Herencias que se apaganCristina Bajo
Escritora, Córdoba (Argentina)

Introducción

Hay una cita de Somerset Maugham que nos señala las pequeñas historias que determinan lo que somos. La cita dice: «Pues hombres y mujeres no son ellos mismos; son también la región donde nacieron, el departamento o la granja donde aprendieron a caminar, los juegos que jugaron cuando niños, las escuelas que frecuentaron, los cuentos que escucharon de los ancianos, las comidas que los alimentaron, los deportes que practicaron, los poetas que recitaron y el Dios en quien creyeron. Estas cosas, por siglos, han hecho de las personas lo que son».

Muchas de estas cosas, casi todas intangibles, que hicieron de nosotros el pueblo que somos, nos llegaron a través de relatos, de cuentos, de «sucedidos».

Estos cuentos y sucedidos que desde el principio de las sociedades humanas se contaban al lado del fuego, en el invierno, o bajo la luz de la luna, en verano, se referían a hechos extraños, ánimas y apariciones, historias y leyendas: la joven que se volvió pájaro, el ánima que protege a una familia, el sapo que resguardó el último fuego, la niña que surge de las aguas, el toro que se roba la hacienda. La mujer que, llorosa, recorre los campos donde sufrió, fue abandonada y quizás muerta por el hombre que amaba. O el indio que, perdida su tierra y la estructura social que lo sustentaba, prefiere volverse piedra a subsistir en un mundo que ya no le pertenece.

El encargado de perpetuar la historia de cada comunidad era, generalmente, el más anciano de la tribu, a veces un hombre, a veces una mujer. En su memoria descansaba esa herencia intangible que, a través de milenios, conforma la letra chica de nuestra literatura y riqueza cultural.

Hace un tiempo que observo que, cuanto más alarga la ciencia la vida del hombre, más ausentes están los ancianos de la familia y en general de la vida social, siendo que ellos deberían ser los encargados de traspasar a las nuevas generaciones la memoria de la comunidad, no aquella que puede leerse en los diarios o en libros de historia —que Dios bendiga—, si no la de la experiencia vivida.

De esos relatos de lo cotidiano, se acuñaba la filosofía puesta en refranes, en consejas, en recetas de yuyos, en oraciones que el santo no deja nunca de atender, en supersticiones sospechadas de tener más razones que sinrazón, en poesías que mentan héroes de a caballo, como le gustaban a Borges. Hoy por hoy, se van perdiendo en un anochecer que ya se tragó a personajes más importantes, como Anubis, Júpiter o el mismo Diablo, según algunos.

No sólo el monumento o el papel deben ser resguardados; también debe serlo la memoria, antigua o reciente, junto con las creencias, los ritos, las grandezas y mezquindades con las que se desenvuelve una ciudadanía compuesta de muchos pueblos; hechos que descansan en el recuerdo de la gente sencilla, a veces iletrada, en la nostalgia de los que llegaron a nuestra tierra hace muchos años, con distintos credos, con distintos idiomas.

Y nadando en esa angustia que me produce la pérdida de nuestra fauna, de nuestra flora, de nuestros cantos, de nuestros espacios —unidos a las herencias de los que vinieron de afuera—, siento que debemos hacer un esfuerzo para que se les dé el lugar de privilegio que pueblos más desarrollados les dieron en sus países, porque el pasado se afianza de igual manera en los grandes hechos que marcaron al mundo, como en los hechos minúsculos que determinaron la vida de la gente común.

No hay en la tierra dinero suficiente para comprar ese legado, y si un país no se interesa por él, es porque ha quedado atrapado en un pantano sin nombre y sin boleto de retorno, y, aun en esta época de fantásticas transacciones, no logrará importarlo de ninguna parte del mundo.

Es una dulce y sagrada herencia ésta, la del recuerdo de los mayores; no debemos permitir que se apague como aquel anciano de un relato de Borges, que agoniza en un pajar mientras muere con él la memoria del último hombre que presenció la invasión de los bárbaros que acabarían con su pueblo.

Propuesta

Córdoba tiene un muy interesante legado cultural en cuanto a esa especie de cronistas menores, aquellos que cuentan la historia pequeña de sus pueblos y ciudades, sus regiones, sus comunidades.

Por mi edad y por la formación cultural que recibí, creo que aprehender y retener se facilita —en cuanto a literatura se refiere— si se mantiene una secuencia desde el comienzo de un ciclo o un hecho histórico siguiendo su desarrollo hasta llegar al presente.

Mi ponencia propone la incorporación, en el Secundario y Terciario, de ciertos títulos o autores que ayudarían a demarcar la idiosincrasia social y cultural de las provincias argentinas a través de una selección de lecturas y textos —leyendas, poesía, memorias, narrativa, libros de recuerdos, etc.— significativos en la evolución de su formación histórico-literaria. Contamos con muchos autores, algunos destacados, otros popularmente atractivos, que podrían concientizar a nuestros adolescentes sobre la riqueza y diversidad cultural de nuestro país y nuestro idioma.

En Córdoba contamos con el primer poeta de lo que luego sería la Argentina —Luis de Tejada—, el primer dramaturgo —Cristóbal de Aguilar—, que nos dejó excelentes y pintorescas comedias de enredos que recreaban la vida, las costumbres y las hablillas de la ciudad indiana.

Y en su interesante estudio La pampa en la novela argentina, Enrique William Álzaga nos revela que «… la novela, en la Argentina, nace tarde, nace histórica y nace en Córdoba», y eso fue poco antes de la Revolución de Mayo. Esas novelas, escritas por un sacerdote, se han perdido pero ha quedado constancia y estudios sobre ellas.

Y a principios del siglo xx, antes de que Manuel Gálvez comenzara sus novelas de la guerra vivil argentina, ya Rodolfo Juárez Núñez (quien firmaba Patrick Brown) había escrito tres novelas históricas y un descendiente de los Allende de Santa Catalina de Ascochinga, una novela romántica y social que debería reeditarse.

Hay algunas obras muy interesantes de Arturo Capdevila que han quedado en el olvido, siendo que nos acercan tragedias, enredos sociales, personajes extravagantes, descripciones de nuestra geografía y poesías que hablan de la atmósfera social y geográfica de esta que, muy acertadamente, llamó «Córdoba Azul».

Leopoldo Lugones, en sus poemas solariegos, nos dejó una serie de hechos históricos narrados en verso y poemas cortos, para niños, sobre los pájaros de nuestras sierras que ayudarían a que los alumnos se identificaran en el cuidado de la naturaleza.

También, en nuestra ciudad, tenemos el primer autor de recopilaciones de lo que hoy se llama «folclore urbano», y es nada menos que Azor Grimaut, que dejó una obra muy completa sobre la vida de los barrios periféricos de Córdoba —recordemos que El Pueblito, hoy Alto Alberdi, prácticamente nació casi junto con la capital de nuestra provincia, y se distinguió especialmente por dos de sus barrios: el que ya nombré, un asentamiento indígena muy característico, y El Abrojal, hoy Barrio Güemes, que comenzó siendo un reducto de esclavos libertos—.

Azor Grimaut no sólo reseñó la vida de esos viejos «pueblitos» de la ciudad, sino que incorporó la llegada de los inmigrantes menos favorecidos que se fueron asentando entre los antiguos habitantes de estos y otros barrios.

Sus obras, además de vívidas y divertidas, consignan la forma particular de hablar de esta gente, sus costumbres, sus modalidades, su medicina, sus refranes, los apodos tan característicos de Córdoba, la cocina, sus creencias, etc.

No podemos olvidar los libros de don Efraín U. Bischoff, tan querido y recordado en Córdoba, que consiguió que todo cordobés conozca su historia, la historia de sus barrios y de sus personajes.

Pero antes de él tenemos muchos vecinos cultos, algunos «doctores» —ya que en Córdoba somos todos un poco leguleyos—, que dejaron las memorias de su ciudad, de las barriadas que iban naciendo, de las poblaciones serranas. Y, a medida que llegaron los inmigrantes, sus descendientes comenzaron a interesarse por la historia de padres y abuelos que dejaron su tierra natal y llegaron a nuestro país buscando una nueva oportunidad. Son las memorias escritas por gente que nunca pensó en convertirse en escritor, que se anotó en un cursillo de escritura por un único motivo: relatar lo que le contaron sus mayores y que eso quedara como un testimonio para sus nietos.

Junto con estas memorias, han nacido libros de recetas que se afirman entre anécdotas —como el libro de Florencia Vercellone, La cocina es puro cuento—, que no sólo interesaron a sus parientes, sino a todos los que gustamos de cocinar y leer historias de familia.

He viajado por la Argentina, he conocido muchas provincias y varias de sus ciudades, he vivido en algunas de ellas, y en todas partes donde di una conferencia me fueron regaladas estas obras que despertaron mi interés por lo que reflejan: un país muy diferente de una región a otra, usando otros vocablos, con distintas tonadas, costumbres, creencias, canciones y música, pero con un hilo invisible que nos hermana.

Por todo esto, propondré la reedición o digitalización de algunos títulos hoy difíciles de encontrar, entre ellos, Bamba, poema de Córdoba colonial de Ataliva Herrera, obra en verso que es algo así como nuestro Martín Fierro —no por el contenido sino por cuanto representa globalmente a nuestra cultura e historia—, reeditar algunas memorias de pueblo chico y de barrios, e interesar a los alumnos a través de la historia de sus autores, muchas veces novelesca o trágica, como es el caso de Luis de Tejeda, pues he comprobado, a través de mis charlas con alumnos de distintos niveles, que despertar la curiosidad o el interés por sus vidas los motiva y predispone a leer la obra.

Y entre otras cosas, iniciar una recopilación de coplas y poemas anónimos que corresponden a pueblos aborígenes de nuestras comunidades indígenas, e igualmente rastrear canciones y dichos de la población de origen africano.

Resumiendo

Esta metodología propuesta, tendiente a formular una acotada genealogía de la literatura, puede ser aplicada en cualquier colectivo cultural hispanoparlante de Latinoamérica e islas del Caribe.