Lengua y sociedad digital Indira Montoya
Artista, gestora cultural, maestranda de Sociología en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina)

Traje para ustedes un pequeño ejercicio aprovechando que mi disciplina de base es el arte de acción, y que pienso que el cuerpo es el átomo de nuestros encuentros, diálogos, posibilidades y conflictos. Y también que en general tendemos a pensar el cuerpo como algo disociado de la vida digital. De hecho antes hablábamos mucho de virtualidad en contraposición a lo material, lo real y ese es un binomio que tiende a desaparecer no sólo porque nos digitalizamos sino también porque vamos entendiendo que lo que sucede en las redes es parte de la materialidad de nuestra vida cotidiana.

Les pido que por favor pongan su mano sobre su cabeza y se toquen el pelo. No las puntas del pelo, sino la base, ahí, donde se une con el cuerpo.

Ahí, justo ahí, y mientras se tocan, pensemos por un segundo que en esos bulbos capilares está presente el rastro genético de todas nuestras madres y todos nuestros padres, hasta aquellos primeros que bajaron de un árbol, que convirtieron un grito o un gemido en eso que hoy conocemos como una palabra. Pienso en mis antepasados nómades que transitaron el desierto y en la inscripción imposible en esa arena infinita. Inscripción efímera pero que persiste e insiste en mí. Ríos de arena, de borramientos, olvidos, todos juntos en mí.

Y mientras se tocan, les pido que pensemos en ellos y nos preguntemos quiénes eran. Esa memoria que tenemos escrita en códigos que a simple vista no son visibles, la vida, la mirada, los pies, las manos, el pelo, los ojos, los caminos, los paisajes, los recuerdos, los gritos, la poesía, los cantos, los nombres de todos ellos. Preguntemos, cada uno en su propio silencio, quién eras, cómo eras, cómo era tu sonrisa, tu cuerpo, cómo hablabas, qué veías cuando salías de tu casa, cómo era el horizonte, el color de tus vestidos, el sonido de tu ambiente. Qué cosas viviste, cómo fueron tus sueños, tus noches, tus hijos, tus padres, tus amigos. Qué caminos cruzaste y cómo, en barco, en camellos, a caballo, qué amores te fueron negados y por qué, qué me dejaste, qué hay en mí de vos, tal vez un poro en la piel, el tamaño de mis dedos, o las horas de sueño que mi propio cuerpo me permite.

Así como en nuestro cuerpo están las trazas de millones de antepasados que aún fulguran vitales en nosotros, también nuestras palabras son ese cruce de nómades, migrantes y escapes, que están ahí para reconocerse nuevas en cada gesto.

Con este pensamiento, traigo una lista pequeña a la que llamé casuística de huellas o anecdotario de huellas. Es una lista inconexa, desmembrada y azarosa que sigue las lógicas de nuestras lecturas en redes sociales y que no tiene nada que ver con el alcance sino con el tiempo o con las formas que quedan de los surcos y cicatrices que formulamos con nuestras escrituras. A cada caso le puse nombre y una pregunta (o varias)

Primera huella: El archivo como resistencia.

El archivo de la memoria trans es un trabajo colectivo que comenzó a partir de recuperar el material fotográfico que María Belén Correa encontró en la casa de Claudia Pía Baudracco después de su muerte.

Fotos de mujeres trans que habían sido guardadas por Pía y otras chicas trans durante años; la mayoría de ellas perdía todo en los cientos de allanamientos que sufrían a causa de la persecución que aún hoy existe, la mayoría no tenía fotos de infancia ya que eran expulsadas de sus hogares o morían (la esperanza de vida de una persona trans era y sigue siendo de 36 años) (pensemos por un segundo en cuántos años tenemos) y sus cosas se perdían en el olvido.

El archivo de la memoria trans se construyó a partir del encuentro y sistematización de estos materiales para recuperar las historias que tienen como elementos en común el exilio, el gueto y la supervivencia. Un archivo de la vida cotidiana de personas que durante siglos fueron expulsadas de lo cotidiano y forzadas a desaparecer en las sombras de la ilegalidad, la pobreza, la enfermedad, la prohibición, el tabú, el femicidio. Fotos festejando un cumpleaños, una reunión, tomando mate, comiendo pan.

¿Cómo construimos la memoria visual de nuestra autobiografía? ¿Qué miramos y qué lógicas usamos para los recortes? ¿Qué y a quiénes dejamos fuera, cómo es que lo feo, lo malo, lo indeseable cambia de signo gracias a la circulación de imágenes? ¿Cómo aprendemos a amar y a desear otros cuerpos aparte de aquellos que nos enseñaron a amar? ¿Cómo aprendemos a ser quienes somos gracias al acceso que las redes nos permiten a otras vidas también vivibles y también habitables?

Segunda huella, se llama el silencio: En un texto, Lacan le comenta a Francois Cheng que usó  un poema de Wang Wei llamado «El Lago Qi» para explicar la metáfora y la metonimia. En el poema, una mujer acompaña a su pareja hasta el borde del lago donde él toma un barco y ya lejos de la orilla mira hacia atrás para verla y ve la montaña y la nube. El poema fue escrito unos 1000 años antes de la lectura de Lacan.

¿Nos preguntamos por las temporalidades de quién nos lee? ¿A quién le escribimos cada vez que presionamos enter, a quién le hablamos si tal vez en 700 años esos textos perduren de alguna forma que ni siquiera imaginamos hoy?

Tercera huella: Los códigos. Desde siempre hemos inventado sistemas para codificar los textos y que solo puedan ser leídos por un determinado destinatario. Durante el tiempo que estuvo preso en los años noventa luego de realizar una performance, Ángel Delgado, artista cubano, realizó 102 dibujos en los que codificó mensajes que solo su hermana podía leer. Esos trabajos son un doble proceso de encriptación. Aquella que es voluntaria, la de inventar un alfabeto que solo puede ser leído por una persona para así poder decir pequeños mensajes y mantener la intimidad que se pierde en el sistema panóptico carcelario. La segunda, los dibujos muestran situaciones de la vida cotidiana en una cárcel. Trabajos que a primera vista parecen simples, son en verdad constelaciones complejas de narrativas sobre sistemas de poder, opresión, asfixia que toman el lugar de lo cotidiano.

Nuestros datos circulan libres y casi sin restricciones. ¿Qué pasa con esos datos y qué control tenemos de los mismos? ¿Qué hacemos nosotros con todos los datos a los que podemos acceder? ¿Los interpretamos? ¿Los releemos? ¿Les damos otros sentidos y organizaciones? Si pensamos en internet como un superarchivo, ¿somos capaces de pensar nuevas narrativas y revisiones para todo eso que está estructurado de antemano pero a la vez disponible para la reinterpretación y reescritura?

Cuarta huella: Sin amigos salvo las montañas. Behrouz Boochani, un periodista y poeta kurdo-iraní escribió ese libro mientras estuvo preso. Boochani escapaba a Australia junto con otros 60 exiliados cuando su barco  fue interceptado por las autoridades y todos ellos detenidos y transferidos a la isla de Manus. Boochani escribió este libro por WhatsApp. Enviaba el texto a un amigo a medida que lo escribía, porque los guardias solían romper escritos y pertenencias de los prisioneros del campo.

El libro fue traducido del persa al inglés y ganó dos premios grandes de literatura en Australia.

Una mayoría de la población mundial no tiene acceso a los medios. Ni material, ni simbólico. Quienes sí lo tenemos, ¿qué hacemos con ese acceso? ¿Comprendemos el privilegio que significa? ¿Qué lógicas utilizamos en ese acceso? ¿Cuántas vueltas le puedo dar a esos medios, qué otros usos puedo encontrarles, qué formatos, qué alcances? ¿Inventamos usos? ¿Reinterpretamos dichos usos?

Subhuella: On kawara.  

Quinta huella: se llama NO. Eduardo Lalo hace un boceto sobre el nacimiento de la poesía del Caribe. Y señala un gesto, que es esta quinta huella: Bartolomé de las Casas escribe la palabra non (no, en latín) al margen del texto en una copia del diario de Cristóbal Colón. ¿Qué es lo que habita en esa palabra que niega aquello que el colonizador afirma y sostiene? ¿Qué podemos escribir con posterioridad a ese gesto? ¿Cuántos márgenes hemos poblado con una revisión de aquello que se anota como verdad? ¿Cómo poblamos las disputas? ¿Cómo y con qué gestos discutimos las verdades que se imponen? Cómo escribimos nuestro non y al costado de qué. ¿Qué es una escritura de márgenes, dónde preferimos escribir? ¿Dónde decidimos escribir, junto a quiénes? ¿Quiénes son nuestros compañeros de escritura? ¿Cómo hacemos que los márgenes y los límites se vuelvan habitables y que los centros se hagan porosos y permitan la circulación y la movilidad? Y, sobre todo, ¿estamos dispuestos a renunciar aunque sea temporalmente a la masividad de nuestra escritura para crear sistemas más sustentables, humanos y ecológicos?

Sexta huella: herejía. Años atrás compré un libro de Antonio Gamoneda, una poesía reunida, que se llamaba Lengua y herejía. Durante mucho tiempo leí el libro y lo pensé con la matriz de lectura de ese título. Años después me encuentro con que el libro nunca se llamó así. Esa matriz de lectura no era de Gamoneda ni del editor, sino mía y tampoco mía. Era la huella de todos los autores y de todos los amigos que me mostraron que cada quien habita el cuerpo, las escrituras y la lengua como una casa y la reforma, la vive, la encarna como quiere y como puede.

Que es preciso resignificar y apropiarnos (me pregunto si es la palabra) continuamente  de todos los soportes de escritura y producción simbólica, ser perpetuos herejes en el uso que le damos; que no tenemos una lengua materna sino múltiples y a la vez somos una orfandad que intenta escribir a nivel celular el deseo de permanecer y de estar juntos.

Y que  la lengua no tiene ni amo, ni señor ni rey. Que ella es en sí misma una poiesis y que, aun cuando nos imponen una lengua, resistimos, revivimos y reescribimos nuestras biografías de las formas más sutiles y más hermosas.