La relación entre las lenguas que usamos en Internet y las culturas que expresan es un proceso cada vez más complejo y que marcha por derroteros cada vez más imprevisibles. Los análisis lingüísticos, sociológicos o incluso antropológicos, persiguen con la lengua fuera la explosiva combinación del constante incremento del número de internautas, por una parte, y de nuevos desarrollos tecnológicos que afectan profundamente a la forma como estos interactúan. Y en el centro siempre está la lengua.
Muchas sociedades, entre ellas las del ámbito del castellano, perciben que su futuro como entidad cultural, la preservación de sus señas de identidad más características, depende en gran medida de lo que suceda con sus lenguas en la Red, de su grado de implantación en el ciberespacio. A pesar de la trascendencia de este planteamiento, lo cierto es que todavía tenemos pocos datos significativos a nuestra disposición para saber qué está sucediendo desde este punto de vista. Por una parte, las estadísticas sobre el uso de las lenguas no dibujan una imagen nítida del mapa lingüístico de la Red Los análisis cuantitativos no dan cuenta de los procesos subyacentes en cuanto a la forma de utilizar la Red, la hibridación lingüística o el grado de inmersión de los usuarios en la lógica virtual. Ni siquiera nos dice mucho sobre la estructura demográfica de la Red, sobre la función del inglés (ya sea como lengua de recambio o de intercambio), sobre el efecto traducción y, sobre todo, acerca de qué sucede en esa parte de la Red cada vez más difícil de medir, como es el correo electrónico, las listas de distribución, los foros, etc., por donde discurre, según diferentes estadísticas de difícil evaluación, casi el 70 % de toda la información que fluye por Internet. Hacer mapas lingüísticos —no digamos ya culturales— basados en el número de webs en tal o cual idioma apenas tiene un valor ilustrativo, a menos que se acompañen con el análisis de un abanico de variables mucho más amplio.
Por otra parte, la Red, en cuanto espacio virtual, nos propone constantemente nuevas formas de comunicación que afectan decisivamente a las lenguas que las expresan. Precisamente nos encontramos en vísperas de un cambio tecnológico en el funcionamiento de Internet que volverá a poner patas arriba todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre las lenguas de la Red y que trato de explicar más adelante.
De todas maneras, la tendencia es clara: la conformación de un mundo virtual donde seamos capaces de negociar nuestra presencia a través de las lenguas propias se ha hecho mucho más intrincada y compleja. Como era de prever, la Red va tejiendo un espacio virtual único que comparten de manera simultánea y universal todas las lenguas y las culturas que acceden a él. Esta Babel fenomenal, un conglomerado tal que no tiene precedentes en la historia, posee todos los números para convertirse en un crisol de lenguas y culturas con la capacidad de absorción de un agujero negro. No nos va a resultar una tarea sencilla adaptarnos a esta nueva situación —nueva por el entorno, por los tiempos involucrados y por las dimensiones de las interacciones— y, al mismo tiempo, distinguir con nitidez dónde están las ventajas evolutivas de cada una de nuestras culturas para apuntalarlas en medio de este torbellino de encuentros.
Dicho lo cual, ¿cuáles son hoy día las lenguas de la Red? En principio, podríamos agruparlas conceptualmente en tres lenguas. La primera de todas es la lengua única. Sin duda, la lengua predominante hoy en el mundo y la más importante de todas: la de los ceros y unos, la lengua digital de los chips. Ésta es una lengua que, sin verla ni conocerla, ni escribirla ni hablarla, todos utilizamos de una u otra manera. Es la lengua que permite delimitar, entre otras cosas, el espacio virtual, el ciberespacio, y su contenido. Gracias a ella todos habitamos el mismo lugar, la naturaleza virtual creada por las redes de chips interconectados, donde podemos encontrarnos, manifestarnos, interactuar, exponer nuestras ideas y crear flujos de comunicación para transmitirlas, negociarlas y convertirlas en información y conocimiento.
La manipulación de esta lengua, además, determina en gran medida la forma como utilizamos nuestras propias lenguas (versión oral, escrita, audiovisual, juntas o por separado, etc.) y confiere un determinado valor a cada una de ellas a través de los intercambios. El impacto de la lengua digital quedó fielmente registrado en aquel chiste que mostraba a dos perros ante un ordenador conectado a Internet. Un can le decía al otro: «Lo bueno de Internet es que nadie sabe que eres un perro». Efectivamente, sólo eres ceros y unos y para relacionarte con el otro no queda más remedio que hacerlo a través de ceros y unos: una discreta negociación numérica.
Afortunadamente los ingenieros han conseguido que la lengua digital exprese nuestras respectivas lenguas. Aquí aparece la segunda lengua en importancia, la lengua global, el inglés. La preeminencia del inglés en la Red, como hemos examinado en varios editoriales de en.redando,1 se debe, por una parte, a que Internet se origina y crece en EE. UU. durante casi tres décadas, y, por la otra, a que esta es una lengua de intercambio cada vez más generalizada. Desde este punto de vista, el inglés es en la Red tanto la lengua del mundo anglosajón, como la de los suecos, los nigerianos, los latinoamericanos, los chinos o los españoles.
Por eso esta segunda lengua es el combustible que dispara el efecto traducción, es decir, el incremento constante del volumen de información en la Red que aparece en su lengua original y en la lengua de intercambio común, el inglés. Y por eso, también, es una lengua global con determinadas limitaciones intrínsecas, pues depende del bilingüismo de las sociedades no angloparlantes para afianzar su posición dentro de la Red Previsiblemente, a medida que se incremente la población que desconozca el inglés, por una parte, y que aumenten los sistemas que permitan algún tipo de traducción simultánea (ya sea oral, escrita o ambas), por la otra, entonces la tercera lengua, la lengua local, irá adquiriendo una mayor relevancia, por más que aquí habría que examinar en detalle las circunstancias culturales de cada una de estas lenguas locales y la forma como se la utiliza en la Red
Éste es el contexto, a mi entender, que nos permite comenzar a analizar la fortaleza o debilidad de las lenguas en la Red, así como su proyección a partir, sobre todo, de la forma como expresan diferentes culturas y de los intercambios que permiten. Pero no podemos perder de vista que la evolución de la lengua única puede tener un efecto devastador sobre las posibilidades reales de las lenguas locales de actuar en el espacio virtual, en el espacio global. Como explicaré más adelante, la investigación actual más avanzada en Internet apunta hacia la implantación de «la web semántica» o «web inteligente», la cual repercutirá directamente sobre las lenguas de la Red, en particular sobre las lenguas locales, y, por tanto, sobre lo que hasta ahora percibimos como la asociación entre cultura y lengua.
En este contexto, estamos literalmente cercados por análisis de todo tipo acerca del destino de las lenguas —y las culturas— en la Red Los argumentos oscilan entre varias posibilidades de rabiosa actualidad. La primera, y más evidente, es el temor a que la propia lengua (la lengua local) quede finalmente supeditada a la lengua global, el inglés. La segunda es la propuesta de defender las esencias culturales de la lengua local mediante su promoción activa en la Red que incluso la eleve a la categoría de lengua global. En el medio queda una especie de región pantanosa que es precisamente la que habitamos: la realidad de las lenguas sometidas a un veloz proceso de lavado y centrifugación a través de un intenso contacto íntimo entre ellas y dentro de ellas. Esto sabemos que ocurre, pero no tenemos mucha idea acerca de sus secuelas. No poseemos instrumentos fiables que nos permitan ni siquiera trazar tendencias, como, por otra parte, suele suceder en las cuestiones relativas a la lengua, ya sea en la Red o en la calle. Éstas se comportan como olas discretas pero con una fuerte resaca bajo la superficie que es la que, finalmente, esculpe el paisaje.
En el caso de Internet, nunca deberíamos perder de vista las peculiaridades del espacio virtual. En principio, por su configuración de red de arquitectura abierta, accedemos todos a todo y a todos de manera simultánea. Esto no había sucedido hasta ahora, ni siquiera en ámbitos comunitarios mucho más reducidos, como el hogar. Además, podemos vernos —negociar los encuentros— en nuestras respectivas lenguas o en la lengua global. Y, también en principio, cada vez tendremos más instrumentos para apuntalarlas. La tendencia de la tecnología en ese sentido es clara: la automatización de traductores simultáneos, aunque tarden en llegar al mercado, finalmente permitirá que trabajemos con otras lenguas sin abandonar nuestra lengua local. Sin embargo, aunque estos traductores ya existieran y tuvieran un uso masivo, nada garantizaría la pervivencia de las lenguas locales según los criterios más en boga al respecto.
El hecho de que nos encontremos habitando todos el mismo espacio actúa como una especie de molino lingüístico. Lo que hasta ahora eran peculiaridades locales (¿folclóricas?) de una misma lengua, de repente se incorporan como activos a la propia lengua. Y esto sucede a una velocidad vertiginosa. Los espacios comunes de intercambio obligan a una negociación discreta de los términos, a su incorporación por razones de nitidez, economía o simple aceptación mayoritaria. La lógica virtual apunta a una modificación centelleante de la lengua que, hasta ahora, aunque siempre mediada con las discusiones tradicionales de su modificación por hibridación mediante importación o creación de nuevos vocablos, considerábamos nuestra. Podríamos decir con bastantes garantías que nunca se había dado en la historia este concurso inmediato, asíncrono, de todas las lenguas de la humanidad. En principio, éste es el destino que nos espera. Y sacar conclusiones en estos momentos de semejante confrontación parece un ejercicio apresurado.
Lo dicho hasta ahora no quiere decir que el mapa de las lenguas en la era global nos lleve a la obligatoriedad de profesar el bilingüismo o el multilingüismo, por más que pueda constituir una ventaja evolutiva (siempre lo ha sido, con o sin Internet). Ni que esta ductilidad lingüística garantice automáticamente la preservación (o degradación) de lo que se considere como los perfiles culturales propios de una sociedad. La cuestión, como todos sabemos, es mucho más compleja. Entre otros aspectos, la presencia de las lenguas en Internet y, por tanto, de las culturas que expresan, tiene que ver con factores económicos, políticos y tecnológicos. Cada uno de ellos se desenvuelve en un ámbito de decisiones que goza de una inercia considerable.
Algunos países, en particular EE. UU., no requieren de políticas públicas para apuntalar su cultura a través de la lengua (aunque las implementen), gracias a su potencial económico, político y tecnológico. Algo parecido sucede con Gran Bretaña, cuyo peso político, sin embargo, es mucho mayor que el económico y el tecnológico. Mientras que con otras lenguas, en particular el castellano, el francés o el alemán, el orden y peso específico de estos factores es completamente diferente. Por tanto, resulta complicado sopesar con los mismos criterios a la lengua global y las lenguas locales y trazar a partir de este análisis sus respectivos desarrollos en la Red en los próximos lustros.
¿Quiere esto decir que la mejor actitud es la de dejar hacer, dejar pasar y lo que sea ya sonará? Por supuesto que no. La evolución de las lenguas locales, aparte de otras determinaciones, dependerá en gran medida del volumen de recursos culturales, sociales, científicos, políticos y económicos que expresen. Ése será el cimiento común para la participación de las diferentes sociedades en la economía del conocimiento a través de sus lenguas. Y éste es, hasta ahora, el terreno donde se plantea la mayor desigualdad de las lenguas locales, en particular de las nuestras, por más potencialidad que se le inyecte a través de los números (somos 300 millones de hispano parlantes, el castellano es cada vez más importante en EE. UU., etc.). Hay todo un ámbito de decisiones que tiene que ver con una forma de adoptar la tecnología y de incorporar sus consecuencias políticas que serán fundamentales en la evolución de las lenguas locales. Es lo que yo llamaría la ATLAR, la Agenda Tecnológica y Política de las Lenguas Activas en la Red Algo que, en nuestro hemisferio lingüístico, brilla por su clamorosa ausencia.
No disponemos de suficientes sistemas de información en la Red basados en una perspectiva propia de la educación, la historia, la literatura, la arquitectura, las ciudades, la investigación científica, el desarrollo político o las áreas de conocimiento desarrolladas a lo largo de siglos. Por ejemplo, si se quiere indagar sobre el anarquismo español, uno de los movimientos cruciales del siglo pasado para comprender gran parte de las vertientes culturales de las últimas décadas, hay que saber necesariamente inglés, pues los mejores recursos están en esa lengua y, más concretamente, en EE. UU. Hay multitud de casos como éste. Si la pregunta es, pues, «Si no lo hacemos nosotros ¿quién lo hará?», sabemos dónde encontrar una parte de la respuesta, aunque ésta no surja de lo que muchos llaman «la defensa de nuestra cultura ante el avance de la lengua global». Si no convertimos a nuestra lengua en una industria global o no cultivamos la industria de la lengua en la Red, ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos a las desventajas de las lenguas locales?
Si es cierto que hay sólo 9 millones de páginas en castellano, frente a las más de 200 millones en inglés (cifras misteriosas, que todo el mundo repite y que no se sabe muy bien de dónde salen), lo que necesitamos es un análisis de las actividades que promueve una lengua en particular, en este caso el castellano, en Internet. Y esto no se puede hacer sin una aproximación al problema desde el punto de vista de la creación y el funcionamiento de redes, redes interconectadas que multipliquen los efectos de los recursos en las lenguas locales, en vez de buscar catálogos de multitud de páginas dispersas que no llegan a constituir ni siquiera una tendencia cultural.
Podríamos decir, parangonando el principio de las redes, que las lenguas valdrán tanto como las redes que las contengan multiplicado por el cuadrado de sus nodos. Y si las lenguas locales no asumen esta función de expresar culturas propias, alguien lo hará en su lugar en el sacrosanto nombre del mercado. Al respecto, contamos con una larga tradición. En España, por ejemplo, hasta hace muy poco nadie había visto nunca una película de Disney en inglés. Todos los filmes de esta marca se traducían, incluso hasta las canciones. Y lo mismo se hacía en las versiones para Centroamérica y Latinoamérica. ¿Significaba esto que éramos los dueños de la visión cultural que transmitían estas películas? Desde luego que no. El dueño era Disney, aunque nos hablara en nuestra lengua, con nuestro acento y todo el argot incluido.
¿A qué distancia estamos de que esto suceda ahora prácticamente en todos los territorios del conocimiento? El hecho de que todavía no sepamos con certeza cómo será en la Red la relación entre lenguas orales y lenguas escritas, ya no digamos la combinación de ambas con el lenguaje audiovisual, no quiere decir que, finalmente, el efecto traducción no funcione en la otra dirección: desde el inglés, como lengua global, hacia las lenguas locales. Entonces tendremos millones de páginas en nuestra propia lengua y la cultura de quien todos sabemos.
Para medir la producción cultural en las lenguas locales, pues, será necesario analizar los sistemas de información en Red que la expresa, su origen y sus campos de acción, el destino de los flujos de comunicación así como de su densidad y, sobre todo, la amplitud de la agitación digital que sean capaces de promover. Todo esto sin perder de vista que la discusión sobre si las lenguas locales resistirán el embate de la lengua global no está colocada solamente en el terreno de las decisiones políticas. La tecnología todavía tiene mucho que decir.
Las lenguas humanas, como es natural, están hechas para el consumo humano. El lenguaje digital de los ceros y unos, que hemos denominado lengua única, está diseñado para que se entiendan las máquinas. Entre ambos territorios queda una vasta región preñada de enormes posibilidades: el lenguaje que permita a las máquinas y los humanos comunicarse entre sí, comprendiendo las primeras el sentido y el contenido de la lengua humana. Ése es el objetivo de la denominada «web semántica», el proyecto que lideran Tim Berners-Lee,2 inventor de la web y director de World Wide Web Consortium (W3C),3 y James Hendler,4 profesor de la Universidad de Maryland e investigador en la Agencia de la Defensa para la Investigación de Proyectos Avanzados (DARPA).
La web semántica —o web inteligente, como muchos ya la han bautizado— implica efectivamente insuflarle a la Red un alto grado de inteligencia y modificar muchas de las premisas sobre las que opera actualmente. A pesar de lo cual, esto no implica el desarrollo de una web nueva, sino la extensión de las capacidades de la actual mediante lenguajes y herramientas que permitan almacenar la información en Internet estructurada de tal forma que su significado sea comprensible para las máquinas desde el punto de vista del análisis semántico. Será el primer paso para que los ordenadores y las personas cooperen proactivamente entre ellos en el proceso de comunicación. Como dice Tim Berners-Lee en un artículo escrito para el debate promovido por la revista Nature sobre la publicación científica electrónica: «En vez de pedir a las máquinas que comprendan el lenguaje de los humanos, la nueva tecnología, como la antigua (HTML), le pide a la gente que haga un esfuerzo extra. A cambio, obtendrá un aumento considerable de nuevas funciones, de la misma manera que el esfuerzo extra de producir HTML quedó compensado por la disponibilidad de contenido buscable en la web».
La web semántica, pues, abre una nueva era en la conformación del lenguaje. De la negociación entre las personas (lengua local), ahora pasamos a la negociación entre las personas y las máquinas, paso previo a que las máquinas negocien entre ellas y participen activamente en este proceso de creación y consolidación de la lengua. La investigación para desarrollar la web semántica implica, por tanto, toda una batería de herramientas nuevas para su funcionamiento, desde buscadores avanzados, hasta agentes inteligentes capaces de negociar entre las máquinas el contenido que almacenan, así como de establecer relaciones entre los conceptos, aunque provengan de diferentes disciplinas o áreas de conocimiento. Al comprender el contenido de los documentos almacenados en la web, la Red incrementará de manera exponencial su capacidad para buscar información, negociarla entre las máquinas y servirla con un elevado grado de intencionalidad. Es decir, podrá mostrar no sólo la información o el conocimiento que solicita el usuario, sino también toda aquella que, aunque no incluida en la demanda, sin embargo quizá sea mucho más específica y a la que se llega por otras vías.
Y viceversa. Por el mismo método, la web semántica también puede detectar dónde existen agujeros de información (demanda sin oferta suficiente) y buscar a quienes podrían rellenar estas lagunas a partir de la experiencia acumulada, de referencias cruzadas e, incluso, de la experiencia exhibida en el uso de la lengua. Dadas estas características de base, no es de extrañar que Berners-Lee esté convencido de que «si está correctamente diseñada, la web semántica puede ayudar a la evolución del conocimiento humano en general». Su idea original de la web como una red de inteligencia distribuida, en la que máquinas y humanos cooperaban para mejorar la comunicación, se acerca por esta vía a los objetivos que se fueron quedando por el camino debido a las limitaciones técnicas de la época (Berners-Lee dixit).
Ahora bien, y aquí viene la gran pregunta, si la web adquiere la capacidad de obtener un conocimiento semántico del contenido de los documentos que almacena, ¿en qué lengua adquirirá dicha destreza, por decirlo de alguna manera? ¿Qué estructuras semánticas será capaz de discernir? ¿Las de todas las lenguas, o sólo las del inglés? ¿Cuál será el calendario para ir incorporando todas las lenguas a las nuevas y espectaculares funcionalidades de la web semántica? Según los investigadores que dirigen el proyecto Semantic Web Activity, el nuevo lenguaje de las máquinas, denominado DARPA Agent Markup Language (DAML),5 permitirá crear estructuras de información comprensibles para las máquinas independientemente de la lengua de origen. Pero ese es un objetivo a largo plazo (sea lo que sea lo que esto quiere decir en la era de Internet). En otras palabras, durante unos cuantos años, la web tendrá no sólo una inclinación hacia el inglés porque ésa será la lengua que entenderá mejor, sino que sus funcionalidades simplemente serán tan devastadoras que todo lo dicho hasta ahora sobre lenguas globales y lenguas locales, así como sobre políticas lingüísticas en la Red, habrá que pasarlo por el fino tamiz de la web semántica y examinar con cuidado qué es lo que nos queda en la mano.