una de sus facetas más acentuadas y quizá fecundas.
Todo lo cual, no obstante, no ha impedido la proliferación de una gran variedad de medios periodísticos.
Tengo la sensación de que la biología podría iluminar ambos fenómenos. La variedad y diversidad se debe justamente a la gran oferta de medios existente: cuanto más numerosas sean las especies emparentadas que se reúnen en el mismo territorio, más importancia adquieren las marcas de reconocimiento. Ello quizá explique la profusión de formas extravagantes en zonas tropicales con su diversificada vida animal y vegetal (y no puede negarse la extravagancia de algunos periódicos).
La unidad, por su parte, puede deberse al contacto y facilidad de conocimiento de los medios extranjeros. Al decir del gran genetista Theodosius Dobzhansky: «Poca mezcla se daba entre los hombres de América y del antiguo continente, en tanto que los viajes intercontinentales fueron peligrosos y se intentaban rara vez. Las diferencias de razas se desvanecen cuando se facilita la hibridación».8 Como las razas, los medios tienden a la unidad.
Y, sin embargo, en la prensa hay una suerte de rechazo a toda imposición de unidad, ¿por qué?
Decíamos que además de estudios parciales de la prensa hispanoamericana, hay enfoques comparativos que —reconociendo la existencia de modalidades y ritmos propios para cada país— se ocupan de características comunes. Uno de los enfoques más novedosos es el de considerar el surgir de la prensa dentro del contexto de la creación de un espacio o esfera pública.9 Se entiende por ésta un espacio de discusión racional, de planteamiento de opiniones contrapuestas en que la legitimación estaría dada por el acuerdo político surgido del debate y de la racionalidad de las posturas de los ciudadanos que intervienen en un plano de igualdad.
Con todas las posibles críticas a este modelo, él ha sido fecundo en muchos aspectos. En el que nos interesa, quizá explique sobre la base de los orígenes históricos de la prensa el por qué ésta tiende a la variedad. Sin tal variedad de opiniones y de medios, la prensa se ve tremendamente reducida en sus posibilidades. Lo público aquí está dado justamente por el público concreto con toda su diversidad. Hemos podido palpar directamente la diversidad de nuestro público con una experiencia que hemos compartido con varios diarios latinoamericanos. Diariamente hacemos una pequeña encuesta a nuestros lectores, llamando por teléfono a cien suscriptores a quienes les preguntamos sus impresiones por la edición de ese día. Una de las preguntas diarias es la siguiente: ¿qué es lo que más le llamó la atención del diario de hoy? Las respuestas son increíblemente variadas y hemos llegado a recibir de cien lectores, hasta 80 respuestas diferentes. Cada uno tiene su mundo, sus intereses y su propia forma de leer el diario y sorprenderse con él.
Sería mucho más simple si todos los diarios fueran iguales, pero ello no permitiría la adaptación a los cambios del entorno. Y nuestro entorno no puede ser más cambiante.
En biología, se dice que la reproducción por duplicación o clonación (por ejemplo en las bacterias) es más simple que la reproducción sexual, pero ésta es un mecanismo para producir novedad y variedad genética, barajando y recombinando genes procedentes de fuentes distintas. Siendo más compleja, la reproducción sexual posee la ventaja de contribuir a la creación y preservación de la biodiversidad, que es el campo de actuación de la selección natural, eligiendo las variedades mejor adaptadas en cada momento a las circunstancias del entorno. Cuanto mayor sea esa diversidad, tanto más fácil será obtener soluciones a los problemas que el ambiente presenta.
Quizá por esto, la prensa sea una celebración de la diversidad y exista un rechazo a todo tipo de imposición. De ahí que habría que tener cuidado frente a argumentos demasiado definitivos a favor o en contra de fenómenos como el spanglish, que despierta apologías y rechazos tan encendidos como prematuros.
Después de todo, la uniformización artificial de la lengua, por ejemplo, podría verse —de nuevo utilizando una metáfora evolutiva— como una especie de selección artificial o cría selectiva. Y desde un punto de vista biológico es posible cuestionar la bondad de tales prácticas. Jesús Mosterín ha señalado respecto de la cría selectiva de perros: «Los perros mezclados, ‘sin raza’, cruzados y encontrados en la calle, suelen ser más sanos, inteligentes y equilibrados que los perros de raza. Las razas puras de perros son el resultado de una larga ingeniería genética (por selección artificial) consistente en sacar a la superficie rasgos recesivos y con frecuencia disfuncionales que la selección natural mantiene escondidos en la naturaleza. Contrariamente a lo que se piensa, los perros de raza pura son más frágiles y más tontos que los mestizos, debido a la endogamia y a la exageración de características que en la naturaleza serían contraproducentes».10
Por otra parte, la uniformización de la lengua, más allá de sus límites naturales, ha mostrado a lo largo de la historia lo difícil que es en cuanto empresa, como una utopía de la lengua perfecta. Umberto Eco11 ha rastreado su existencia desde la lengua prebabélica hasta los lenguajes formalizados, pasando por la cábala, las lenguas de Dante y Raimundo Lulio, o el esperanto, y ha demostrado que en realidad ellas nunca han funcionado demasiado bien. Ustedes saben que el nombre de esperanto surge del hecho de que su creador, el doctor Lejzer Ludwik Zamenhof, firmó su libro de 1887 sobre una lengua internacional con el pseudónimo de Doktoro Esperanto: doctor esperanzado. Pero sus esperanzas no han sido recompensadas.
Tanto las raíces históricas de la prensa, como la necesidad de ella de adaptarse a los cambios, promueven una diversidad de la prensa frente a las condiciones y presiones del entorno. Sin embargo, tales presiones suelen ser ambivalentes12 y siempre habrá límites a la diversidad. Entre los biólogos hay quienes creen que hay límites a la variación, contra quienes sostienen que habiendo una presión de selección, siempre habrá suficiente variación genética para acomodarse a ella. Como lo señala Richard Dawkins, caricaturizando a dos biólogos que no se ponen de acuerdo sobre la razón por la que los cerdos no tienen alas: «El seleccionista extremo dice que los cerdos no tienen alas porque no les supondría ninguna ventaja poseerlas. El antiseleccionista extremo dice que los cerdos podrían beneficiarse de tenerlas, pero que no pueden porque nunca hubo muñones de alas mutantes para que la selección natural operara sobre ellos».13
En fin, entre el cambio y la diversidad, la prensa se ha movido y se mueve sin anquilosarse. Podemos estar seguros, sin embargo, de que si tenemos un pueblo o comunidad con una experiencia y costumbres inmutables a lo largo del tiempo, su lengua, inmutable también, estará fatigada y encallecida, no podrá ser un instrumento sensible a los cambios del mundo y la realidad. La prensa, que se vale del idioma y es vehículo del mismo, debe estar atenta y, como un organismo vivo, adaptarse y evolucionar, aunque manteniendo aquello que se ha demostrado como solución óptima a problemas anteriores. Será así ejemplo de unidad y de diversidad.