Aquellos algarrobos / me oyeron cantar / junto a la noble muerte / y el noble mar. Pobre toro cercano / te oigo bramar. / Algarrobos de América / me veis llorar, / junto a la rota vida / y el nuevo andar. / Pobre toro lejano / te oigo bramar.
(Toro en el mar, 28, Entre el clavel y la espada)
Estos versos de Entre el clavel y la espada, constituyen una suerte de quicio expresivo dentro de este libro que es el primero del exilio albertiano: como en un juego de cajas chinas, si Entre el clavel y la espada es el primer libro del destierro trasatlántico de Alberti, bisagra entre una y otra tierra, el poema transcrito plantea por primera vez en el diseño del libro la alternancia de esas dos realidades, España y América —una evocada y otra como presencia— a partir de este momento, inescindibles.
Por otra parte en los versos se plantea, en lengua poética, el tema que quiero abordar en la ponencia: la rota vida y el nuevo andar, en un espacio también gozne, bisagra: el de Córdoba, en 1940. Estos meses de permanencia de Alberti en Totoral asumen —en términos de Edward Said (él lo aplica al sujeto exiliado)— una «identidad intersticial». Y esta palabra, intersticio (hendidura o espacio que media entre dos cuerpos, o entre dos partes del mismo cuerpo) alude muy precisamente a esa situación de tránsito y clandestinidad que Alberti vivió en Córdoba.
Apenas una astilla de su arboleda perdida: en Totoral, a 80 km de la capital cordobesa, sobre el Camino Real, transcurre un año de los treinta y ocho que duró su vida de exiliado: veintitrés años en Argentina y catorce en Italia.
Como es bien sabido, Alberti y María Teresa León llegan a Buenos Aires sin la documentación necesaria para permanecer en el país y —ante las dificultades para conseguir un permiso de inmigración en forma inmediata— Rodolfo Aráoz Alfaro, amigo de sus amigos y apoderado por entonces del Partido Comunista, les ofrece una casona familiar en Villa del Totoral. Allí residen, en forma clandestina, durante casi un año, hasta conseguir la cédula de identificación personal que les permitió instalarse en Bs. As.
Se instalan en Totoral en marzo de 1940, pero la llegada no es un proceso simétrico a la partida; la partida puede datarse, la llegada supone una temporalidad diferente en tanto la reterritorialización del desterrado constituye un complejo proceso de arraigo geocultural.
En este proceso intervinieron un grupo de agentes relacionados de manera directa o indirecta con Totoral: Rodolfo Aráoz Alfaro, Gonzalo Losada y Deodoro Roca, cuya casa de descanso familiar estaba muy próxima a la de los Aráoz Alfaro.
Estos tres agentes actuaron como coadyuvantes de definición o de refuerzo de las que serán las líneas definitorias de la existencia de exiliado de Alberti durante los veintitrés años de permanencia en Argentina, líneas que se instituyen además como estrategias de posicionamiento y legitimación dentro del campo literario del país de acogida: 1) En tanto sujeto textual, una dominante de pathos marcada por la nostalgia; 2) Un ethos autorial centrado en su pertenencia a la España peregrina; 3) Una legitimación «genealógica» a partir de su instalación en la generación del 27; 4) Una legitimación ideológica fundada en su afiliación a la Internacional Comunista, que se manifiesta —por las características del campo— como antifascismo.
Rodolfo Aráoz Alfaro proporcionó la casa. En su libro El recuerdo y las cárceles. Memorias amables (1967: 69) Aráoz Alfaro describe la materialidad de la que fuera residencia transitoria de los Alberti: estilo colonial cordobés (gruesas paredes de piedra y adobe, techos de algarrobo y quebracho, anchas galerías y hornacinas).
Pero a esta referencia le sigue la descripción, con un dejo de humor, del sociograma de la izquierda que allí se alojó:
Mi casa se llama «El Kremlin». Es decir, así la llaman mis enemigos de Córdoba. Siempre estuvo llena de aborrecidos izquierdistas o intelectuales que podían haberlo sido o que pasaban por tales. Tristán Maroff, los Alberti —emigrados de la guerra española—, Víctor Delhez, maravilloso artesano flamenco del grabado en madera, Deodoro Roca, Raúl González Tuñón y Amparo Mom, los Jorge —Faustino y Sarita— Mario Bravo, Rodolfo Ghioldi, Toño Salazar y Carmela, su mujer, Pablo Neruda, Córdova Iturburu y su mujer, Carmen de la Serna, y hasta parece que estuvo varias veces, en su juventud, el Che Guevara. Ahora llegan chilenos de todas clases y reyes del folklore: Cafrune, Tejada Gómez y Mercedes Sosa, o astros de la literatura, como Sábato.
La casa constituye un primer enclave material de una existencia primero clandestina, que había de consagrarse al trabajo literario. Alberti trabaja arduamente en el libro que luego será Entre el clavel y la espada y en El Trébol Florido, pero además, desde allí se plantea la sinérgica relación entre el editor español Gonzalo Losada y el poeta gaditano, que derivó en múltiples publicaciones y en las variadas relaciones laborales que se generaban en el expansivo campo editorial argentino (fue asesor literario, prologuista, traductor, director de colecciones)1 y, por añadidura —esto lo recuerda en La arboleda perdida— Losada le procuró una especie de sueldo mensual como adelanto de los previstos derechos de autor. (Alberti, 2002: 135)
Córdoba, y concretamente Totoral, es entonces una instalación geográfica de encubrimiento (por una determinada situación del exiliado y del país), de praxis de escritura, de vinculación editorial, pero además de constitución inicial de un «nosotros», de una comunidad, en la que tuvo decisiva ingerencia Deodoro Roca.
Una de las notas del exilio republicano del 36 en la Argentina fue la construcción de un nosotros retórico y social (con dos formulaciones poéticas: la España peregrina o la España del éxodo y el llanto) que constituye, en primer lugar, un lugar de enunciación y, además, un espacio simbólico dominado por una tropología perfectamente rastreable en lo discursivo: figuras de la nostalgia, el destierro, el desarraigo, la tristeza, la derrota. Esta tropología, sirvió de refuerzo de un ethos fundado en valores como la democracia, la república o la dignidad de la derrota.
Frente a ese «nosotros los exiliados», actúa Deodoro Roca, como mediador y propiciador: amplió los bordes de ese «nosotros» y le permitió al poeta vislumbrar un posible «lugar de afiliación» y así atenuar la ruptura cultural impuesta por el exilio.
El Deodoro Roca maduro de 1940 era una figura consagrada y ampliamente conocida, tanto en Córdoba como en el país. En el «sótano de Deodoro» (lugar mítico de su casa que hacía de biblioteca, estudio jurídico y sala de tertulias), y del que dijo Alberti en su «Epílogo para un hombre»: «Deodoro bajo de aquellos encalados arcos de su admirable biblioteca, con humedades y hálitos, para mí, de recogida bodega jerezana» (1988: 340), en este espacio se reunieron cuadros del movimiento reformista, como Saúl Taborda, Enrique Barros o Gregorio Bermann, cultores de la honestidad política, como Lisandro de la Torre y Alfredo Palacios, pero también dirigentes latinoamericanos, como Haya de la Torre, y muchos escritores: León Felipe, Ortega y Gasset, Stefan Zweig, Waldo Frank, Germán Arciniegas y otros.
Deodoro pertenecía a una izquierda alejada del verticalismo y la organicidad; desde ese enclave había participado —también sin alinearse— en los posicionamientos antifascistas que habían cundido en la capital cordobesa. Así, Roca actuó como «introductor» de Alberti a la ciudad de Córdoba y a círculos de sociabilidad provenientes del reformismo universitario que, si habían sido anticlericales y antioligárquicos en el 18, se habían convertido en antifascistas durante las décadas del 30 y el 40, y, por lo tanto, especialmente hospitalarios en la recepción de una de las vertientes por las que había decantado el comunismo de Alberti: el antifascismo.
Estas vinculaciones con el antifascismo cordobés suponen el refuerzo de una de las constantes del exilio albertiano: su reafirmación ideológica. Ésta se manifiesta como militancia encubierta —durante este año inicial de indocumentado en Totoral— y girada hacia el antifascismo. En este sentido, Alberti no sólo opta por una estrategia de adaptación al medio, sino que es consecuente con los alineamientos del PCE, que había abandonado en 1932 su posición «clasista» para optar por el Frente Popular, de corte antifascista.
Para comprender el carácter de «propiciador» de Roca es necesario plantear sus posicionamientos ante la Guerra Civil y el exilio.
En 1936, apenas enterados de la muerte de Lorca, un grupo de intelectuales y artistas y la dirección del diario Crítica envían un telegrama indignado al general Cabanellas, de la Junta Militar de Defensa: entre los firmantes figura Roca, junto a Rodolfo Aráoz Alfaro, César Tiempo, Carlos Mastronardi, Borges, Mallea, Victoria Ocampo y otros. El 20 de octubre Deodoro organiza, a través de la Alianza Intelectual Antifascista, un homenaje a García Lorca: un «Funeral Cívico». En el acto realizado en el Teatro Rivera Indarte, y ante la presencia del embajador de la España Republicana, Eugenio Díaz Canedo, intervinieron Raúl González Tuñón, Córdova Iturburu y Saúl Taborda.
También en relación con la guerra de España, en Chile, en 1938, en ocasión del homenaje que le brindó la Alianza de Intelectuales Chilenos, pronunció una conferencia sobre «El mundo estético de Lope de Vega». En este texto plantea dos cuestiones fundamentales: en primer lugar, que lo más rico de Lope se encontraba por debajo de su erudición disciplinada por la Contrarreforma, en su elaboración de lo popular; en segundo lugar, compara a Lope con García Lorca precisamente por ese punto, la reelaboración de lo popular, y avanza desde allí a lo político. La causa republicana es la de «la nueva guerra libertadora de infieles», y a favor de esta causa «se levantan las viejas voces del heroico Romancero español, triunfador de la Edad Media, raíz perenne de la cultura española». En tanto tradicional y popular, «García Lorca, entre presagios y prodigios , bajo las impasibles estrellas del cielo andaluz, capitanea un escuadrón invisible de poetas-camaradas».
Además de esta primera ampliación del nosotros (nosotros exiliados- nosotros antifascistas), Deodoro fuerza los bordes del «nosotros» y lo presenta al público cordobés.
El reformista no había descubierto al Alberti poeta en 1940: tan intuitivo como asistemático, cultivaba la crítica literaria y era un lector ávido y atento a las novedades. En lo que al poeta español respecta, las obras reunidas de Roca recogen una reseña de Sobre los ángeles (2008: 224), pero hay además referencias dispersas en otros artículos y —esto es importante para comprender no sólo su vinculación cultural con el gaditano, sino su «hispanofiliación»— en la compilación de su obra estética y literaria (2008. Deodoro Roca. Obra reunida. II Estética y crítica), hay 16 artículos de diversa extensión y alcance sobre la literatura española escritos desde 1915 hasta 1940. Los de mayor amplitud son «De la fabla caballeresca» (1918) (sobre el Quijote y el quijotismo), «Sobre la literatura hispánica» (s. d.), «El mundo estético de Lope de Vega» (1938) y «El poeta y el mundo: Alberti» (1940).2
A partir de la premisa valorativa de reconocer al gaditano como «el más grande poeta vivo de España y América» (La voz del interior, 1940:8), Deodoro actúa a favor de Alberti en lo estrictamente cultural/literario, como «propiciador»: «Crecí de nuevo a la poesía entre esos álamos. La voz de Deodoro Roca me presentó en mi primera conferencia con un largo discurso del que dijo graciosamente que no había tenido tiempo de hacerlo más corto. Y con su espaldarazo eché a andar» (Alberti, 1978: 615.
La primera conferencia, titulada «García Lorca, poeta y amigo», tiene lugar el 4 de junio de 1940, en el teatro Rivera Indarte (hoy San Martín). En el anuncio de la conferencia La Voz del Interior no ahorra adjetivos ni ponderaciones:«El eminente poeta español» y «El más representativo de la nueva generación de poetas hispanos y el que más hondo ha llegado al alma del pueblo».
La extensa presentación de Deodoro —luego recogida como «El poeta y el mundo: Alberti» (2008: 262 y ss.)— se estructuró a partir de una serie de núcleos que contribuyeron a las «estrategias» de legitimación de Alberti, en cuanto desarrolló los siguientes atributos y motivaciones del poeta:
1.º) Su pertenencia a una comunidad de exiliados, la que llama «España del éxodo y el llanto». Lo afilia y legitima, en consecuencia, en ese «nosotros» desterrado y desarrolla, a partir de allí, el eje semántico del dolor como un rasgo característico de la existencia albertiana: comienza asimilándolo a Unamuno, ya que, como a él, «le duele España» y cierra con «poeta puro, pero no puro poeta sordo y ciego al dolor de los demás y el destino del hombre».
2.º) Su pertenencia a una generación y el carácter eminente de tal membrecía «jefe de un pelotón de fusileros de retóricas». Brinda además la serie de rasgos generacionales que exhibe la praxis poética albertiana: poesía pura (y aquí se hace eco de la polémica sobre la poesía pura, entendiendo por tal la meta de una voluntad poética extremadamente reflexiva), «poetas quintaesenciados en los que la razón penetra todo cuanto la rodea»; diálogo con la tradición; distancia de toda realidad anecdótica o sentimental «poetas difíciles de comprender, pero que se convirtieron en voceros y espadas líricas del pueblo» (2008: 262 y ss.)
Dentro del grupo más amplio lo ubica como uno de los «andaluces universales» (como, en orden de promoción, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, y luego, García Lorca, Prados y Altolaguirre, Villalón e Hinojosa).
3.º) Su enclave ideológico: «Para el revolucionario que cree en la lucha de clases, la poesía es un arma más» (2008: 265).
Deodoro cierra su alocución refiriéndose al tema de la conferencia: la figura de Lorca. Traza líricamente el perfil del granadino a partir de versos del Romancero Gitano y luego se centra en su muerte y cita la elegía machadiana.
Alberti evoca a Federico, en una especie de borrador de lo que años después sería «Imagen primera y sucesiva de Federico García Lorca» que Losada publicó en 1955: el encuentro y los encuentros en la Residencia de Estudiantes, el viaje a Sevilla invitados por Ignacio Sánchez Mejías, el teatro y la muerte del poeta.
El 6 de junio, en un encuentro patrocinado por el Instituto de Humanidades de la UNC y realizado en la Facultad de Derecho, Rafael Alberti disertó sobre «Una generación de poetas españoles», en la que sería la segunda de sus actuaciones públicas.
El título de la conferencia pone en evidencia una convicción albertiana que luego generaría desvelos en la crítica: ¿grupo o generación? Por otra parte, esta nominación constituye en sí, un acto de «afirmación generacional» (como los homenajes a Góngora, o el acto en el Ateneo de Sevilla). Evocada la «generación» y su trascendencia dentro de la cultura y la literatura española (tal como se veían en 1940), el poeta se instituye como figura par a la de Federico.
Por último, el 28 de junio, en el Museo Marqués de Sobremonte, realiza el gaditano una lectura de poemas, presentado por Sara de la Maza. En este acto, no sólo recitó los paradigmáticos en su trayectoria, sino que dio a conocer —como primicia— algunos de los poemas de Entre el clavel y la espada y explicó el profundo sentido político de ese libro porque «entre el clavel y la espada era como vivían muchos españoles que andaban por los caminos del mundo, esa espada —agregó— que pende sobre todos nosotros y que los que hemos vivido en Europa hemos sentido tan cerca de nuestras mejillas» (La Voz del Interior, 1940:7).
Si las dos primeras intervenciones públicas refuerzan tres líneas del exilio albertiano (su ethos autorial, en cuanto miembro de la «España peregrina», su enclave genealógico en la generación del 27 y su reafirmación ideológica, en tanto poeta revolucionario), en la lectura de los poemas de su primer libro del exilio está presente la dominante de pathos de la nostalgia. Pero si como plantea María Zambrano (2004:37) hay dos momentos diferenciables, destierro y exilio, la nostalgia de este libro es la del desterrado. El territorio que ha dejado atrás y del que se ha «partido» no es el paraíso añorado, no es el «retorno de lo vivo lejano», sino el lugar de los muertos. La piel de toro e imagen con la que ve a España es un vasto cementerio de soldados republicanos: sus muertos. El mundo de Entre el clavel y la espada no es tanto el de un exiliado cuanto el «relato de un vencido».
Este fue el último acto público de esta fase del exilio albertiano. El campo literario y cultural cordobés operó con entidad intersticial, como un lugar de paso, pero en el que el poeta se «entrenó»: acumuló capital cultural y simbólico para mantener o mejorar posiciones dentro del campo literario nacional, que era su verdadero interés.
Totoral (y aquí vale como metonimia de Córdoba), fue un paisaje amable, pero estrecho. Alberti, como tantos otros, aprendió el dictum del inmenso país interior: Dios atiende en Buenos Aires.
Atrás, pero no olvidado, quedaba Deodoro, el propiciador. Al enterarse de su muerte, en 1942, Alberti le dedica «Elegía a una vida clara y hermosa». El poema está precedido por una breve introducción en prosa: «Sus álamos de Totoral, junto al río siempre verde de hierbabuenas y largas trenzas susurrantes; las cien veces pintadas tierras rosáceas y carmines de su Ongamira veraniego; su huertecillo de duraznos…» («Epílogo para un hombre», 1988: 340).
Los versos de la elegía constituyen un homenaje trabado a partir de una emoción discursiva: el elogio; la distancia impuesta por la muerte refuerza la dominante de pathos (el poema es, a la vez, reconocimiento y despedida) y simultáneamente, hace ostensible la constitución de un «nosotros» de amicitia : un diálogo personal, tendido más allá de las proximidades políticas u ideológicas: «Yo sé a quién preguntarle, a quién decirle / cantos, cosas, razones de su vida; / por qué altura de álamo medirle, / por qué piedra indagarle (…) / por qué estrella llorarlo sin llorarle, / por qué decirle nuestro y por qué mío».