Discurso de clausura Francisco Javier León de la Riva
Alcalde de Valladolid

Para el alcalde de Valladolid supone un honor y una responsabilidad hablar en compañía de los circunstantes y de las palabras de Miguel Delibes, quien en sus libros nos ha enseñado a ser concisos con esta lengua de entonación firme, rica en vocabulario afectuoso, pero poco proclive al apasionamiento alambicado, escueta como los tapiales de Tierra de Campos y como el agua que miraba correr Santa Teresa o que cae por los versos de San Juan de la Cruz.

Tal vez esa naturaleza cristalina y blanda es la que ha hecho que el español haya sabido defenderse tan bien y arraigar en tan diversos confines, impregnándose del color y el sabor de cada nuevo pueblo, cargando de toda esa historia común las frases de nuestra lengua, hasta tal punto que en español cuesta hablar o escribir o fabular con un discurso vacío o intrascendente. En seguida, nuestro interlocutor reclama, como los personajes de Delibes, que se llame al pan, pan, y que la palabra vino encienda el ánimo.

Valladolid, que se ha distinguido históricamente por ser lugar de encuentro y confluencia del continente americano y el europeo, está más que complacida de haber acogido este gran II Congreso de la Lengua Española, y que en ella ponentes de tantas naciones hayan debatido sobre el auge del español en el mundo y sobre los desafíos que se le presentan a nuestra lengua compartida. Este año de 2001 se cumple el cuatrocientos aniversario de la vuelta de la corte real a Valladolid, y la reunión en nuestras calles otra vez de pensadores, artistas y poetas. Cervantes escribió algunas de sus mejores obras —¿por qué no Don Quijote?—, Góngora y Quevedo se zahirieron, el Conde de Villamediana difundió en verso sus amores y Lope paseó sus comedias por los corrales de Valladolid. Antes, en el siglo xvi, escultores, filólogos, arquitectos que habían aspirado la brisa de la renovación que venía de Italia, quisieron hacer de esta ciudad un faro de modernidad y todo ello, qué duda cabe, ha dejado parte de su horma en la lengua que hablamos los que nos encontramos en esta sala.

Con aquel momento de vanguardia cultural nos engarza este magnífico congreso, que se ha planteado como objetivo tomar la iniciativa en este momento de cambio mundial y favorecer que la lengua española siga difundiendo su corriente de historia transoceánica y libertad individual, ya sea en el habla cotidiana, ya sea en Internet, en el campo de la discusión científica o en las obras de los nuevos creadores.

El Instituto Cervantes y la Real Academia Española nos han regalado la oportunidad de reunir en cuatro breves días los diferentes caudales del español y ser testigos de su esfuerzo para recoger todo el acervo del idioma y proyectarlo entre todos los países aquí representados. Las actividades culturales del congreso han sido fehaciente muestra de ello, desde el repaso a cinco siglos de música española que ayer tuvimos ocasión de escuchar, hasta el concierto contemporáneo y audaz de Llorenç Barber, pasando por la vívida interpretación de compositores españoles y americanos que llevó a cabo la orquesta de Castilla y León. La presencia de Sus Majestades los Reyes, los presidentes de México, Argentina, Colombia y Guinea Ecuatorial, junto con el Presidente del Gobierno, con quienes pudimos compartir nuestra comida en el Patio Herreriano, donde pronto abrirá su sede el Museo de Arte Contemporáneo Español de Valladolid, ha realzado los vínculos que unen a los territorios que abarca el español.

Por todo ello, quiero reiterar mi agradecimiento en nombre de esta ciudad a quienes eligieron Valladolid para ser sede de este congreso, y nos han permitido hacer gala de una hospitalidad abierta y precisa, similar a la que ofrece a cada nuevo hablante de lengua española. Muchas gracias.