La oportunidad que proporcionó en el año 2015 la Unión Astronómica Internacional organizando un llamamiento internacional para ampliar el nomenclátor astronómico incluyendo, por vez primera en tiempos modernos, estrellas a las que se les han detectado planetas orbitando a su alrededor y esos mismos planetas fue recogida por instituciones españolas, la Sociedad Española de Astronomía y el Planetario de Pamplona con el impulso del Instituto Cervantes, para promover el reconocimiento de la lengua española mediante el homenaje a una de sus figuras universales, el escritor Miguel de Cervantes. La propuesta «Estrella Cervantes» compitió a través de las redes sociales con cientos de otras iniciativas internacionales, y resultó ser una de las más votadas por el público. Ahora, una estrella del Hemisferio Sur celeste, en la constelación del Altar, lleva el nombre de Cervantes. Sus planetas, también, han sido reconocidos con nombres de cuatro personajes de su novela El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha: Quijote, Sancho, Dulcinea y Rocinante. Y ello permitió establecer un nuevo puente entre las llamadas dos culturas, la de ciencias y la de letras, con actividades dirigidas al gran público y específicamente a la comunidad educativa.
En el contexto que plantea la mesa sobre «La comunicación del pensamiento científico en español» queremos en esta ponencia dedicar la atención a un aspecto fundamental que es la integración de ciencias y letras en un concepto de cultura amplio y participativo. Desarrollo mi labor en el Planetario de Pamplona y en 2010 organizamos el V Congreso sobre Comunicación Social de la Ciencia, en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, el colectivo de los museos y centros de ciencia y tecnología españoles y la Asociación Española de Comunicación Científica, además de otras instituciones locales y autonómicas. Se dedicó a explorar la idea de una «nueva cultura», intentando obviar el clásico abismo de «las dos culturas»1 entre las ciencias y las letras, planteado por C. P. Snow en su conferencia en Cambridge de 1959 y desarrollado posteriormente por él y otros autores: dos mundos inconexos, o más bien incomunicados con lenguajes incompatibles, en una sociedad que valoraba ambos universos de forma muy diferente, incorporando de hecho en el bagaje esencial de la ciudadanía la cultura humanística y dejando la científica como algo propio solamente de una porción, la de las personas que se dedican a la ciencia.
Muchas propuestas se han ido avanzando, también mucho debate sobre si ese enfrentamiento era tal y cómo fue planteado inicialmente, para establecer puentes, visibilizando por ejemplo la importancia de la ciencia en el progreso y la democracia (una estupenda síntesis de estos valores que universalizan la ciencia, está recogida por J. I. Pérez Iglesias,2 responsable de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco, que además añade interesantes aportaciones al debate). Si bien es cierto que la ciencia puede ser, y ha sido, una actividad propiciada en regímenes totalitarios, es en las democracias allí donde mejor se asienta, más calidad presenta y más transformadores serán sus resultados, como muestran los indicadores en los estudios cuantitativos que él mismo aporta.
En numerosos casos, también, se establecen puentes, a menudo partiendo desde el lado de la ciencia, que pretenden atraer atención y participación del mundo humanístico. No es raro así ver en los museos de ciencia o en salas de cultura eventos en los que ponentes de ambos mundos se encuentran y comparten experiencias y propuestas. La lista es interminable, y aunque ciertamente no se ha terminado nunca con la sensación patente de que la ciencia sigue siendo una hermana pequeña y olvidada en la consideración cultural, se avanza con paso firme y buenas esperanzas.
En este trabajo queríamos presentar un ejemplo que pudimos desarrollar y promover desde el Planetario de Pamplona, con la colaboración necesaria de la organización profesional de la astronomía y astrofísica en España, la Sociedad Española de Astronomía, y el empuje del Instituto Cervantes. Les pondremos en antecedentes.
Los «exoplanetas», término de uso común en astronomía pero no de manera generalizada en la población, a veces llamados «planetas extrasolares», son una realidad desde los primeros descubrimientos a comienzos de los años noventa, que se ha ido convirtiendo en uno de los temas de investigación más destacados y populares de esa antigua ciencia. La idea de que existieran más allá del Sol planetas revolucionando en torno a otras estrellas es antigua, pero solamente las técnicas de observación y análisis de la luz estelar han conseguido permitirnos confirmar esa existencia. En los catálogos más recientes3 superamos los 4000 descubiertos.
Los nombres de las estrellas y los planetas provienen de la tradición histórica y por ello han sido parte de la misma historia de la astronomía. En el año 1919 se constituyó la Unión Astronómica Internacional, un organismo consultivo internacional compuesto por científicos de reconocido prestigio, representando a los países participantes y con capacidad soberana sobre diversos aspectos de interés astronómico, entre ellos el establecimiento de criterios para hacer el nomenclátor de los objetos celestes y mantener su orden y cuidado. Tradicionalmente, las estrellas del cielo recibieron nombres de la herencia cultural de Occidente: hay nombres que vienen de voces en griego y latín, aunque la mayoría de las cerca de 1000 entradas de este nomenclátor proviene del árabe. Nunca se había previsto dar nombres específicos a las estrellas, habida cuenta de que los criterios de catalogación de las mismas y el hecho de que el número de estrellas que uno ve dependen, claro, de la potencia de su telescopio, así que tener un catálogo entero, como el que está realizando la misión europea GAIA4 con su telescopio, que ha proporcionado los datos de más de mil seiscientos millones de estrellas de nuestra Vía Láctea, implica necesariamente olvidar la posibilidad de dar un nombre propio más allá de las estrellas más singulares: las más brillantes, algunas de las más cercanas, las más rápidas…
¿Y las que tienen planetas? Al menos algunas se convirtieron en objeto de interés de la sociedad en su descubrimiento y de hecho popularmente los propios astrónomos responsables del mismo solían ponerle un nombre alusivo a alguna característica descrita de ese mundo. Con el número creciente de estrellas con planetas, y de esos planetas, sin embargo, una vez más la lógica previene de llevarnos a considerar un nomenclátor específico de exoplanetas y estrellas que los tienen. Pero siendo un descubrimiento tan único y sorprendente, el sentir de la comunidad astronómica es que, al menos los primeros en ser descubiertos y algunos otros, deberían recibir un nombre. Ahora bien, la decisión de cuál tomar era complicada. Podría hacerse como en los cometas que llevan el nombre de quienes los han descubierto en el cielo, aunque muchas de estas búsquedas de planetas en torno a otras estrellas son proyectos colectivos y no sería adecuado. Podría hacerse como en los planetas menores del Sistema Solar, para los cuales el equipo descubridor propone un nombre que será refrendado por la sección correspondiente de la Unión Astronómica Internacional. El debate sobre el tema fue planteado hace unos seis años solamente, para intentar buscar una solución consensuada.
La decisión de la Unión Astronómica Internacional, tomada por el Grupo de Trabajo sobre Nomenclatura de Planetas y satélites planetarios —por el Comité Ejecutivo y refrendada por su XIX Asamblea General celebrada en Honolulu (Hawaii, Estados Unidos de Norteamérica) en agosto de 2015—5 fue la de organizar un sistema de participación abierto a la sociedad, permitiendo que entidades relacionadas con el mundo de la astronomía, su educación y su divulgación y sin ánimo de lucro pudieran proponer nombres que posteriormente serían seleccionados a través de un proceso participativo mediante las redes telemáticas. Estos nombres, así, servirían para abrir la participación de la sociedad en este trabajo único de dar nombres a mundos que nadie ha conocido aún en detalle, y de los que solamente tenemos noticias gracias a la tenue luz que nos llegan de sus lejanísimas distancias. Así fue, de manera que se seleccionaron 20 sistemas planetarios y en convocatoria pública se abrió el proceso de propuestas, para posteriormente llegar a las votaciones.
En España, la Sociedad Española de Astronomía (SEA) llevaba tiempo planteando en sus actividades dedicadas a acercar el conocimiento de esta ciencia a la sociedad y mostrar su importancia, y esta iniciativa pareció una buena oportunidad para reivindicar además el papel de la cultura española. Desde unos años antes, en colaboración con el Instituto Cervantes, la SEA había ido proporcionando textos y propuestas que engrosaron las webs del instituto, de manera que los estudiantes extranjeros de español pudieran también contar con textos científicos para su proceso de aprendizaje. Siendo esa época además la del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote y un año antes de que se conmemorara la muerte del escritor, Año Quijote de 2016, se pensó en que los nombres de alguna de las estrellas y sus planetas podrían ser parte de la conmemoración.
Para ello se contó con el Planetario de Pamplona, que era una entidad que podía presentar candidatos a la convocatoria y que además sería un eje fundamental en la difusión de todo el proyecto. La candidatura fue presentada a mediados de 2015, eligiéndose un sistema planetario que casi no resulta visible desde la península ibérica (siendo estrictos, desde el sur de la Mancha sí se alcanza a ver) pero sí perfectamente observable desde gran parte de Hispanoamérica. La estrella MU Arae es una estrella que dista más de 50 años-luz del Sol, no demasiado diferente de la nuestra, posiblemente más antigua y a la que se descubrieron en diferentes campañas de observación cuatro planetas diferentes. La propuesta de la Estrella Cervantes se presentó con el siguiente texto:
En un lugar de la constelación Ara, en torno a una estrella sin un nombre propio, sólo conocida por la letra μ, cuatro planetas trazan sus trayectorias. Alrededor de un autor de fama universal también giran sus cuatro personajes principales. Nos proponemos elevar a Cervantes a la condición de un Apolo galáctico, dando su nombre a la estrella central del sistema, mientras que Don Quijote (Quijote), Rocinante, Sancho y Dulcinea se transfiguran en su escolta planetaria. Quijote (μ Arae b), el protagonista, en una órbita algo excéntrica, como corresponde a su carácter, junto a su fiel compañero Rocinante (μ Arae d), en el centro de la escena. El bueno de Sancho (μ Arae e), el ingenioso escudero, moviéndose lentamente por las ínsulas exteriores del sistema. La Dulcinea encantada (μ Arae c), tan difícil de contemplar para Don Quijote en su verdadera forma, cerca del corazón del escritor.6
El sistema a través del cual la Unión Astronómica Internacional organizó la votación tenía un importante desventaja para la ciudadanía hispanohablante, porque utilizaba únicamente el inglés como idioma de acceso. Hicimos entonces un despliegue basado en un sitio específico en la red, www.estrellacervantes.es, sus correspondientes identidades en diversas redes sociales y una etiqueta para referirse al proyecto (#YoEstrellaCervantes) que servirían de esqueleto común en toda la comunicación e invitación al voto. Desde estas páginas se podía acceder directamente al sistema de votación y, mediante explicaciones sencillas en español, cualquier persona podía materializar su apoyo. Pero quisimos que hubiera más, convirtiendo la idea en una experiencia de comunicación y divulgación científica en nuestra lengua, con muchas colaboraciones desinteresadas por parte de la comunidad científica, aportando datos e informaciones de artistas y humoristas gráficos, de medios de comunicación, de docentes que crearon unidades didácticas, y el Planetario de Pamplona, aprovechando su experiencia en acercar la ciencia al público general, fue estableciendo lazos con instituciones no solamente españolas, sino también en todo el mundo, especialmente en Hispanoamérica. La difusión a través de sus redes realizada por el Instituto Cervantes fue, sin duda, una importante ayuda. Entre otras contribuciones queremos destacar, como ejemplo, el texto del doble académico José Manuel Sánchez Ron sobre este proyecto.7
Los resultados de la convocatoria internacional, donde el nombre de Cervantes para la estrella y de Dulcinea, Rocinante, Quijote y Sancho para los cuatro planetas que se le conocen competía con otras seis propuestas de Portugal, Italia, Colombia y Japón, fueron muy favorables para la propuesta española, con el 69 % de los votos registrados (38 503 votos únicos). Resultó ser en conjunto la iniciativa más votada y la que más votos de diferentes países reunió. El 15 de diciembre de 2015 quedaba establecida esta denominación de manera definitiva en los catálogos de la Unión Astronómica Internacional.
Posteriormente, el Planetario de Pamplona, con el Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha de Cuenca y con la colaboración de nuevo de la Sociedad Española de Astronomía preparamos un documental para proyección en los planetarios y con una versión para pantalla plana, accesibles sin coste alguno, recogiendo la historia de «una estrella para Cervantes». Fue estrenado en diciembre de 2016 en Cuenca y Pamplona.
En el diseño de la campaña de la Estrella Cervantes utilizamos varias claves interdisciplinares que resultaron fundamentales. Por ejemplo, utilizar al autor del Quijote y sus textos para realizar una lectura no habitual: diversos autores colaboraron con piezas en las que analizaban la astronomía de la novela de Cervantes y de otras de sus obras, el conocimiento científico de la época y una síntesis en la que aparecían jugosos pasajes de sus obras para explicar cómo la astronomía había estado ya en el Siglo de Oro, también antes y sin duda después, dentro de los saberes de las personas cultas, como una mirada al mundo llena de noticias. No olvidemos que en vida de Cervantes surgen los primeros hallazgos astronómicos obtenidos con el anteojo astronómico popularizado por Galileo Galilei y el mismo escritor se hizo eco en La gitanilla, una de las Novelas ejemplares, del descubrimiento de los satélites de Júpiter.8
La mitología de las constelaciones, en concreto del Altar (Ara), la forma en que se han ido nombrando las estrellas y cómo se denominan otros descubrimientos astronómicos, la búsqueda científica de exoplanetas, la historia de los descubrimientos de estos planetas en torno a MU Arae, la divulgación a todos los niveles en español y pensando en públicos variados fueron configurando contenidos de la web de la candidatura que aún hoy pueden ser consultados. Desde el mundo de las letras, de las artes, de las ciencias, en una experiencia singular, la reivindicación de conseguir que el escritor Miguel de Cervantes tuviera su estrella permitió además ciclos de conferencias, observaciones astronómicas, talleres infantiles y juveniles y muchas otras actividades que, además, han seguido sucediéndose hasta ahora.
Se trata, en definitiva, de una experiencia que trasciende las ciencias y las letras, y que además parte de la sorpresa del descubrimiento astronómico por un lado y por otro de una conmemoración clave en la cultura hispánica para crear una ilusión inusitada. Y aún se mantiene. Queremos hacer notar que, de entre las variadas ciencias, la astronomía resulta una especial, con antigua imbricación en la cultura, con trayectoria histórica (parte del sistema medieval de enseñanza, y asignatura del Cuadrivio), y con constante presencia en los medios de comunicación. Por su parte, Cervantes es sin duda el más universal de los escritores en lengua castellana. Y, a diferencia de Shakespeare, no contaba con un reconocimiento a su obra entre los astros, porque recordemos que principalmente de la obra El sueño de una noche de verano vienen los personajes que dan nombre a los satélites del planeta Urano, descubiertos por Herschel a partir de 1787 y posteriormente por otros astrónomos.
Es ciertamente una pequeña historia, una historia de éxito, en cualquier caso, que muestra que, desde la tradición de nuestra lengua, se puede hacer también nuestro el afán de la ciencia por conseguir un mundo mejor. Y más culto. Vale.