Considero preciosa esta oportunidad que la Real Academia española y el Instituto Cervantes nos brindan a los cineastas para que se hablemos de la importancia de nuestro trabajo. Yo considero que el cine en español desborda el ámbito cinematográfico y que no solo es un ejercicio artístico, es además una forma de reafirmar nuestras identidades y de crear cultura, cultura en español.
Un antiguo proverbio japonés dice que cultura es lo que nos queda cuando todo lo demás se olvida y Ortega y Gasset ya advertía que toda la cultura de un país puede desaparecer por un minúsculo agujero. Y nuestro agujero, para hablar solo del cine, no es propiamente pequeño.
Cuando vemos las cifras que nos hablan del cine que ven los hispanohablantes no podemos menos que estremecernos. El 90 % son doblajes o traducciones, con frecuencia malas, de películas originalmente habladas en inglés. El 90 % de cine extranjero contra menos del 10 % de cine filmado originalmente en español, es sin duda una cifra desproporcionada, pero estamos tan acostumbrados a soportar el yugo audiovisual extranjero que nos hemos habituado a ella; por lo demás, no es reciente, hace muchísimos años que esa proporción crece en forma inversa a nuestros intereses.
Me gustaría imaginar un escenario dramático. Un día cualquiera entramos a una librería en cualquier ciudad de habla hispana y empezamos a constatar que el 90 % de los libros en venta son traducciones de obras escritas en inglés. Aun si fueran únicamente traducciones de maravillosos libros en inglés la perplejidad daría paso a la indignación. Y sin embargo esta situación es un hecho cotidiano que se repite 5 veces por día en cada una de las ciudades de habla hispana del mundo.
¿Que pasará el día en que a la literatura en español le suceda lo que actualmente le ocurre al cine en español? ¿Para que querríamos un idioma si no nos sirve para generar nuestra propia cultura?
Y es que el peligro de vivir una cultura traducida ya no es un temor injustificado y los que nos interesamos por nuestra lengua, no podemos perder de vista la importancia de la existencia de un cine en español, que no solo transmite nuestra cultura, nuestra idiosincrasia y nuestra identidad, también transmite nuestro idioma.
El cine en español es además de un inmenso vivero de nuestro idioma, una fuente gigantesca de cultura, un inmenso crisol donde se funden armoniosamente la literatura, la música, la arquitectura, la danza y en fin, todas las artes que forman parte de nuestra cultura.
El cine es además la punta de lanza de la industria audiovisual mundial que a su vez es una gran generadora de riqueza y de empleo. En Estados Unidos, además de ser considerado estratégico, el sector audiovisual y sus derivados contemporáneos, ligados a las nuevas tecnologías informáticas, son hoy los que mayor saldo positivo aporta al comercio estadounidense. Esto no siempre es producto de la calidad de sus películas. De lo contrario no se explicarían prácticas tan ilegales de las majors, que colapsan las salas de cine imponiéndoles a los distribuidores un lote de películas mediocres a cambio de permitirles llevar a las pantallas los éxitos de la temporada. Ni se sacarían de las salas, como suele ocurrir, películas latinoamericanas y europeas de indiscutible éxito, para garantizar la entrada en pantalla de las producciones norteamericanas.
En la reunión que en sostuvimos en mayo de este año los cineastas iberoamericanos en La Habana con miras a la creación de una Comisión del Audiovisual Latino, todos coincidimos en una serie de conclusiones en torno a la necesidad de defender nuestro cine en español que me gustaría citar:
Abrir las puertas a todas las cinematografías del mundo se hace irrenunciable. La democratización de la Cultura Audiovisual se vuelve indispensable. El mundo latino, dadas sus raíces, está unido por razones históricas y culturales. En Europa han sido justamente países latinos como España, Italia y Francia, quienes más consecuentes han llevado a cabo sus esfuerzos para el fomento y promoción y defensa del cine europeo. La propia realidad cultural reclama la unión de los cineastas de esos países con los de América Latina. El cine europeo que se ve tan poco en Europa como el latinoamericano en América Latina puede y debe aspirar a que no sólo el europeo se vea en Europa sino también en América Latina y viceversa.
La Federación Europea de Realizadores Audiovisuales, FERA, precisa que la Unión Europea produce 635 largometrajes anuales frente a los 442 de Estados Unidos y cuenta con un público potencial de 375 millones de espectadores frente a los 272 del otro lado del Atlántico, y eso se traduce, no obstante, en que el 70,4 % de las entradas vendidas en Europa son para ver una producción americana mientras que en Norteamérica solo un 1 % de las entradas corresponde a producciones europeas. El resultado es que el déficit de la balanza comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos es, solo referido a programas audiovisuales, de 6 600 millones de dólares. El sector audiovisual y sus derivados contemporáneos, ligados a las nuevas tecnologías informáticas, es hoy el que mayor saldo positivo aporta al comercio estadounidense.
Así como los europeos, los cineastas latinoamericanos no hemos dejado de luchar por terminar con estas aberrantes condiciones, pero hoy es más evidente que nunca que no es sólo el cine latinoamericano y caribeño el excluido. Hoy también padece de la misma marginación el cine europeo. Ya no son solamente nuestras cinematografías incipientes, hoy las víctimas también son las cinematografías que tienen un lugar por derecho propio en la Historia del Cine, cinematografías que han enriquecido la Cultura Universal».
¿Qué razones, que no sean las de la manipulación más abyecta del dinero, pueden justificar unas leyes de mercado que impiden la diversidad, que se oponen a una libertad donde el espectador tenga garantizado su derecho a elegir? Porque la libertad de expresión no se refiere exclusivamente a decir lo que pensamos, también necesitamos tener derecho a saber lo que piensan los demás. Nuestros públicos tienen derecho a ver el cine que se produce en todo el mundo y no solo en latitudes privilegiadas.
Las sociedades, al igual que las corporaciones están obligadas a crear la gente necesaria para garantizar su existencia. En la sociedad política actual, dominada por las corporaciones de todo tipo, los lobbies que ellas ejercen son la principal herramienta para imponer cultura. Esas corporaciones están dispuestas a poner todos los obstáculos que sean necesarios para evitar que sus intereses sean obstaculizados y dedican esfuerzos gigantescos para evitar que fuerzas contrarias a sus intereses se desarrollen y crezcan.
Y para ello no dudan en hacer uso de todo tipo de armas que van desde la competencia desleal hasta la utilización de sus técnicas mafiosas para evitar el desarrollo de su competencia. Y desgraciadamente, nuestro cine, el cine en español, es su competencia.
Podríamos, como esporádicamente proponen algunos distribuidores cinematográficos, en aras de una competencia más justa, rodar nuestras películas en inglés, pero, y sin que ello pueda dejar de ser una opción para competir en los grandes mercados mundiales, considero que no se puede pensar que esa sea una solución.
A principios del xix, los armadores de los grandes veleros holandeses de la época, asustados por la inminente llegada de los barcos a vapor que ponían en peligro su prospero negocio, decidieron apostar por su muy peculiar concepto del desarrollo. Decidieron construir gigantescos veleros, capaces de competir en velocidad con los modernos vapores que estaban empezando a salir al mercado y en lugar de investigar y desarrollarse creativamente se dedicaron a insistir en el modelo conocido, con resultados desastrosos.
Yo creo que en el cine al igual que los holandeses con sus buques, nosotros corremos el peligro de ser contagiados por una enfermedad similar. Cuando veo algunas de las películas que hacemos no puedo evitar pensar que estamos, consciente o inconscientemente repitiendo aquel proceso.
Por ello es fundamental que encontremos fórmulas para desarrollar nuestro propio lenguaje cinematográfico, nuestras propias historias, nuestros propios actores y directores. Y esas fórmulas sin duda pasan por el derecho a la existencia de las cinematografías regionales, porque así como el equilibrio ecológico de nuestro planeta depende de la biodiversidad, la salud de la cultura mundial depende de nuestra capacidad de defender la diversidad cultural.
Pero la avalancha de cine industrial norteamericano copando las pantallas y ejerciendo una competencia que tiene todas las características de ser desleal, hace que el desarrollo de nuestra cinematografía marche a paso de tortuga por un camino minado. La defensa de las pequeñas cinematografías es vital no solo para nuestros países, también lo es para los grandes industriales del cine, que deberían saber que detrás de esas pequeñas industrias pueden estar los futuros genios y creadores del cine del futuro.
Pero no quisiera caer en el pesimismo, si en nuestra literatura no estamos dispuestos a ceder ante el embate de los best sellers norteamericanos, buenos o no, traducidos o no, aburridos o no, tampoco podemos rendirnos ante la fuerza y potencia del cine en inglés, aunque como dicen algunos defensores de aquellas corporaciones que mencionaba al principio, el cine en inglés y sobre todo el rodado en Hollywood sea mejor producido, escrito, dirigido o actuado que el nuestro, lo cual entre otras cosas también es un buen tema de discusión.
Los cineastas nos hemos encontrado siempre en una encrucijada bastante extraña; somos artistas que, por encima de todo, debemos defender nuestra integridad artística, pero simultáneamente debemos cumplir con las exigencias propias de una industria que no responde a las leyes industriales tradicionales. El cineasta es pues una curiosa amalgama de sensibilidad artística y comercial que, para sobrevivir, necesita un hábitat complejo y frágil que en nuestros países solo pueden existir con la colaboración del Estado.
Es triste constatar que el matrimonio entre una forma de arte y un método industrial de producción han hecho tan poco en beneficio del director creativo e independiente. Tal vez por eso, todos los directores creativos prefieren ser independientes y alejarse de la industria.
Pero no quiero especular sobre si la dirección que le ha impuesto al arte cinematográfico el hecho de ser un producto industrial es bueno o no; lo que si quiero reafirmar es la imposibilidad de que esa industria exista sin la complicidad de las instituciones encargadas de vigilar y garantizar la existencia de las empresas industriales.
Los estadounidenses nunca han tenido escrúpulos a la hora de aclarar que producen cine para hacer dinero, pero al mismo tiempo han mantenido la sensatez de su apuesta, y desde mi punto de vista así como en el sistema les funciona a ellos, nosotros tenemos derecho a un sistema que nos funcione a nosotros sin que por ello tengamos que perder las bondades y ventajas de nuestra forma de ver y hacer cine. No porque el fútbol americano sea un buen negocio vamos a dejar de jugar nuestro fútbol y jugar al de ellos.
Y quisiera aquí detenerme unos momentos para hablar de la cinematografía de mi país. A mí me parece conmovedor y emocionante lo que sucede con la producción cinematográfica en Colombia. Un país en guerra, con una gigantesca crisis económica y cultural y sin industria de cine podría justificar su ausencia cinematográfica. Y sin embargo hay una gran cantidad de directores sacando adelante sus proyectos. Proyectos detrás de los cuales abundan las ideas y la destreza profesional. Ya quisiera Hollywood tener directores jóvenes con la frescura y el espíritu de riesgo de nuestros cineastas.
Lamentablemente el apoyo del Estado en esta tarea es insignificante y a pesar del interés del Ministerio de Cultura de Colombia por apoyar la cinematografía, los recursos que el Estado le dedica a la cultura son no solo insuficientes sino desproporcionados respecto al inmenso presupuesto que se le dedica a la guerra. Una guerra que dicho sea de paso solo podrá terminar cuando los colombianos adoptemos una cultura de paz y tolerancia , fruto de un gigantesco trabajo cultural en el cual los cineastas junto con el resto de los trabajadores de la cultura de nuestro país tendremos responsabilidades y obligaciones que nunca podrán reemplazar las armas ni la intolerancia.
Y hablando de soluciones, estoy convencido de que una verdadera solución tiene que pasar por la aceptación y comprensión de lo que acabo de escribir por todos los involucrados en esta industria, incluyendo los grandes estudios.
Así como la música o la literatura estadounidenses han aceptado y aprendido a convivir con el resto de músicas y literaturas del mundo, el cine debe hacerlo también. Le va su vida en ello, porque la diversidad cultural por que luchamos los artistas de todo el mundo no es un simple caballo de batalla. Así como el equilibrio ecológico de nuestro planeta depende de la biodiversidad, el equilibrio de las culturas del mundo depende de la diversidad cultural.
En mis películas siempre he privilegiado las historias de personas que a pesar de sus diferencias logran tener proyectos comunes. Creo que el cine en español se trata de eso: un proyecto común. Un territorio con 200 millones de personas que hablan, estudian, se divierten y sueñan en español es algo digno de pensar.
Bertrand Russell decía que la primera dictadura que existió en el mundo fue la del dinero, y es probablemente la contradicción entre la cultura y el dinero la causante de las escasas cosechas de cine en español de los últimos años. Y es que si nos detenemos a calcular, las cifras son estremecedoras. Mientras el costo promedio de una película de Hollywood se encuentra hoy en día en los 50 millones de dólares, el costo promedio de una película iberoamericana no supera los 2 millones de dólares.
Resulta evidente deducir lo difícil que es competir con esos presupuestos, si además tenemos en cuenta que un espectador paga por su entrada la misma cifra independientemente del costo total de la película. En otras palabras, un espectador gasta la misma cantidad de dinero por ver una película de 150 millones de dólares que por ver una que ha costado un millón. Una lógica que no funciona en ninguna otra industria; es como si una bicicleta costara lo mismo que una limusina último modelo.
No es posible competir partiendo de estos presupuestos, la dictadura del dinero hay que afrontarla defendiendo una mayor democratización de la cultura y en eso todos tenemos una responsabilidad que no podemos eludir.
Es nuestra obligación influenciar a la gente que esta a nuestro alrededor para que se tomen medidas importantes que permitan que el cine en español sobreviva al acoso de las grandes multinacionales del cine. Ya es hora de que nuestros pueblos, incluyendo la inmensa población hispanohablante de Estados Unidos, vean sus paisajes, sus héroes y sus sueños en las grandes pantallas.