La importancia de una educación de calidadCristina Mucci
Escritora y periodista

En un mundo donde todo parece reducirse a algoritmos y procesos automatizados, los trabajos del futuro serán mayoritariamente tecnológicos. Pero en este panorama, las ciencias sociales pueden jugar un rol fundamental: crear un marco de sentido. Debemos pensar entonces en qué esperamos del desarrollo tecnológico, en definitiva, en qué tipo de sociedades queremos vivir.     

Esto se relaciona también con el rol de los diversos actores sociales. Ante todo, de la comunidad internacional y de los Estados, que tienen un papel específico en lo que respecta a la legislación y la toma de medidas concretas. Las tecnologías digitales traen aparejado un problema complejo en relación a la privacidad de los datos y a cómo se despliegan lógicas de control y vigilancia, como así también al condicionamiento de las conductas y a las orientaciones de la subjetividad.

Por otro lado, en muchos países de habla hispana —entre ellos la Argentina— el salto tecnológico se desarrolló paralelamente a una fuerte regresión en la distribución del ingreso. Por consecuencia, la sociedad digital encuentra un obstáculo serio en la falta de acceso —o condiciones débiles de acceso— de vastos sectores de la población.

Según los especialistas en comunicación Martín Becerra y Guillermo Mastrini: «En países con una fuerte fractura social y política como la Argentina, la sociedad de la información no puede apartarse del carácter regresivo de esa brecha».  «Si así como hubo y hay una gran diversidad de sociedades industriales, asistimos actualmente a la construcción de una pluralidad de modelos de sociedad de la información. La Argentina tiene en el equilibrio social uno de los desafíos más urgentes que resolver».1

Y agrega otro especialista, Henoch Aguiar: «Los fenómenos de comunicación no hacen más que reflejar el status de crecimiento y desigualdad entre países o dentro de un mismo país». «En nuestro país —agrega— las políticas internacionales tienen gran importancia, pero no debemos obnubilarnos con lo que pasa afuera, sino ser capaces de regular el ámbito de discusión y debate que lleve a políticas activas fronteras adentro».2

Hoy tenemos bibliotecas digitalizadas, bases de datos y acceso a toda la información posible, y esa tecnología no sólo facilita nuestro trabajo, sino que también lo modula. Los textos digitales incluyen imágenes, sonidos, hipervínculos, y eso cambia radicalmente las maneras de escribir y de leer.

El español es una de las lenguas más utilizadas en Facebook y Twitter, y una gran parte de la comunicación entre personas hoy fluye a través de estas vías. Las nuevas palabras que van surgiendo llenan espacios vacíos, la necesidad de nombrar algo que antes no existía, y de esta forma las redes sociales impactan en el lenguaje, traen cambios en la forma en que se instrumenta el idioma y lo fuerzan a actualizarse.

Otra característica en la inmediatez en el acto de la escritura y de la lectura, que permite el texto compartido en forma instantánea. Esta inmediatez implica que hay una demanda de respuesta que debe ser ante todo veloz y precisa, y hace que el mensaje sea lo más acotado posible. Por eso se apela al uso de dibujos o abreviaciones que se asemejan a la comunicación oral.

Estamos en una época en donde se lee y se escribe más que en ninguna otra. Pero no estamos hablando de libros, estamos hablando de pantallas. El panorama de la lectura y la escritura está cambiando, aunque tal vez no tan rápidamente como se hubiera pensado en un principio. Se habló de la desaparición del libro, y aunque las estadísticas varían, hay certeza en que el proceso de sustitución de formatos en la industria editorial está tomando mucho más tiempo que en el cine o en la música. Sin embargo, según la especialista francesa Françoise Benhamou, autora de El libro en la era digital, el cambio es inevitable y  «el futuro del libro será híbrido»: la mayoría de los títulos saldrán primero en versión digital, y sólo los que generen interés saltarán al papel. «Se trata de una revolución industrial y cognitiva. No todos saldrán indemnes. Algunos actores de la cadena del libro desaparecerán», sostiene.3

Tal vez haya que esperar a una generación completa de nativos digitales,  pero el cambio es inevitable. Y a partir de allí, las diferencias son enormes. Los saberes y los imaginarios ya no se organizan en torno a un eje letrado, el libro deja de ser el único foco ordenador del conocimiento, y la lectura se va hibridando, aparecen formas de leer más ligadas a lo interactivo y lo social. Leer deja de ser una acción privada, introspectiva y solitaria, y se convierte en un acto público y compartido. Habrá géneros literarios que tal vez desaparezcan, y aún no sabemos qué nuevos géneros vendrán.

Roxana Morduchowicz, especialista en Educación y autora del libro Los adolescentes del siglo xxi, basado en las conclusiones de una encuesta sobre consumos culturales del Ministerio de Educación de la Nación Argentina, dice que «los libros son los únicos bienes culturales que los chicos consideran viejos, posiblemente por su lectura lineal y en blanco y negro. Para los adolescentes, los libros sólo están asociados con la escuela». Y agrega: «Hablamos de una generación multimedia no por la variedad de medios y tecnologías de los que disponen, sino porque las usan al mismo tiempo. Mientras ven televisión, hablan por celular, navegan por internet, escuchan música y hacen la tarea. Para esta generación, el zapping no es una actitud frente al televisor, como hacemos los adultos con el control remoto, sino ante la vida. Hacen zapping permanentemente, abren ventanas sin cerrar las anteriores, los medios se superponen. Tienen una manera de aprender, de leer, de concebir el mundo, diferente».4

Es probable que esta dispersión genere un tipo de lectura más superficial, dispersa o distraída. Pero en lo que respecta al lenguaje, no se está hablando necesariamente de un empobrecimiento, sino de distintos códigos para comunicarnos. Es interesante lo que dijo el académico Pedro Álvarez de Miranda, director de la última edición del  Diccionario de la Lengua Española: «Si un joven usa una determinada modalidad de lengua en WhatsApp y luego sabe cambiar de registro cuando la situación comunicativa es otra, estupendo. Una persona culta no es la que siempre habla muy bien, con un lenguaje impecablemente elaborado, sino la que sabe adecuar la lengua al registro y sabe utilizar los recursos de economía de un WhatsApp y también redactar un trabajo universitario».5 Aparentemente entonces, aquellos jóvenes que tengan acceso a una educación de calidad reconocerían el contexto comunicacional  y utilizarían estilos diferentes según corresponda.

El especialista Néstor García Canclini habla de nuevos lectores, y sostiene que vivimos en una sociedad multicultural donde conviven la cultura letrada, la audiovisual, la digital y la oral. Propone reflexionar acerca de los nuevos sentidos de estas prácticas culturales, y destaca los beneficios de acceder de manera autónoma a información que está al alcance de quien pueda y sepa buscarla. «Se multiplican las voces y se flexibiliza el orden sin devoción hacia los expertos o hacia una cultura dominante», dice.

Para García Canclini, lo fundamental de la era digital es la «promiscuidad de los campos», proceso que entiende como el «resultado del proceso tecnológico de convergencia digital y de la formación de hábitos culturales distintos en los lectores, que a su vez son espectadores e internautas».

Pero a la vez habla también de la carencia de una conciencia crítica colectiva. Resalta, por ejemplo, la falta de movimientos que de manera organizada se conviertan en formas de representación ciudadana para la defensa y el ejercicio de los derechos a la comunicación y a la cultura.

El gran interrogante, entonces,  es cómo pasar «de la conectividad indiferenciada al pensamiento crítico». Y acá él también habla de educación.  «La educación y la formación de lectores y espectadores críticos —dice— suelen frustrarse por la persistencia de desigualdades económicas».  Y considera que para eso es necesario repensar el papel de la escuela.6

Según Guillermo Jaim Etcheverry, autor del libro La tragedia educativa, que se publicó en 1999 pero sigue teniendo absoluta vigencia, «posiblemente sea la escuela el ámbito institucional en el que la sociedad debería volver a depositar, hoy más que nunca, la custodia de los rasgos definitorios de lo humano».7

«La enseñanza se ha ido convirtiendo, de manera insensible, en un espectáculo», agrega Jaim Etcheverry. El desafío entonces es incorporar la sociedad digital desde la educación, y no desde el mero espectáculo. La educación en valores democráticos, la educación como un derecho que nos corresponde como partes integrantes de una historia a la que pertenecemos, que es la historia de la humanidad. La idea de que al educarnos recibimos un legado.  Es a partir de allí que debemos incorporar la sociedad digital.

«Las palabras no son inocentes ni impunes. Pensamos con palabras», dijo el Premio Nobel José Saramago en el Congreso de la Lengua que se celebró en Rosario en 2004.

Mi país, la Argentina, a lo largo de los años ha ido perdiendo algunas características que lo destacaron desde su origen, y que se relacionan con la idea de un país culto, basado en el esfuerzo y el trabajo y respetuoso de la actividad intelectual. No sólo pudimos enorgullecernos de tener una escuela pública modelo, que garantizaba la igualdad de oportunidades y el ascenso económico y social. También tuvimos una universidad estatal de excelencia, constituimos el mayor polo cultural de América latina, y nuestra industria editorial fue pionera en el mundo de habla hispana. 

Por distintas razones hemos ido perdiendo todo eso. Hoy tenemos un índice de pobreza que supera el treinta por ciento. Treinta y uno con tres  exactamente, según el informe que la Universidad Católica Argentina presentó la semana pasada, donde habla de pobreza multidimensional, o sea la pobreza medida por diferentes derechos sociales, más allá del índice por ingreso. Son varias dimensiones de carencia humana: la alimentación, el acceso a la atención médica y medicamentos, los servicios básicos (agua corriente, red cloacal y energía), la vivienda digna, el medio ambiente, el empleo y la seguridad social, y los accesos educativos, como ser la inasistencia y el rezago educativo en la escuela media y en la escuela primaria. El estudio registró a las personas que sufren una o más de estas carencias para vivir en la Argentina.8

Mucho se habla de Educación, pero la inversión en esta área da cuenta del valor que se le otorga. Según el informe titulado El financiamiento educativo en la Argentina. Balance y desafíos de cara al cambio de década, presentado por  el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), la inversión educativa nacional cayó entre un nueve por ciento entre 2016 y 2018, y de cumplirse el presupuesto 2019, el retroceso llegará al diecinueve por ciento.

Esta misma realidad sucede en el plano provincial, donde la inversión cayó un ocho por ciento entre 2015 y 2016 y se estancó entre 2016 y 2017. Hay que aclarar que se estima que retrocedió en 2018 debido a la caída real del salario docente, que representa el noventa por ciento del presupuesto educativo provincial. Esta realidad pone de manifiesto la imposibilidad que este año tendrán las provincias de realizar acciones de mejoras en el sistema educativo, pues apenas tendrán presupuestos disponibles para mantenerlo, incluyendo el pago de salarios y el cuidado de la infraestructura.9

El problema no es nuevo, ya lo dijo Jaim Etcheverry hace unos años, en 2005: «Se trata de la construcción de personas. Si no logramos que la mayor cantidad de gente tenga la mejor educación, la vida social no podrá ser sostenida. No nos bastarán los policías ni las rejas porque no compartiremos los códigos entre nosotros».10  

Y aunque no me gusta la palabra caridad, prefiero reemplazarla por justicia, quiero cerrar con una frase de Domingo Faustino Sarmiento, que también repite Jaim Etcheverry: «Si no los quieren educar por caridad, al menos háganlo por miedo».

Notas

  • (1) Martín Becerra, Guillermo Mastrini, La sociedad de la información en la Argentina. Una mirada desde la economía política, 2004. Volver
  • (2) Guillermo Mastrini, Bernardette Califano (comp.) La sociedad de la información en la Argentina. Políticas públicas y participación social.  Fundación Friedrich Ebert, 2006. Volver
  • (3) Françoise Benhamou, El libro en la era digital. Ed. Paidós, 2015.Volver
  • (4) La Nación Cultura, «Leer en un mundo de pantallas». Por Natalia Blanc, 17/5/2013.Volver
  • (5) La Nación Ideas, «Los dilemas del español en tiempos inciertos». Entrevista a Pedro Álvarez de Miranda por Laura Ventura, 24/3/2019. Volver
  • (6) Néstor García Canclini, Lectores, espectadores e internautas. Editorial Gedisa, 2007.Volver
  • (7) Guillermo Jaim Etcheverry, La tragedia educativa. Fondo de Cultura Económica, 1999.Volver
  • (8) Infobae, «Duro informe de la UCA: llegó a 31,3 % la pobreza multidimensional y hoy existen 12,7 millones de argentinos con carencias». Por Martín Dinatale, 26/3/2019. Volver
  • (9) La Nación Opinión, «La importancia de invertir en Educación», 25/3/2019.Volver
  • (10) La Nación Cultura, «Sin educación, el futuro está en riesgo». Entrevista a Guillermo Jaim Etcheverry por Nelson Castro, 28/9/2005.Volver