Voy a delegar a los filósofos la reflexión, con pretensiones de universalidad, sobre el momento digital en la historia de la humanidad. A diferencia de ellos, los practicantes de disciplinas como la sociolingüística interaccional y una variedad de antropología que se llama antropología lingüística tendemos a evitar conceptualizar condiciones de la vida en sociedad —por ejemplo, la revolución digital— con enunciados abarcadores o nociones que aspiran a tener validez universal. Por el contrario, pensamos la vida social como un tejido de interacciones que pueden comprenderse a partir de observarlas minuciosamente y pensarlas en cuanto localizadas.
El plan de esta presentación es el siguiente: (1) La dimensión cultural, (2) Tendencias contradictorias, (3) La desigualdad, (4) Recibir y producir, (5) Participar y (6) Educar.
Propongo que pensemos más allá de la innovación tecnológica en sí misma y nos ocupemos de la cultura digital que permea nuestra vida. Limitar el foco de la discusión a la tecnología es equivalente a deslumbrarnos con el artefacto llamado imprenta sin abarcar las enormes transformaciones que la imprenta provocó en la difusión del conocimiento, en los modos de pensar y en la civilización. En este camino de intentar asir la dimensión cultural, resulta de gran utilidad cuestionar concepciones simplistas y mercantiles de lo digital como panacea.
Sin duda, el impacto de lo digital en la vida cotidiana se manifiesta en tendencias contradictorias. Por ejemplo, al igual que otras revoluciones tecnológicas, una de las características más sobresalientes de la revolución digital es la liberación radical del anclaje en el espacio de la comunicación audiovisual de dos vías o interactiva. Sin embargo, a la vez, en la actualidad, lugar y espacio son más definidos y redefinidos por las posibilidades de geolocalización.
Consideremos otro caso de tendencias contemporáneas pero opuestas. La comunicación por vías digitales ha ampliado, en magnitudes inusitadas, el número de potenciales receptores y en cierto sentido, la cantidad de vínculos personales posibles ha sido incrementada, pero, a la vez, los medios digitales posibilitan adaptar la comunicación a preferencias individuales en cuanto al tiempo, el lugar y la modalidad de los intercambios, por consiguiente, posibilitan la reducción de lo que llamamos «comunidad» a su mínima expresión.
La revolución digital ha venido a quedarse y a sedimentarse como una serie de profundas transformaciones de la experiencia humana. No se hace justicia a esta compleja realidad si se la considera como exclusiva de algunas generaciones o como panacea pedagógica. Como educadores en general, y en sociolingüística en particular, nos es más útil contextualizar nuestras evaluaciones cuando miramos esta gran transformación cultural.
Admitir que estamos todos en la era digital, pero no todos del mismo modo, es reconocer el tiempo histórico que vive nuestra sociedad. En nuestro rincón del planeta, el mundo digital se revela fragmentado. Algunos individuos y algunos grupos sociales experimentan lo digital solo como consumidores. Lo que parte aguas no es la dicotomía alumno/maestro sino la «desigualdad digital».
En mi opinión, la desigualdad digital se manifiesta en varias escalas: a escala global, con las relaciones entre centros, generadores de contenidos y de productos como software, libros o programas, y periferias, usualmente consumidores o generadores de productos que encuentran enormes dificultades de distribución; y por otro lado, a escala local, podríamos interrogarnos, por ejemplo, acerca de las relaciones entre los grupos que adquieren la formación básica que será siempre pertinente y los grupos que no la adquieren. Entre la global y la local, se podrían considerar escalas intermedias pero, con estas dos, basta para el presente desarrollo.
La desigualdad no desaparece con la posesión del artefacto, el objeto material, el dispositivo del que se trate, sino con la calidad de la experiencia con él. (Incluso la posesión individual de un dispositivo es inútil sin la infraestructura compartida que permite que funcione.) Claramente, acceder a manejar una tecnología es solo condición necesaria, pero no condición suficiente para ser un participante-agente en el mundo digital. En todas las escalas y cualquiera sea la ocupación que desempeñamos, nuestra meta debe ser participar como receptores con pensamiento independiente y crítico, y participar como generadores de productos culturales. Por supuesto, eso es también a lo que aspiramos para nuestros discípulos.
Uno de los aspectos más inspiradores de nuestro presente digital radica en el potencial de distribución de cierto contenido propio hacia los cientos o miles de sujetos que podrían interesarse en él. Mirando esto desde la recepción, comprobamos que en el consumo y la aceptación de cierto contenido no solo hay un uso instrumental y motivaciones utilitarias, sino que muy a menudo se reconoce el prestigio del origen de ese contenido o se le atribuye autoridad a ese origen.
En el campo académico y escolar, para aludir así al tema del panel, los dos extremos o momentos de esa «transacción», es decir, la producción de contenidos y la recepción con aceptación de esos contenidos, están particularmente cargados de valoración y atravesados por opciones éticas. Generar contenido pertinente para el medio local es ejercer un papel activo en la transformación del entorno.
A la luz del título de esta ponencia, me pregunto ¿en qué consiste realmente participar? El mero uso de las tecnologías (en plural) puede consistir en la recepción pasiva como consumidor de lo ya empaquetado que se acepta acríticamente porque viene del centro de autoridad, el cual, además, posee los medios para la distribución masiva.
Existen precondiciones para el acceso a lo digital, por ejemplo, las condiciones cognitivas definen qué puede hacer el individuo cuando usa la tecnología. Puede actuar como mero consumidor; puede tomar acríticamente, incluso apropiarse de fragmentos enteros o plagiar flagrantemente, o puede actuar como productor, asociar ideas de modos novedosos, derivar conclusiones, expandir líneas de pensamiento, en definitiva, emplear los contenidos disponibles como trampolín para crear propios. La naturaleza de la participación depende de que estén dadas las precondiciones para el acceso, además de que se trabaje hacia la equidad digital. El rol de ser los espectadores y los consumidores de contenidos disponibles digitalmente no es la manera de participar que inspira ni a los alumnos, ni a los educadores. Sostengo que todos necesitamos desarrollar múltiples roles y pongo énfasis en que hay que participar creativamente y ofrecer productos culturales nuevos. En suma, mi respuesta a la pregunta inicial es que consiste en participar con múltiples roles y creativamente.
En ese respecto, ¿en qué condiciones estamos en nuestro contexto local? Sabemos que las competencias y destrezas requeridas para aprovechar la innovación tecnológica plenamente y para participar en el mundo digital como agentes creativos son las ya identificadas en el desarrollo cognitivo y en el desempeño académico. Esas capacidades son las de razonamiento, de lectura con interpretación, de articulación de varios conceptos y de planificación para organizar el trabajo.
En relación con el asunto central de este congreso, la comunicación, las ocupaciones asociadas a ella y sus industrias, sí es posible participar globalmente desde esta Córdoba, que es solo una de dos docenas de ciudades con el mismo nombre, y hacerlo como agentes creativos. Podemos producir contenidos sobre el habla y la lengua, describir la difusión de cambios lingüísticos locales, podemos consensuar estándares para nuestros propósitos y explorar las relaciones entre países hispanoparlantes en cuestiones de circulación de productos culturales, entre muchas otras acciones que nos involucren como contribuidores críticos.
Si tenemos estas acciones en mente, ¿es posible educar para estos fines? Como para el resto de la cultura, educar para participar en la cultura digital consiste en dar estímulo, dar ejemplo y tener altas expectativas sobre lo que los alumnos podrán producir. Motivar es contagiar la pasión, por lo tanto, para participar en la cultura digital, como para participar en la sociedad, los educadores contagiarán su pasión por el conocimiento y moverán a otros a crear con voz propia.