Posiblemente el objetivo, o en todo caso, la consecuencia de estos congresos de la Lengua (de los cuales estamos celebrando, quizá sea mejor decir elaborando, el segundo) será saltar las bardas de ese cauce en el que España había vivido orgullosamente con amor y devoción hacia su lengua, pero tal vez contribuyendo inconscientemente al deterioro de su idioma. Creo que los españoles debemos estar satisfechos de que por cada uno de nosotros haya otros nueve seres humanos con los que podemos dialogar y entendernos perfectamente; pero tenemos también que aprender la lección de humildad de que a una riqueza compartida de esa manera no la podamos llamar sólo nuestra, sino darnos cuenta de que esa posesión plena está repartida por cuatrocientos millones de personas.
Hace tiempo venía batallando por esta idea Manuel Alvar, el gran académico recientemente fallecido. Como homenaje a su memoria, recordemos sus palabras que podemos hacer nuestras: «Todos los pueblos hispanohablantes somos dueños de nuestro idioma en la misma medida. No hay un español mejor que otro».
Esto es válido para cualquier aspecto del español, pero si nos ceñimos, como corresponde a la parcela de trabajo que nos une a todos los que nos congregamos en este panel de la prensa en español, puede que sea especialmente necesaria la consideración de que tenemos en las manos un poderoso instrumento de trabajo que bien utilizado puede proporcionarnos dos inmensos logros: por una parte, el de beneficiarnos de un mismo idioma para bien de la información y la opinión; por otro, la gran oportunidad de apoyar, sustentar y defender eso que llamamos la cultura iberoamericana y que como tal figura en el encabezamiento de este panel y lógicamente ha de centrar nuestras conversaciones. Como ustedes saben, otros compañeros nuestros en el uso de la lengua, en la profesión periodística en su forma de prensa escrita y en la participación en este congreso, están a estas horas no lejos de nosotros ocupándose de El español en la Sociedad de la Información, en la que no sólo estamos, sino que la estamos configurando y a cuyas circunstancias no podemos ser naturalmente ajenos. Tanto es así que nosotros, los que estamos aquí, tendremos que tener necesariamente presente que nuestro tema es Prensa en español y cultura iberoamericana en la sociedad de la información.
Pero quizá antes de adentrarnos en este tema convendría decir algo sobre quienes vamos a discutirle. No me refiero a los nombres que ya son conocidos como tales nombres y como componentes del panel, sino en función de su presencia aquí y ahora.
Por lo pronto, como es fácil ver, los componentes de este panel en principio estamos divididos en dos por nuestro origen: los representantes de la prensa española y los representantes de la prensa americana.
En un caso y en otro se han tenido en cuenta diarios de gran tirada que suelen coincidir en ser los de mayor influencia social en sus respectivos ámbitos, aunque no sin con el conocimiento de que, por lo que se refiere a la prensa americana, no pueden estar presentes todos los países de habla española y sólo alguno de los más significados.
No es necesario decir que esa representabilidad coincide, y no por casualidad, con la alta categoría personal de quienes la ostentan, tanto en su profesionalidad como en su conocimiento del idioma. Otro tanto puede decirse del panelista que representan a la vez a la Asociación de la Prensa de Madrid y a la enseñanza de los géneros periodísticos en la universidad.
Por lo que se refiere a mi presencia como moderador de este panel estoy obligado a explicar, y me alegro de poder hacerlo, que mi designación por parte de los altos organizadores de este congreso, no es a título personal (aunque considero que mi atención, preocupación y amor por nuestra lengua he procurado que esté presente en toda mi trayectoria profesional, más bien larga) sino por el cargo que actualmente tengo (por elección de mis compañeros), de presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España, máximo organismo asociativo de los periodistas con unos ocho mil asociados, que tiene como uno de los fines cuidar la calidad de la expresión informativa y opinativa en nuestros medios, en definitiva, defender el idioma.
A través de estos panelistas, actores o conocedores de la política lingüística de sus respectivos medios en unos casos, especialistas en el adecuado uso de la lengua en otros, vamos a abordar una serie de cuestiones concretas sobre el empleo del español frente a las influencias ajenas a nuestra lengua y la importancia del periódico como medio educativo y concretamente de la formación del lenguaje, además de otras cuestiones menores, pero no por eso menos importantes.
Todos los componentes de este panel y a quienes representamos sabemos que nuestra lengua común es «una lengua de cultura y comunicaciones universales» como escribía no hace mucho la ministra española de Educación, por que es lengua que tiene capacidad «para la mezcla y la síntesis de otras lenguas y dialectos, la vocación de comunicar y unir a las gentes», y esto lo lleva a cabo, añadiríamos nosotros, de una manera especial a través de los medios llamados precisamente de comunicación que apoyan y a veces promueven las grandes expectativas de crecimiento del español «que se localizan en los Estados Unidos, debido al crecimiento de la comunidad hispana y al apoyo de esta al español». Algo parecido puede ocurrir en Brasil, «donde el español va camino de convertirse en la segunda lengua del país». Estos datos vienen a dar mayor validez a la recomendación del fallecido maestro Lapesa recordando que los españoles somos coadministradores y los dueños del idioma, cuya base esencial de expansión está en Iberoamérica. Pensemos que es de allí, desde donde ha empezado a penetrar en China y otros países de Extremo Oriente y donde se localiza, con diferencia, su más importante potencial de crecimiento, como ha reconocido la ministra Del Castillo.
Pues bien, si como queda dicho, es objetivo de este congreso el encontrar en la unión de los afanes una fuerza común para la defensa del español, parece que deba ser espejo de este panel buscar los caminos para encontrar el denominador común del español en los periódicos compatible con el respeto a la calidad de los veinte países que componen la comunidad iberoamericana, pero aprovechando esa unidad diferenciada todo lo posible acumulando ventajas sobre quienes hacemos la prensa escrita en un mismo idioma.
Cohesión es una palabra que debe estar presente en las conversaciones de esta tarde, por que como escribió, según hemos dicho, el académico Gregorio Salvador, acaso sea ésta, «la indudable cohesión», «la característica esencial de nuestra lengua, tan extendida geográficamente, hablada por gentes tan diversas». Y puntualizaba Salvador: «hablo de cohesión en su más estricto sentido físico, el de la unión íntima entre las moléculas de un cuerpo y fuerza de atracción que las mantiene unidas, que así define la voz el Diccionario de la Real Academia Española». Y si el ya citado, y recientemente fallecido académico Manuel Alvar, ha dicho que si «en la ortografía que es lo más fosilizado, lo más estable de nuestra lengua, hay un acuerdo de 21 países es por que hay una convivencia. Nos conviene hablar de la misma forma para no fragmentar el idioma». Es decir, que es bueno que esta misma convivencia, esta cohesión, la apliquemos a otros aspectos del uso del idioma. Y uno de esos aspectos puede ser el español de los periódicos.
Fernando R. Lafuente, hasta hace poco director del Instituto Cervantes, excelente periodista que, como tal, al dejar el cargo ha pasado a dirigir el área de cultura del diario ABC, de Madrid, tiene escrito que «las proyecciones más prudentes prevén que en el año 2050 habrá alrededor de 550 millones de hablantes de español sólo en los países donde es lengua oficial. Quedan fuera, por tanto, los hispanos de Estados Unidos y quienes lo hablan como segunda o tercera lengua, lo que incrementaría notablemente su número. Que el español se convierta en una de las dos grandes lenguas de comunicación internacional es el gran reto que ahora debe afrontar. Hay ya mucho camino andado: el peso demográfico, la homogeneidad lingüística —dentro de esa extraordinaria y fertilísima diversidad— y el que se trate de una gran lengua de cultura contribuyen decisivamente a alcanzar el objetivo».
Pero R. Lafuente insiste en un aspecto: «la importancia decisiva de Iberoamérica —donde es necesario repetirlo una y otra vez— viven nueve de cada diez hispanohablantes. Por ello, la consolidación de la democracia, el desarrollo económico y la apertura de mercados de las naciones iberoamericanas, son claves para la expansión del español en el mundo, y de manera especial en la sociedad de la información. La mejor estrategia posible pasa, pues, por la colaboración de la veintena de países hispanohablantes en todos los campos. Es decir, ni un paso sin Iberoamérica».
Hasta aquí Rodríguez Lafuente. «Ni un paso sin Iberoamérica», tampoco en periodismo. Acaba de ser citada la Sociedad de Información que es tema en el otro panel de la prensa en español, pero que no puede estar ajeno del nuestro. Por que esa cultura iberoamericana exige antes que nada una presencia destacada en la sociedad de información.
Y toda esta fuerza de la lengua española, y sobre todo la conciencia de que existe esa fuerza, sería inútil sino se aprovechase para fortalecer y defender la propia lengua. Puede que sea demasiado ambicioso, pero no disparatado, pensar en proponer, organizar o institucionalizar encuentros o entidades que establezcan de una manera permanente la comunidad de los orígenes de expresión escrita en español; pero desde luego no está fuera de las posibilidades el que de este congreso salga el acuerdo de emprender acciones comunes.
Estas acciones comunes, deben figurar en nuestras preocupaciones. No para imponerlas sino para fomentarlas. El actual director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, en la presentación de este congreso, se refería categóricamente a la existencia de «un español multipolar, que nos hace tener la conciencia de que hoy en día no es un patrimonio de España que compartimos con superioridad con otros países, sino que lo compartimos en condiciones de igualdad». Y en ese mismo acto, con un lenguaje actualísimo, el ministro español de Asuntos Exteriores, Piqué, habló de la globalización del español como creación de riqueza y «herramienta de desarrollo económico». Está claro que en esta hora de la globalización este congreso ha de ser punto de arranque de una globalización de los medios de comunicación y muy particularmente de la prensa escrita, globalización en la que ya no cabe hablar de un mejor español. «Ninguna variedad donde pueda arrogarse la excelencia de una lengua de relaciones internacionales como atractivo», como ha dicho Jon Juaristi, director del Instituto Cervantes, y uno de los directivos máximos de este segundo Congreso. Precisamente ese uso de una lengua de relación internacional es la que ejercen los diarios aquí representados. Ninguno de ellos puede o debe alardear de esa superioridad en el uso del español aunque todos deberán afanarse por alcanzarla. El anterior director del Instituto Cervantes, ya citado, Fernando R. Lafuente, dice a propósito de esto: «Hoy la lengua crece cuando la información la hace. Y este congreso impulsará, de manera especial a través de las industrias culturales, una presencia más destacada del español en la Sociedad de la Información».
Cuanto se diga del español en general, tiene su repercusión aplicado a la información en español. La información, pero también la opinión. En la forma y en el fondo; como ha dicho el catedrático Juan Carlos Mainer, «los columnistas de prensa son los ensayistas de hoy, y lo han sido siempre de algún modo».
Una de las oportunidades de hacer una labor común en defensa del español es la de defenderse de los ataques de otras lenguas, las que se han llamado invasoras, por su afán de ganar el terreno a la nuestra desde la proximidad geográfica o de la superioridad política y económica. Me refiero, como es fácil de suponer, a la manera de contrarrestar la injerencia de vocablos foráneos, no cuando vienen a cubrir el vacío que pueda haber en nuestro idioma, originado por los avances técnicos o los cambios de usos y costumbres que se deriven de ellos o son fruto de las nuevas corrientes sociales. En esos casos no debemos ser chauvinistas y empeñarnos en inventar palabras si otros ya las han inventado, que el español tiene un pasado en que se ha enriquecido con vocablos de otras lenguas que han acabado en nuestro diccionario, como palabras españolas están en otras lexicografías ajenas. Estoy pensando en esas expresiones —palabras y formas— nuestras y bien válidas que han sido desplazadas por otras extrañas sin más méritos que los de estar de moda, una moda impuesta por países que consideramos superiores. Por supuesto, estoy refiriéndome sobre todo al inglés (como en otro tiempo ocurrió, por razones semejantes con el francés), ante el que sentimos una especie de «complejo de inferioridad», que en cuestiones lingüísticas está plenamente injustificado. Esto es así y esto es algo que debe ser considerado y si es preciso combatido. Un periodista especializado en estas cuestiones y aplicado especialmente a la corrección estilística ha escrito que «la situación va empeorando; vivimos rodeados de cultura inglesa e identificamos esa realidad envolvente con una supuesta superioridad».
Otro problema, si se permite esta palabra, en lo que podríamos llamar el español de los periódicos es el de las diferencias entre los españoles de los veinte países que componen la comunidad iberoamericana, al menos de las diversas áreas donde el español se habla —y se escribe en los periódicos— con variantes significaciones, aunque estas no llegan a lo ortográfico donde se mantiene la unidad normativa, que es prueba de unanimidad y respeto mutuo sin afán de superioridades. Y si en la ortografía se han superado las diferencias, como antes decíamos, también en lo conceptual puede alcanzarse algún acuerdo que evite la fractura del idioma sin eliminar las múltiples diferencias de expresión que caracterizan a nuestros vecinos del español. Es posible que algo tengamos que decir sobre esto.
Pero, por supuesto, yo preferiría que además de las acciones defensoras, como cerrar el paso la invasión extranjera o reducir diferencias, nos volcásemos especialmente en las acciones positivas de aprovechamiento de nuestra unidad. Si cada uno de nuestros medios está apoyando una cultura común, la cultura iberoamericana ¿no habría más medios comunes para fortalecer ese apoyo?
Ya sé que entre nosotros está una poderosa agencia informativa. Aunque sí habría que contar siempre con esta red ya establecida, cuya eficacia se demuestra cada día, pero no es esto a lo que yo me refiero, sino a los organismos o instituciones que puedan hacer permanentes, si no los contactos, sí la posibilidad de establecerlos entre los grandes medios de nuestra área idiomática. Volviendo a lo que he dicho en otro lugar, no se trata de deshacer sino edificar de nuevo; no es cuestión de buscar diferencias sino de evitar que estas aumenten a la hora imparable del crecimiento de nuestro léxico, de lo que es ejemplo clarísimo la ampliación obligada del vocabulario tecnológico al ritmo de los inventos de cada día.
Uno de los últimos artículos del doctor Manuel Alvar, titulado «Palabras sobre la lengua», es precisamente un clamor ante los peligros que para el idioma surge cuando «estamos inmersos en el mundo de los medios de comunicación y sobre nosotros vuelan, como las serpentinas en uno baile de carnaval, miles y miles de posibilidades de información. Ahora más que nunca, necesitamos inteligencia para saber seleccionar y no quedarnos impávidos como las máscaras en la danza».
Pero si esta llamada de Alvar «a la conciencia colectiva» se refiere sobre todo a la unidad de normas en la forma (desde la lexicografía y la ortografía hasta la síntesis), también hay que hacer algo en la cuestión de criterios (más que reglas o preceptos) en el fondo y en eso que los periodistas llamamos el estilo (por supuesto indefinible) y en los denominados géneros de redacción que se estudian en nuestras universidades, y todavía ir más allá, en el término de nuestras conclusiones, al pensar en la comunidad posible, si es que lo es, de los contenidos de fondo. Lo que traducido a la expresión concreta quiere decir que podemos o no pensar en compartir un tesoro. Me refiero aquí a llevar a cabo campañas comunes en aquellas cuestiones que puedan afectar a todos, empezando por la creación y defensa de esa cultura Iberoamericana que nos une y, en especial, por el cuidado del idioma español que es su sustento; el apoyo o ayuda, si llega el caso, a la prensa escrita en español de cualquier ámbito, al conocimiento del editor de esa prensa, bien a través de sus asociaciones o directamente de sus órganos de expresión incluso a la facilidad de reproducir originales de alguno de sus periódicos en otros, lo que podrá ser una ayuda para los periódicos más débiles en sus contenidos desde los periódicos más fuertes y poderosos. Pensemos que más allá de los rotativos punteros que aquí están representados en cada uno de los países que forman la comunidad iberoamericana hay multitud de diarios y revistas que se mantienen con dificultad y se defienden de la competencia de las otras lenguas y a la vez de las nuevas tecnologías.
Todavía hay otras cuestiones en torno a las cuales seguramente tendremos que pronunciarnos los componentes de este panel. Una de ellas, precisamente la convivencia con otras lenguas hermanas, sea en el caso de España con las lenguas oficiales del Estado español, sea en el caso de América con las lenguas autóctonas americanas, cuya presencia y alternancia con el español es mucho mayor de lo que a veces se cree desde España. Esta supervivencia de hablas indígenas derriba la teoría del español impuesto y confirma el que los mismos españoles fueron a enseñar la fe no a enseñar un idioma y para conseguir aquello lo primero que hicieron fue aprender el idioma de los naturales. La gran expansión del español en América llega más en la época de la independencia que en la de la conquista. «Lengua de ideales democráticos que hace suya una emigración variopinta: eso son los pilares del español americano», ha dicho Juan R. Lodares. Y en esta teoría cobra la mayor importancia la prensa de los nuevos países, en cuyo nacimiento tuvieron especialmente gran parte los periódicos. Pero, sin embargo, no hay que olvidar que esas lenguas menores no pueden ser olvidadas totalmente ni tampoco menospreciadas.
Uno de sus defensores Antoni Puigverd ha escrito: «En la variedad ha estado siempre el gusto. Se trata de comunicarse, es decir, de dominar muchas lenguas. Alguna será —¿por qué no?— autopistas planetarias. No tienen por qué ser incompatibles con los senderos o las carreteras secundarias. En este campo como en el de la naturaleza, el combate está entre la simplificación y complejidad. Lo simple es la hamburguesa lingüística. Lo complejo es más caro, más difícil de guisar, pero también más sabroso, sutil y divertido, tan fielmente humano». Una teoría digna de tener en cuenta aunque quizá más aplicable en la vida diaria, incluida la vida cultural, que a sus órganos de expresión definitiva y opinante que llamamos prensa.
Quizá en este capítulo haya que tener en cuenta una importante área del continente americano en la que el español convive con la lengua hermana en origen, el portugués, que es idioma de la república brasileña en la que el español, en continuo ascenso, es la segunda lengua. Debe estar lejos de nosotros intentar desbancar a otro idioma y menos a uno que tiene nuestras mismas raíces, pero sí debemos estar atentos al fenómeno con el cuidado que deban tener todos lo medios de comunicación en español hacia aquellas zonas en las que, aunque sea minoritariamente, se hablan nuestra propia lengua. Procurar, no por la fuerza sino por la autoridad del desarrollo cultural, el mantenimiento de nuestro idioma.
Por último, y aunque parece que se escapa del ámbito que se ha asignado a nuestro panel, y aunque pueda estar tocado el tema en otras secciones de este congreso, creo que es obligada la referencia a los reductos en los que el español sobrevive a la historia y a lo que podríamos llamar la presencia política de España, como son los casos del norte de África, Filipinas o Israel (sefarditas), o como ocurre también de forma diferente en Guinea Ecuatorial, colonia todavía reciente y hoy estado independiente en el que sigue siendo el español idioma oficial, pero amenazado. Pero, sin embargo, es la geografía la que imponiéndose a la historia nos obliga a dejar fuera esos lugares de Asia y África, y en este panel nos ocupamos preferentemente de los que a un lado y otro del Atlántico formamos parte de lo que hemos venido a llamar cultura iberoamericana, que en la actualidad tiene o pretende tener uno de sus apoyos en la prensa escrita en español.
Son provincias de lo que, con acierto y con belleza ha llamado Uslar Pietri, el «Reino de Cervantes» en el que nuestra lengua tan extendida geográficamente, «hablada por gentes tan diversas», como dice Gregorio Salvador, tiene también como uno de sus empeños unos fines menos heroicos, a veces, en la prensa escrita en español. Son partes, pues, de esa cultura iberoamericana que es preocupación general de este panel.
Finalmente, ya en el terreno de los acuerdos concretos y, si se me permite el vocablo, funcionariales, creo que será importante que no nos levantemos de esta mesa sin dejar sentado o iniciado un principio para dar continuidad a nuestra tarea para mantener la relación entre los grandes medios informativos de la prensa escrita, incluidas, por supuesto, las agencias y las asociaciones o federaciones de profesionales del periodismo expresado en español, para hacer efectivas las conclusiones que se aprueben en esta mesa y prosperen en este congreso, y que haga más entrañable y más cordial, pero también más positiva y efectiva esta reunión de hoy. Afecto y efectos, que sin ser un juego de palabras (aunque nadie con más derechos que nosotros y aquí a jugar con las palabras) sean una realidad a favor de la cultura iberoamericana y a través de la prensa escrita y leída en español.
Nota. Todas las referencias textuales que figuran en el anterior escrito están tomadas de la prensa en coherencia de la importancia y la presencia de estas en los temas culturales.