La intextratextualidadBenjamín Prado
Escritor (España)

A la pregunta sobre la intertextualidad, podría responderse por elevación, sumándole otra sílaba que aumente su radar, sus aguas territoriales: la intextratextualidad.

Un libro es una serie de diálogos, y el primero de ellos, el que mantiene con otras obras. Si todo escritor debe ser, antes que nada, un lector infatigable que muy probablemente dejará de crear algo nuevo en cuanto deje de leer algo también nuevo, explica que en los libros de los demás es donde se descubre lo que todavía no se ha dicho. La literatura es una enfermedad de transmisión textual, y uno de los graneros del escritor es lo escrito por sus antecesores o contemporáneos.

El siguiente diálogo es el que se establece con el propio lenguaje. Paul Valéry definió la poesía como «las mejores palabras en el mejor orden», y esa idea evidencia que un gran poema es aquel en el que cada palabra ha tenido que luchar a vida o muerte con todas las demás del diccionario que significan algo parecido y que trataban de entrar en un verso o en una prosa. Ese diálogo con el idioma es fascinante, cuando hablamos del español, ese «territorio de la Mancha» del que hablaba el novelista Carlos Fuentes y que es tan rico, tan diverso, tan inacabable. En España, la llegada del famoso boom latinoamericano, que nos marcó de forma decisiva, fue entre otras muchas cosas un giro del lenguaje, como lo es cambiar de un español, castellano o como prefiera llamárselo, a otro. Aquel idioma de García Márquez o Cortázar era otro siendo el mismo.

El tercer diálogo es un monólogo interior, un debate dentro del propio texto. Se habla de metaliteratura, pero toda ella lo es. Mientras cuenta su historia, el libro no deja nunca de preguntarse por qué está siendo escrito, de qué modo va a seguir formándose.

Llegamos a la parte de la extratextualidad, para exponer que la historia de la literatura es la de un contagio, porque el lenguaje literario es, debe ser, un reflejo del real, y se contamina de él porque también debe reflejar el tiempo en el que se hizo una obra, dar lugar al idioma que imponen los avances tecnológicos o las revoluciones y evoluciones culturales. Walt Whitman llenó sus Hojas de hierba de cantos a las locomotoras o los electrodomésticos de su época, que también simbolizaban los cambios en la vida de las personas de su tiempo. El futurismo cantó a las máquinas en serio y Fernando Pessoa, o uno de sus heterónimos, en forma de parodia. La generación beat no se entiende sin la música bebop, no hay Jack Kerouac o Allen Ginsberg sin Charlie Parker o Dizzy Gillespie. Rayuela, de Julio Cortázar, tampoco sería ella sin el jazz, su prosa sonaría a otra cosa. La generación del 27 también estaba fascinada por los avances que presenciaban, por eso Rafael Alberti hablaba de las estrellas del cine mudo en Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos o le hacía un poema a una «Venus en ascensor». Y hoy en día las y los poetas más jóvenes tienen mucho que ver con los cambios en el lenguaje que ha marcado internet.

He dicho las y los, porque otra de las revoluciones en marcha es la del lenguaje inclusivo: de ninguna manera podemos consentir que nuestro idioma sea sexista, y sin caer en la demagogia pero sin olvidar que es nuestra obligación pelear palabra a palabra contra cualquier tipo de discriminación, tendremos que lograr que no haya términos excluyentes, ni sustantivos o adjetivos que según si se refieren a una mujer o a un hombre se entiendan como un halago o como un desprecio.

La RAE es, en ese sentido, una institución modélica, siempre atenta a la evolución del habla para que el habla sea no sólo el destino de la lengua, sino también una de sus fuentes.

Si para simbolizar todo eso que ya le ocurre a la literatura en nuestro idioma y a la vez lo que le pasará en el futuro sirve la palabra intextratextualidad, la dejo sobre la mesa.