He sido honrado por la Real Academia Española y por el Instituto Cervantes al ser invitado a participar, como ponente, en este evento, por la actividad laboral que, como profesional hispano-parlante, registro en Brasil.
Por supuesto, y me disculpo por ello, carezco de los lauros académicos de los restantes integrantes de la mesa, y sólo podré aportar a ella la experiencia práctica y los conocimientos derivados de mi trabajo en ese país durante los últimos veinticinco años.
Brasil es un país colosal, e inconmensurable en términos europeos, dada su superficie de ocho millones y medio de kilómetros cuadrados, que lo convierte en el quinto Estado del mundo en extensión. En ella, caben todos los países de Europa, y el reino de España casi diecisiete veces.
Al mirar el mapa de América del Sur, vemos que Brasil limita con todos los países en ella ubicados, con las únicas excepciones de Ecuador y Chile. Esto, naturalmente, se ha ido convirtiendo en el primero y uno de los principales factores de la incontenible penetración de la lengua española en su territorio.
Pero esa incursión idiomática, por la gran concentración de la población brasileña (74 %) en su litoral marítimo y, sobre todo, en las regiones sur y sudeste del país, donde vive el 60 % de los habitantes, se produce básicamente desde Argentina, Paraguay y Uruguay. Ello es así porque funcionan como verdaderas barreras las selvas que ocupan gran parte del territorio del país, especialmente en las fronteras con Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam y Guayana Francesa.
Su población actual está estimada en 165 millones de habitantes —con una tasa anual de crecimiento del orden del 2 %— lo que significa que un tercio de los habitantes del América Latina reside en Brasil y que el país es el 5.° en términos mundiales. Esa población está compuesta, en un 63 %, de menores a 29 años.
A diferencia de otros grandes naciones del mundo, Brasil habla una sola lengua en todo su territorio, con excepción de 170 idiomas diferentes que hablan las 227 etnias indígenas, compuestas por más de 320 000 indios que habitan en su mayoría en las selvas, muchas de ellos sin contacto alguno con la civilización.
Aun cuando esos datos en abstracto pueden —y es correcto que así lo hagan— dejar translucir la idea de una gran identidad común, en Brasil pueden distinguirse, con gran precisión, distintas zonas, distintos brasiles, con características raciales, culturales y económicas totalmente diferenciadas.
Así, el país puede ser dividido, a los fines de su análisis, en cinco regiones principales. El norte, con gran influencia negra, reducido nivel cultural y escasos recursos económicos; el nordeste, donde la original inmigración portuguesa sentó sus bases, y donde convive con una gran proporción de población de origen africano, en gran medida mestizada, que alcanza un mejor desarrollo económico y que ha generado ciertas pautas culturales propias y muy marcadas; el sudeste, caracterizado por la presencia de las mayores ciudades de Brasil, tanto en importancia numérica cuanto como participación en el producto nacional bruto, donde la proporción de población blanca comienza a aumentar y donde se han establecido muy importantes polos culturales y artísticos; el centro-oeste, más despoblado, aún primitivo, marcado por su lejanía respecto al océano y poblado por verdaderos colonizadores del futuro Brasil; y finalmente el sur, cuyas características más destacadas consisten, precisamente, en parecerse menos al Brasil que imaginamos, por la gran inmigración italiana y alemana que ha recibido.
Las regiones donde el español tiene hoy más influencia son, obviamente, las regiones sur y sudeste, es decir los Estados de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná, y São Paulo, Rio de Janeiro, Espírito Santo y Minas Gerais, respectivamente. En la región centro-oeste, esa presencia de nuestra lengua sólo es notada y, en realidad, poco, en el Distrito Federal, es decir, Brasilia.
Y las razones de esa influencia son distintas. En los estados del sur, se debe a la vecindad con las fronteras de Uruguay, Argentina y Paraguay, a la gran afluencia de turismo regional, a la presencia de fuertes colonias hispanoparlantes y a la similitud de las costumbres entre sus habitantes y los de los países vecinos; basta recordar la existencia de gauchos en los cuatro países. En los del sudeste, por el contrario, las razones son básicamente económicas, ya que en ellos se concentra el corazón industrial, comercial, bancario y financiero de Brasil, y es en ellos donde se han hecho presentes las mayores empresas españolas.
Actualmente, podemos decir que el analfabetismo alcanza al 11 % de la población brasileña entre los 15 y los 39 años de edad, ascendiendo al 31 % entre la que supera los 40 años. Pero, en 2000, 91 % de los niños brasileños entre los 10 y los 14 años asistían a la escuela, y el analfabetismo entre esos mismos niños, en las regiones urbanas, ha descendido al 5 %.
El 61 % de los sitios de Internet latinoamericanos son brasileños, y acceden a la Red 11 millones de personas, convirtiéndolo en el 8.° país en el tema.
El arribo de Pedro Alvares Cabral a las costas brasileñas y la ocupación de su territorio en nombre de la corona de Portugal, en 1500, implicó para la lengua portuguesa el comienzo de su mayor aventura, y la posibilidad de una expansión sólo comparable a la realizada por España, con su idioma, en el resto de América.
Si bien la lengua española tuvo, desde el principio de la historia de Brasil, una importancia única, en razón tanto de la proximidad original de España con Portugal, cuanto por esa vecindad con los países hispánicos de América, es sólo con la firma del Acuerdo de Iguazú, en 1985, la partida de nacimiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), cuando esa importancia transciende las fronteras meramente culturales para caer, con inexorable ímpetu, en la economía.
La integración de Brasil con sus más próximos vecinos es el factor más importante de la difusión del español en ese país.
En la creciente interdependencia de los pueblos, reforzada por el tráfico de informaciones, personas y mercaderías y, en especial, en la expansión del comercio, el mismo Kant percibió una tendencia a favor de la asociación pacífica de los mismos. Eso, y no otra cosa, ha sido la consecuencia del establecimiento del MERCOSUR, que conlleva la desaparición paulatina de la desconfianza mutua. En términos históricos, hasta hace muy poco tiempo las hipótesis de conflicto con los vecinos era uno de los temas más importantes de las escuelas militares de todos los países de América Latina y, gracias debemos dar por ello, hoy han dejado de existir.
Luego, la transformación de España, a través de sus empresas, en el segundo inversor directo en Brasil, después de Estados Unidos, y en uno de sus principales socios comerciales, se ha convertido en el segundo factor importante en la difusión masiva de la lengua hispánica en ese país.
Hoy, compañías como Endesa, BBVA, Iberdrola, BSCH, Unión Fenosa, Telefónica, Dragados, ThyssenKrupp, Repsol y muchas otras más pequeñas, son gigantescas generadoras de empleos en Brasil, y el traslado de sus ejecutivos y gerentes ha hecho inexcusable la necesidad de conocer el idioma.
Cada vez más, y de ello dan cuenta acabada recientes informes tanto de la Embajada de España ante Brasil como del propio Instituto Cervantes, aumenta el número de academias y cursos de español en las ciudades brasileñas, en las universidades y colegios. Actualmente, 26 universidades públicas y 24 privadas ofrecen licenciaturas en español, y 750 escuelas enseñan español, y hay un universo potencial de 50 millones de alumnos.
A la vez, se ha firmado recientemente un protocolo entre los ministerios de Educación de Brasil y de Argentina, que propone el intercambio de 4000 profesores de español y un número equivalente de profesores de portugués, entre ambos países.
Toda esa actividad comercial relativa al español está generando, en Brasil, un importante nicho de negocios. Pese a que, por la gran informalidad de la economía brasileña, resulta difícil medir con exactitud el volumen económico que esta difusión de la lengua conlleva, puedo afirmar que, sin ninguna duda, ha comenzado a ser grande, especialmente en el sudeste, y se ha transformado en una significativa fuente de ingresos y de puestos de trabajo. Sin embargo, aún resta un largo trecho por andar para llegar a una real excelencia en la calidad de la enseñanza impartida, en términos generales.
Desde otro ángulo, resulta impresionante ver hoy, después de tantos años de trabajo allí, cómo la mayoría de las grandes librerías de Brasil tienen un muy importante espacio destinado a libros en español. Autores españoles, argentinos, mexicanos, y latinoamericanos en general, son leídos hoy, en gran medida, en su lengua original.
El tema obligado de mi participación en la mesa es el aspecto económico pero, seguramente, y en la medida en que las mayores compañías editoriales de México y Argentina —principales productores de libros de América Latina— pertenecen ya a capitales españoles, los datos referidos a la magnitud de las importaciones brasileñas de libros en español deberían poder suministrarlos con total precisión Planeta, Plaza y Janés, Santillana, Bruguera, Alfaguara, etc.
Otro aspecto fundamental a destacar desde el punto de vista económico es la música popular, y la enorme magnitud de su comercio. Desde hace varios años, todos los grandes cantantes populares de Brasil han comenzado a incorporar a sus repertorios canciones en español, y han grabado infinidad de discos con ellas, que se han vendido con gran éxito. Y digo que este aspecto es fundamental, porque da una pauta concreta de la difusión de la lengua española en este país, que tradicionalmente sólo ha consumido música en su propio idioma.
La indiscutible semejanza del español con el portugués, especialmente en su forma brasileña, actúa no como una ventaja sino, muy por el contrario, como un elemento que complica el verdadero conocimiento de la otra lengua.
Afortunadamente, tanto para el idioma portugués cuanto para el español, esa gran similitud entre ambas lenguas ha llevado a desarrollar algo que se parece a un hijo de ambas, el portuñol. Esta creación cotidiana, generada muchas veces por una cierta cortesía, facilita en innumerables oportunidades la comunicación diaria y, si bien podría pensarse que atenta contra la pureza de los dos idiomas, permite a éstos, en especial al español, un dinamismo que es la esencia de su vida.
Ello es así por cuanto la vida de una lengua depende, en enorme medida, de su capacidad de evolucionar, incorporando neologismos —verdadera creación de sus usuarios— que conllevan vientos siempre renovadores. Y digo que la evolución hace a la difusión, pues estoy convencido de que la pretensión permanente de la pureza original y la marcada cerrazón a incorporar novedades ha conducido al idioma francés a la decadencia, medida en términos de expansión territorial.
Mi propio país —Argentina— o, en realidad, los habitantes de su capital, los porteños, padecemos de un complejo terrible en materia de idiomas que nos lleva, en general, a pretender hablar otras lenguas, desconocidas pero pretendidamente parecidas, con autoridad.
Ello se debe, estimo, a los orígenes nacionales de nuestra inmigración, por lo demás muy similar a la del sur de Brasil. Con ese país, nuestra mayor diferencia radica en la presencia allí de una gran población de origen africano, llegada en la época de la esclavitud, que marca aún hoy una presencia de la raza negra que, como ya dije, a partir de São Paulo hacia el norte, se hace cada vez más visible proporcionalmente y más influyente desde el punto de vista cultural y religioso.
Si pensamos en una antigua descripción de los porteños, de autor anónimo, podremos todos tener una somera idea acerca de qué estoy hablando. Dice que un porteño es un italiano, que habla español, se viste como un inglés y cree que es francés.
Lo mismo sucede con el portuñol. A ambos lados de la frontera, y aún en las grandes ciudades, la cortesía y, a veces, la pretensión, llevan a que todos intenten hablar el idioma del otro, consiguiendo que ambas lenguas evolucionen, cambien y se mantengan vivas.
Al acompañar profesionalmente a empresarios y ejecutivos argentinos y españoles a Brasil, recomiendo siempre hablar el propio idioma, y hacerlo con cierta lentitud, para permitir una real comprensión entre los interlocutores. La creación de algunos neologismos, muchos de ellos literalmente inventados en el momento, impiden con frecuencia que el otro entienda qué estamos tratando de decir.
En general, los ejecutivos brasileños no hablan español, y con ello me estoy refiriendo a la inmensa mayoría. Sin embargo, lo entienden a la perfección y, en las reuniones de trabajo y bajo condición de hablarlo lentamente, nunca requerirán la presencia de una traductora. No recuerdo, en veinticinco años de actividad en Brasil, un solo caso en que la traducción simultánea haya resultado necesaria. Por lo demás, muchos de esos mismos ejecutivos recurrirán, a la hora de responder a un hispano-parlante, a ese portuñol al cual ya me he referido.
En el ámbito mismo del MERCOSUR, y pese a que no existe una regla escrita al respecto, existe la tradición de no requerir la presencia de traductores simultáneos en sus reuniones, con el concreto objetivo de llegar a una cierta lingua franca.
Por su parte, y con una cierta experiencia personal en el tema, ya que he asesorado a un buen número de empresas españolas en el comienzo de sus actividades en Brasil, tampoco los ejecutivos peninsulares que trabajan allí han desarrollado un acabado conocimiento del portugués, y lo mismo ocurre con los argentinos. Y entre ellos incluyo algunos amigos que, pese a residir en São Paulo hace más de treinta años, aún utilizan el portuñol en sus tareas cotidianas y, aún más, han dejado de hablar correctamente su lengua materna.
Es menester recalcar, sin embargo, que para los brasileños resulta mucho más fácil de entender el español americano, en especial el argentino, que el de España. Y puedo afirmar que, en general, hasta les resulta más sencillo comunicarse con un argentino que con un portugués, por lo gutural de su habla.
Sin embargo, como dije, la muy marcada presencia actual de las grandes empresas de España, y de sus bancos, en Brasil redundará, tengo la más absoluta certeza, en un muy fuerte impulso a la difusión del español en ese país. No debemos olvidar, para evaluar esa opinión, que Brasil tiene una gran vocación imperial, históricamente puesta de manifiesto, de crecimiento geopolítico, en América Latina y en el mundo todo. El potencial del español en Brasil surge, entonces, de esa misma vocación, que obligará a los brasileños a conocer el idioma de todos sus vecinos, además de tratarse éste de la lengua internacional de mayor dinamismo y crecimiento cuantitativo mundial.
Un factor que creo importante destacar es el resultado de una encuesta realizada, muy poco tiempo atrás, en la Pontifícia Universidade Católica (PUC). De sus conclusiones surge con total claridad —y casi con unanimidad— el deseo de los profesores y estudiantes de llegar a establecer una lengua neutral, que sirva de base y sustento a la integración regional y la futura concepción de una verdadera nación latinoamericana.
Es importante, estimo, recordar que, históricamente, las naciones surgieron de una identidad idiomática previa, y de esas naciones luego surgieron los estados. Y digo que lo considero importante, pues al hacer un parangón con lo que ha sucedido en América, se descubre que, allí, surgieron primero los estados, como herencia de caudillismos personales, y luego, sobre esa base se pretendió construir naciones con identidad propia. La historia reciente nos enseña que, en varios casos concretos, esos proyectos de nación han fracasado.
El español se percibe, desde Brasil, como una lengua universal. Los brasileños son conscientes de las limitaciones de un idioma que, con las únicas excepciones de Portugal y algunas ex colonias africanas y chinas, sólo se utiliza en su propia tierra, y el poder acceder a la lengua con mayor expansión en el mundo, es considerado un privilegio.
Hace muy poco tiempo, concretamente menos de tres meses, y pese a las dificultades y los tropiezos cotidianos que surgen en la marcha de las integraciones regionales (recordemos la historia misma de la Comunidad Europea), el MERCOSUR ha reafirmado su identidad como bloque, y ratificado que, como tal, negociará tanto con el Nafta cuanto con la Unión Europea. Esa actitud, a la vez, se traducirá en una profundización de la integración de Brasil con sus vecinos, y una mayor interacción del grupo con España, vocero natural de Europa en América Latina.
Ello, sin duda, implicará que nuestros países —me refiero a los latinoamericanos de habla española— deberán acelerar la marcha de la integración que, en el área idiomática, debería significar una mayor acción, tanto de los gobiernos cuanto de las propias comunidades e individuos, en pro de la difusión del español en Brasil.
Finalmente, creo que un buen camino para lograr una mayor difusión de nuestra lengua en Brasil es profundizar cuanto se ha hecho hasta ahora a través del Instituto Cervantes y del Ministerio de Educación argentino, es decir el establecimiento de un sistema de becas y premios a profesores y estudiantes, y la instalación de colegios bilingües en las otras grandes ciudades, como Porto Alegre, Rio de Janeiro, Belo Horizonte, Salvador y Brasília. Y, por supuesto, lograr la colaboración en este esfuerzo de las propias empresas españolas y argentinas que están allí instaladas, mediante el incentivo a sus ejecutivos y empleados para el conocimiento del idioma, desde el momento mismo de la selección del personal.