Gonzalo Santonja Gómez-Agero

Los papeles rotos de la calle: transversalidad sin fronteras Gonzalo Santonja Gómez-Agero
Director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua (España)

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo,
llegó un muchacho a vender unos cartapacios
y papeles viejos a un sedero; y como yo soy
aficionado a leer, aunque sean los papeles
rotos de las calles, llevado desta mi natural
inclinación tomé un cartapacio.

                    

Cervantes, Don Quijote, I, IX

Hasta los papeles rotos de la calle, así pondera Cervantes su pasión por la lectura al comienzo de la segunda parte de Don Quijote, cuando todavía pensaba que su relato apenas daría para dos horas de passa-tiempo. Hasta los papeles rotos de las calles leía aquel raro ingenio, tal vez convencido de que en esos papeles de la calle, aún fragmentados y rotos, encontraría más y mejor materia que en otros papeles, no rotos ni fragmentados ni de la calle. Mutatis mutandis, con los periódicos viejos sucede lo mismo: materia frágil, de suyo efímeros, esos papeles con frecuencia deparan notables sorpresas al repasarlos con perspectiva.

En ese sentido, mucho me llamaron la atención, hace ya demasiados años, las frecuentes colaboraciones de escritores como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Eduardo Zamacois, Ortega y Gasset o Ramón Gómez de la Serna en algunos periódicos, inicialmente consultados un poco por azar (ya se sabe: «el azar es objetivo», máxima cierta de André Bretón), de la orilla americana del océano del español. Y lo que más me sorprendió, por encima de la talla de los autores citados, fue la constatación de que esos textos, insertados en rotativos de la difusión y el prestigio de Excelsior de México o La Prensa de Lima, también aparecían en otros de circulación mucho más limitada, al estilo Diario de Yucatán (México) o Diario de Costa Rica (Costa Rica).

Del mismo modo, vuelta la atención hacia la orilla peninsular, comprobé que sucedía lo mismo con Alberto Ghiraldo o el mismísimo Rubén Darío, repetidas sus colaboraciones en periódicos de toda España, desde El Norte de Castilla de Valladolid, La Voz de Córdoba o El Mercantil Valenciano hasta La Voz de Galicia de La Coruña, La Última Hora de Palma de Mallorca o La Libertad de Badajoz, provincia esta última secularmente al margen de cualquier iniciativa intelectual marcada por la ambición y la universalidad. En total se trataba, al menos de diecinueve periódicos.

Y al pie de ambas series figuraba esta razón empresarial: Agencia CIAP, siglas que convenientemente desarrolladas respondían al nombre completo de Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, con sede central en Madrid pero con delegaciones en Buenos Aires, México, Chile, Uruguay y Ecuador más una red de librerías que, sumando asociadas y propias, comprendía cerca de ciento treinta establecimientos, despliegue absolutamente inusual, por ambicioso y logrado, en los años que nos ocupan, finales de la década de los veinte y comienzos de los inquietos años treinta españoles del recién vencido siglo xx.

Pues bien, cuál era la entidad de la CIAP, qué tipo de publicaciones formaban el núcleo de su negocio. Más preguntas: reclamándose de ámbito «ibero-americano», esa proclamada iberoamericanidad hacia dónde apuntaba, en qué consistía y hasta qué punto superaba el habitual hispanoamericanismo retórico y hueco de los juegos florales y el día de la raza, súbgenero epigonal, de la literatura fósil, tan repetido como ignorado. A qué respondía, en definitiva, ese flujo de aportaciones entre España y las naciones americanas de habla española.

Puesto sobre la pista de los papeles rotos y las colecciones en fragmento de las hemerotecas, en especial de la Hemeroteca Municipal de Madrid y del servicio correspondiente de la Universidad Nacional Autónoma de México, al cabo de cierto tiempo uní los cabos de aquella historia, quizás demasiado precoz y, en cuanto tal, destinada a dibujar una corta trayectoria, bueno, corta pero elocuente y hasta muy digna de emulación e inmerecidamente olvidada. Y de eso se trata en la alta ocasión de ahora: de incidir, aunque sea en apretada síntesis, en el perfil de aquella aventura, empezando para ello por los debidos nombres propios, porque las cosas, aunque a veces tarde en reconocerse, siempre descansan en esfuerzos personales.

En este caso fueron tres los protagonistas; a saber, dos economistas y un hombre de letras: los hermanos Bauer, Ignacio y Alfredo, y Pedro Sainz Rodríguez, maestro en místicas y también, ay, maestro en menos místicas causas que en este momento no son del caso, unidos en fecunda alianza entre 1929, cuando cobró especial auge la relación, y 1932, año en que la empresa hizo crac financiero al declararse en suspensión de pagos a causa del universal quebranto de la tremenda crisis norteamericana del veintinueve, que tocó de lleno a esa poderosa Banca Rothschild de la que los citados hermanos, a través de su Banca Bauer y Compañía, eran representantes en España, rodrigones locales de un imperio que, golpeado en su centro, rebotó el problema hacia los márgenes, sacrificando en esos lejanos territorios cuanto fue menester para sanear el negocio. La CIAP, por desgracia, formó parte de aquella campaña de sacrificios, privada de financiación y con urgencia apremiada de pagos en el peor momento, es decir, sorprendida en plena fase de desarrollo, todavía en pleno período de inversión y con el horizonte de la rentabilidad aún demasiado en ciernes.

Entonces murió un proyecto que lo abarcaba todo: colecciones dedicadas a los clásicos, en el doble aspecto de la divulgación y el estudio (Bibliotecas Populares Cervantes, Clásicos Olvidados, Biblioteca Nebrija); marcas en su integridad consagradas a los autores contemporáneos, apartado que abarcó la adquisición de las editoriales de mayor arraigo, como Renacimiento, Mundo Latino, Estrella o Atlántida; revistas de la magnitud de Cosmópolis o el bien ganado prestigio de La Gaceta Literaria; colecciones de novelas cortas, género a la sazón dominante, tan implantadas en el mercado como La Novela de Hoy; series de historia, con particular incidencia en la historia de América (Documentos inéditos para la historia de Hispano-América, Las fuentes narrativas de la historia de Hispano-América, Biblioteca de Monografías, Historia de América y de la civilización hispano-americana) y, por no hacer demasiado extensa la relación, una representativa silva de traducciones. Además, por si aún fuera poco, la CIAP quiso tener muy en cuenta la espléndida realidad, luego negada con pésimos resultados, de «las dos grandes literaturas peninsulares no escritas en castellano», es decir, la catalana y la portuguesa, con sendas iniciativas de hondo calado, Biblioteca Camoens y Biblioteca Catalana, más una tercera Biblioteca de Estudios Gallegos y el colofón de una excelente Biblioteca Hispano Marroquí-Biblioteca de los Sefardíes, etcétera, etcétera.

Todo ese plan, como señalé más arriba, resultó frustrado en plena fase de implantación por la adversidad de unas circunstancias financieras que, en estricta aplicación de la lógica del mercado, se mostraron implacables. Se trató, que yo sepa, del primer intento, en muchos aspectos primero y único, de vertebrar un campo de fructífera colaboración entre escritores y lectores del ancho y plural mundo del español, levantando una alternativa a las agencias de prensa norteamericanas y sus afanes de monopolio.

En los papeles rotos de los periódicos de aquella época quedan las huellas de tal intento. Rescatarlo del olvido, y reconocer su significado, devolverá a nuestra compleja historia intelectual, tan llena de encuentros como pródiga en desencuentros, uno de los mejores capítulos, a mi juicio, del libro de las tentativas por establecer fecundos puentes de entendimiento en la universal república del español. Tarea, a mi entender, que sigue siendo la nuestra.

Adenda

Al declararse la CIAP en suspensión de pagos, quebró su sistema de exclusivas el cual garantizaba un salario mensual fijo, establecido según las previsiones de ventas, a numerosos escritores. Con tan desdichado motivo, la sociedad literaria se conmovió en sus cimientos. Y un significativo grupo de autores lanzó entonces un manifiesto que, al cabo de tantos años, merece la pena reproducir, porque fija, al menos a mi entender, algunos conceptos de relevancia:

No podemos permanecer indiferentes los escritores en el arreglo de las circunstancias por que atraviesa de momento la Compañía Ibero Americana de Publicaciones. El hecho de que la Casa editorial donde agrupamos nuestra producción y tenemos nuestro pan asegurado altere su economía o la vea en peligro, sería suficiente para justificar nuestra inmediata intervención en la disputa, ya que a nadie se le puede regatear el hecho de defender su vida económica. Pero nosotros, artistas, no nos pronunciamos en este documento en nombre de nuestros intereses crematísticos, sino de nuestros intereses espirituales, unidos, en este caso, no sólo a los del país español entero, sino a los de todos los países de habla española.

Es criterio moderno considerar los derechos, incluso el de propiedad, en función social, y no como bien privativo absoluto. Este noble pensamiento fecunda la civilización contemporánea y la hace humana y justa. Nadie puede destruir un manantial de prosperidad o de belleza. Nadie puede interrumpir el fecundo ritmo de un trabajo. Sobre el dominio nominativo adscrito a la persona pesa ya, felizmente, la hipoteca moral creada por un estado de conciencia que le impone al dueño: —Esto es tuyo en cuanto hagas buen uso de ello.

Todavía más importante que cualquier propiedad de sola expresión mercantil es la que contribuye al progreso de la cultura, a la afinación de la sensibilidad o del gusto, al perfeccionamiento de la parte divina del hombre, de sus dotes mentales y de su conducta ética. Una biblioteca, un periódico, un teatro, una escuela, un museo, un laboratorio, son entidades por encima de interese particulares; pertenecen a la generalidad y no se explica su aniquilamiento más que holladas por el atropello de la barbarie. En el mismo caso se considera a la Editorial cuando es taller de inteligencia y sembradora y alumbradora de riqueza intelectual. La Casa editora no está formada en su íntima realidad por al mecánica de sus oficinas, imprentas y librerías; es una reunión de escritores la que forma su núcleo vivo, la crea, sostiene y propaga. Si en un momento determinado todos los literatos suspendieran sus actividades y retirasen sus títulos, la editora se quedaría hueca de repente, sin razón de ser, sin poder sobrevivir ni un minuto a la ausencia de lo que constituía, materialmente, su existencia.

Nosotros podemos decir en pura verdad que somos la Compañía Americana de Publicaciones. Sin nosotros la CIAP podrá tener organización, empleados, papel, maquinaria para imprimir y despachos para vender libros; pero no tendrá libros; será como un buen traje colgado, inútil, de una percha. El individuo es el ser, no su ropa. Nosotros somos la CIAP, y en las incidencias surgidas entre ella y sus financieros, nos personamos para decir:

1.º No estamos dispuestos a consentir que nos trate como mercancía y se hagan transacciones a espaldas nuestras y con nuestros hombres, si han de traer como consecuencia algún perjuicio para el progreso y orientación comunes. Somos dueños de nuestra obra y libres en el porvenir; y lo mismo que aspiramos a la continuación de la CIAP en su organización y directrices actuales y en su progreso actual, podemos separarnos en grupo de esta editora, que —lo repetimos— sin los autores sería un organismo paralítico.

2.º La labor de la CIAP en su aspecto cultural, en los escasos tres años de su existencia, nos parece admirable germen de cosecha fructífera, cumplidora de esa generosa función social a que antes aludimos. Por tanto, nos solidarizamos con ella. Ha elevado el nivel económico del escritor; difundido sus obras en términos aquí no alcanzados hasta ahora; ha creado numerosísimos centros de venta; ha reunido a los escritores americanos con los españoles; roto las mezquinas normas tradicionales; puesto los jalones de una colosal propagación del libro; ha servido a los lectores selectos en calidad y baratura; satisface la noble pasión del saber con la creación de colecciones que colman los anhelos populares. Un esfuerzo tan considerable y bien orientado, por fuerza ha de tener nuestra adhesión entusiasta.

3.º La labor de la CIAP ha constituido la mayor influencia de España y de su idioma en el estado internacional, singularmente en Hispanoamérica. LA CIAP merece la atención del Estado, y la solicitaremos si llega el oportuno momento; y

4.º No debe malograrse el trabajo magnífico que ha realizado la CIAP, ni sus proyectos para el futuro; no debe interrumpirse su vasto plan, en gran parte establecido. El arreglo de las cuestiones financieras en punto de coincidencia mercantil, es fácil para Empresa tan importante, sobre todo si se cuenta con los autores para su desarrollo normal. Y nosotros prometemos a la CIAP la exclusiva de nuestra creación, siempre que la Compañía continúe sus actividades con el mismo carácter.

Los escritores hispanoamericanos reunidos en la CIAP deseamos que en el arreglo del aspecto económico de la Empresa pesen nuestras consideraciones, motivadas por la defensa de otro aspecto de la Compañía, el espiritual y, unidos todos, podamos continuar con el mismo entusiasmo la magna labor de propagar el libro, signo supremo de la civilización.

Tomás Borrás.- Valle-Inclán.- G. Marañón.- Jacinto Grau.- Alberto insúa.- Juan Pérez Zúñiga.- E. Hernández Catá.- Martín Luis Guzmán.- Antonio Robles.- Augusto Martínez Olmedilla.- Francisco Camba.- Darío Pérez.- César González Ruano.- «Azorín».- Cristóbal de Castro.- Ricardo Baroja.- W. Fernández Flórez.- Manuel Machado.- Pedro de Répide.- Antonio Machado.- Arturo Mori.- Eugenio d'Ors.- César Juarros.- José Francés.- E. Barriobero.- Jesús R. Coloma.- Luis Jiménez de Asúa.- E. Gutiérrez Gamero.- Concha Espina.- José Canalejas.- Rosa Arciniega.- Diego San José.- Celedonio de la Iglesia.- R. Blanco Fombona.- Felipe Sassone.- Antonio de Hoyos y Vinent.- Luis de Oteyza.- Victoriano García Martí.- Manuel Abril.- Alberto Ghiraldo.- Joaquín Belda.- Eduardo Zamacois.- José Montero Alonso.- Emilio Carrere.- Carmen de Burgos.- Enrique Díez-Canedo.- Francisco Villanueva.- Federico García Sanchiz.- José María Salaverría.- E. Marquina.- José María Carretero.