Todavía anteayer, como quien dice, el escritor Jorge Luis Borges confesaba uno de sus sueños más queridos: una biblioteca que albergase todos los libros del mundo, algo que se le figuraba irrealizable. Pero han pasado muy pocos años, Borges murió en 1986, y… ¿cuántos creemos hoy que ese sueño sea verdaderamente un imposible? Los expertos se han pronunciado ya y han hecho su vaticinio: si continúa la actual tendencia de crecimiento exponencial, todo el saber de la Humanidad estará en la red en menos de ocho años. Lo que es tanto como decir que la realización del sueño imposible de Borges es sencillamente inevitable. La realidad virtual ha estallado ante nuestros ojos y ha trastocado los límites de nuestros viejos paisajes conceptuales, arrasando prejuicios, fielatos y fronteras de todo orden. Una realidad nueva que, como aquellas plantas que crecían hasta ocupar todo un domicilio en una obra del dramaturgo Eugene Ionesco, parece querer llenarlo todo también en nuestro caso, hasta arrinconar, asfixiar o hacernos sentir menguada la realidad que teníamos por real. ¿Es así?… Quizá ha llegado el momento de redefinir el espacio y el sentido de lo real y preguntarse: ¿acaso no será una parte de nuestra realidad real esa gigantesca biblioteca virtual, con todos los libros conocidos, que ya concebimos en nuestras mentes sin la menor dificultad?
Ocurre que, todavía con el sobresalto y el desconcierto en la cara, hemos entrado en la Edad de la Información y las Nuevas Tecnologías. Atrás han quedado la Era agrícola, con su amplia base material y sus reducidos conocimientos. Y atrás empieza a quedar la Era representada por la revolución industrial y su sistema de producción en serie, con la energía como elemento señero y más significativo. En la Era de la Información, el saber y el conocimiento se convierten en los factores determinantes de la economía y de las relaciones internacionales, y los recursos inmateriales, como el software, las aplicaciones, los programas y los servicios se configuran como las nuevas materias primas y la verdadera riqueza de esta nueva sociedad. Una prueba de ello la tenemos en el hecho, palpable, de que la información y los productos de alto valor añadido se disputan el primer lugar en la industria mundial. Por primera vez en la historia de la humanidad —como acreditan numerosos informes—, la circulación de bienes inmateriales constituye la parte esencial de los intercambios mundiales de capitales, ideas e imágenes, que articulan la nueva economía. Éstas son las nuevas coordenadas en que nos movemos.
En nuestro caso, a todo ello se añade una peculiar realidad idiomática. Por fortuna, no es preciso recordar que, cuando hablamos de la lengua española, no estamos hablando de una cualquiera de las 3500 lenguas vivas que existen todavía en el mundo. En rigor, estamos hablando del segundo idioma de occidente, después del inglés. Y aún si preferimos echar mano de datos globales, las evaluaciones nos siguen siendo favorables: la lengua española es la cuarta del mundo por el número de hablantes; la tercera, como lengua de la política, la economía y la cultura, y la segunda —y esto es muy importante— como vehículo de comunicación internacional.
Pero en esta Era definida por las grandes redes de comunicación, la información y el idioma se encuentran en una nueva situación, con la primera convertida en el eje, es decir, en el elemento determinante y estratégico de la sociedad emergente. ¿Cuál es la realidad del idioma español en esta nueva sociedad? A nadie se le escapa que el destino del idioma aparece ligado a su propia evolución en el mundo de las nuevas tecnologías. Y en este epígrafe hay que decir que el número de los pesimistas ha aumentado en la medida en que los porcentajes de presencia del idioma español en las redes no son tan satisfactorios como cabría esperar. Sin embargo, en la medida que esta ecuación se completa con la capacidad informativa —contenidos— como elemento preponderante (es decir, con la relevancia e influencia de los medios de comunicación originarios de la comunidad hispanohablante), las razones para el optimismo se remozan y aparecen claramente reforzadas. Porque si, como afirman muchos estudiosos, los medios de comunicación son quienes hacen —y deshacen— el idioma hoy en día, quizá es la hora de afirmar, sin perderse en rodeos mezquinos, que el idioma español cabalga sobre excelentes corceles mediáticos, y que su futuro, lejos de estar en peligro, atraviesa quizá uno de los momentos de mayor auge, con una unidad y una cohesión envidiables (a ambos lados del Atlántico). Dicho en otras palabras: cuando uno lee La Opinión de Los Ángeles, El Tiempo de Bogotá, Clarín de Buenos Aires o cualquiera de los diarios de Madrid sabe que no ha salido de la misma comunidad lingüística: tan seguro como que no ha dejado de hacer uso de su propio idioma. Y esto parece alejar definitivamente de nuestro horizonte los riesgos de fragmentación idiomática sobre el que tanto nos alertaron a comienzos del siglo xx personalidades como Andrés Bello y Miguel de Unamuno y que aún sobresaltaban a Dámaso Alonso —sobre todo en sus años de director de la Real Academia Española— y a otros estudiosos de nuestro idioma en la segunda mitad de la pasada centuria.
La realidad es que los medios de comunicación del mundo hispanohablante tratan de escribir bien, y la conciencia que tienen de su responsabilidad respecto de los buenos usos idiomáticos no ha hecho sino aumentar en los últimos años. Esto no quiere decir que no cometan ocasionalmente graves errores —que los cometen—; quiere decir, utilizando una terminología económica, que la tendencia es positiva. Y en esta progresión ha tenido su buena parte un medio de comunicación a cuya labor quiero aludir con algún detenimiento. Me refiero a las agencias de prensa y, muy especialmente, a la Agencia EFE, que es hoy la cuarta agencia internacional de información, detrás de la norteamericana Associated Press, la británica Reuters y la francesa AFP. Su historia ilustra sobre las ventajas que nuestro idioma tendrá en el futuro, en el que cada vez estará más consolidado como la segunda lengua del área más desarrollada del mundo, con EE. UU. a punto de convertirse en el segundo país con más hispanohablantes, tan sólo detrás de México.
Las agencias internacionales de prensa, nacidas en el siglo xix, siguen siendo todavía hoy las grandes mayoristas de la información. Al hablar de ellas estamos hablando del intercambio informativo mundial en su sentido más amplio y preciso. Hay verdades con tendencia al bajo perfil, incluso al anonimato, y ésta es una de ellas. Bastaría hacer una encuesta en la calle para constatar que son (que siguen siendo) las grandes desconocidas, y también las grandes silenciadas, del proceso informativo mundial. Y aunque sólo fuera por esto, tiene sentido aproximarse a ellas y traspasar los muros del desconocimiento que las rodea —incluso en los ámbitos académicos y en los más punteros de la investigación socioinformativa—, para hacernos una idea de la ingente tarea que llevan a cabo en la creación de los flujos informativos internacionales; una labor que afecta al orden o desorden en que vivimos y, también, al idioma que manejamos, a su unidad y a su capacidad de respuesta ante las novedades que debe afrontar cada día.
Cualquier ciudadano del siglo xx que no haya logrado el milagro de aislarse del mundanal ruido, vive en directo la actualidad del orbe y conoce al instante —por medio de la prensa, de la radio o de la televisión— las consecuencias de un terremoto, la caída de un récord o la revuelta social que cambia el destino de un país. Pero ese mismo ciudadano probablemente desconoce que ello no sería posible —al menos, no lo sería siempre— sin las grandes agencias de información, que montan guardia permanente en todos los puntos del orbe y que, con una tecnología avanzada, facilitan las noticias a los medios de comunicación que las ofrecen directamente al público.
Y ello es así porque, hoy como ayer, ningún diario, ninguna radio, ninguna televisión dispone de los medios necesarios para estar presente en el mundo con los centenares y aún miles de periodistas que para ello son necesarios. Sólo las grandes agencias —tan mal conocidas y tan desigualmente citadas por los medios que reproducen sus despachos— garantizan esta cobertura. Sólo ellas aseguran, en un sentido general, el acopio o la recogida puntual, el tratamiento objetivo —siempre conforme a criterios que evitan la opinión o el comentario propios— y la distribución de las noticias en tiempos mínimos, que se miden en segundos.
Éstos son sus poderes. Ésta es aún hoy la importancia de una agencia internacional de prensa. Y en esta importancia radican claves relevantes de autonomía informativa y de irradiación exterior, pero también de defensa de la unidad de un idioma y de una cultura, para sus países o comunidades de origen. Del mismo modo que su ausencia constituye un déficit para aquellas naciones o áreas que carecen de ellas, como pusieron de relieve a finales de los años setenta el Informe McBride y los debates sobre el Nuevo Orden Mundial de la Información, auspiciados por la UNESCO. Las grandes agencias se habían revelado, al cabo, como cañones de muy largo alcance. Ésta era su verdadera cara, casi siempre oculta: la otra cara de su bajo perfil público. Los especialistas saben que no es impensable que una de sus noticias obtenga una audiencia superior a los cien millones de personas, sólo en el mundo hispano. No es fácil lograr mayor presencia desde una posición… digamos menos visible.
Con estas palabras sólo quiero precisar la puesta en valor de las agencias y situarlas en un marco histórico. Para ello cabe empezar por una anécdota de la que gustaba de echar mano Charles Houssaye, máximo dirigente de Havas Information en el período de entreguerras mundiales, cuando se encontraba en un trance similar a éste, es decir, en el intento de explicar el salto cualitativo —de radicales proporciones— que, en el mundo de la información, supuso la aparición de las agencias internacionales de prensa.
Recordaba Houssaye que el 5 de mayo de 1821 falleció en la isla de Santa Elena el hombre más conocido y popular de su época: Napoleón Bonaparte. Es éste un hecho que está en todos los manuales de Historia. Lo que quizá no es tan sabido —y tampoco aparece en los manuales de Historia— es que esa noticia (nada menos que la muerte del que fuera amo y señor de Europa) tardó dos meses en ser conocida en el continente. Lo que da una idea del estado de las artes de las telecomunicaciones en 1821, hace sólo 180 años. Ayer, como quien dice.
Poco más de un siglo después, el 25 de noviembre de 1934, se inauguraba en la misma isla de Santa Elena el Museo Napoleón, un hecho apenas relevante. Sin embargo, de este suceso tuvo noticia todo el mundo el mismo día en que se produjo. ¿Qué había ocurrido en medio? ¿Qué había cambiado? Habían cambiado muchas cosas, ciertamente, y no era la menor de ellas la evolución —o la revolución, si se prefiere— de la tecnología de las comunicaciones. A su amparo habían surgido precisamente las agencias internacionales de prensa, primero muy limitadas en sus capacidades y ambiciones, pero enseguida dispuestas a convertirse en las grandes acarreadoras de información, que es el papel que han desempeñado desde mediados del siglo xix hasta hoy, sin que se atisbe de momento un relevo fácil en el futuro.
Lo que había ocurrido había sido, pues, que en 1835, sólo catorce años después de la muerte de la muerte de Napoleón, un señor llamado Charles-Louis Havas, francés de origen húngaro, había creado la primera agencia de prensa, en París. Cinco años después, en 1840, esta agencia, que llevaba el nombre de su fundador, difundía ya tres servicios, destinados respectivamente a la prensa, a los particulares y al poder (es decir, casi la misma definición de los destinatarios que hoy mantienen las agencias, si cambiamos prensa por medios de comunicación). Sin ningún ruido, sin la menor alharaca, acababa de ponerse en marcha el modelo del que iba a ser el mayor sistema de captación, elaboración y diseminación de noticias de todos los tiempos: las agencias internacionales de prensa. Fenómeno cuyas proporciones pasaron entonces desapercibidas para casi todo el mundo, excepto para un visionario grafómano de bien probada imaginación que se llamaba Honorato de Balzac. El autor de La Comedia Humana se apercibió del alcance del nuevo proceso informativo y en 1840, cinco años después del nacimiento de la Agencia Havas, en un artículo publicado en la Revue Parisienne, advirtió: «El público puede creer que hay varios diarios, pero no hay en definitiva más que uno: el del señor Havas». Con títulos apenas diferentes, los periódicos abonados a esta agencia publicaban las mismas noticias. Era la primera vez que algo así ocurría en la historia.
Pocos años después de este alumbramiento, dos discípulos y colaboradores de Havas, el alemán Bernhard Wolf y el judío Paul Julius Reuter, pusieron en marcha otras dos agencias, que también llevaron sus nombres y que serían respectivamente alemana y británica. Las tres tuvieron un crecimiento rápido, y hacia 1859 ya estaban negociando su particular reparto del mundo. Un reparto que tuvo una formulación precisa y concluyente en 1870.
Llegados a este punto, y a los efectos de la información internacional en el área hispano-lusohablante, es menester hacer dos advertencias. La primera, que este mundo —el nuestro—, le fue asignado siempre y en todos los repartos a la francesa Havas. La segunda, que en 1867 había nacido en España la primera agencia de prensa, impulsada por Nilo María Fabra y que, siguiendo el modelo de sus mayores, llevaba el nombre de su creador (Fabra). Esta agencia, inequívoco antepasado por línea directa de la actual Agencia EFE, surgió con vocación nacional, pero, al verse sin amparo internacional, buscó el apoyo de las grandes, siendo, al cabo, satelizada o canibalizada por Havas, hasta el punto de acabar por ser en algún momento propiedad suya.
El interés de Havas por Fabra (su relación se mantuvo hasta la disolución de la agencia española en 1938) era grande por varias razones, de distinta naturaleza, y quizá hayan sido tres las principales: la primera, porque Fabra era una buena fuente de distribución (no sólo en España); la segunda, porque era una buena plataforma —alguien escribió «tapadera»— para la defensa de los intereses franceses en España; y la tercera —sobre todo—, porque facilitaba la penetración en Iberoamérica, viejo sueño de Havas, que ha heredado su continuadora actual, la Agence France-Presse (AFP). Fabra, todo hay que decirlo, tuvo un lugar importante en la expansión de Havas en América del Sur y en África, con cobertura informativa directa de España, Portugal, Marruecos y las Antillas, pero con muy poco o ningún margen de influencia internacional.
Así permanecieron las cosas, en España y en todos los países de Iberoamérica, hasta el cambio de siglo, en lo tocante al concierto internacional de agencias de prensa. Sin embargo, la instalación de cables en el hemisferio americano a fines del xix, iba a abrir el paso a las agencias norteamericanas de noticias, United Press (UP) y Associated Press (AP), que muy pronto comenzaron la caza de abonados en la zona acotada por Havas, dando al traste con el acuerdo de 1870. Ya en la primera parte de este siglo, las agencias norteamericanas UP y AP alcanzaron un predominio en el mercado iberoamericano de noticias, desbancando a las europeas, que sólo pasados los años, ya en la segunda mitad del siglo xx, volverían a luchar por sus viejos fueros.
Entre tanto, España seguía bajo el férreo control de Havas, con Fabra sometida a su disciplina y con los periódicos en dependencia casi exclusiva de la agencia francesa. Sin embargo, aunque ésta era la realidad, ya se escuchaban en nuestro país las primeras voces airadas contra la dictadura informativa del vecino del norte, sobre todo cuando había conflictos de intereses entre ambos Estados, como ocurría en el norte de África, y Havas defendía y difundía invariablemente las posiciones del Gobierno de París, en detrimento de las nuestras. Las voces airadas españolas se rebelaban también contra el hecho de que Havas representase, en la realidad, nuestro único vínculo informativo permanente con la comunidad internacional, y demandaban una voz propia, al menos en el mundo hispanohablante. Vale la pena de escuchar un instante algunas de aquellas voces.
En un editorial publicado en abril de 1922 el prestigioso diario El Sol sostenía: «Nos hace falta que una agencia hispanoamericana se encargue de poner en relación a los países de nuestra habla, que ahora no tienen, en muchos casos, otras noticias que las que envían las agencias norteamericanas. Si no tenemos cables nuestros no podremos hacer entre nosotros otros negocios que los que los extranjeros no quieran quitarnos». Y añadía: «Es necesario que España se dote de una agencia que organice debidamente sus informaciones del extranjero. Actualmente somos ciegos a los que los lazarillos extraños están leyendo las noticias del mundo, escogiéndolas y adobándolas según sus conveniencias».
En la misma línea se expresaba, también en 1922, el codirector de La Vanguardia Agustí Calvet y Pascual (1887-1964), más conocido por el pseudónimo de Gaziel, en un artículo titulado «Lo que sabemos del mundo». «Sólo para lo universal, que es lo más importante —decía Gaziel— el periodismo español ha de vivir de prestado. Casi ni una sola de las noticias que del extranjero se publican en nuestro país, procede de origen informativo propio ni ha sido redactada por mano española. Del mundo, sólo sabemos lo que quieren decirnos los demás, lo que ellos tienen interés en comunicarnos y tal como a ellos les conviene que lo creamos nosotros. Y así, como los negros ingenuos de la selva africana, cada mañana los españoles damos unos lingotes de oro, a cambio de una sarta de vidrios multicolores».
Gaziel consideraba que «este aislamiento, tan propicio a la mixtificación, es la mayor vergüenza del periodismo español y una de las más lamentables pruebas de la decadencia patria», y subrayaba que «como toda nuestra información internacional nos viene de fuera, estamos a merced de tendencias e intereses que no son los nuestros. Y así llegamos al colmo de que a cada momento la prensa española publica, pagando y a manera de noticias informativas, verdaderas notas oficiosas cuyos autores pagan, en todos los países civilizados del mundo, para publicarlas, y aun dan las gracias por ello».
Dos años después, en 1924, el propio matutino El Sol y el vespertino La Voz fundarían la agencia Febus, en contraposición a una Fabra demasiado dependiente de Havas. Con similares afanes de autonomía surgieron otras agencias en España, como Iberia o la católica Spes. Y el propio dictador Primo de Rivera, consciente de la necesidad de saltar informativamente el océano y conectar con los países que comparten nuestra lengua, creó la Agencia España-América, con sede en París. Y mientras todo esto ocurría, en los entornos de 1927, comenzaba a entrar en declive la posición dominante de Havas, con la llegada de las agencias norteamericanas a sus mercados.
Sin embargo, la pluralidad de agencias internacionales que nos servían no bastó para acallar las voces de quienes clamaban por un esfuerzo español fuera de las fronteras nacionales. En plena República, en 1933, Julián Zugazagoitia, director de El Socialista (que se servía de Febus para la información nacional y de United Press para la internacional) lanzó un ataque furibundo contra Havas y exigió la creación de una agencia española de proyección internacional. Un año después, en 1934, el propio director de Fabra, Luis Amato Ibarrola, dirigió un documento al Gobierno sobre «la necesidad, cada vez más apremiante, de organizar un servicio informativo español para el exterior», y acusaba a las agencias extranjeras de «estar más atentas a su propio interés político» que «a tener cuenta primordial de la veracidad absoluta» de los hechos.
Pero la guerra civil descuartizó todos los propósitos de conseguir una dimensión informativa exterior, que al menos sirviese para vertebrar el mundo hispanohablante. El 3 de enero de 1939, cuando la guerra civil estaba ya a punto de terminar, se constituyó en Burgos la Agencia EFE, bajo la dirección de Vicente Gállego, antiguo director de El Día de Madrid, del grupo de El Debate. Los franceses intentaron entonces recuperar con EFE la vieja relación de predominio tenida con Fabra, pero los años (y la guerra misma) no habían pasado en vano, y el director de la agencia española, al amparo del Nuevo Orden impulsado por el franquismo, albergaba propósitos muy distintos. Estos propósitos tuvieron una traducción inmediata en los acuerdos de exclusiva para España de los servicios de Havas, Reuter, DNB, Transocean y Stefani, esquema en el que la agencia pionera Havas pasó a ser un proveedor más, sin control sobre el resultado final. Los franceses, desairados —aunque firmaron el acuerdo—, dijeron entonces que EFE había sido concebida «por gente ingenua que toma sus deseos por realidades». No adivinaban entonces el serio competidor que, con los años y con las sucesivas transformaciones, les iba a surgir en alguno de sus mercados preferentes.
Vicente Gállego describió a las agencias en aquellos momentos (recién terminada la guerra civil y a punto de empezar la segunda guerra mundial) como «instrumentos de difusión y de influencia de sus gobiernos respectivos» y denunció la «permanente indefensión» informativa internacional de nuestra nación, con la voz española replegada incluso «en los países hermanos de allende y aquende los mares, para ceder mansamente el puesto a otras voces extrañas, defensoras de extraños intereses y socavadoras de nuestro prestigio». En virtud de lo cual, Gállego sostenía que debía dotarse a España «cuanto antes» de un instrumento internacional de estas características.
¿Qué ocurría, entre tanto, en la América hispano-lusohablante? La situación aportaba pocas novedades. Iberoamérica aparecía como una región adelantada —respecto de otras regiones en desarrollo del mundo— por lo que se refiere a la disponibilidad de medios de comunicación social por persona (piénsese en países como Argentina o Chile), con más de 800 diarios en español y 250, brasileños, en portugués. Sin embargo, en ella no surgían —no surgieron en estos años— agencias de noticias de ámbito regional o internacional y apenas algunas nacionales. En este aspecto, Iberoamérica se definía como dependiente, en el acopio de información internacional, de las agencias mundiales de noticias, sobre todo de las dos norteamericanas. Y en esta situación, aunque con evoluciones significativas, iba a mantenerse, en términos generales.
Los datos, en este caso, ilustran mejor que las palabras sobre la realidad, y permiten obtener algunas referencias estimables sobre esta situación de dependencia. El Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina (CIESPAL), con sede en Quito, ha impulsado estudios sobre la publicación de noticias en diarios iberoamericanos en 1962 y 1967, que han arrojado luz y que se han visto corroborados por análisis posteriores, que permiten señalar una evolución llena de interés.
Según el estudio de 1962, les correspondía a las grandes agencias el 94,3 % de la información internacional publicada en Iberoamérica, procediendo de las dos norteamericanas UPI y AP el 79,3 % (29,8 % de AP y 49,5 % de UPI). El propio CIESPAL publicó cinco años después, en 1967, un nuevo estudio, titulado Dos semanas en la prensa de América Latina, que ratificaba los resultados, al poner de manifiesto que, en 29 grandes diarios iberoamericanos, más del 80 por ciento de las noticias extranjeras procedían de agencias extrarregionales, sobre todo de las dos norteamericanas AP y UPI. Ulteriores estudios han demostrado una fuerte dependencia similar, con la constatación de que, en efecto, las agencias norteamericanas proporcionaban la mayor parte de las noticias extranjeras, seguidas a mucha distancia de France Presse (AFP) y Reuter.
Un año antes, en 1966, el catedrático venezolano Eleazar Díaz Rangel había dirigido, por su parte, otro estudio sobre medios iberoamericanos que refrendaba parecidas conclusiones, al atribuir a las agencias internacionales el 76,5 % de la información publicada, siendo el 72,1 % del total de AP y de UPI, y sólo el 4,4 % de las europeas Reuter, AFP y ANSA.
Ésta era, pues, la situación, a finales de los años sesenta. Sin embargo, algo había empezado a moverse en el mundo de las agencias internacionales y, aunque no era todavía visible, es menester referirse a ello para hacer inteligibles las mediciones y resultados posteriores. Me refiero, por una parte, a la comparecencia de las distintas agencias internacionales en Iberoamérica con servicios en español. A finales del xix habían llegado las pioneras Havas y Reuters. United Press —después UPI— comenzó a difundir noticias en nuestra lengua en 1916. En 1951 hizo lo propio Associated Press (AP). Al año siguiente, en 1952, empezó la italiana ANSA. En 1959, la alemana DPA. Y, por fin, a finales de 1965 llegó la Agencia española EFE, la última, impulsada por el entonces ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne, quien le encargó al periodista Carlos Mendo, a la sazón en UPI, la puesta en marcha del proyecto. EFE empezó entonces una verdadera larga marcha, primero de penetración y después de consolidación, hacia las primeras posiciones en los medios de comunicación iberoamericanos; una posición que sólo alcanzaría un cuarto de siglo después.
En estos momentos, y según los baremos de la Comisión McBride propiciada por la UNESCO, la comunidad hispanohablante era dependiente en lo informativo, al carecer de una agencia informativa propia capaz de proveerla de información internacional y capaz, también, de intercambiar entre los países que se expresan en español la información originada en cada uno de ellos. Esta carencia determinaba un estatus de colonización (palabra entonces de moda) informativa.
La Agencia EFE, con el apoyo de poderosos medios de comunicación hispanohablantes que comprendieron su propósito y se abonaron muy pronto a sus servicios, vino a matizar —relativizándola— esta situación. Para hacerlo inteligible, vuelvo a apoyarme en los datos de presencia de las Agencias Internacionales en el mundo. En 1983, la Universidad Central de Venezuela publicó un informe que puso de relieve el gran cambio producido en el panorama de las grandes agencias presentes en Iberoamérica. Según los resultados de este estudio, el 71,9 % de la información internacional publicada provenía de las siete grandes agencias (las Cuatro Grandes más la alemana DPA, la italiana ANSA y la española EFE). Este 71,9 % se repartía de la siguiente forma: AP, 26,85 %; UPI, 15,12 %; EFE, 12,32 %; AFP, 7,91 %; ANSA, 5,62 %; DPA, 3,47 %, y REUTER, 0,61 %.
Los datos ofrecían una novedad de gran calado: por primera vez, entre los grandes proveedores de información internacional en el mundo hispanohablante, figuraba una agencia natural y originaria de la propia comunidad idiomática. Una agencia que todavía no ocupaba el primer lugar, sino el tercero, y que era ampliamente derrotada en las primeras páginas, pero que comparecía con unos porcentajes ya significativos, situándose por delante de las otras agencias internacionales europeas, y sólo por debajo de las dos norteamericanas. Era posible, pues, desde el nuevo mirador, recrearse en el sueño de ganar autonomía informativa y disponer de una visión propia —y en el propio idioma— de lo que ocurría en el mundo, sin intermediarios ni traductores. Un empeño éste en el que EFE había concentrado sus esfuerzos en todos estos años, con los vientos favorables del impulso democrático, que se tradujeron en una mayor profesionalidad y, en consecuencia, en un aumento de la credibilidad informativa, dentro y fuera de España. Se produjo así un crecimiento acelerado de la Agencia, con la apertura de delegaciones en Iberoamérica, hasta completar una por cada país, y la cobertura en directo desde las principales capitales del mundo. Todo ello con la incorporación de los más modernos sistemas telemáticos y de distribución vía satélite, que han colocado a EFE en el grupo de cabeza de las agencias internacionales. Y con una atención especial a la dimensión cultural iberoamericana, que se materializó, entre otras cosas, en la difusión por medio de EFE de artículos de Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Alejo Carpentier, Miguel Delibes, Nicolás Guillén, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Camilo José Cela y Alfredo Bryce Echenique, entre otros.
Llegamos así a los estudios del experto chileno Fernando Reyes Matta, directivo del Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales (ILET) y profesor de la Universidad Andrés Bello, sobre la publicación de información internacional en los diarios iberoamericanos en los años 1989, 1991 y 1992. Son años claves, que demuestran algo que aquí quiero defender con todas las cautelas, y sin ánimo de ir más lejos de lo debido. Me refiero a que, en la medida en que el mundo hispanohablante ha ido descubriéndose a sí mismo, ha ido descubriendo y fortaleciendo también su agencia, es decir, aquella proveedora informativa internacional que, de alguna manera, se revelaba más próxima (en concepción idiomática, en cosmovisión y en sensibilidad) y más atenta a los acontecimientos que afectaban a sus países en el exterior.
En 1975, el profesor John T. McNelly, de la Universidad de Wisconsin, presentó un informe en la «Reunión de expertos sobre el establecimiento de arreglos de intercambios de noticias en América Latina», celebrada en Quito, en el que se preguntaba a qué tipos de noticias extranjeras se asignaba más importancia en Iberoamérica. El informe no dejaba lugar a dudas: «Los medios latinoamericanos de comunicación social parecen dedicar más atención a las noticias de América del Norte y de Europa que a las de la propia región». Y así era, ciertamente, como han demostrado otros estudios. El principal foco de atención era EE. UU., después Europa, y en tercer lugar, a cierta distancia, la propia Iberoamérica. Pero esta situación ha sufrido un vuelco significativo en los últimos años, y quizá está en la base de la mudanza observada en la cuota de publicación de cada agencia. Estudios más recientes han puesto de manifiesto que el orden de atención se ha alterado en el siguiente sentido: primero, EE. UU., inmediatamente después, Iberoamérica, y en tercer lugar, Europa. Y, si no ha ocurrido ya, quizá falte muy poco para que el primer ámbito de interés de los países iberoamericanos sea la propia Iberoamérica.
Observada esta evolución en el interés informativo, volvemos con los datos del Informe Reyes Matta. Porque estos datos muestran que, en los dos últimos años, 1991 y 1992, EFE ha pasado a ocupar el primer puesto entre las agencias internacionales de prensa en Iberoamérica, tanto por el número de noticias publicadas en los diarios como por la extensión ocupada (medida en centímetros cuadrados), y asimismo en las primeras páginas, hasta hace pocos años tan esquivas o casi vedadas.
El resultado de su estudio de 1992 vale la pena de recordarlo: la agencia EFE ocupó el primer lugar con el 30,27 % de las noticias publicadas y el 27,69 % del espacio total. Detrás quedaron AP (16,16 % de las noticias y el 13,88 % de la extensión), AFP (14,74 % y 11,83 %) y REUTER (11,42 % y 11,19 %). Y en 1993 se repitieron prácticamente las mismas cifras: EFE, 28,76 % del número total de noticias y 26,87 % del espacio ocupado por agencias; AP, 18,37 % y 15,98 %; Reuter, 12,85 % y 11,12 %; AFP, 13,22 % y 10,69 %; UPI, 3,77 % y 4,14 %; ANSA, 5,81 % y 8,19 %; y DPA, 1,41 % y 1,92 %.
¿Qué revelaban estos resultados? Lo dijo el propio Reyes Matta: estos datos dejan claro que «EFE ha emergido a una posición de liderazgo dentro de la prensa iberoamericana, sin que nadie discuta ya su ubicación entre la grandes agencias internacionales de noticias con fuerte impacto en la región». E identificaba dos razones que, a su juicio, determinaron este resultado:
1. «EFE ha construido la identidad de lo iberoamericano en el espacio informativo internacional, y está marcando nuestras diferencias dentro de la sociedad global. A un continente que habla, lee y se entiende en español, llega con la actualidad de otros continentes y regiones vista desde una percepción cultural más propia y cercana».
2. «EFE parece llenar el hueco del viejo sueño de la agencia latinoamericana de noticias. Un proyecto formulado en diversos momentos del pasado (Telam, Latin, Alasei, etc.) que nunca lograron desarrollar la estructura técnica y profesional requerida para esa tarea, ni lograron la acogida necesaria para prosperar en el intento».
Otros estudios posteriores a los de Reyes Matta (entre ellos, dos del CEU de Valencia en 1997 y 1998 y los de Departamento de Control y Estudios de la propia Agencia) han confirmado en los últimos años esta línea ascendente de EFE en la comunidad a la que sirve. Bien se puede afirmar, pues, que en un mundo informativamente dominado por las grandes agencias de habla inglesa (AP y Reuters sobre todo, con una UPI en decadencia) y por la francesa AFP, la española EFE ha conseguido una presencia estratégica de extraordinaria relevancia. Algo que hay que medir y aprehender en términos de autonomía informativa internacional del mundo hispano (sin dependencias ni servidumbres de las otras grandes agencias), de vertebración interna de esta comunidad y de defensa de la unidad de su idioma y de su cultura. Porque EFE se ha convertido en la primera agencia internacional de origen y expresión españoles, tanto por su volumen informativo como por su desarrollo tecnológico y por el número de sus abonados (es decir, por la difusión de sus noticias).
En los albores del siglo xx, Mark Twain ironizó que «sólo hay dos fuerzas que puedan iluminar todos los rincones del globo: el sol en los cielos y la Associated Press aquí en la tierra». Hoy, cuando el siglo xxi comienza, las agencias de prensa capaces de brindar esta luz en el mundo de habla española superan los dedos de una mano. La agencia EFE es una de ellas, la que obtiene mejores índices de publicación y la que ha puesto entre sus objetivos un desafío de buenos usos idiomáticos, que ha afectado favorablemente también a sus competidoras.
Porque, en contra de aquellos que ven el final de las agencias en la poderosa presencia de otros medios, preferentemente audiovisuales (que aparentemente —y sólo aparentemente— están en todas partes), quizá deben recordarse unas palabras de Stanley Swinton, vicepresidente de Associated Press, fallecido en 1982. Swinton, que asistía a una reunión de dirigentes y periodistas preocupados por el futuro de los medios de comunicación, tomó al final la palabra y dijo: «Señores, lo tengo claro. Yo veo un mundo en el que podrán desaparecer los periódicos, las revistas y hasta los libros. Todo estará al alcance de un botón en el cuarto de estar. Pero alguien tendrá que suministrar la información a todos esos nuevos medios, y ese alguien será la agencia de noticias; definitivamente, no hay otra salida».
En el ámbito lingüístico, la Agencia EFE ha asumido como un compromiso preferente de su misión empresarial la defensa de la unidad del español a ambos lados del Atlántico. Con el propósito de facilitar esta labor, creó en diciembre de 1980 el Departamento de Español Urgente (DEU), destinado a dar respuestas inmediatas a cualquier consulta idiomática, proveniente de periodistas de la Agencia, de cualquier otro medio o de particulares.
Su objetivo quedó claramente definido desde su fundación: proporcionar criterios uniformes del uso del español, a fin de evitar la dispersión lingüística y hacer frente a la invasión indiscriminada de neologismos. En estos veinte años, el Departamento de Español Urgente, que en verdad funciona como una Unidad de Intervención Rápida ante cualquier agresión al idioma, no ha dejado de dar respuestas a las demandas que se le plantean cada día, por teléfono, por fax, por correo electrónico o por carta.
Un grupo de filólogos expertos atiende las cuestiones planteadas y, en caso de duda, eleva sus consultas al Consejo Asesor de Estilo, una unidad de elite constituida por académicos y expertos lingüistas, que se reúne cada quince días en la Agencia. En este momento lo forman los académicos Gregorio Salvador Caja y Valentín García Yebra, el secretario de la Asociación de Academias de la Lengua Española Humberto López Morales, el catedrático de Redacción Periodística de la Universidad Complutense José Luis Martínez Albertos y el investigador del CSIC Leonardo Gómez Torrego. Este Consejo Asesor de Estilo da el veredicto final cuando es necesario y mantiene vivo y al día el Manual de Español Urgente de EFE, que está ahora en su decimotercera edición (Editorial Cátedra).
Este Manual contiene básicamente la norma periodística que se aplica en la agencia, y satisface comprobar que es seguido masivamente por otros medios de comunicación. Su contenido sustancial está también disponible en Internet, junto con muchas de las respuestas a diversas dudas sobre usos lingüísticos contenidas en los tres tomos de nuestro Vademécum de Español Urgente y en el Diccionario de Español Urgente (Ediciones SM), que los compendia. A todo ello se suma la contribución del DEU en la moderación del foro de debate (lista de correo en Internet) Apuntes, creado por EFE en agosto de 1996 y que, con unos doscientos cincuenta participantes, anda por cerca de los dos mil mensajes mensuales.
¿Para qué ha valido todo este esfuerzo? Para mucho, creo. En la Agencia EFE hemos desterrado los a nivel de y en orden a, puros anglicismos innecesarios; y por supuesto ya no cesamos a nadie, porque es imposible —el verbo cesar es intransititivo—, sino que lo destituimos o informamos de que otros lo han destituido. Tampoco decimos en breves minutos, ya que todos los minutos tienen la misma duración, sino en pocos minutos. No abordamos los buques y, cuando no tenemos que hacer, no nos aburrimos a muerte, que es construcción galicada, sino mortalmente, que es como siempre se aburrió el hispanohablante. Hemos aprendido a ir a campo traviesa, excepto en los campeonatos de campo través, y diferenciamos accesible de asequible, ya que nos tenemos por accesibles pero no somos de ordinario asequibles, aunque nuestro trato sea cortés y afable. Tenemos antepasados y preferimos reconocerlos por este nombre, antes que por el anglicismo o galicismo de ancestros, y no nos concienciamos de nuestras limitaciones sino que somos conscientes de ellas y, aunque las contemplamos lo menos posible, a veces es ya inevitable, pero siempre sin contingentar nada. Tampoco nos depauperizamos, que ya tenemos bastante con depauperarnos, y, desde luego, no desarrollamos conferencias sino que sencillamente las damos. Para esto —y son sólo un puñado de ejemplos— nos ha servido y nos sirve el Departamento de Español Urgente.
En su vertiente de Unidad de Intervención Rápida ante cualquier agresión idiomática, el DEU ha dado muestras de una agilidad y de un acierto encomiables. En esta nueva Era en que las agresiones en el ámbito de la información viajan a velocidades que rozan la instantaneidad, esta rapidez ha producido efectos decisivos al atajar a tiempo malos usos idiomáticos. Sirva un ejemplo: cuando a finales de noviembre de 1988 el mundo empezó a familiarizarse con la existencia de una república soviética que se llamaba Azerbaiyán, se coló en las redes de noticias la palabra azerí, que comparecía como un gentilicio hasta entonces ignorado, y que desplazaba al conocido por los hispanohablantes azerbaiyano. El Departamento de Español Urgente (DEU) intervino y enseguida quedó aclarado el equívoco: azerí era el nombre de la lengua hablada en Azerbaiyán, pero no el gentilicio, de modo que podía hablarse de lengua y literatura azeríes, pero siempre como propias de los azerbaiyanos. Una cuestión que, al responderla a tiempo, tuvo remedio en nuestra casa y en las páginas de muchos medios informativos abonados a nuestros servicios. Más recientemente, expresiones incorrectas como «marroquíes ilegales» —¿es que no cumplen las condiciones legales para ser marroquíes?— o «chinos irregulares» —¿es que no se atienen a la ley, regla o uso para ser chinos?— han sido puntual y felizmente sustituidas por «marroquíes en situación ilegal» o «chinos indocumentados» o «sin papeles».
Información, idioma y nuevas tecnologías (y, por lo tanto, cultura) constituyen así una unidad funcional y operativa en la Agencia. Sólo una información bien escrita, completa, exacta y puntual puede consolidar la credibilidad de un medio de comunicación como EFE. El uso correcto del idioma forma parte de esa credibilidad y asegura el mantenimiento de una visión propia de todo lo que acontece en el mundo, con los miles de periodistas esparcidos por las distintas capitales y que conciben en origen la noticia en español. Pero todo ello —todo este esfuerzo— carecería de sentido sin una capacidad de difusión suficiente. Ninguna agencia ha sobrevivido al margen de la vanguardia tecnológica. La Agencia EFE lo sabe y permanece incorporada a ella, y, en la medida en que cumple estos requisitos de modernidad y los combina adecuadamente, profundiza en su aspiración de consolidarse como un medio de comunicación extraordinariamente valioso para toda la comunidad hispanohablante (la sociedad-red que hablará español) en esta nueva Era de la Información. Éste es su desafío y su horizonte. Y en este sentido contribuirá, desde la vertiente informativa y en un correcto idioma español, a mitigar la desproporción de esos porcentajes que hoy entronizan al inglés muy por encima de todos los demás idiomas. Así, poco a poco, las aguas volverán a su cauce también en la nueva sociedad, en la sociedad-red