Quisiera comenzar reflexionando sobre dos imágenes: la primera, la gente congregada en la plaza de San Pedro durante la fumata blanca, cuando se eligió a Benedicto XVI como Papa en 2005 y aquella en la que se eligió a Francisco en 2013. Notaremos una diferencia sustancial: mientras que en 2005 vemos a las personas en espera silenciosa y con la mirada atenta a lo que sucede en la plaza, en la foto de 2013 casi toda la gente tiene un teléfono inteligente con el que está haciendo una fotografía para registrar el momento.
Entre la elección de uno y otro papa sólo pasaron ocho años, pero la participación de la gente en el hecho, la manera de atender a la realidad tiene un nuevo elemento significativo: el afán de eternizar lo que antes sólo se podía revivir en los recuerdos. El fenómeno no se reduce a la plaza de San Pedro, se trata del signo de una nueva era.
Se ha convertido en un lugar común la expresión de que «una imagen vale más que mil palabras». Las imágenes nos estremecen, comunican de golpe y parecen no dejar lugar a dudas. Las artes visuales, la televisión, el cine y las redes sociales sacan provecho de este poder y todavía más de la inmediatez con que la información puede llegar frente a nuestros ojos.
Indudablemente, la imagen es más compleja que la palabra en el sentido de que la riqueza de signos de la comunicación visual es muy superior a la de la comunicación verbal. Paradójicamente, las imágenes se encuentran estrechamente relacionadas con las palabras y a veces es a partir de las palabras como obtienen su sentido. La nota en una imagen periodística, por ejemplo, puede realzar la fuerza de lo que se muestra gráficamente, e incluso cambiarlo drásticamente. Una palabra en el cine, incluso la que no se dice y que se mantiene el silencio, abre un nuevo sentido en el intercambio entre la palabra y la imagen.
En nuestros días, la comunicación en los medios digitales prácticamente está monopolizada por las imágenes pero se sigue dando un amplio espacio a la palabra, que a veces sirve además como vía de acceso a la multiplicidad de imágenes que ofrecen los medios como el cine, la televisión y el internet. Subtítulos, palabras clave, diálogos. Los usuarios no se limitan a subir una imagen sino que la acompañan de notas, comentarios y hashtags. La imagen cede espacio a la palabra, que no solo la define sino que también abre espacio a nuevos signos, que de nuevo se mezclan con las palabras. Especialmente en el ámbito escrito, atendemos al surgimiento de una nueva gramática donde los pictogramas ganan terreno. Macro y microimágenes, emoticones o memes forman ya parte de nuestra manera de comunicar.
Podemos decir entonces que, aunque una imagen puede ser más poderosa que las palabras, en la era digital, la comunicación escrita y visual no ha abandonado la palabra sino que ha conformado nuevos mensajes que se encuentran configurados por la combinación de elementos verbales con los visuales. Estos mensajes, que podemos llamar multimodales, se difunden ampliamente a través de las redes sociales pero cobran especial interés en la interpretación de los hechos en el lenguaje audiovisual cinematográfico y, particularmente, en las noticias por televisión e internet.
La era digital, sin embargo, como ya advertíamos comprando las imágenes de la elección papal, no sólo ha cambiado la manera de comunicar sino que ha abierto un nuevo ethos de la información ya descrito por diversos teóricos contemporáneos como el fotógrafo e investigador catalán Joan Fontcuberta, en el que las personas tienen acceso a una serie de medios que antes estaban restringidos a unos cuantos. Primero la fotografía, después el registro en audio y vídeo, los seres humanos en los últimas décadas tienen en sus manos la posibilidad de registrar y fijar el momento. Cuando estas imágenes se suben a internet, porque para eso fueron tomadas casi en todos los casos, se genera una inundación de nuevas imágenes en todas las plataformas posibles, una furia, según palabras de Fontcuberta que no cesa.1
Nuestra vida no es la misma antes y después del teléfono inteligente. A través de la pantalla se observa la realidad pero a través de una mediación, una prótesis2 con la que el ser humano quiere expandir sus facultades, por ejemplo la memoria. Somos otros en la era digital. Nunca antes se han hecho y compartido tantas fotos. Sólo en Snapchat se suben cada día millones de imágenes y de vídeos. En Facebook, unas 136 000 imágenes cada minuto. En Instagram aún más. Si dedicáramos solo un segundo a mirar cada una de estas imágenes, necesitaríamos 50 años para ver las que se suben en un solo día. Como dice Fontcuberta: «Hace años ya enviábamos postales: una combinación de fotografía y texto que componía un mensaje. Hoy no cesamos de repetir ese gesto con los e-mails, whatsapps y todo tipo de mensajes electrónicos. Lo hacemos con tanta profusión que al final hemos adoptado la fotografía como una forma de lenguaje con el que nos expresamos corrientemente. Antes, la fotografía era escritura; hoy es, sobre todo, lenguaje (…) Kodak prometía preservar los momentos fugaces de nuestra vida; el iPhone nos instala en un ahora dilatado como experiencia de vida».3 Hemos cambiado el «Esto ha sido» por «Yo estaba ahí» con todo lo que ha implicado el crecimiento exponencial de la fotografía selfie.
Hay, sin embargo, una paradoja en nuestra capacidad técnica de registrar y reproducir las imágenes.4 Antes el material era escaso, las tomas difíciles de repetir y el resultado impredecible, ahora podemos tomar ráfagas, revisar el resultado, repetir de inmediato. Pero a diferencia de nuestros padres y abuelos que atesoraban fotografías amarillentas en álbumes que hojeaban una y otra vez, nosotros hacemos constantemente fotografías que nadie ve. Ni nosotros mismos.
En nuestra calidad de simples usuarios, incurrimos incluso en la paradoja de poder destinar tanto tiempo a tomar fotos que luego no nos queda tiempo para mirarlas. Es decir, aunque parezca un contrasentido: en muchos casos las fotos ya no se hacen para ser vistas, sino que se han convertido en una ocupación que va mucho más allá de sus usos originales (la representación, la memoria, etc.) para convertirse en sí misma en una actividad inalienable de la propia vida, a caballo entre la adicción y el placer.5
La palabra escrita se enfrenta también a su propia inmediatez. A las cartas de antaño que se guardaban para volverse a leer, se oponen los estados, los tuits y las historias que pasan ya inadvertidos. La gente escribe todo el día mensajes de texto a través de WhatsApp. Cada día se envían 60 000 millones de mensajes de WhatsApp. Todos conocemos los fenómenos que se han dado alrededor de esta posibilidad de lanzar públicamente la palabra desde la comodidad de un teléfono inteligente: desde movimientos sociales que han llevado a derrocar un régimen autoritario, movimientos democráticos que se han superpuesto a la censura mediática, hasta fake news, campañas de odio y cadenas inútiles. La palabra al servicio de todos, que, sin embargo, no está libre de riesgos y que llevó a Umberto Eco a llamar este fenómeno como «la invasión de los idiotas».6
En nuestros días es difícil encontrar espacios comunitarios, en restaurantes o transporte público, donde la mayoría de las personas no esté haciendo «algo» con su teléfono. De esta manera, parece que leemos y escribimos más que nunca, es decir, el uso de la palabra escrita es común a todos los que tienen acceso a los medios digitales, pero es particularmente en el acceso rápido a la fotografía y el vídeo, es decir, de la imagen, a través de los teléfonos (que usamos para todo menos como teléfono) en donde se evidencia una transformación radical.
Si nos atenemos a estos hechos entonces es ociosa la pregunta de quién tiene más poder si la palabra o la imagen. Ambas en la era digital se enfrentan a una vida efímera, inmediata, siempre están a punto de ser sustituidas por otra imagen o por otra palabra, un nuevo fenómeno viral, que tampoco durará.
¿Habrá que ser pesimistas sobre el futuro de las palabras y de las imágenes y del conjunto que forman en la era digital? Es decir, ¿será que las palabras y las imágenes están ya condenadas a la fugacidad, a su paradójica invisibilización en una época donde todo es registrado? Algunos teóricos han advertido que en esta época los objetos, incluso los momentos mismos han perdido algo de su ser, han dejado de ser únicos e irrepetibles y son reproducidos a gran velocidad. En esta pérdida, sin embargo, también han podido advertir que se tienen un nuevo poder: llegar a todos lados y a todos a través de las redes. Esa es tal vez la mayor aportación de los medios digitales a la comunicación, pero sin duda ahí está el gran riesgo y la gran responsabilidad de quienes generamos nuevos mensajes.
¿Qué novedades traerá la siguiente elección papal? Las redes sociales nos lo mostrarán en vivo con sus miles de ojos desplegados en la plaza de San Pedro. No se perderá ni un detalle.