La didáctica de la literatura en la escuela secundaria amerita una acotada revisión sobre los diversos modos en que ésta se construyó y se concreta en las aulas. Cuestión no sencilla, si tomamos en cuenta no solo la transformación educativa reciente,1 sino también el profundo y no del todo decantado, a mi criterio, viraje epistemológico que, sin socavar, al menos interpela el objeto disciplinar: Lengua y Literatura/ Prácticas del lenguaje y las diversas metodologías didácticas que con mayor o menor grado de aproximación se acercan a éste. Como toda disciplina, la Literatura se define mediante tres ejes: su objeto de estudio, los métodos utilizados para llevar adelante sus investigaciones y las diferentes relaciones que mantiene con otras disciplinas próximas, como explica Rodríguez López-Vázquez (2001: 83): «El objeto Lengua y Literatura venía organizado, empaquetado y etiquetado por las disciplinas que se ocupaban de lo que la tradición nos había legado bajo esos términos: las diversas Filologías como disciplinas particulares, la Lingüística como disciplina general aplicable a cualquier lengua y la Teoría Literaria como disciplina general aplicable a las diferentes literaturas». Así, «las disciplinas no se distinguen por el objeto que estudian sino por las preguntas que formulan» (Romero López, 1998: 10). En este caso, entonces, nos preguntarnos qué enseñamos los docentes, cómo lo hacemos y cómo nos formamos para enseñar Literatura en el nivel secundario.
Resulta imprescindible en este punto recordar los dos modos usuales de encarar la enseñanza de la Literatura: la forma retórica y la forma historiológica (Bombini, 2006). La primera, más ligada a la relación con la Lengua, sujeta a las tipologías textuales y géneros discursivos produce un corpus literario heterogéneo, casi un collage en las programaciones didácticas. La segunda, el enfoque historiológico, se centra en enseñar la historia de la literatura priorizando los modelos paradigmáticos de cada período literario, en los que se incluye asimismo el biografismo autoral. Sea cual fuere la forma didáctica que se adopte, los textos que se privilegian en el sistema escolar, mediados por los docentes mediante un abordaje fragmentario, generan un tipo de recepción hermético, que no permite ampliar una visión respecto de la tradición literaria y convierte a cada texto —o fragmento de aquel— en un lienzo en el que el alumno debe buscar formas lingüísticas propias, y esto pareciera suceder desde cero cada vez.2 En este contexto complejo per se, la literatura en lengua española aparece en forma homogeneizada según se trate de los primeros años de la escuela secundaria argentina o en lo que, grosso modo, denominaré ciclo superior u orientado, en los que la literatura se compone de una suerte de selección realizada por el docente, conforme a una serie de demandas, muchas administrativas, otras pedagógicas vinculadas a la prescripción de los Diseños Curriculares, PCI, PEI,3 planificaciones departamentales o por modalidad, curso, etc.
De este modo, la literatura, fuente primordial de construcción de sentido a través de discursos organizados en forma óptima y, en consecuencia, en los que el sistema de la lengua adquiere paradójicamente total funcionalidad, pierde especificidad y creatividad. En el caso de clases de literatura en lengua española, no se promueven prácticas que mejoren la oralidad ni la escritura de los estudiantes en la medida en que las prácticas discursivas se circunscriben al circuito de la evaluación / acreditación, al interior de la relación docente-estudiante.4
Las metodologías didácticas que formaron a gran parte de los docentes en la Argentina en las últimas décadas estuvieron guiadas, como lúcidamente señalaron M. Alvarado, L. Otañi y M. Gaspar, entre otros, por el estructuralismo: «La ilusión que los guiaba era la creencia de que la reflexión sobre la gramática de la propia lengua llevaría naturalmente a los alumnos a hablar y a escribir progresivamente mejor». Sin embargo, el enamoramiento de la escuela por el estructuralismo se transformó en traición al incurrir en estos errores, según Otañi y Gaspar (2001: 85): «La creencia de que por medio del aprendizaje de la gramática naturalmente se llegaría al desarrollo de habilidades de producción y recepción de mensajes (…) y el supuesto de que la transmisión de cualquier contenido científico a la escuela debe realizarse con la mayor fidelidad posible al saber experto».
Las reformas educativas recientes, por tanto, tuvieron, en forma concomitante, el objetivo superador de dar cabida a «teorías lingüísticas centradas en el uso» (Alvarado, 2001: 85). Pero este cambio de paradigma, lejos de ser aprehendido por los profesores, irrumpió en las aulas, sin la debida reflexión crítica respecto del objeto disciplinar, su trasposición didáctica y, como sostenía ut supra, con la relación que mantienen la lengua y la literatura con otras disciplinas.
Lejos del afán historizador acrítico, todos los docentes del área reconocemos una serie de enfoques decisivos en la historicidad didáctica: el formalismo, los aportes del denominado grupo Bakhtine (1984), los abordajes sociológicos, la teoría de la recepción, los estudios culturales y la historia crítica forman parte de la actual formación de docentes en el área, en general en las denominadas teorías literarias. Sin embargo, se percibe que los docentes disocian la teoría literaria, que debería ser marco epistemológico de la praxis docente, lo que genera prácticas de enseñanza —y sus respectivas prácticas de aprendizaje— rígidas y reiterativas.5 Nuevas corrientes como el multiculturalismo, el comparatismo y un enfoque basado en las prácticas sociales de lectura y escritura parecen marcar nuevos derroteros en las aulas.
En primer término, entonces, la didáctica de las prácticas del lenguaje implica reconocer que el objeto de enseñanza se constituye por las prácticas sociales de lectura y escritura, y éstas se encuentran no sólo asociadas a la concepción de lengua sino también a los saberes de la gramática, la lingüística, la literatura, la historia, la crítica y los estudios literarios. Se trata de los campos que se constituyen como disciplinas de referencia para la construcción del objeto de esta didáctica específica. Así, imbrican no solo con los contenidos disciplinares sino también con los referidos a las subjetividades adolescentes y juveniles que se espejan en las aulas actuales y que derivan de complejos ámbitos socioculturales.
Por otra parte, las primeras aproximaciones al estudio del consumo cultural en América Latina destacan su rol central en la producción de sentido (Martín Barbero, 1987). Se trata, en definitiva, de una forma de apropiación participativa del consumidor no pasivo (García Canclini, 1999) ante los productos culturales.
En cuanto a los estudios multiculturales (Naupert, 1998), se acercan y abrevan en el fenómeno de la intertextualidad, entendida, en un sentido amplio, como una interconexión de textos y significaciones, también extensible a producciones artísticas de signo distinto al literario. El estudio de la intertextualidad tiene entonces, necesariamente, un carácter transdisciplinario e implica la existencia de semióticas (o de discursos) autónomos, en cuyo interior hay procesos de construcción, de reproducción, de transformación (Wellek, 1959, 2009; Bernheimer, 1997). También implica una concepción de cultura que derrumba el maniqueísmo culto-popular, hegemónico-contrahegemónico en referencia directa al canon —y al canon escolar—, lo que supone una concepción de la lectura en términos de participación social (De Certeau, 2000); en ese sentido, es notorio que muchos de nuestros estudiantes en la escuela media apenas logren alcanzar un rendimiento moderado mientras que, por fuera del sistema, son ávidos lectores, escritores y hasta ofician de editores de textos on line, me refiero especialmente al género discursivo conocido como fanfiction (Cassany, 2008, 2009ª, 2009b) y hasta actúan como críticos, tal el caso de los booktubers.
En la Argentina, la Asociación Argentina de Literatura Comparada (AALC) (Crolla, 2008/2009) abrió el camino para los estudios comparatísticos académicos. No obstante, puede percibirse que este terreno es aún poco explorado en relación con las nuevas generaciones de estudiantes, aunque pueden citarse como proyectos que avanzan en la conformación de estos estudios para la base de la didáctica para escuela media el proyecto que representó «Apoyo al último año del nivel medio/polimodal para la articulación con el nivel superior»,6 también, más recientemente, proyectos que desde los propios ISFD proponen investigación didáctica sobre esta corriente teórica7 y, finalmente, proyectos compartidos entre los ISFD y las universidades.8
Mi intervención en este congreso se ha acercado a la didáctica de la literatura en el nivel secundario vinculando nodalmente el ejercicio profesional en dicho nivel con la de su formación docente previa, pues, en la medida en que se reflexione sobre la formación de los docentes, que serán quienes tendrán a su cargo las aulas de nivel medio, se puede pensar en los desafíos que plantea la enseñanza en ese nivel, en tanto que la educación secundaria se presenta muchas veces como reflejo directo de lo que sucede en los estudios superiores, no solo porque es su nivel de aplicación sino también porque los profesores noveles tienden a reproducir lo aprendido en éstos.
Los estudios de teoría literaria y didáctica específica parecen obedecer, al menos en los estudios de grado, a una dialéctica compleja en la cual se hace prevalecer uno de los elementos sobre el otro. Esta tendencia compromete una cuestión medular de la formación literaria en el sistema educativo formal: el de la transposición didáctica, es decir, la transformación de los saberes teóricos en contenidos didácticos. Desde una perspectiva metodológica, si la teoría no se emplea como marco epistemológico «estaría ofreciendo modelos y categorías para el análisis de textos a través de descripciones pero no redundaría en tanto marco de reflexión sobre la especificidad literaria, sobre los problemas teóricos en literatura que podrían ser articuladores de prácticas de enseñanza» (Bombini, 1996: 47).9
El «Primer Estudio Nacional sobre prácticas de enseñanza en contexto de aula INFD 2016-17»,10 a través de la articulación con ISFD a lo largo de todo el país, permite extraer conclusiones contextualizadas respecto de lo que sucede en las aulas, haciendo foco en la relación teórico- metodológica. Los resultados preliminares del estudio ratifican la hipótesis que venimos desarrollando y permite a su vez vincular los procesos formativos con la escuela primaria. Mientras en el nivel primario se observa que los NAP11 federalizan los contenidos didácticos, correlativamente se observan estrategias didácticas fuertemente diversificadas, según las clases se den en diferentes ámbitos de aplicación. Por el contrario, las aulas de escuela secundaria revelan una diáspora de contenidos, lo que implica por un lado la no sujeción a prescripciones curriculares, pero tangencialmente corroboran la espontaneidad de los docentes, lo que lleva como correlato la corroboración de que las estrategias utilizadas para el dictado de esas clases tienden peligrosamente a la homogeneización y estandarización. No se observan estrategias didácticas diversificadas, por el contrario, se percibe la utilización de metodologías reiteradas: reconocimiento de recursos estilísticos, resolución de cuestionarios elaborados ad hoc, reconstrucción del argumento, etc. La primera conclusión, a priori, entonces es: no importa en estas circunstancias el enfoque teórico ni la trasposición didáctica si todas las acciones se unifican en una metodología reduccionista, que atiende aspectos estructurales acríticos. Es decir, más allá de los cambios epistemológicos que hemos revisado, superar clases posicionadas en supuestos didácticos tradicionales, cuyo centro es el docente que explica y evalúa (generalmente cuestionarios de preguntas-respuestas), «dar» los contenidos en un orden generológico y/o cronológico sin coplanificar atendiendo a los gustos y consumos de los adolescentes o sin coevaluar parece ser aún una realidad en las planificaciones didácticas para la escuela secundaria.
Los interrogantes que enseñamos cuando enseñamos literatura y cómo lo hacemos siguen sin respuestas si los docentes no pueden sostener el objetivo de favorecer en los adolescentes procesos de lectura y escritura —incluso utilizando nuevas tecnologías—, el enriquecimiento de la lengua materna, la reflexión sobre los procesos de traducción y la crítica a la utilización aséptica del español neutro favorito de los medios de comunicación masivos, sobre todo si se toman en cuenta los consumos culturales juveniles mediados por el lenguaje, tal el caso de letras de ritmos musicales como el rap, el trap, el reguetón, el rock, etc.
Ante este panorama, algunas políticas en materia de educación pública promueven avances en la formación docente inicial al hacer explícita la evolución epistemológica que referíamos en apartados previos. Tal es el caso del DCJ12 para el Profesorado de Educación Secundaria en Lengua y Literatura de la provincia de Buenos Aires. La articulación entre teoría y práctica se visualiza, por ejemplo, mediante tres acciones directas: por un lado, la inclusión de los estudios comparatistas, rompiendo la lógica cronológico-genérica y abriendo nuevas posibilidades culturales;13 en segundo término, la incorporación, a lo largo de todo el Campo de la formación específica,14 de la Didáctica de la Lengua y la Literatura I, II y III, lo que permite una mayor reflexión teórica y trasposición didáctica en el Campo de la Formación en la Práctica Profesional. Finalmente, la inclusión de un Seminario sobre Alfabetización inicial y Literatura infantil y juvenil, para «ofrecer integralidad en la construcción del sujeto de la educación secundaria respecto de los procesos constructivos de lectura, escritura y de alfabetización literaria» (88).
También se promueven proyectos que interpelan la formación docente, tal el caso de Rumbo15 al VIII CILE, programa auspiciado por la Dirección General de Educación Superior de Córdoba y la Facultad de Lenguas (UNC), propuesta que rompió las férreas fronteras de las aulas —que traigo al centro de la reflexión como una especial deferencia para nuestros anfitriones—. Rumbo previó una serie de acciones didácticas: el Ciclo Docentes Escritores; los Talleres de Alfabetización Académica, los Juegos Cordobeses de Literatura y la publicación de Separata, publicación elaborada en los institutos superiores de formación docente de la jurisdicción «que constituye una unidad en relación con un tema o áreas de los Diseños Curriculares de Nivel Secundario» y cuyos propósitos son, entre otros: generar condiciones para que los estudiantes de educación superior investiguen temáticas variadas vinculadas con su futura profesión, produzcan textos a ser usados en la escuela secundaria, al tiempo que se pone el acento en uno de los objetivos más importantes de la formación de docentes del Profesorado de Educación Secundaria en Lengua y Literatura: formar lectores y escritores.
Quizá esta sea la forma en que, imbricadas teoría y práctica, la formación docente pueda responder qué enseñamos cuando enseñamos Literatura y cómo lo hacemos, y avance en generar nuevas condiciones pedagógicas para que los adolescentes y jóvenes se construyan en las aulas —y fuera de ellas— y como receptores productivos, activos y generadores de interpretaciones, lectores-actores sociales.