Seguramente es arriesgado afirmar que hay un estilo catalán de hacer periodismo, pero pienso que un examen algo detallado de la trayectoria de esta profesión en Cataluña y también de su probable influencia en el resto de España, nos permite adoptar esta idea como punto de partida.
¿Y en qué consistiría este periodismo catalán o, si lo prefieren, a la catalana? Se trataría, a mi modo de ver, de un ejercicio cotidiano y, por tanto, habitual, del trabajo periodístico siguiendo unas determinadas pautas que algunos estudiosos de la materia, como el catedrático de la Universitat Pompeu Fabra y actual defensor del lector en las páginas de La Vanguardia, Josep María Cassassús, ha resumido en los tres conceptos siguientes:
Primero, una forma específicamente catalana de abordar los problemas de interpretación de la realidad.
Segundo, un ejercicio del periodismo catalán, expresado en lengua castellana, que ha aportado al idioma común estilos y registros propios, que han trascendido el ámbito estrictamente catalán.
La tercera línea característica sería una sensibilidad atenta a los progresos del periodismo en todo el mundo y al aprovechamiento cultural y profesional de los avances tecnológicos, que se ha reflejado en diarios con una fuerte influencia en la opinión pública española.
Más allá del tópico, aquel rasgo que en catalán denominamos seny, y su aplicación al ejercicio de la actividad intelectual, ha determinado de alguna manera la configuración en Cataluña de un estilo característico y específico de periodismo. Y aquí debe precisarse que el seny no es exactamente lo mismo que el sentido común o que el sentido práctico. El seny, según el historiador Jaume Vicens Vives, es «la capacidad para hacerse cargo de situaciones concretas, que se manifiesta en el juicio correcto y en la acción eficaz sobre estas situaciones».
El seny conforma, pues, un talante óptimo para enfrentarse profesionalmente a la descripción, narración e interpretación de la realidad pública actual, que en eso consiste esencialmente el periodismo.
Pero antes que esa trilogía de principios que acabo de enumerar, debe tenerse en cuenta que el ejercicio periodístico, entendido como la comunicación pública de hechos observados en la realidad y su interpretación, basada en los resultados de la interrogación directa de sus causas y sus efectos, coincide con toda una larga tradición del pensamiento general catalán.
«La palabra es dicción sentida», había dicho Ramon Llull como preludio remoto al «elogio de la palabra» del poeta y periodista Joan Maragall. De hecho, el «elogio de la palabra» de Joan Maragall es el manifiesto intelectual que, desde la perspectiva de la teoría de la comunicación en Cataluña, tendería un puente entre las doctrinas hegemónicas de la etapa del periodismo de opinión, dominante en el siglo xix, y las que progresarían en la posterior etapa del periodismo de información, ya entrado el siglo xx.
Epígono de las generaciones de periodistas de finales del siglo xix, dominadas aún por el imperio del periodismo de opinión o ideológico, el mallorquín Miguel de los Santos Oliver, director en la etapa de despegue del diario La Vanguardia, afirmaba que era desvirtuar el «elogio de la palabra» de Maragall si se limitaba su valor al campo de la estética o de la preceptiva literaria.
Para Miguel de los Santos Oliver y para otros continuadores de la línea de pensamiento publicístico de Maragall, el «elogio de la palabra» era una norma de trabajo y de conducta. Miguel de los Santos Oliver es un hito decisivo en la evolución del pensamiento periodístico catalán moderno. Seguidor inmediato de la propuesta comunicativa de Joan Maragall, su pensamiento teórico enlazaba, por otra parte, con la doctrina del periodismo polémico, apologético o propagandístico de Jaime Balmes, Josep Maria Quadrado y Joan Mañé i Flaquer, director durante cuarenta años de Diario de Barcelona.
Una nueva generación de pensadores, la del Noucentisme catalán, que se inspirarían parcialmente en la tradición luliana y que renunciarían a una continuidad rutinaria respecto a las ideas dominantes en el siglo xix, abrió los primeros caminos hacia el pensamiento periodístico moderno, interesado por la actualidad.
En la obra de Eugenio d’Ors (Xènius), el máximo representante del Noucentisme, se recuperan viejas ideas de la antigua tradición catalana sobre la observación de la realidad, pero también surgirían nuevas nociones de carácter innovador.
Así, en 1906, Ors argumenta sobre la «función social de informar» y de la «observación metódica de las palpitaciones del tiempo», y sobre la necesidad de sistematizar una nueva ciencia «natural» de la observación de los hechos, que él denominaba «filosofía del momento histórico». Para d’Ors, aquel que «escucha las palpitaciones del tiempo» es el periodista, en el sentido amplio y moderno del término.
Sería la nueva generación, situada entre las dos grandes guerras mundiales, la de aquellos periodistas que llegarían a su madurez profesional en el decenio de los años 30 (momento de eclosión del periodismo informativo y edad de oro de la prensa), la que marginaría sensiblemente la práctica periodística de creación y de opinión, y entraría definitivamente en el campo específico de la relación de acontecimientos, en la práctica de «escuchar» sobre el terreno las «palpitaciones del tiempo».
En este aspecto, Agustí Calvet (Gaziel) comentaría en 1949, a raíz de valorar las aportaciones de Josep Maria Massip, que en aquel período se había iniciado un estilo de periodismo «llano, claro y concreto», que en el conjunto de España representaba «una novedad excepcional».
Los primeros viajes profesionales al extranjero, la tarea de corresponsal internacional o de enviado especial, es precisamente un rasgo común a las grandes figuras de esta generación periodística catalana, cuya actividad quedaría quebrada a causa de la guerra y de la represión de la posguerra.
Aquélla fue la primera generación de profesionales que modernizó el periodismo catalán y que influyó en el ejercicio informativo en el resto de España. Era una generación cuyos máximos representantes daban muestras de sensibilidad europea, movidos por un concepto de la modernidad profesional, que aplicaban a los modelos de diario y a los géneros periodísticos, que aceptaban con naturalidad las labores anónimas características del entonces incipiente periodismo informativo, o que sacrificaban la vocación inicial de escribir a las exigencias de las responsabilidades de dirección o de organización.
El más representativo de los periodistas de esta etapa histórica renovadora, Josep Pla, dijo que en su generación profesional había «un esfuerzo de modernización que reaccionaba en contra de aquella parte de la tradición literaria que emitía un ruido de ‘huesos de gallina petrificados’», pero que profundizaba en otra vertiente de la tradición literaria que tenía sus raíces en el clasicismo greco-latino.
Decía Pla que esta tradición «nos enseña a escribir una determinada impresión, sentimiento o idea, con la preocupación de la totalidad del objeto y a la vez con la menor cantidad posible de palabras, con la mayor claridad, precisión y sobriedad».
Esta preocupación por el estilo de redacción claro, conciso, austero, preciso y sobrio, inspirado en la tradición clásica greco-latina, pero recuperado a comienzos del siglo xx por la cultura periodística anglosajona, dominaba en las grandes figuras de la generación de entreguerras.
Los dos periodistas catalanes, con proyección española, más representativos de esta renovación que emerge en aquella etapa de entreguerras, Josep Pla y Gaziel, ejercieron su oficio informativo de acuerdo con estos principios. Pla aplica a su prosa un tratamiento radicalmente simplificado, depurado, preciso, directo, coloquial. Gaziel escribe de manera fluida, clara, inteligible, quizá menos distanciada que su compañero de tendencia periodística.
La obsesión por escribir bien, con claridad y propiedad, no era, sin embargo, privativa de esta generación. Entre los periodistas más responsables e inquietos de las promociones que protagonizarían la ardua recuperación de la dignidad profesional después de la guerra del 36 se manifiesta también el afán por la expresión pulcra, austera, correcta, dotada de gran fuerza comunicativa.
No es únicamente la preocupación planiana dirigida a escribir de una manera concisa e inteligible. También lo es, en principio, simplemente la preocupación orientada al objetivo de escribir bien. En 1915, Eugeni d’Ors (Xènius) terminaba con las siguientes palabras un artículo titulado «Redactar»: «Sería útil una propaganda de la máxima del Enciclopedista: “La ciencia no es otra cosa que un lenguaje bien hecho”. Sería útil que en las escuelas, antes de entregarse a otros métodos novísimos, de efecto tal vez un poco arriesgado, se pasase, por lo menos, por un período de ensayo de la buena vieja moda francesa, la que consiste en dar central importancia a la educación y perfeccionamiento de la aptitud de redactar. Redactar, redactar, redactar: de ahí vienen después privilegios y primacías. La aristocracia, el dominio de la ciencia francesa, el secreto de su universalidad están ahí: en su secular y segura superioridad de ‘redacción’».
En este período decisivo de un periodismo catalán más exigente que tiene en lengua castellana una proyección positiva en el resto de España destacan también tres líneas de experiencias específicas.
La primera, en la transición del siglo xix al siglo xx, son unos episodios profesionales relevantes en el campo del denominado entonces periodismo de defensa, episodios que guardan paralelismos con tendencias del periodismo europeo de primera línea.
La segunda, ya en los años de la Segunda República española, es alguna muestra antológica de lo que años más tarde se denominaría periodismo de investigación.
La tercera, son observaciones y reflexiones, que en algunos trabajos de los periodistas catalanes de esta generación apuntan a un interés especial por los progresos técnicos aplicados al periodismo y a la comunicación.
Respecto a la primera línea señalada de aportaciones, destaca el ciclo de tres memorables artículos que escribió el poeta y periodista Joan Maragall a raíz de la Semana Trágica (1909). Son los titulados «Ah! Barcelona…», «L’església cremada» y «La ciutat del perdó». Este último, cuya publicación fue vetada por Enric Prat de la Riba, a la sazón director del diario La Veu de Catalunya, es una defensa magistralmente argumentada de Ferrer i Guàrdia, acusado de instigar la violencia desatada en Barcelona durante aquella semana de 1909.
Recordemos, por cierto, que once años antes, en 1898, el novelista y escritor francés Émile Zola había elevado un gran monumento periodístico en esta modalidad, entonces dominante en la prensa europea, con el famoso artículo «J’accusse…!», pieza articulística dotada de una arquitectura argumentativa impecable.
Es significativo que en aquel período situado a caballo de dos siglos, a ambos lados de los Pirineos se dieran muestras relevantes de periodismo de defensa, una modalidad periodística tan representativa del período del periodismo doctrinal que entonces había llegado a su etapa culminante.
En el campo del periodismo de investigación y de denuncia destaca en aquellos años la serie escrita por un jovencísimo Carles Sentís, actual consejero de dirección de La Vanguardia, sobre los viajes clandestinos de autocares que trasladaban trabajadores desde Murcia hasta Barcelona. ¡¡Qué asunto tan de actualidad, por cierto, ahora que la inmigración, en este caso venida de fuera de nuestras fronteras, vuelve a poner la cuestión en las primeras páginas de nuestros diarios!!
Sentís realizó los reportajes sin revelar su condición de periodista, con el fin de experimentar directamente los riesgos y penalidades de un viaje en el «transmiseriano», nombre con el que popularizó aquella serie basada en unas técnicas periodísticas de investigación directa, que Günter Wallraff también utilizaría muchos años más tarde, hacia 1986, para escribir su famoso libro Cabeza de turco sobre el trato que entonces recibían los emigrantes turcos en Alemania.
Respecto a la influencia de los avances tecnológicos y profesionales de la comunicación social en las aportaciones catalanas al periodismo español, cabe señalar dos observaciones particulares, pero relativamente coincidentes, en la obra de Eugeni d’Ors i de Josep Pla.
En efecto, existe en estos dos autores una preocupación sociológica, culta, intelectual, por los efectos de los nuevos medios de comunicación audiovisuales en la conciencia del individuo de nuestros días y en la articulación de las sociedades modernas.
En el caso de Pla, sobre todo, se manifiesta una voluntad de entender los nuevos avances como un fenómeno total en el que deben estudiarse, por ejemplo, las interrelaciones entre la democratización del automóvil, la vulgarización del cine, la popularización de la televisión y la incorporación del teléfono a la vida familiar.
Cabe destacar respecto a esta evolución del pensamiento periodístico catalán, en relación con las consecuencias y el alcance social de las nuevas tecnologías de la comunicación, que existió una preocupación precoz en esta materia, que se anticipaba incluso al crecimiento que más tarde experimentaría esta parcela específica de las funciones comunicacionales, como queda de manifiesto en la obra de Eugeni d’Ors, y en el interés permanente que puede observarse en las diversas etapas generacionales a través de la obra y la doctrina de Gaziel, de las ideas de Josep Pla y, después del enorme corte generacional provocado por la guerra civil del 36, de las ideas de Manuel Ibáñez Escofet, que fue director de El Correo Catalán y director adjunto de La Vanguardia, y de las más recientes promociones profesionales.
Un rasgo particular en la historia de las aportaciones catalanas al conjunto del periodismo español es el del predominio de la crónica como género peculiar.
Serían los periodistas de la generación de entreguerras, la primera generación moderna de periodistas catalanes, los que darían un fuerte impulso a la recuperación de la crónica como género hegemónico en la práctica profesional contemporánea.
Esta circunstancia provocaría, precisamente, que en la citada generación se apreciasen elementos de modernidad. Relacionada, de hecho, con la tradición histórica catalana y con los antecedentes incipientes del siglo xix, la crónica periodística actual es un género propio de la última etapa consolidada de evolución del periodismo, la que corresponde al denominado periodismo de explicación o informativo-interpretativo.
La crónica periodística significa, de hecho, una profundización en los métodos y los propósitos de la etapa anterior, la del periodismo estrictamente informativo, centrado en la preeminencia de la noticia. Manuel Brunet, Josep Maria Massip, Eugeni Xammar, pero sobre todo Josep Pla y Gaziel (Agustí Calvet) son los grandes cronistas catalanes contemporáneos.
Es una cualidad que también se aprecia en la obra periodística de otras personalidades de esta generación como Joan Crexells y Josep Maria de Sagarra, en su condición de corresponsales en Berlín, el segundo contratado por El Sol, de Madrid. Las crónicas de corresponsal de guerra enviadas desde París, a partir del año 1914, consagrarían a Gaziel como uno de los primeros periodistas catalanes con proyección general española.
Gaziel era un profesional que daba continuidad, en cierto modo, a la tradición de los grandes informadores de guerra que en etapas anteriores habían representado Víctor Balaguer en la guerra italo-austriaca (1859), Nilo Fabra en los conflictos austro-prusiano (1866) y franco-prusiano (1870), y Saturnino Ximénez en la guerra ruso-turca (1877), dotando a la crónica de un prestigio y de una popularidad sin precedentes, atribuibles en gran parte a su tono innovador y moderno.
Como ha señalado el historiador Josep Benet, hablando de Gaziel como corresponsal de La Vanguardia en París, durante la primera gran guerra, «esta corresponsalía, además, le consagraría como un gran periodista, de los más leídos en la Península e incluso en tierras de América Latina».
Desde el punto de vista de la técnica redaccional es el cultivo de la crónica —género que enlaza con una lejana tradición historiográfica catalana— el rasgo más representativo de la generación de entreguerras y el que más influyó en las generaciones profesionales posteriores.
De entre estos rasgos, algunos encontrarían una relativa continuidad en las etapas posteriores, en la posguerra española, como es, por ejemplo, la práctica de corresponsal en el extranjero, en el caso de Carles Sentís (ABC y en La Vanguardia), Josep Manyé —«Jorge Marín»— (en Destino y en los programas en español de la BBC de Londres) y de Josep Maria Massip (en ABC y en Diario de Barcelona).
Pero la hegemonía de los grandes cronistas —principalmente corresponsales y enviados especiales— en la anterior generación, la de entreguerras, supuso en aquellos decenios decisivos de nuestro siglo la introducción de elementos de modernidad en la práctica dominante dentro de la profesión periodística, en contraposición al predominio anterior de los articulistas.
Las aportaciones catalanas al periodismo en castellano encontrarían su plataforma más específica en la gran prensa editada en Barcelona en lengua castellana, prensa que arrancaría con fuerza desde mediados del siglo xix.
El diario hegemónico durante aquel siglo sería el Diario de Barcelona o Brusi (nombre popular que recibió y que se basa en el apellido de los propietarios, que lo situaron en primera línea de la prensa española con la colaboración decisiva de Joan Mañé i Flaquer, periodista que lo dirigió durante los últimos cuarenta años del siglo xix).
Durante un largo período de aquel siglo, Diario de Barcelona fue una excepción en la proyección y la influencia en el conjunto de España de la prensa realizada en Barcelona. No tenía parangón en la prensa catalana del siglo xix.
Es hacia finales del siglo xix, en la era de la Restauración, cuando enraízan y se expansionan las grandes cabeceras: El Correo Catalán, en 1876; La Vanguardia, en 1881; El Noticiero Universal, en 1888.
Con la dirección del periodista andaluz Modesto Sánchez Ortiz, asesorado activamente por el catalán Josep Sardà, y bajo la batuta empresarial de la familia Godó, La Vanguardia, a principios del siglo xx, arrancaría la primacía en difusión y prestigio que había mantenido Diario de Barcelona en el siglo anterior. El siglo xx sería el siglo de hegemonía de La Vanguardia en el universo periodístico catalán.
Es gracias a la fuerza de los diarios editados en Barcelona en lengua castellana, que la obra de muchos periodistas catalanes trascendería hacia el conjunto de España. Algunos de los más destacados, como Joan Mañé i Flaquer, Joan Maragall, Miquel dels Sants Oliver, Gabriel Alomar, Gaziel, o Josep Pla, por citar sólo a clásicos que han inscrito su nombre en la historia, tienen en castellano una obra importante, extensa, sólida, reunida en libros o desperdigada aún en las colecciones de hemeroteca, obra muy a menudo más voluminosa que en lengua catalana.
Joan Mañé i Flaquer, desde la tribuna formidable del Diario de Barcelona, inicia esta escuela periodística de servicio a los sectores sociales dominantes en cada etapa histórica de recuperación cultural y cívica. La influencia de Mañé sobre la generación posterior de periodistas formados en su diario es innegable. Por encima de todos destacó, sin embargo, Joan Maragall. El Maragall periodista no puede comprenderse en toda su complejidad si se hace abstracción de su aprendizaje profesional al lado de Mañé i Flaquer, auténtico oráculo de la burguesía ilustrada catalana de la segunda mitad del siglo xix.
Entre el momento de la hegemonía intelectual de Mañé en Cataluña y en España y el período en el que Joan Maragall tomó su relevo a escala catalana, hubo también la obra de Joan Sardà, colaborador de Sánchez Ortiz en La Vanguardia, y que mucho influyó también en el propio Maragall.
Joan Sardà era un periodista más moderno que Mañé, interesado, como decía Josep Pla, por «la actualidad», valor postergado relativamente durante el período de predominio del periodismo de opinión, a lo largo del siglo xix. En Sardà concurre también otro rasgo de cierta modernidad. Me refiero a su interés por la organización y la gestión de la nueva prensa entonces emergente, la prensa de información.
Lo demuestra que entrara en La Vanguardia como consejero eficiente del nuevo director Modesto Sánchez Ortiz. El tándem formado por Sánchez Ortiz, director, y Sardà, asesor, fue providencial para la renovación de La Vanguardia a comienzos del siglo xx, renovación que supuso el despegue sostenido de este diario.
Sardà fue el colaborador más experto de Sánchez Ortiz en la tarea de convertir La Vanguardia en un diario moderno, informativo, comercial, que años después se convertiría en la primera potencia periodística de Cataluña y la más influyente en España.
Conviene recordar, sin embargo, que Joan Maragall, discípulo de Sardà, valoraba en éste su habilidad como articulista agudísimo, dotado de aquel sentido elegante de la sátira y de la ironía que el poeta-periodista consideraba como «una característica del espíritu analítico catalán».
Tras el paréntesis de la guerra civil, La Vanguardia ha mantenido su liderazgo en el periodismo catalán de expresión castellana. Cumpliría, además, una función de moderación política durante la transición democrática y se convertiría después en el diario con más iniciativa de la prensa editada en Cataluña.
Sin embargo, durante estos años de la posguerra otros diarios catalanes en lengua castellana merecieron un particular interés social, ya sea por el carácter de algunas innovaciones, ya sea por algunos contenidos combativos, en un período en que la prensa española —y la catalana muy especialmente— asumió subsidiariamente la función denominada «parlamento de papel».
Éste fue el caso, en épocas sucesivas, de la tímida posición aliadófila del Diario de Barcelona dirigido por Enrique del Castillo, y las actitudes de oposición más decidida de El Correo Catalán, dirigido por Andreu Rosselló, con la colaboración de Manuel Ibáñez Escofet; del Tele/eXpres, dirigido después por el mismo Ibáñez Escofet; del Mundo Diario dirigido por Ramon Solanes; de nuevo, el Diario de Barcelona dirigido por Josep Pernau y de El Periódico dirigido por Antonio Franco.
Desde otras perspectivas, vinculadas a la introducción de nuevos modelos de diario o con la restauración vigorosa y actualizada de la línea de diario informativo-interpretativo, cabe señalar la operación sobresaliente de modernización de La Vanguardia, inspirada por el editor Javier de Godó, y a la cual dotamos actualmente de nuevas aportaciones en la línea del periodismo más exigente con el compromiso con la verdad y con la libertad.