El español está de moda, pero admitamos que está de moda por razones cuantitativas. Se expande en Internet pero con insuficientes contenidos de calidad, y a través de tecnologías que llevan la marca del inglés. Y se expande con millones de migrantes latinos —muchos de ellos pobres y subeducados— inmersos en el mundo del inglés. Darse cuenta de esto equivale a reconocer límites concretos.
En esos territorios privilegiados no podrá crecer impoluto. El spanglish es uno de los precios que ha de pagar, y tal vez no sea un precio sino un beneficio mutuo para el español y para el inglés, si se modificaran las condiciones actuales. Por el contrario, habría un empobrecimiento del español si ese hibridaje se realizara entre un inglés sólido y un español enclenque. El problema es, sobre todo, una cuestión económica y política.
Sea como fuere, es probable que llegue a constituirse en una amenaza a la impresionante uniformidad que ha logrado mantener el español.
Quizá por eso hay quienes denigran al spanglish. Me parece que no es una actitud inteligente, aunque hoy sea apenas una jerga.
Primero, porque ya es algo serio. Los hispanos, son la comunidad de inmigrantes que ha llegado más lejos en la construcción de una jerga propia en Estados Unidos: los italianos, los polacos, los rusos, no han logrado articular algo semejante. No se lo han propuesto, tampoco.
Segundo, porque hay que aceptar que está aquí para quedarse. Algunos creen que es algo transitorio. Sólo lo hablan los monolingües, escuché decir en este ámbito. Para refutar esto sólo basta comprobar que lo hablan muchos hispanos fluentes en ambos idiomas. Y no lo hablan porque les faltan las palabras; algunos hispanos cultos lo emplean como una manera de identificarse y hasta como una moda.
Tercero, porque puede crecer. Ya hay manifestaciones artísticas interesantes de hispanos en la música popular, en la poesía. No sería aventurado apostar a que esa pujanza comience a condensarse también en construcciones literarias de valor artístico. Y además, sobre todo el spanglish va a progresar gracias a la creciente integración entre EE. UU. y México, es decir, por la política y la economía.
Cuarto, porque las condiciones son propicias. Hay intereses políticos y económicos que quieren verlos como una comunidad homogénea, aunque no lo sean. Desde fuera de su comunidad se les otorga valor y entidad social como hispanos y se los induce a reconocerse como tales.
No tiene sentido subestimar al spanglish.
El español se expandió en el mundo porque sirvió a —y se sirvió de— un proceso de expansión económica, política y cultural. Hoy no podría ser así. Uno, porque España no es la potencia mundial dominante. Dos, porque en nuestro mundo interconectado, los idiomas ya no se abren paso con toda su pureza. Así que, con realismo, podríamos aceptar que la nuestra lengua sea la cuarta, la quinta o la sexta. Los escalafones no tienen importancia. Como dijo hace poco Lázaro Carreter, la expansión ha de ser cualitativa, no demográfica.
Para eso, me parece que los mejores caminos son los indirectos. Entre esos caminos indirectos está la práctica del periodismo. Yo creo que en cuanto al lenguaje, desgraciadamente tienen más influencia los contenidos mediáticos no periodísticos, especialmente aquéllos de la TV vinculados al de entretenimiento. Dicha esta opinión, reconozcamos nuestra responsabilidad: somos grandes mediadores entre la lengua hablada y la lengua escrita. La capacitación de los periodistas y la producción de contenidos de calidad —y no sólo calidad en el lenguaje— es la mejor manera de ayudar a enriquecer nuestra lengua desde nuestro trabajo.
Algo similar podría decirse de Internet. Tenemos dos caminos. Uno es mejorar la calidad de nuestros contenidos y generar tecnología propia. El otro, resignarse a que la tecnología que usamos en la red venga con nombres ingleses, y no llorar por esto.
Pero el periodismo e Internet no son, en cuanto a ellas mismas, cuestiones centrales. El español está de moda por razones cuantitativas, dijimos. Para mantener su vigor y enriquecerse tendrá que aprovechar este momento y crecer cualitativamente en todas sus producciones, no sólo en aquéllas en que participa el idioma directamente.
Éste es un objetivo que tendrá que lograrse con un vasto dispositivo de herramientas, entre las cuales el periodismo es apenas una más. Un idioma crece y se expande sostenido por su historia, por hechos culturales potentes, y quizá más aún por la política y la economía.
No tiene mucha importancia que nuestro idioma sea hablado por 400 millones de personas, si muchas de ellas están por debajo del nivel de pobreza y no tienen acceso a una comida, a una educación, a una salud pública, a una vivienda dignas. Entonces todas sus condiciones de vida se denigran, entre ellas la lengua, algo que puede convertirse en superfluo cuando la supervivencia está de por medio.
Mi país, la Argentina, fue uno de los que más tempranamente se alfabetizó, con una educación pública que ha sido un ejemplo. Tiene fama de país culto —y aún lo es, en cierta medida—. Hizo falta casi un siglo de errores y algunas décadas de políticas neoliberales para que nuestra pujante y creativa clase media se adelgazara y el nivel de la educación pública cayera a niveles desconocidos.
Cuando en el mundo se empieza a revalorizar el papel del Estado, y en medio de la guerra se aplican políticas intervencionistas y keynesianas, en muchos de nuestros países se sigue machacando con la misma receta neoliberal. La educación, junto con la salud y la seguridad son siempre las primeras víctimas del ajuste perpetuo y terminan sacrificándose para pagar una deuda externa que se multiplica año a año.
La Argentina no es un caso aislado en América; tampoco lo es en otros continentes. Y aún en los países ricos se profundizan los abismos entre los que pueden y los que se van cayendo del sistema.
Nuestros medios, los medios iberoamericanos, no podremos sostenernos por mucho tiempo en calidad e independencia en un país o una región que se derrumbaran. Nuestra contribución al español nunca nacerá del voluntarismo. Y aunque así fuera, si las condiciones mundiales persisten, en una década más nos quedaremos con pocos periodistas calificados y pocos ciudadanos dispuestos a pagar lo que vale un medio de calidad.
Quiero dar un ejemplo de lo que pueden los factores políticos y económicos. Pienso que el Mercosur, el mercado común sudamericano que aún está en pañales, va a hacer mucho más para expandir el español en Brasil (aquí también con un híbrido, el portuñol, un primo hermano del spanglish) que lo que han hecho hasta ahora los diarios y la TV o escritores tan grandes como Euclides da Cunha y Borges.
Quiero decir que la literatura, el arte, el idioma, difícilmente puedan abrirse paso solos. En cambio tienen una enorme capacidad de construcción si se apoyan en toda una cultura; y en la cultura de un pueblo lo económico y lo político no son cuestiones marginales sino absolutamente centrales.
Por su fortaleza, por su lugar en Europa, España hace mucho por el idioma y aún tiene mucho por hacer. Pero ningún camino de intervención directa dará resultado. Y tampoco darán resultado las acciones unilaterales. Para decirlo una vez más —y concluir—: una inteligente política cultural y los lazos políticos y económicos, construidos con visión de largo plazo, son el mejor camino para enriquecer y expandir el español. El resto lo hacen los pueblos. El resto lo haremos los hispanohablantes de todo el mundo. Incluidos los hispanos de EE. UU. Y los periodistas.
Dos hechos parecen haber colocado al español en una posición de importancia desconocida: a) el peso demográfico adquirido por los hispanoparlantes en Estados Unidos; y b) el hecho de que hoy el idioma español es una de las lenguas más empleadas en Internet. Nuestras culturas hispanoamericanas tienen ahora una oportunidad excepcional para buscar zonas de identidad común que nos permitan enriquecernos y defender nuestros patrimonios culturales en el marco de la globalización. Si no logramos esto, la posición de importancia que hoy tiene el español será apenas lo que es hoy: un dato cuantitativo sin peso equivalente en la construcción de la cultura. Ésta es una empresa colectiva y compleja que involucra a gentes, países, gobiernos, y distintas áreas de acción y de conocimiento; una empresa en la cual nosotros los periodistas no somos la parte más importante.