La celebración en Valladolid del II Congreso Internacional de la Lengua Española ha convertido durante estos días a esta ciudad y a Castilla y León en lugar de encuentro, desde la participación directa o el seguimiento del debate, para todos los que compartimos y amamos nuestro idioma común.
Esta tierra vio nacer el castellano. Algo tuvo que ver sin duda en que alcanzara dimensión universal. Y hoy se siente orgullosa de haber albergado un congreso en el que la comunidad hispanohablante del mundo ha asumido con responsabilidad y decisión impulsar el español hacia el futuro.
La presencia de tantos y tan cualificados representantes institucionales, académicos, culturales, sociales y económicos de los diversos continentes y países para los que la lengua española forma parte de su patrimonio, ha sido preciosa para nosotros y constituye ya un acontecimiento de relieve en nuestra particular historia.
No hace mucho, S. M. el Rey de España destacaba como principal virtud de nuestra lengua su «unidad dentro de la más enriquecedora diversidad», al tiempo que nos recordaba cómo «el español ha de ser más que nunca una propuesta de amistad y de comprensión, un instrumento de concordia y tolerancia y un cauce para la creación y el entendimiento entre las personas y las culturas».
Pienso sinceramente que esas aspiraciones se han hecho realidad más que nunca estos días en Valladolid, confirmado frente a los más pesimistas lo dicho en alguna ocasión por Gregorio Salvador: «El español es un idioma en el que ha imperado la fuerza del intercambio sobre el espíritu de campanario».
Finaliza un congreso comprometido con el futuro de nuestra lengua. Un congreso que, en voluntad de sus organizadores, ha pretendido analizar sus retos presentes y debatir sobre sus posibilidades futuras. Los retos que impone al español la nueva Sociedad de la Información y las modernas técnicas de comunicación entre personas y pueblos. Las posibilidades que derivan de una visión que haga compatible la belleza de nuestra lengua como medio de creación cultural y literaria con su total aprovechamiento mediante su puesta en valor en todos los ámbitos económicos y sociales.
Pero finaliza también un congreso instalado ya en el futuro de nuestra lengua. Un congreso que, con la contundencia de los hechos, ha demostrado cómo traducir en iniciativas innovadoras esa voluntad de luchar y ganar el futuro que debe animar a toda la comunidad hispanohablante.
La presentación de la vigésima segunda edición del Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española es la mejor prueba del espíritu integrador de nuestra lengua común y de su viveza, al incorporar entre otras más de doce mil voces procedentes del habla de nuestros hermanos americanos.
La transmisión vía satélite a tres continentes de la señal de canal interactivo de televisión que ha dado cobertura íntegra al encuentro, y la amplia información ofrecida a través de Internet, han convertido a este congreso de Valladolid en noticia de alcance universal, y han permitido al español moverse sin reservas dentro de las nuevas fronteras de la Sociedad del Conocimiento.
La presentación por el Instituto Cervantes del primer curso de español por Internet, junto a otras iniciativas desarrolladas a través de las tecnologías de la información más avanzadas, suponen otros tantos ejemplos de la puesta en valor de la lengua como factor de formación y de desarrollo de posibilidades económicas.
La presencia virtual en fin, hace tan sólo unos momentos, en este escenario tan unido a algunas de sus grandes obras, de nuestro entrañable Miguel Delibes, confirma igualmente las posibilidades que para la lengua española, para la creación literaria en español y para su difusión, nos ofrecen los modernos sistemas de telecomunicación.
Señoras y señores:
Quienes el pasado martes tuvimos la fortuna de escucharla, nunca olvidaremos la deslumbrante intervención de Mario Vargas Llosa. La figura del Inca Garcilaso le sirvió para expresar, en brillante construcción literaria, el carácter universal del español. Según sus palabras, Garcilaso «fue el primer escritor de su tiempo en hacer de la lengua de Castilla una lengua de extramuros, allende el mar, de las cordilleras, las selvas y los desiertos americanos. Una lengua no sólo de blancos, ortodoxos y cristianos, también de indios, negros, mestizos, paganos, ilegítimos, heterodoxos y bastardos».
Castilla y León, para la que el castellano es, sin ningún ánimo exclusivista, un valor esencial para su identidad como comunidad y que, por sus circunstancias de la historia, celebra su fiesta oficial en fecha de resonancias tan cervantinas como el 23 de abril, comparte y defiende plenamente este sentido integrador y plural del español.
Pero también es cierto que, según nos recordara Salvador de Madariaga, no es poca cosa ser el pueblo creador del castellano. «Ahí entrego la lengua más hermosa de Europa. Haz que, mientras la usas y gozas, si no gana, al menos que no pierda en hermosura».
Desde esa especial responsabilidad, que sabemos y queremos compartida con todos los que pensamos, hablamos y escribimos en español, Castilla y León quiere también contribuir al mejor futuro de la lengua de todos nosotros.
Para ello queremos, en primer lugar, que la lengua española sea la verdadera piedra angular de un sistema educativo dirigido a la formación integral y humanística de la persona. Una sociedad moderna cada vez más abierta nos exige extender las enseñanzas técnicas y el mejor aprendizaje de los lenguajes tecnológicos y de los idiomas extranjeros. Pero una lengua propia escasa, empobrecida o sin personalidad es siempre causa de fracaso escolar y, por tanto, de fracaso personal.
Queremos también que las universidades de Castilla y León —aprovechando y ampliando la positiva experiencia ya acumulada por las de Salamanca y Valladolid— conviertan nuestra comunidad, a través de la calidad, en un espacio privilegiado de enseñanza del español.
Queremos asimismo potenciar el mayor número posible de iniciativas técnicas, docentes, institucionales o ciudadanas para la difusión del español y alcanzar sus posibilidades económicas con el mercado. Castilla y León, su sociedad y sus poderes públicos están incrementando decididamente sus esfuerzos en investigación, desarrollo e innovación y en servicios de telecomunicaciones, que deben ser eficaces instrumentos para el crecimiento y rentabilidad del español.
Queremos además desarrollar todo el potencial turístico que Castilla y León posee respecto de la lengua, a través de sus espacios e itinerarios culturales, o de la conexión con nuestras figuras universales de la literatura en lengua española: Jorge Manrique, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Unamuno, Machado, Delibes, etc.
Queremos, en fin, favorecer nuestras relaciones directas con los países que, aun perteneciendo a otros ámbitos idiomáticos, más demandan hoy el español, como se está haciendo ya con las universidades brasileñas y con algunas norteamericanas.
Sólo me queda ya expresar todo nuestro reconocimiento a la Real Academia Española y a las demás Academias de la Lengua, al Instituto Cervantes, a las instituciones públicas y privadas colaboradoras —con mención especial a una entidad castellana y leonesa como es Caja Duero—, así como a todos los ponentes y asistentes al congreso.
Su esfuerzo y su participación ha conseguido convertir ya este II Congreso Internacional de la Lengua en una referencia obligada en el futuro, desde el deseo de que el español siga creciendo con la fuerza que le da su gran viveza y capacidad de integración, y con la aportación responsable de todos los que lo asumimos como propio.
Muchas gracias.