Presente y futuro de la lengua española: Problemas y propuestasJoaquín Segura
Academia Norteamericana, Nueva York (Estados Unidos)

En primer lugar, mis más expresivas gracias a la Real Academia Española y al Instituto Cervantes por haberme invitado a participar en esta serie de actos. Hago extensivo mi agradecimiento a los organizadores del Congreso y a los que llevaron a cabo la ingente labor de acomodarnos en aviones, autobuses y hoteles.

En sesiones plenarias, mesas rendondas y paneles, diversos ponentes han abordado ya el tema general del futuro de la lengua española desde múltiples ángulos, de manera que es poco lo que queda por decir sin caer en repeticiones. Tal vez habría que enfocar la cuestión desde el punto de vista de lo que se ha logrado hasta el presente, lo mucho que queda por hacer y algunas maneras de lograrlo.

La Academia Española, como nos ha informado en estas sesiones su director, Víctor García de la Concha, ha trabajado intensamente en los últimos tiempos en la ya publicada Ortografía, en la vigésima segunda edición del DRAE, recién salida del horno, en adelantar la preparación de su Diccionario panhispánico de dudas y de la nueva Gramática, y en consensuar estas obras con las academias hermanas, directamente y a través de la Asociación de Academias, como manera práctica y eficaz de contribuir a la unidad del idioma. Las academias de América han colaborado activamente en muchas de estas labores. La nuestra, la Norteamericana, ha arrimado el hombro a las iniciativas de la RAE, además de contribuir en forma general al fomento y difusión de la lengua española a través de sus publicaciones (el Boletín y las Glosas), así como con actos y conferencias, evacuación de consultas y otras actividades afines.

El Instituto Cervantes, por otra parte, prosigue y amplía su fecunda labor de enseñanza y fomento del español por todo el mundo mediante asambleas, coloquios, actos culturales, uso de medios audiovisuales e informáticos de difusión, así como con sus cursos de estudio y sus magníficas bibliotecas. Otros medios extraacadémicos, como el Departamento de Español Urgente de la Agencia EFE, la revista neoyorquina Apuntes, el foro internético Medtrad y su revista Panacea, la Página del Idioma Español (también de la Red) y otros, han colaborado en el esfuerzo por informar y asesorar sobre el buen uso del español. Nunca ha habido tan intenso esfuerzo desplegado en pro de nuestra lengua.

Por lo que respecta a Estados Unidos, se nos plantea la disyuntiva inquietante de aceptar pasivamente la propagación del espanglés, o spanglish —que a su vez está íntimamente ligado al uso cada día mayor de los anglicismos— o bien tratar de combatir lo uno y lo otro. El spanglish fue, sobre todo al principio y como ha señalado en estas sesiones Odón Betanzos, director de nuestra Academia, un fenómeno sociocultural que afectaba particularmente a las capas menos escolarizadas de la población hispana, las cuales lo usaban como un recurso necesario para desempeñarse en el medio anglosajón mayoritario. Ahora bien, los hijos, para quienes el español no era ya su lengua nativa, buena o mala, tuvieron que estudiarla, a menudo de mala gana. Los nietos, en muchos casos, ni la hablaron ni la estudiaron. Pero conviene hacer notar que, junto a este sector, existían y existen otros grupos de emigrantes de casi todos los países de Hispanoamérica, muchos de ellos integrados por profesionales y por gente que conoce su lengua materna. A éstos les interesa sobremanera el uso y perfeccionamiento del idioma español, a la par que el dominio del inglés. Es, pues esencial, que propaguemos la idea de que ser bilingüe no es necesariamente equivalente a ser deficiente en el uno o el otro idioma. El hispano en Estados Unidos debe aprender bien el inglés como lengua del país que lo ha acogido; pero cultural, anímica y económicamente, le conviene conocer igualmente bien su lengua de origen. Este es un objetivo factible, como lo demuestran los numerosos hispanohablantes plenamente bilingües.

En Estados Unidos, paralelamente a la contaminación del español por el inglés, existe, además, el afán cada vez más difundido y arraigado de entendernos sin trabas todos los hispanohablantes y de perfeccionar nuestro español. Aunque por razones distintas, hay también, entre muchas de las empresas estatales y comerciales norteamericanas, el deseo de presentar al publico hispanohablante sus escritos en un español universal.

La Comisión de Traducciones que presido ha colaborado estrechamente con varias entidades en la preparación de versiones en español de publicaciones importantes, entre ellas el Glosario del IRS1 (Internal Revenue Service, o Servicio de impuestos sobre la renta) en el que se indica no sólo la terminología española tradicional, sino también la del sector puertorriqueño de EE. UU. En su día, esa traducción tuvo una calurosa acogida, por su redacción clara y utilidad práctica, y hace pocos días, al colaborar en la traducción de la página web de un banco neoyorquino, que seguía utilizando la citada traducción a manera de guía, tuve ocasión de comprobar que sigue en vigencia, al parecer intacta.

Otra manera de ayudar a corregir entuertos es la asistencia a reuniones de profesionales, como a la que tuve el placer de asistir hace unos años. Se trataba de un congreso interamericano de Neurología, para el que se me pidió que preparara una ponencia. No cito esto con fines de darme bombo, sino como otro ejemplo de posibilidades de acción. Como ha sucedido en este mismo congreso, los organizadores de aquel encuentro creyeron conveniente publicar todas las ponencias antes de inaugurarse las sesiones. A mí me pareció que esto daría una excelente excusa a los concurrentes para irse a la playa o de compras, en vez de asistir a las sesiones, cosa que sucedió en algunos casos, aunque todavía acudió al acto un nutrido número de neurólogos de España y de Hispanoamérica. Así pues, llegado mi turno de hablar, les leí apenas el preámbulo de mi ponencia y seguidamente les indiqué, para no aburrirlos, que podían ver el resto en la versión impresa repartida de antemano y que probablemente ya habrían hojeado. No queriendo repetirme, cambié de tema, y les hablé de los errores léxicos y sintácticos, anglicismos, espanglicismos, etc. que había observado en sus ponencias. Me abstuve de nombrar a los autores, para que nadie se ofendiera, y más bien traté de analizar los extravíos lingüisticos y de ofrecerles la terminología adecuada. La charla tuvo muy buena acogida, y varios de los concurrentes expresaron su agradecimiento, a la vez que alegaban diversas razones para haber caído en tales trampas, las cuales constituyen capítulo aparte, que he detallado en otras comunicaciones. La charla se publicó en Apuntes2 y se reprodujo en La Página del Idioma Español.

El influjo distorsionador del inglés, no sólo desde el punto de vista léxico sino también —y para mí más importante— del sintáctico, no se limita a los EE. UU., sino que parece afectar profundamente a los demás países de América y, en forma sorprendente a España.3 De la madre patria, nos llega y asombra el uso cotidiano de anglicismos innecesarios como parking, airbag, marketing, pin, bit, byte. Todos estos extranjerismos, y muchos más que sería prolijo citar, tienen buenos equivalentes en España,4 5 y sobre todo en América,6 7 (respectivamente, aparcamiento en España, estacionamiento en América; bolsa o cojín de aire; mercadotecnia, mercadeo, comercialización; alfiler o insignia de solapa, bitio, octeto —este último aparece ya en el nuevo DRAE—). Por cierto, el otro día, en una de las sesiones de este congreso, se afirmaba tajantemente que en español no se había encontrado un vocablo que pudiera reemplazar a software. Tal vez no se haya encontrado en España, cuna del idioma, pero sí en América, y no un solo equivalente, sino varios: programas informáticos, programería, programática. A los extranjerismos innecesarios se une ahora el uso y abuso de costumbres deformantes de la lengua, como la creciente eliminación del artículo determinado (el, la, los, las) y el uso impropio del indeterminado (uno, una, unos, unas), así como la utilización antes desacostrumbrada (excepto con fines muy limitados) de la voz pasiva, los pronombres personales y posesivos a la inglesa, la creciente transmutación de verbos transitivos en intransitivos y viceversa, la adopción de cognados, o falsos amigos,8 9 tanto en el habla y la escritura comunes como en la científica y técnica. Estos usos extranjerizantes plantean cada día más obstáculos al entendimiento internacional y a la unidad del idioma español.

Como traductor de muchos años y como observador de siempre, siento desazón ante estos progresos léxicos y gramaticales, necesarios en algunos casos, pero totalmente innecesarios en la gran mayoría de ellos, y que además vienen a desvirtuar modos tradicionales de decir las cosas. Lo curioso y doblemente preocupante es que esto suceda, no por imposición forzosa del inglés, sino porque los hispanohablantes mismos se están dejando arrastrar por el inglés sin oponer resistencia —al contrario, en muchos casos con el beneplácito de quienes lo consideran inevitable e ineludible, por lo que no tienen empacho en arrinconar lo suyo—. En este mundo globalizado puede que el inglés sea efectivamente el idioma de intercambio mundial, pero no debiera serlo también en casa, dentro del ámbito nacional de cada país hispanohablante.

En el campo de la ciencia y la tecnología, primero fuimos nosotros, los traductores de EE. UU., quienes estuvimos durante dos o tres decenios, y hasta la llegada de la Internet, en la primera línea de encuentro y choque con las innovaciones del inglés. Nos vimos ante la necesidad de adoptar la nueva terminología o buscarle equivalentes en español. Ya entonces comprendimos que había muchos conceptos y novedades de origen anglosajón que no tenían equivalentes en español; pero otras veces sí los había, pero algunos traductores no querían molestarse en buscarlos. La lengua inglesa produce anualmente miles de neologismos (unos 25 000, de los cuales quedan en los diccionarios de inglés alrededor de 8000). Se necesita correr mucho para alcanzar a esa proliferación de palabras nuevas, y lo cierto es que siempre existe un considerable retraso para encontrar términos adecuados, no sólo en español sino en otras lenguas. ¿Qué hacer ante esta apremiante realidad? Preferiblemente, lo que hacía Alfonso el Sabio en la Escuela de Traductores de Toledo con respecto al hebreo y al árabe: buscar una palabra en español que recogiera la idea de la lengua extranjera, y si no inventar un término que pudiera entenderse fácilmente, y poner a continuación, entre paréntesis, el termino foráneo, para que nadie se confundiese. Con el tiempo, ese término sería aceptado o superado por otro más apropiado. Pero mientras tanto, servía para que se entendiera lo que decía el original. En términos modernos, este proceso es susceptible de gran difusión y aceleración, gracias a la Internet. Otra vía de avance es la de acudir a la ayuda de los más entendidos en materia científica y técnica. Juntamente con los académicos y expertos del ramo, lingüistas, lexicógrafos, gramáticos y traductores extraacadémicos, se podría llegar a un consenso sobre el nombre que haya de dárseles en español a los tecnicismos del inglés.

Precisamente, la difusión mundial de anglicismos y espanglicismos ha tenido mucho que ver con la facilidad con que éstos se transmiten por correo electrónico y directamente por la Internet. Pero esa misma facilidad se puede utilizar para una labor de propagación de los buenos usos del español, cosa que ha empezado a hacer la RAE desde su sitio internético, pero que debería ampliar todavía más, de manera de dar cabida a toda clase de opiniones de gente interesada por la lengua española. En estos días pasados, el director de la Real Academia Española nos ha informado de nuevas iniciativas, inclusive la creación de un Observatorio del neologismo, en colaboración con las Academias hermanas, que podría responder hasta cierto punto a estas inquietudes, ya que no sólo se limitará a observar, sino también a proponer equivalentes en español.

Un ejemplo notable de intercomunicación y preocupación por el idioma es el foro internético Medtrad, creado por un grupo de médicos traductores y traductores médicos, que si al principio se limitaba a la ayuda mutua en las faenas cotidianas, poco a poco se ha visto obligado a hacer frente, estudiar y analizar la terminología del ramo, para encontrar equivalentes apropiados a las novedades médicocientíficas del inglés.

Últimamente se ha debatido en ese foro, con más de 75 intervenciones, cómo se debe llamar en español el término inglés anthrax (en español «ántrax») tan citado en la prensa española y la hispanoamericana. Las investigaciones del grupo parecen indicar que el anthrax del inglés se llama, o llamaba, en español, dentro del campo de la medicina, carbunco; en cambio, en inglés existe también el término carbuncle, que corresponde a lo que en español se llama ántrax. Es, pues, en el ámbito médicobiológico, todo lo contrario en un idioma que en el otro. Ahora bien, como señala otro medtradario, el ántrax del español tiene también el significado del inglés, sobre todo en el uso coloquial. Esto nos lleva a la reflexión de que convendría recomendar a los periódicos, la TV y las agencias de noticias, por ser a menudo los que difunden estos equivalentes, que cuando tengan dudas sobre un término científico o técnico consulten a un profesional y, si aún queda alguna duda, a varios expertos, que de seguro los asesorarían de buen grado.

Es también inprescindible que en toda decisión sobre cómo bautizar en cristiano a los neologismos ingleses participen plenamente los países hispanohablantes de América, a efectos de poder internacionalizar todavía más el español. Si logramos que un término consensuado se use en todos esos países para la comunicación internacional, habremos alcanzado una gran victoria. Después, que cada cual, en su fuero interno, es decir dentro de su país, diga lo que esté acostumbrado a decir, pero que disponga de un término universal para comunicarse con España y con sus hermanas de América. Esta tendencia hacia la unificación del idioma a escala internacional se manifiesta también en el inglés de nuestros días por el hecho de que el Gran Diccionario de Oxford, preparado y publicado en Inglaterra, haya contratado recientemente a un norteamericano para formar parte de su Board of Editors, o Junta editorial, además de la multitud de colaboradores con que contaba ya en EE. UU. Eso parece confirmar mis sospechas de que la mejor manera de lograr esa uniformidad consensuada será preparando diccionarios impresos e internéticos que recojan, junto a la terminología de las Academias, los equivalentes más utilizados en cada país. Con esto se cumpliría la triple función de hacer saber a todos los países que su habla se considera importante, a la vez que se les presenta el equivalente de uso internacional; en tercer lugar, los traductores de EE. UU. y del exterior —a quienes se les pide a menudo que traduzcan para un país latinoamericano determinado— no tendrían que ir buscando los equivalente del caso o, de necesitarlos, los tendrían a la vista en el diccionario general. Esta táctica habría que extenderla a los medios de difusión radial y televisiva, y a la prensa escrita. Cada uno de estos medios debería contar con un asesor, preferentemente de plantilla, que lo guiara o aconsejara en materia de usos apropiados. Entre las agencias de noticias mundiales, la EFE cuenta ya con un consejo de asesores de la RAE, además de su Departamento de Español Urgente.

En EE. UU. empieza a cundir la dudosa costumbre de retraducir al inglés lo que se ha traducido de éste al español. Con ello se pretende que el cliente norteamericano pueda determinar por su cuenta si la versión final en español dice lo mismo que el original en inglés. Además de ser una práctica costosa, la retraducción plantea nuevos problemas, pues raras veces se puede traducir al español, palabra por palabra, lo que dice el inglés. Y ese cliente, que generalmente no sabe español —o, lo que es peor, sabe un poco— no es el más indicado para decidir si la traducción es buena o mala, ya que no conoce a fondo el español, ni es traductor. Por otra parte, si la traducción se hace palabra por palabra, el resultado suele ser una versión anglicada.

Resumiendo: Todos, o casi todos los problemas que plantea la hegemonía lingüistica internacional del inglés tienen solución, si se encaran en forma resuelta y rápida, aprovechando el arma de doble filo que nos brinda la Internet. El problema del espanglish es un fenómeno en gran parte estadounidense (aunque haya empezado a propagarse por la Internet) que atenta, precisamente, contra la unidad del idioma, puesto que no se entiende fácilmente en otros países. Debemos procurar que no llegue a afectar más de la cuenta al español internacional. El problema más amplio de los anglicismos léxicos y sintácticos requerirá nuevos esfuerzos por parte de las Academias, de los medios de difusión y de particulares preocupados por la gran difusión de que han disfrutado los extranjerismos innecesarios. Finalmente, la Internet nos ofrece un medio rapidísimo de investigación, de toma de decisiones consensuadas sobre la marcha, y de asesorar al común de los hablantes del español. En suma, aunque en el horizonte se destacan importantes nubarrones, el futuro del español presenta, al empezar el siglo xxi, aspectos muy positivos y esperanzadores… Si no nos dormimos.

Notas

  • 1. Department of Treasury, Internal Revenue Service, Catalogue Number 46805D, Publication 850 (Revised June 1999): English-Spanish Glossary of Words and Phrases (Used in Publications Issued by the Internal Revenue Service). Volver
  • 2. Segura, Jack (Joaquín), Apuntes (órgano del grupo español (SpanSIG) del Círculo de Traductores de Nueva York: «El acoso del español por el inglés», 1997, Vol. 5, n.º 1, p. 1. Volver
  • 3. Rodriguez-Pantoja, Tomás: «Uso y abuso de los anglicismos en España», Glosas, Vol. 3, n.º 5. Volver
  • 4. Academia Española de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales: Vocabulario científico y técnico, 1993, Espasa Calpe y Casa del Libro, Madrid. Volver
  • 5. Beigbeder-Atienza, F.: Diccionario politécnico de las lenguas española e inglesa/inglés-español (Segunda edición, 1997), Ediciones Diaz Santos, S. A. Madrid. Volver
  • 6. Collazo, Javier L.: Diccionario enciclopédico de térmios técnicos inglés-español (tres tomos) 1980, McGraw Hill Book Company, Nueva York. (De este diccionario se han hecho ya como 15 reimpresiones). Volver
  • 7. Collazo, Javier L.: Diccionario inglés-español de informática, computación y otras materias (dos tomos, 2001). McGraw-Hill Interamericana Editores, S. A. de C.V., México, D. F. Volver
  • 8. Navarro, Fernando A.: Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina, (2000) McGraw Hill Interamericana de España. Volver
  • 9. Prado, Marcial: Diccionario de falsos amigos inglés-español, (2001) Editorial Gredos, S. A., Madrid. Volver