Permítanme expresar mis dudas sobre el valor de mi contribución a este debate de hoy desde mi modestísima atalaya de observador de los medios informativos. Quizá estos comentarios habrían tenido mejor cabida en otra mesa de discusión, más centrada en el periodismo. Pero si consideramos que los medios se inscriben dentro de la Sociedad del Conocimiento —lo que algunos dudan—, como una primera forma de alerta y de acercamiento a la realidad, pues sí que podrían ser pertinentes.
El español que se utiliza en los medios informativos ha sufrido un enorme impacto, que es el del inglés, al mismo tiempo que nuestro periodismo sufría la influencia del periodismo norteamericano. Esto lo sabemos todos, pero no hay más remedio que decirlo aquí. Se puede decir que las dos influencias, la lingüística y la periodística, han ido de la mano hasta el punto de que estén ya inextricablemente unidas.
Pero no es ése el único gran problema del español en los medios. La evolución de la enseñanza de la lengua en España, con un empobrecimiento palpable en cuanto a vocabulario y a sintaxis, se va filtrando también, paulatina pero muy perceptiblemente, en nuestro lenguaje periodístico.
Primero, unas palabras sobre el inglés y el estilo periodístico estadounidense. Quiero diferenciar aquí la colonización sufrida en el periodismo iberoamericano de la que hemos vivido en España.
En algunas partes de América se han aplicado literalmente, miméticamente, por pura transposición, las técnicas de redacción estadounidenses: supresión de artículos, conjunciones y verbos en los titulares, adopción de un recurso tipográfico tan extraño para nosotros como es el del upper and lower case (empleo de mayúsculas en casi todas las palabras), uso frecuente de la forma pasiva. El resultado es un mensaje peculiar, que a veces parece artificioso, como si fuese una traducción literal de algún periódico en inglés. Es justo subrayar que se trata de una tendencia minoritaria, pero en los medios en español de Estados Unidos sí que impera.
En España, en cambio, la influencia norteamericana llegó como una reacción a las tradiciones de prolijidad, adjetivación, mezcla de opinión e información y, en definitiva, de falta de rigor de una prensa que hace 30 años era la del final de la dictadura.
El nuevo periodismo español, influido a finales del franquismo por el diario Informaciones y desde la transición por El País, adoptó las técnicas anglosajonas, y más específicamente norteamericanas, de construcción de la noticia, con el desarrollo del lead o entradilla informativa, con mucho cuidado en el uso de adjetivos, y a menudo con la estructura piramidal de la información. Era como negar todo lo anterior, y esa reacción era comprensible y además indispensable, creo yo.
Conseguimos un claro avance hacia un periodismo informativo y responsable, pero pronto llegaron, como siempre, las exageraciones y los abusos. A menudo confundimos el estilo anglosajón con el estilo, de una sequedad y una monotonía palpables, de las agencias de noticias anglosajonas. Sujeto, verbo, predicado, punto. Y los periódicos españoles empezaron a parecerse a una colección de reseñas de Associated Press, con textos tediosísimos y muy grises. Durante años se insistió en esa línea grisácea, y apenas si empezamos a salir de ella.
Por otra parte, hoy seguimos imitando la forma de construir una noticia y hasta una frase en Estados Unidos. A veces, el resultado francamente patoso nos da la sensación de leer un texto traducido. Por ejemplo, leo en un diario de ayer: «Horas más tarde, en un gesto aparentemente contradictorio, el primer ministro Ariel Sharon dio orden al Ejército palestino de mitigar el cerco de varias ciudades palestinas». Todo eso es correcto, pero al mismo tiempo me suena a foráneo, a traducido de otro idioma… Quizá sea una obsesión mía.
Así, hemos pasado de decir los quince primeros meses a los primeros quince meses. Y ahí donde antaño se contestaba si tengo que hacerlo a mano, no, ahora se responde no, si tengo que hacerlo a mano.
Todo ello se acentúa por el deterioro importante de la enseñanza de la lengua en España. Ya se sabe que desde hace unos años van llegando al periodismo jóvenes cuya escolarización se ha desarrollado íntegramente en otros idiomas oficiales de nuestro país, y que han estudiado el castellano como una segunda lengua. Eso representa un inconveniente innegable a la hora de ejercer el periodismo en español. Pero incluso en la parte castellanohablante de España observamos un gran empobrecimiento del idioma, paralelo a la pérdida del hábito de lectura. El vocabulario se va encogiendo como una prenda mojada.
Una de las consecuencias más visibles es la constante invención de neologismos inútiles, que vienen a ocupar el legítimo lugar de palabras ya existentes pero olvidadas. Así, desde hace mucho tiempo la palabra —o el palabro— autodenominado es mucho más frecuente en nuestros periódicos que la palabra sedicente.
La tecnología abre hoy un nuevo frente. Internet está aquí, y en Internet es patente el empleo del inglés, para todo y en todo, y sin el menor esfuerzo de traducción o de adaptación.
El nuevo académico de la lengua Guillermo Rojo declaraba el otro día a El Mundo: «No creo que el uso de Internet, el e-mail [otra palabra españolísima, por cierto] y otras vías de comunicación sean un peligro para el español. Es cierto que cada vez se sintetizan más las expresiones, pero esto no les resta información. Es algo que también sucede con los telegramas y a nadie alerta». Lo que yo creo que sucede, como he dicho, es que en Internet se están utilizando por las buenas las palabras inglesas, y me maravilla que eso no preocupe al señor Rojo. Claro que si la Academia está dispuesta a aceptar directamente la palabra web, pues apaguemos y marchémonos. Digo yo.