Las lenguas y la interculturalidad. A propósito del españolFrancisco Moreno Fernández
Catedrático de la Universidad de Alcalá y Académico de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española

La correspondencia lengua-nación-cultura

Desde el siglo xix, el llamado 'paradigma de la modernidad' vino a proponer una serie de ecuaciones que pretenciosamente trataban de ordenar todas las realidades y sus representaciones. Una de esas ecuaciones es la que vincula el concepto de ‘lengua’ al de ‘nación’ y ambos al de ‘cultura’: a cada nación le corresponde una lengua y una cultura; cada lengua articula la cultura de una nación. La posmodernidad, sin embargo, ha venido a desmontar de raíz tales correspondencias. Un caso que evidencia su falsedad es el de Elías Canetti. En su volumen biográfico La lengua rescatada/absuelta/salvada (1977), el poligloto Canetti explicaba el desacompasamiento de las lenguas que adquiría, las culturas en que se desenvolvía y las naciones que habitaba: en su ciudad natal de Bulgaria, adquirió el judeoespañol por haber nacido en una familia sefardí, junto a unos padres que hablaban alemán entre sí, al tiempo que se veía envuelto por otras muchas lenguas. Decía Canetti (1980: 26),

Solo en nuestra ciudad se hablaban siete u ocho lenguas diferentes y todos entendían un poco de cada una. Únicamente las chicas que venían de los pueblos hablaban exclusivamente el búlgaro y se las consideraba tontas por ello.

Pero el particular portafolio lingüístico de Canetti no terminaba aquí, ya que su estancia en Suiza lo marcó por la adquisición de un francés ambiental, pero sobre todo por el aprendizaje descontextualizado del alemán, que fue comprendiendo a partir de los significados de un inglés fugazmente experimentado durante su estancia en Londres. Todo ello fue vivido por un escritor que se consideraba hablante de español, por su lado sefardí, pero que desarrolló su literatura en lengua alemana.

El caso de Elias Canetti es llamativo por su trascendencia cultural, pero resulta cotidiano, mutatis mutandis, en hablantes procedentes de numerosas áreas de África, Asia o América. De hecho, la mencionada quiebra de la serie de ecuaciones no sería tal si se aceptara su inexistencia en otras épocas, como la medieval europea, donde la elección de lenguas venía determinada más por registros que por naciones, o en otros espacios, como el indígena de la Amazonia, donde el uso del español, el portugués, el huitoto o el ticuna, en sus variedades del lado colombiano y brasileño, se rige por los interlocutores o sus fines comunicativos y no por las fronteras.

Lenguas y culturas

En 1952, Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn publicaron un magnífico volumen en el que se compilaron y discutieron más de 160 definiciones del concepto de ‘cultura’ publicadas desde 1871 hasta mediados del siglo pasado.

Las conclusiones propuestas por Kroeber y Klukhohn eran esperables: por un lado, «tenemos muchas definiciones, pero poca teoría»; por otro, la noción de ‘cultura’ tiene una «importancia explicativa y una generalidad de aplicación comparable a categorías como la ‘gravedad’ en la física, la ‘enfermedad’ en la medicina o la ‘evolución’ en biología». Después, en la segunda mitad del siglo xx, los estudios culturales vinieron a reforzar la percepción de las culturas como catálogos de productos humanos condicionados por sus entornos sociales inmediatos, bien en tiempos de colonización y descolonización, bien como manifestaciones de la globalización (Hoggart 1957; Williams 1963; Kuper 2001). En el interior de esos catálogos aparecen las lenguas, pero nunca con especial protagonismo, como se refleja en el hecho de que, en los análisis literarios practicados desde los estudios culturales, el texto es casi lo de menos.

Culturas e interculturalidad

La importancia de las lenguas en relación con la interculturalidad debería venir dada, no solo por las relaciones conceptuales entre ‘lengua’ y ‘cultura’, discutidas durante décadas, sino por el origen y desarrollo del propio término interculturalidad. De acuerdo con los resultados obtenidos en la aplicación NGram de Google, el término interculturalidad comenzó a difundirse en español a mediados de los ochenta. Se trata, pues, de una noción cuya expansión ha sido relativamente reciente.

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Figura 1.- Ngram de ‘interculturalidad’ y ‘comunicación intercultural’: Fuente Google Books. Corpus de español, 2009.

Algo anterior, sin embargo, fue la irrupción de un concepto más concreto, donde se hace evidente el interés por los aspectos lingüísticos de las relaciones entre culturas. Se trata del concepto de ‘comunicación intercultural’ difundido muy especialmente a partir de la obra de Robert B. Kaplan «Cultural Thought Patterns in Inter-Cultural Education»(1966).

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Figura 2.- Gráficos de estructuración de párrafos en inglés por parte de hablantes procedentes de diferentes culturas Fuente: Kaplan 1966: 15.

Tenemos, pues, que desde los años sesenta, se propaga una corriente de estudios de la comunicación intercultural, interesados por cuestiones de retórica y dedicados a diferentes aspectos de la comunicación, comenzando por la enseñanza de lenguas extranjeras y continuando por diferentes aspectos de las comunicaciones internacionales, como las relaciones comerciales o la mercadotecnia.

Interculturalidad y globalización

Ahora bien, la fuerza del fenómeno de la globalización es tal que muchas de las consideraciones teóricas o filosóficas tratadas por Kroeber y Kluckhohn han pasado a ser irrelevantes o sometidas a una modificación radical. Ello no justifica la manera, algo arrogante, en que se está desatendiendo el largo debate sobre la cultura o las culturas, pero sí explica por qué están surgiendo nuevos conceptos y métodos para tratar el concepto de cultura desde la ‘nueva’ interculturalidad. Entre esos conceptos están los de ‘marcos culturales’, ‘estándares culturales’ y ‘dimensiones culturales’. En general, estos conceptos se basan en las relaciones que se establecen entre el yo, el otro y los elementos propiamente interculturales.

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Figura 3.- Dinámica de las situaciones de traslape cultural. Fuente: Thomas et al. (2010: 41).

En lo que se refiere al concepto de ‘dimensión cultural’, este se entiende como la conducta característica de los miembros de una cultura determinada. A partir de este concepto, buena parte de los estudios de comunicación intercultural han intentado fijar las dimensiones fundamentales y de comprobar la forma en que se manifiestan. Como era de esperar, las propuestas de dimensiones culturales han sido múltiples: Hofstede (1993), por ejemplo, se refiere a cinco dimensiones fundamentales: distribución de poder, individualismo / colectivismo, manejo de la incertidumbre, masculinidad / feminidad, tratamiento del largo plazo. En estos y en otros casos, una vez más, la lengua se presenta más como recurso instrumental que como factor fundamental o definitorio para el contraste intercultural. La excepción a ello estaría en el campo de la enseñanza de las lenguas extranjeras, por ser la lengua parte del objeto de la actividad (Glaser 2010).

Globalización y lengua española

Más allá de los programas de enseñanza de lenguas, el espacio hispanohablante, por sus propias características (Moreno Fernández y Otero 2016), es un espacio de interculturalidad. Intercultural fue la gestación de la propia lengua española en la Península e intercultural fue su adaptación a la realidad social americana. Pero, al margen de estos argumentos generales, existen unos pocos ámbitos hispanohablantes que no podrían ser comprendidos prescindiendo del concepto de interculturalidad. Entre esos ámbitos, podemos mencionar el sefardí, el norte de África, Filipinas y los Estados Unidos de América (Moreno Fernández 2019). Cada uno de ellos ofrece características muy diferentes, pero en todos ellos el español ha entrado en contacto, de un modo u otro, con diferentes lenguas y culturas. Todos ellos, por otro lado, han sido objeto de reflexiones, como las que ofrecen las obras de Tzvetan Todorov (1991) para Iberoamérica o las de Gustavo Pérez-Firmat (2012) para los Estados Unidos.

Esta rápida enumeración de espacios de interculturalidad ligados a la comunidad hispanohablante y a la lengua española nos conduce a una pregunta fundamental pocas veces e insuficientemente tratada. La pregunta es esta: ¿puede hablarse de una cultura española? De acuerdo con la definición de Thomas (2010: 21), para hablar de una cultura española (o, si se quiere, hispánica) debería identificarse una entidad nacional y lingüística que la justificara, pero tal entidad no reflejaría en absoluto las dimensiones culturales del espacio hispanohablante. Evidentemente, además de la lengua común, hay debajo de toda esta comunidad, como sustento firme, toda una historia, una tradición religiosa, unos referentes literarios, artísticos y de pensamiento que se reconocen como comunes. Sin embargo, atendiendo a las ‘dimensiones’ identificadas por los expertos en comunicación intercultural (Demorgon, Hofstede, Thomas…), no podría decirse que la comunidad hispanohablante sea portadora de una sola ‘cultura’, ni mucho menos. Basta con comparar las manifestaciones de estándares culturales diferentes, como el modo de entender la distribución de poder, el manejo de la incertidumbre o el tratamiento del largo plazo, para comprender que Chile y México, España y Argentina se adscriben a estándares culturales diferentes. Así se aprecia también cuando comparamos las dinámicas de esas mismas dimensiones en el sur y el norte de España.

Lengua española y posmodernidad

Las reflexiones anteriores nos llevan a una posición que contraría algunas de las ideas más ampliamente difundidas y más sólidamente asentadas dentro de la ‘cultura hispánica’. Por un lado, la corriente sobre comunicación intercultural permite pensar, no en una única cultura hispánica, sino en una diversidad de estándares y dimensiones culturales dentro del espacio hispanohablante. Por otro lado, la comunidad hispana podría no necesitar al español como rasgo definitorio a la hora de desplegar sus estrategias y comunicativas internacionales en entornos globalizados.

Ante este panorama posmoderno, global e intercultural, cabría preguntarse sobre la posible existencia de unos estándares culturales propios de la comunidad hispana en su conjunto, que no fueran en detrimento de la forma en que las dimensiones culturales se manifiestan en cada área y que sirvieran de referencia para la comunicación con otros grupos culturales. Probablemente, habría que recuperar las nociones de cultura manejadas décadas atrás y combinarlas con las que actualmente proponen los estudios de comunicación intercultural.

Desde esta perspectiva, las principales dimensiones de la cultura hispana en su conjunto podrían ser las siguientes:

  1. Importancia de las relaciones familiares y de amistad
  2. Apego y respeto al área de nacimiento o procedencia
  3. Capacidad de improvisación
  4. Valoración instrumental del trabajo
  5. Manejo optimista de la incertidumbre
  6. Respeto por la religiosidad
  7. Equilibrio entre individualismo y sentido colectivo

Entre estas dimensiones no aparece ninguna directamente relacionada con la lengua o con otros aspectos culturales más tradicionales, aspectos muy significativos para una gran parte de la comunidad hispana. Por eso resulta obligado añadir dos dimensiones más:

  1. Sentimiento de identidad marcado por el uso del español
  2. Relevancia de las referencias icónicas construidas en el interior del espacio hispánico

Como cada una de estas dimensiones podría aparecer con una intensidad diferente en cada una de las comunidades que configuran el espacio hispanohablante, serían susceptibles de representación mediante un gráfico radial que dibujaría siluetas algo diferentes en su interior según la manifestación concreta de las dimensiones. La colectividad hispanohablante quedaría definida por el promedio obtenido para cada dimensión en el conjunto de las comunidades.

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Figura 4. Gráfico tentativo de dimensiones culturales hispanas.

Las dimensiones mencionadas en último lugar, por el motivo que sea, suponen que, por más que no se concrete en español una comunicación intercultural, cuando se interactúe con personas hispanas ha de valorarse la existencia de un fuerte sentimiento de identidad marcado por el uso del español o castellano, así como un singular aprecio por los iconos y referencias culturales tradicionales y característicos de la comunidad hispana. Estos iconos y referencias no son exactamente los mismos para todas las sociedades hispanas. Unas veces son referentes particulares de cada nación; otras veces los referentes han sido seleccionados o incluso creados desde el exterior como prototipo de latinidad o hispanidad. Muestra de esto último se aprecia en la música o en la producción de series televisivas (Lamo de Espinosa, Badillo y Malamud 2018). En cualquier caso, sí hay coincidencia en el peso que se concede a los referentes culturales por parte de toda la comunidad hispanohablante.

Conclusión

En definitiva, es innegable el intenso vínculo que existe entre el español y la cultura hispana en su conjunto, como innegable es la trascendencia que la comunidad hispanohablante otorga a lo que considera su cultura. Pero ocurre que, en un sentido posmoderno, intercultural y global, la cultura hispana no es uniforme, al tiempo que la proyección internacional de la comunidad, en términos económicos, comerciales o comunicativos, no ha de concretarse necesariamente en español para reconocerse como hispana. En este sentido, la comunicación intercultural no es española, estadounidense o francesa; la comunicación internacional puede darse en una lengua en otra. Marina Tsvetaeva, en una carta dirigida a Rainer María Rilke (1926), afirmaba (Asadowski 1986: 409):

No comprendo cuando la gente habla de poetas franceses, poetas rusos, etc. Un poeta puede escribir en francés, pero no puede ser un poeta francés. Eso es ridículo.

Por otro lado, los espacios de interculturalidad y la galopante globalización están convirtiendo en oxímoron la conocida afirmación de Fernando Pessoa, Juan Gelman o Camilo José Cela: mi patria es mi lengua. La comunicación intercultural está más cerca del pensamiento de Jorge Semprún, cuando afirma: mi patria es el lenguaje. Tal vez por eso mismo Elias Canetti pudo reflejar su identidad en judeoespañol, búlgaro, inglés, francés o checo. Esa multiplicidad, a mitad de camino entre lo instrumental y lo circunstancial, no le fue nunca óbice para sentir en lo más profundo una fuerte pasión por el español y por  la lengua alemana, la lengua que su madre se empeñó en enseñarle sin abrir un solo libro de texto.

Referencias

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