Creación de la Academia Nacional Israelí del Judeoespañol: retos y objetivosShmuel Refael Vivante
Académico correspondiente de la RAE en Israel y miembro del Consejo Ejecutivo de la Autoridad Nasionala del Ladino de Israel

Quisiera empezar dando las gracias a los organizadores por haberme invitado a participar en este congreso histórico, un congreso que incluye, por primera vez, un panel dedicado al judeoespañol.

Antes de continuar, permítanme aclarar, que a pesar de ser académico correspondiente de la RAE en Israel, y a pesar de ser el coordinador del proyecto de fundación de la Academia Nacional Israelí del Judeoespañol, y a pesar de ser miembro del Consejo Ejecutivo de la Autoridad Nasionala del Ladino de Israel, todo lo que expondré a continuación no representa la voz oficial de las instituciones a las que pertenezco, sino mis opiniones y conclusiones como investigador en el campo de los estudios sefardíes.

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El judeoespañol es un enigma. Es un enigma lingüístico, un enigma histórico, un enigma cultural. Es un enigma en todos los sentidos.

La historia del judeoespañol es paralela a la larga historia de los sefardíes. El judeoespañol ha conocido largos años de travesía desde España hasta los Balcanes y el norte de África, largos años de adaptación a espacios lingüístico-culturales ajenos para quien procedía de la península ibérica, años de estabilidad en el seno del Imperio otomano seguidos de años de tormentas geopolíticas en la región de los Balcanes. Desde el punto de vista lingüístico-literario, el judeoespañol ha conocido subidas y bajadas, años de consenso entre sus hablantes y años de vivas polémicas sobre su futuro.

Y no olvidemos la deportación del judeoespañol a los campos de exterminio Auschwitz-Birkenau, donde fueron llevados a una muerte cruel miles y miles de sus hablantes procedentes de las comunidades sefardíes históricas de los Balcanes y, en primer lugar, de Salónica.

Hay quien piensa que a principios del siglo xx había unos 350 000 hablantes de judeoespañol (entre ellos hablantes de jaquetía, la lengua de los judíos del Marruecos español). Hoy, el número de hablantes es mucho más reducido. ¿Cuántos son? Eso también es un enigma. ¿Cómo podemos resolver el enigma del número de hablantes de judeoespañol en la actualidad?

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A partir de este momento, me centraré en el entorno israelí. En este entorno es donde se encuentra hoy por hoy el mayor núcleo de sefardíes.

Empezaremos por indicar el número de sefardíes que mantienen algún tipo de vínculo con el judeoespañol y que residen en Israel. Según diversos cálculos, el número podría alcanzar entre 150 000 y 200 000.

Todos ellos hacen un uso completo del hebreo. Y todos ellos tienen un conocimiento lingüístico potencial de judeoespañol. En la práctica, el número de personas que son capaces de hacer un uso completo del judeoespañol es mucho menor. En teoría, todo aquel que es sefardí debería tener conocimientos de judeoespañol. En la práctica no es así.

No resulta fácil evaluar el número de hablantes de judeoespañol. No porque sea difícil realizar un estudio estadístico demográfico, sino principalmente por la dificultad de encontrar una medida empírica de los conocimientos lingüísticos de esta lengua.

Para empezar, es difícil definir quién es hablante de judeoespañol.

¿Se considera hablante a aquel que hace un uso completo de la lengua, es decir, utiliza las cuatro funciones de lectura, escritura, habla y comprensión? ¿O es quizá el hablante quien hace un uso parcial de la lengua: comprende un poco, le cuesta hablar, lee poco y no escribe en absoluto? El judeoespañol es un enigma sociolingüístico, sobre todo cuando intentamos evaluar su situación actual.

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En diciembre de 2018, el Ministerio de Cultura y Deporte de Israel aprobó la creación de la «Academia Nacional Israelí del Judeoespañol». La aprobación refrendada por la firma de la ministra de Cultura, doña Miri Reguev, tiene su origen en la solicitud presentada ante la ministra como resultado de la histórica convención académica del judeoespañol celebrada en Madrid a iniciativa de la RAE, una convención en la que participaron 8 académicos correspondientes de Israel y otros 3 de España, Italia y Suiza respectivamente. En esta reunión se redactó una declaración en la que los correspondientes israelíes expresaron unánimemente la intención de promover la creación de la Academia Nacional Israelí del Judeoespañol.

En la declaración, los correspondientes hacen un llamamiento a la Autoridad Nasionala del Ladino de Israel para que tramite la solicitud ante las autoridades gubernamentales y promueva la constitución de la Academia.

En el proceso de creación de la Academia Nacional del Judeoespañol concurren varias circunstancias: En primer lugar, la RAE sumó a sus filas un grupo de correspondientes (1 de España, 1 de Italia, 1 de Suiza y 9 de Israel) cuyo ámbito de investigación es el judeoespañol y español; en segundo lugar, la incorporación de investigadores a las filas de la RAE se llevó a cabo porque tanto en Israel como en el resto de mundo se afianzó una investigación en profundidad del judeoespañol y empezó a consolidarse una tradición investigadora; en tercer lugar, en la RAE maduró el reconocimiento de la trascendencia histórica del judeoespañol para comprender las distintas vías evolutivas del español alrededor del mundo; en cuarto lugar, en Israel maduró el reconocimiento de la trascendencia histórica del judeoespañol en la cartografía cultural del pueblo judío, como demuestran las actividades en Israel de la «Autoridad Nasionala del Ladino», creada al amparo de una ley del Parlamento.

Se podría decir que son tres los protagonistas de esta historia: la RAE, los académicos israelíes y la sociedad israelí.

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La RAE es una prestigiosa institución española fundada a principios del siglo xviii. Han cambiado poco las normas y ceremonias de esta institución desde que abriera sus puertas en el año 1713 a iniciativa de don Juan Manuel Fernández Pacheco bajo los auspicios del rey Felipe V y su corte. Durante muchos años el judeoespañol fue un visitante de paso cuya subida por las escaleras neoclásicas del edificio de la Academia parecía imposible.

Aunque a lo largo de la historia los españoles han mostrado interés por el judeoespañol ocasionalmente, no han realizado grandes esfuerzos por abrazarlo como algo propio. Tampoco los hablantes de judeoespañol parecían muy interesados en un acercamiento a la RAE, ubicada en el centro de Madrid. Se contentaron con la existencia del judeoespañol en las ciudades judías de los Balcanes. Es más, durante muchos años, especialmente a finales del siglo xix y principios del xx, los periódicos en judeoespañol fueron escenario de vivas polémicas. Polémicas sobre su necesidad, el lugar que ocupaba y el futuro de esta antigua lengua, a la luz de los cambios geopolíticos que habían experimentado las comunidades sefardíes.

Había quienes consideraban que los descendientes de los judíos expulsados debían alejarse progresivamente de la antigua lengua «no normalizada» y limitarse a las lenguas europeas del entorno. A principios de julio de 1886, el periodista David Fresco publicó en el periódico El Telégrafo un artículo bajo el título «Un pueblo mudo». En dicho artículo define a los sefardíes como mudos debido a que su lengua carece de fundamentos gramaticales y de diccionario. Lleva sus palabras aún más lejos cuando hace un llamamiento a buscar inmediatamente una lengua «en la que puedan los sefardíes escribir sus periódicos».

Pero también había quien consideraba que precisamente esta lengua, con sus distorsiones, así como sus pronunciaciones y grafías incoherentes, debía seguir existiendo y sirviendo al público sefardí con lealtad, como lo ha hecho a lo largo de siglos. Así pensaba por ejemplo Hizquia M. Fanco, editor del periódico El Comercial, que en 1924 definía al sefardí como «un pobre judío que tiene que aprender turco-hebreo-francés-español para poder subirse al tren de la modernidad».

Las polémicas intelectuales sefardíes se llevaban a cabo, curiosamente, en judeoespañol. Los polemistas reconocían el hecho de que su lengua mantenía un estrecho vínculo con sus raíces españolas, pero en la práctica sólo algunos de ellos creían que una adopción total de la refinada lengua española (a través de la Academia de la Lengua Española) sería la solución verdadera a la precaria situación en la que se encontraba el judeoespañol, especialmente entre finales del siglo xix y principios del xx.

Tal y como he dicho anteriormente, los sefardíes que permanecieron en el entorno judío de los Balcanes se encontraron en medio de tormentas políticas y sociales. A éstas se sumaron crisis económicas y vientos de guerra. Los hablantes de judeoespañol que emigraron a Israel antes de la Shoá junto con los supervivientes de la Shoá que hablaban esta lengua y que emigraron a Israel tras la misma se integraron a fin de cuentas en el hebreo.

Los sefardíes se convirtieron rápidamente en israelíes y lo poco que les quedó del judeoespañol lo utilizaban en las conversaciones cotidianas domésticas. El futuro de la antigua lengua parecía predestinado a la desaparición.

Pero justo cuando los sefardíes-israelíes pensaban que la lengua sefardí tocaba a su fin, precisamente en ese momento, empezó a cambiar la situación. Los sefardíes-israelíes, y sobre todo sus descendientes, se movilizaron a finales del siglo xx y principios del xxi y tomaron las bridas.

Empezaron a expresar una gran añoranza y nostalgia del pasado sefardí, al tiempo que idealizaban su cultura y su lengua. Este sentimiento se despertó en ellos al tiempo que maduraba en su seno la conciencia social de que algo significativo se estaba perdiendo, y aparentemente no se podría ya recuperar. Ya fuese por desesperación o por el dolor ante la pérdida o por la decepción de que la sociedad israelí y, dentro de ella, los propios descendientes sefardíes hubieran dado la espalda a la cultura sefardí y su lengua, surgieron individuos y grupos que se esforzaron por preservar la cultura sefardí. Mientras revivían el pasado sefardí, apartaron el día a día israelí y encontraron algo de consuelo en la memoria sefardí, incluso la que conocieron en su infancia en Israel en los años cincuenta y siguientes. Sabían que no podría volver al estilo de vida que caracterizaba el hogar sefardí, pero la añoranza de dicho hogar, de su lengua y de sus costumbres, parecía aproximarlos al judeoespañol.

En mis investigaciones denomino «ladinistas» a aquellos que añoran y se deleitan con el judeoespañol. Muchos de ellos sienten una gran nostalgia. Oz Almog, sociólogo israelí, dice lo siguiente de la nostalgia: «Esta tendencia se intensifica con la vejez […] la mirada nostálgica se parece a la mirada del adulto hacia el álbum de su infancia, una mirada que casi siempre va a acompañada de una sonrisa y cierta melancolía».

Los ladinistas hablan hebreo, un hebreo mezclado con algo de judeoespañol. El debate sobre las cualidades del judeoespañol en boca de los ladinistas nos muestra que los hablantes de judeoespañol concuerdan con la definición lingüística de «semihablantes».

Dado que leen poco en judeoespañol, casi no lo escriben, y su uso del judeoespañol se limita principalmente al canal del habla, sus conocimientos de la lengua son precarios. A pesar de ello, consideran que tienen un conocimiento bueno o muy bueno de la lengua.

Muchos de ellos tienen deficiencias léxicas, y a veces se inventan su propio judeoespañol. El judeoespañol de los ladinistas no es el único elemento problemático. Su vinculación con la riqueza intelectual de esta lengua y con lo que yo denomino «el capital cultural» del judeoespañol también implica dificultades. Me centraré en un solo ámbito, especialmente problemático: Los hablantes de judeoespañol se han alejado del uso de los caracteres hebreos con los que se escribía su lengua durante siglos. Los caracteres hebreos han sido reemplazados por caracteres latinos fonéticos. La escritura de grafía fonética no se ha realizado de conformidad. Un hispanohablante que lee un texto en judeoespañol con grafía fonética tiene la impresión de estar leyendo un texto repleto de faltas de ortografía.

La elección de la grafía latina fonética no es una elección fácil, especialmente para los israelíes, cuya familiaridad con el alfabeto hebreo podía haberles permitido conocer con gran facilidad el mundo de los libros en judeoespañol. Esta circunstancia habría mejorado sin duda sus conocimientos lingüísticos del judeoespañol, lo habría enriquecido e incluso podría haber dado lugar a una creación original en esta lengua.

El Estado de Israel ha puesto a disposición del público de Israel, y entre ellos a disposición de los nostálgicos que añoran el judeoespañol, una herramienta esencial, la Autoridad Nasionala del Ladino, fundada al amparo de una ley, y cuya misión es incrementar la presencia del judeoespañol y su estudio en todas las dimensiones de la sociedad israelí.

En los últimos años, la Autoridad ha realizado grandes esfuerzos para llevar el judeoespañol especialmente a las jóvenes generaciones, preocupada genuinamente por la continuidad de esta cultura. En Israel se realizan grandes esfuerzos para preservar elementos del rico acervo cultural del judeoespañol. Así, por ejemplo, ha crecido enormemente el número de actuaciones musicales y veladas de canciones en judeoespañol.

Muchos encuentran en las salas de conciertos y en las actuaciones un sucedáneo del entorno sefardí que ha desaparecido. Y a pesar de que en estas actuaciones que hacen uso de las canciones en judeoespañol se equivocan a menudo en la pronunciación de las palabras, y envuelven el texto en arreglos musicales nuevos, a veces demasiado nuevos, o reciclan un puñado de canciones, lo hacen con buena intención.

Merece una mención especial la enorme presencia del judeoespañol en el ámbito de la investigación, y la gran abundancia de actividad precisamente en este ámbito, que se refleja en un amplio abanico de temas de estudio.

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Ya he mencionado que el judeoespañol es un enigma. Y con ese trasfondo enigmático se creará en Israel la Academia del Judeoespañol.

Debo destacar que el mero hecho de que la creación de la Academia haya sido aprobada por el Ministerio de Cultura es ya de por sí un gran logro.

En Israel sólo existían hasta ahora dos academias, la Academia de la Lengua Hebrea y la Academia de la Lengua Árabe. La Academia del Judeoespañol será la primera dedicada a una lengua que no es oficial en Israel.

Los retos a los que deberá enfrentarse este organismo son innumerables. Sin ningún lugar a dudas no será una Academia en el sentido ordinario del término. Será necesario construir previamente una relación entre la Academia y la comunidad de hablantes. En el caso del judeoespañol hay que empezar por reavivar la comunidad de hablantes, explicar la importancia del reencuentro con las fuentes escritas del judeoespañol.

No se trata de revivir el judeoespañol, como muchos creen erróneamente. ¡El  judeoespañol  ya  existe! Al menos sobre el papel de los textos en los que fue escrita a lo largo de los siglos.

Es la comunidad de hablantes la que se ha alejado progresivamente de la lengua, y se hace necesario renovar el vínculo entre la comunidad de hablantes y la lengua histórica mediante el estudio de textos. Siendo así, me da la impresión de que los ámbitos de estudio de la futura Academia serán decididamente complejos. La Academia tendrá que alentar a los hablantes potenciales a conocer los tesoros literarios escritos del judeoespañol. Después tendrá que desarrollar mecanismos de enseñanza en los que el estudiante conozca el pasado textual de la lengua.

Al mismo tiempo tendrá que desarrollar mecanismos mediante los cuales los hablantes potenciales puedan escuchar la lengua, tal y como se desprende de los textos escritos, desarrollando de esta manera una sensibilidad hacia la fonética del judeoespañol. Por lo tanto, la actividad de la Academia deberá en primer lugar orientarse hacia el pasado del judeoespañol para desde allí desarrollar un futuro y garantizar una existencia ecuánime de esta lengua. Sería un error pensar que la función inmediata de la Academia es normalizar el judeoespañol. Es un error pensar que un equipo de investigadores, por muy expertos que sean, pueda sentarse y decidir si a la palabra «naranja» corresponde la palabra sefardí pertocal, portucal, pertocali, narandja, o simplemente naranja, por dar solo un ejemplo.

Primero habrá que recabar un corpus histórico, estudiar con detenimiento su vocabulario, tomar en consideración las diferencias dialécticas, analizar los cambios de grafía, y un largo etcétera.

Con todo, no debemos desaprovechar el momento ni postergar la tarea, por difícil que resulte o por muy numerosas que sean las objeciones. Se trata de un momento histórico y en mi opinión único, en el que el pasado del judeoespañol, a través de un equipo de expertos, podrá construir el futuro del judeoespañol, crear un espacio de encuentro de los sefardíes con los tesoros judeoespañoles y permitir al mundo hispánico conocer uno de los fenómenos más singulares de la lengua española, el judeoespañol, que floreció durante siglos en el oriente, lejos de la península ibérica.