Juan José Millás

¡Viva Babel!Juan José Millás

Mi padre era esperantista, de modo que, pasé gran parte de mi infancia escuchando la apología de ese idioma mítico, decía que, cuando se impusiera sobre los demás, permitiría a cualquier persona, en cualquier parte del mundo, preguntar dónde se encontraba el cuarto de baño, y ser entendido por el receptor. «Tú entrarás en un bar de Australia», me decía mi padre, con un entusiasmo loco: «Preguntarás por el servicio en esperanto y te responderán, también en esperanto y te responderán que al fondo a la izquierda».

El servicio, en los bares españoles, siempre están «al fondo a la derecha» pero mi padre creía que del mismo modo que en el hemisferio sur el agua gira alrededor del sumidero del lavabo en el sentido contrario que en las agujas de un reloj, el cuarto de baño debería estar en ese hemisferio, en el lado opuesto que estaba entre nosotros.

Le enloquecían los cambios que se producían en las relaciones espirituales. Nunca entendió por cierto por qué, si en el espejo aparecía en la derecha lo que en la imagen real se encuentra en la izquierda, no vemos una cabeza donde debían aparecer los pies. Mi padre se murió sin resolver este enigma y sin saber que el esperanto había triunfado aunque se llamaba inglés.

En efecto, el inglés, en lo que se expresa el 90 % de la población mundial que lo habla, es un idioma de aeropuerto que sirve para averiguar dónde está el retrete o poco más. Podríamos decir que se trata de un inglés escatológico, pero es que también que el esperanto que yo conocí era un idioma escatológico no sólo por la utilidad principal que le atribuía mi padre, sino porque más que anunciar el principio de una nueva cultura amenazaba con la muerte de todas. Me explico; si ustedes han leído la Biblia, sabrán que el relato de La Torre de Babel apenas ocupa diez o quince líneas en el Antiguo Testamento. Resulta increíble, que una fábula de ese tamaño, y con una trama muy sencilla haya atravesado los siglos llegando al día de hoy tan fresca como cuando se escribió. Sobre esa fábula se han escrito miles de páginas, pues ha sido un motivo de inspiración para filósofos y ensayistas aunque también para pintores y músicos. Cualquier escritor sensato daría la mano izquierda por alumbrar un cuento con esa capacidad para sobrevivir y para crecer a lo largo del tiempo, ¿dónde está su secreto?, ¿de dónde procede su vigencia inagotable?, ¿cuál es la carga simbólica que lo mantiene vivo?

Personalmente creo que la juventud perenne de ese relato se debe a que resume de manera admirable un momento inaugural de la historia de los seres humanos, pues, cuando Dios confundió las lenguas de los habitantes de Babel obligándolos a organizarse en grupos lingüísticos para que tomaran diferentes direcciones; comenzó desde mi punto de vista, la cultura.

En otras palabras, la cultura se inaugura al mismo tiempo que las diferencias. Podríamos decir que hasta ese instante la humanidad vivía en una situación indiferenciada, que es la que caracteriza al incesto de los habitantes de Babel que hablaban un idioma único. El esperanto de la época que los mantenía patológicamente unidos e indiferenciados. Así como el bebé permanece unido e indiferenciado al cuerpo de la madre, sin saber dónde termina él y dónde comienza ella, ignorante de que el bien y la realidad viste una frontera, para crecer, para ser alguien, para conquistar una subjetividad en el mundo hay que separarse de la madre desgajarse de ella literalmente, como las lenguas románicas se desgajaron en su día del latín para surgir: el castellano, el francés, el gallego, el catalán, el portugués y todas sus secuelas culturales. De ser correcta esta interpretación, el relato de la torre de Babel haría coincidir el nacimiento de la cultura, además, con el reconocimiento de otro, con la consideración del incesto como tabú. Ese tabú es uno de los pilares fundamentales de nuestra cultura quizá porque el incesto en tanto en cuanto significa un regreso al origen; a la indiferencialización, al apegotonamiento original, simboliza también la muerte.

Mi padre, que era un hombre ingenuo, se quedaría espantado si escuchara esta interpretación, según la cual, su deseo de que se impusiera el esperanto, ocultaba el de meterse a la cama con mi abuela, pero, la verdad, las temporadas en las que mi abuela se venía a vivir a casa, la llamaba para desesperación de mi madre, como si fuera su novia. Por cierto que entre ellos y no por casualidad, hablaban en esperanto; no sabían inglés.

Quiero decir con esto, que la vigencia del inglés en los términos en los que se está produciendo, que va más allá de lo que históricamente se ha entendido como una lengua franca significa una vuelta atrás desde luego que sí, claro que el inglés no tiene la culpa, le podría haber tocado a cualquier otro idioma, incluso al esperanto, pero le ha tocado al inglés, por eso hablamos de él.

No vean motivo alguno en esta declaración, precisamente, por los mismo días que me invitaron a asistir a este congreso, y mientras intentaba descifrar, supongo que como mis compañeros de mesa, el significado del título de la mesa «El significado del mundo textual en el mundo hispánico, transversalidad y contrastes», tropecé en el periódico con una noticia según la cual 60 % de los idiomas del mundo estaba en trance de desaparecer. Así lo ha firmado un grupo de lingüistas reunidos en Leipzig (Alemania), aunque hay estadísticas que elevan esa cifra hasta el 95 % ¡Dios mío! Me dicen, todo está en trance de extinción.

No hacía mucho, había leído también que cada 20 minutos desaparecía una especie animal y empeoraba la calidad del esperma de las que van quedando. Del 40 % de los idiomas que no corren, de momento, ningún peligro, el principal en nuestro ámbito es el inglés, que en la mayoría de las personas habla de un modo aproximado y no para preguntarse precisamente quiénes son, a dónde van, o de dónde vienen, que es para lo que lo utilizaba Shakespeare. Hay gente que se las arregla con un vocabulario de 70 u 80 palabras. Lo que para el pensamiento es tan peligroso como para la biología, que nos manejemos con un esperma que no contenga más de 70 u 80 espermatozoides, con esa cantidad de palabras y de espermatozoos no vamos a ningún sitio. Pronto empezarán a salir los niños incompletos y las oraciones transitivas sin complemento directo. Un día iremos a echar mano de los brazos y resulta que no tenemos brazos porque el líquido seminal no daba para tantas extremidades e iremos a nombrar un árbol y no seremos capaces porque la palabra que lo designaba se habrá caído del vocabulario.

No produce todo esto una impresión de que nos encontramos inmersos en un proceso de implosión, de encogimiento, de regreso a los orígenes, a la muerte. Acaso no vivimos en sociedades muy incestuosas, en el sentido al menos que son muy intolerantes con lo que no deberían serlo, y, muy prohibitivas en asuntos que carecen de importancia, ¿no queda esto perfectamente metaforizado en el regreso a un idioma global que apenas sirve para averiguar la hora?

La naturaleza tiende al pluricultivo, si uno deja un jardín abandonado a su suerte. En poco tiempo aparece sobre su tierra infinidad de matas y de hierbas que conviven con unas junto a las otras sin ningún problema, la naturaleza lo hace así porque de ese modo si hubiera una epidemia que afectara a una especie que es lo habitual, solo moriría esa especie la que llamamos malas hierbas, por una suerte de deformación pedagógica no son sino pura diversidad, pura biodiversidad, como decimos ahora en el monocultivo, que se trata de un invento específicamente humano. Cuando hay una epidemia, todo el terreno queda baldío. El monocultivo en el mundo vegetal ha sido bueno para la alimentación, pero el monocultivo en lo que a lenguas se refiere es un desastre. Da lugar a ese fenómeno que llamamos pensamiento único y que ni siquiera es pensamiento. La globalización entendida como homogenización es la muerte.

Mientras preparaba estas líneas tropecé con otra noticia, según la cual los bancos de esperma, cada vez más solicitados, sólo reciben peticiones de materiales genéticos cuyos donantes tuvieran: los ojos azules, 1,80 de estatura y pelo rubio.

La globalización también en cuanto a lo de genética se refiere, se está traduciendo en una forma de estandarización escalofriante. En unos años, si esta demanda se consolida, la humanidad podrá disfrutar no solo de un pensamiento único sino de una uniformidad física total al contemplar a otro. Creerás que estás mirándote en el espejo y te enamorarás de él, es decir de ti como Narciso que elevó la endogamia a los extremo por todos conocidos.

Pero a lo que íbamos, la lengua es un órgano de la emisión. Cuando voy al campo yo solo y dada mi ignorancia en asuntos relacionados con la naturaleza, apenas veo árboles, pero cuando voy con un amigo experto, además de árboles, veo acacias, chopos, pinos, fresnos, álamos, castañales y robles. La reducción del lenguaje, estrecha el campo de la visión y reduce la del pensamiento. Una sociedad que habla mal, que escribe mal no puede pensar bien, aunque tenga los ojos azules y mida 1,80. Digo esto porque además del triunfo inesperado del esperanto y de la pérdida diaria de alguna lengua uno tiene la impresión de que del mismo modo que cada vez hay menos clases de escarabajos cada vez se utilizan menos palabras en los idiomas que sobreviven a su extinción desoladora. Cada palabra que se cae del vocabulario, como cada lengua que se pierde, equivale a la perdida de una pieza dental, con esas piezas dentales que llamamos palabras, masticamos la realidad para digerirla y comprender los tractores que hace años quemaron impunemente la amazonía. No sólo acabaron con un ecosistema sino con multitud de lenguas a través de cuya óptica se comprendía la necesidad de mantener intacta esa reserva.

Quizás deberíamos comenzar a mostrar con las palabras, como con los idiomas, la misma preocupación que mostramos con las especies animales y vegetales. Hace falta la aparición de un activismo tan radical como sea posible en relación a la lengua y otras lenguas, especialmente, en un momento en que la globalización se está mostrando incompatible con el mantenimiento de la identidad lingüística.

Creo que no peco de ingenuo al pensar que este congreso de la lengua como los anteriores está cumpliendo esta funcione activista, y ustedes y nosotros hablamos una lengua común que, sin embargo, es diferente en cada sitio, esa diferencia que es parte de su enorme riqueza, no solo no se ha intentado suprimir como se viene alentando desde que yo tengo memoria, así lo demuestra las iniciativas de las distintas academias a las que ahora se ha sumado también el Instituto Cervantes. Escuchar mi lengua en Argentina, en México, en Colombia, en Chile, en Ecuador, en Perú, y comprobar que siempre es la misma pero siempre es diferente, me consuela de un monolitismo desesperanzador de esperanto.

Tal vez, me digo, todavía sea posible, el pensamiento, la diferencia la cultura, tal vez las generaciones futuras tengan que hacer frente con su lengua retos filosóficos mayores que el de averiguar dónde está el cuarto de baño.

Pido disculpas por no haber sabido interpretar la demanda que se me hizo con mi participación en esta mesa, pero espero haber rozado, al menos de manera indirecta, la preocupación central de este congreso.