Cuando el lunes pasado el maestro Octavio Paz nos hacía llegar el mensaje de que el lenguaje era de todos, se me quitó un peso de encima, porque en medio de esta pléyade de lingüistas, escritores, académicos y comunicadores de toda índole, al tener que hablar del lenguaje, me sentía un poco como gallina en corral ajeno (lamentablemente la historia no ha conservado los nombres de la gallina ni de su confidente que nos hizo llegar esta sensación de incomodidad al no estar en corral propio).
Pero luego reflexioné y pensé que el culpable directo de esta eclosión del uso de la lengua a nivel internacional era el irresistible desarrollo de las telecomunicaciones, que con sus ventajas e inconvenientes nos han metido de lleno en esta sociedad de la información en la que tenemos que aprender a vivir.
Hasta hace muy poco se podían distinguir entre las redes de comunicación, los servicios y los contenidos de estos servicios. Las redes eran diseñadas por técnicos, y cada una estaba directamente vinculada con un servicio en concreto, (por ejemplo, red telefónica, red telegráfica, red de datos, etc.). Los contenidos eran igualmente elaborados por sus propios especialistas, los medios de comunicación.
Hoy en día, las redes pueden ofrecer simultáneamente distintos tipos de servicio —redes integradas— y además es conceptual y prácticamente difícil separar la red del servicio, y éste de su contenido.
Si se añade a ello el efecto de la tendencia mundial a la liberalización y/o privatización (cualquier operador privado puede acceder a una licencia de cualquier servicio), cuyo paradigma es la reciente Ley de Telecomunicaciones aprobada en los Estados Unidos en febrero de 1996, y la cada vez mayor globalización (se abren los mercados internacionales), el resultado es que desde 1993 se están produciendo una continua serie de fusiones y adquisiciones entre compañías de telecomunicaciones, y entre éstas y las de entretenimiento para tomar posición ante las perspectivas de una liberalización mundial que se veía venir aunque todavía sin fecha.
Cabe pensar que habrá una vinculación directa entre la presencia en esos consorcios que se formen de capitales y empresas de países hispanoparlantes y la promoción y defensa del idioma español en los contenidos.
Al pensar en el contenido de esta ponencia pensé que no estaría de más dar un repaso histórico a la evolución de las telecomunicaciones, y ésta será la primera parte, para después, en la segunda, comentar el reciente proceso de fusión entre grandes empresas de medios y telecomunicaciones y referirnos, por último, a la sociedad de la información con las posibilidades que ofrece, todas ellas basadas en el uso del idioma que es el soporte de todos los servicios que pone a nuestra disposición.
De todo ello sacaremos una triple conclusión:
—En el futuro inmediato un pequeño grupo de grandes empresas, dueñas de infraestructuras, contenidos y servicios dominarán la sociedad mundial de la información, incluyendo los países y servicios del ámbito hispano.
—Si capitales y empresas de países hispanohablantes no están insertados en esos grandes grupos, el idioma español estará fuertemente desprotegido.
—La defensa del idioma español, en el estado actual de la sociedad, es un tema básicamente económico.
Terminaremos con algunas recomendaciones prácticas para contribuir a la defensa de nuestro idioma en ese ambiente competitivo que se avecina.
Evidentemente no vamos a realizar una enumeración detallada de los infinitos pasos que ha dado la técnica desde sus primeros balbuceos a la esplendente realidad actual, sino que pondremos énfasis en resaltar cómo la inicial individualización de medios y servicios ha dado paso a la integración cada vez mayor de todos ellos.
La primera red de telecomunicación que se creó utilizando medios eléctricos fue la telegráfica, que transmitía textos utilizando una combinación elemental de caracteres. Era una red que utilizaba una codificación digital de la información que había que transmitir.
Después, en 1876, apareció el teléfono que rápidamente desplazó al telégrafo por el enorme atractivo que suponía escuchar a distancia la voz de otra persona. Las redes telefónicas tuvieron un desarrollo espectacular y fueron diseñadas utilizando la técnica disponible de primeros de siglo: la transmisión de señales analógicas y, superada la fase inicial de la conmutación manual, la conmutación automática de dichas señales en centrales electromecánicas, basada en la realización de conexiones paso a paso bajo el control de las señales enviadas por el abonado a través del disco de marcar. (Curiosamente la introducción de la telefonía automática se debe a un empresario de pompas fúnebres, el Sr. Strowger, al que la telefonista de su pueblo le robaba clientes pasándoselos a la competencia, lo que motivó que se las ingeniara para eliminar a la operadora del proceso de la comunicación).
Más tarde se incorporaron a las centrales órganos de control centralizados, también electromecánicos (marcadores, registradores, traductores…) y se adoptó para las redes de conexión la técnica de barras cruzadas. La aparición de los ordenadores y el desarrollo de la informática llevaron a la creación de las centrales electrónicas sustituyendo los órganos de control electromecánicos por sistemas de control de programa almacenado.
Paralelamente aumentó la necesidad de transmitir señales diferentes de la voz, lo que en principio se resolvió desarrollando la red telegráfica existente y más tarde por la aparición de una red especializada en la transmisión de textos: la red télex. Pero estas redes pronto resultaron insuficientes para el inmenso campo que se intuía de comunicaciones no telefónicas, y así aparecieron los módems que permitieron el uso de la red telefónica para el envío de otro tipo de información como los datos.
A la vez fueron evolucionando las terminales con el cambio fundamental del disco tradicional por el teclado para facilitar todo tipo de órdenes vía impulsos y apareciendo los primeros con microprocesador que permitía nuevas funciones como la numeración abreviada, la visualización del coste de la comunicación, la escucha amplificada, la operación manos libres, el acoplamiento de contestadores automáticos, la indicación del número que llama y un sin fin de operaciones más.
A pesar de todo subsistían las limitaciones propias de este tipo de red en lo que se refiere a baja velocidad de transmisión y posibilidad de errores debidos a los ruidos propios de las centrales, por lo que surgió la necesidad de crear redes especializadas para la transmisión de datos con alta velocidad de transmisión y baja tasa de errores. Estas redes pueden ser de dos tipos: de conmutación de circuitos, basadas en el establecimiento de un circuito físico entre los dos extremos de la comunicación, o de conmutación de paquetes, basadas en la segmentación de la información en pequeños paquetes a los que se añade encabezamiento con el destino y se les encamina por la red sin que exista un circuito físico entre los extremos de la comunicación. Estas redes pronto fueron de uso frecuente y así nacieron en la década de los setenta, por ejemplo, Iberpac en España, Transpac en Francia, etc.
En paralelo a las redes públicas se han establecido redes privadas de datos para aplicaciones específicas que requieren o una utilización casi continua de los medios de transmisión y/o unas calidades de transmisión muy elevadas. Cada una de estas redes utiliza sus propias normas y protocolos de comunicación, por lo que si un abonado requiere la utilización de varios servicios, lo más normal es que necesite acceder a varios tipos de redes y tenga que tener en su casa varias líneas de acceso.
Conviene recordar que el ancho de banda que el oído humano puede percibir es del orden de los 300 a los 3600 ciclos por segundo. De ahí que el ancho de banda usado en la transmisión de la voz fuese de 4 KHz. De hecho este margen no es igual para todos los mamíferos. Por ejemplo los perros perciben una banda superior, lo que permite los útiles silbatos que nosotros no oímos y ellos sí.
La aparición de la técnica de codificación digital de la voz por medio de la Modulación por Impulsos Codificados marcó el inicio de una nueva era en las telecomunicaciones. Esta técnica permite codificar las señales de voz transmitidas por la red telefónica —sucesión de elementos binarios (bits)— a una velocidad de 64 kbit/s. La lista de las principales necesidades que pueden ser satisfechas con velocidades de acceso iguales o inferiores a 64 kbit/s comprende desde las telealarmas a la televigilancia, pasando por la lectura de contadores, la transferencia electrónica de fondos, el fax y los servicios de videotex. Para la transmisión de imágenes animadas como la televisión la videoconferencia hubo que crear canales especiales con velocidades de acceso muy superiores a 64 kbit/s.
La aplicación de la técnica digital a los sistemas de transmisión permite aumentar la capacidad de los medios físicos de la planta, haciendo que por un mismo circuito puedan transmitirse un elevado número de canales telefónicos. En cuanto a su aplicación a las centrales de conmutación se manifiesta en la realización de las funciones de conmutación en matrices temporales y/o espaciales fabricadas con elementos semiconductores de alta densidad de integración. Ello supone importantes ahorros de espacio y, sobre todo, permite la integración de los sistemas. Esta técnica simplifica la integración de la transmisión digital, de la conmutación digital y de los órganos de control de las centrales.
Nace así el concepto de Red Digital Integrada que es aquella formada por elementos totalmente digitales y que permite establecer conexiones entre centrales a 64 kbits, lo que supone que todos los tipos de información como voz, datos, textos… puedan ser, una vez codificados digitalmente, transferidos como secuencias de bits y ser tratados por la red de manera idéntica. Surge así el concepto de Red Digital de Servicios Integrados (RDSI) como evolución de la red telefónica.
Para determinadas aplicaciones como la distribución de programas de televisión, la videotelefonía, la comunicación de datos a alta velocidad entre redes de área local o para el proceso distribuido entre varios ordenadores geográficamente separados, se necesitan velocidades de acceso superiores a 2M bits. Las redes que incorporan estas capacidades se llaman RDSI de banda ampliada, pero para integrar los citados servicios en la red hay que introducir nuevos elementos de tecnología avanzada entre los que destacan:
—cables de fibra óptica para el acceso de abonado, y
—conmutadores de banda ancha capaces de conmutar señales digitales hasta 140 Mbits.
Hoy la red digital de servicios integrados a nivel de abonados no pasa de ser un buen propósito de las operadoras de servicio telefónico y si bien hay muchas pruebas piloto experimentales que llegan en algunos casos al cableado de barrios enteros en varias ciudades de algunos países, los altos costes que suponen, de un lado, el tendido de cables de fibra óptica hasta el domicilio de los abonados —el problema de la llamada «milla final»—, y del otro, la complejidad de la sustitución de las antiguas redes urbanas en la mayoría de las cuales coexisten cables de cobre antiguos de cubierta de plomo con los nuevos de cubierta de plástico, hacen que el horizonte real de la disponibilidad total de redes absolutamente integradas esté, todavía, difuminada en el horizonte.
Hay que hacer una especial mención de la telefonía celular, cuyo desarrollo en los últimos años no tiene parangón y que aparentemente para su uso no tiene más limitación que el deseo de preservar la intimidad.
En cualquier caso resulta evidente el desarrollo del proceso de integración en los últimos años. En la década de los ochenta existían por separado los servicios de telefonía, transmisión de datos, filodifusión facsímil, telealarmas y servicios móviles. En la década de los noventa se han ido integrando paulatinamente todos esos servicios y los nuevos que han ido surgiendo como la videoconferencia o la transmisión de datos a alta velocidad a medida que se ha ido aumentando el ancho de banda de las distintas redes.
Naturalmente nada de esto hubiera sido posible sin el desarrollo paralelo de la informática, que al combinarse con la telecomunicación, en lo que ha dado en llamarse telemática, ha dotado al hombre de la herramienta más poderosa que pudiera soñar. La Revolución industrial de finales del siglo xix aumentó con las máquinas y herramientas el poder del músculo, pero la informática lo que aumenta es el poder del cerebro humano haciendo realidad la posibilidad de prever, calcular e inferir resultados a velocidades imposibles para el cerebro. Aquí, como en toda nueva tecnología, ha habido que crear un lenguaje propio que normalmente, por ser el ámbito angloparlante, donde se ha desarrollado principalmente la técnica, está compuesto por palabras de ese idioma.
Y si bien términos como los de software y hardware son de dominio y uso común, hay que luchar porque el repertorio de neologismos en inglés quede reducido al mínimo. No es una apuesta fácil, entre otras cosas porque el lenguaje de la comunidad científica más importante es el inglés, y al comunicarse entre sí lo lógico es que lo hagan en su propio idioma. Aquí, como en otras técnicas, el desarrollo tecnológico es una máquina de producir neologismos. El que descubre bautiza y exporta. Por ejemplo, nosotros exportamos al mundo anglosajón el concepto y la palabra guerrilla.
En cuanto a los medios de comunicación, sean o no multimedia, están constituidos por la información impresa más los medios audiovisuales. Desde los primeros diarios, condicionados a sus viejas linotipias, hasta los actuales compuestos y transmitidos a la periferia por ordenador y confeccionados con gigantescas rotativas, pasando por las agencias internacionales de noticias; desde las primeras películas de finales de siglo a las gigantescas superproducciones actuales en las que la calidad de visión y audición son realmente impresionantes; desde la primitiva radiodifusión de modulación de amplitud y programas limitados, a la moderna de frecuencia modulada de servicio cuasi permanente, con programas múltiples en cadena y que a través de la onda corta puede llegar de un extremo a otro de la tierra; y desde la televisión balbuciente de los años treinta que permitían ver uno o dos canales en blanco y negro a las todopoderosas cadenas actuales que, bien directamente o con la ayuda de los satélites de comunicaciones o la distribución de señales por cable, llevan a nuestros hogares centenares de canales, se ha recorrido un largo trecho.
En todos estos casos el proceso de comunicación masiva se ha realizado de forma unidireccional. Hoy, gracias a la masificación informática, esta situación ha comenzado a cambiar.
Porque el avance más importante en cuanto a poner al alcance inmediato de los usuarios una información actualizada no solamente global, sino también profunda en sus contenidos, es la implantación cada vez mayor de la red Internet, que desde que empezó a darse a conocer en 1994 ha tenido un crecimiento exponencial. El fenómeno Internet no es revolucionario por la novedad que supone sino porque por primera vez la comunicación social puede realizarse de forma masiva, bidireccional, sin intermediarios y a escala planetaria. Millones de personas se convierten así en productores de la información que consumen.
Esta red permite transmitir y acceder a textos, imágenes y sonidos, o lo que es lo mismo, nos trae a casa, dentro de un océano inmenso de información por el que circulan toda clase de navegantes simultáneamente, por ejemplo, periódicos permanentemente actualizados, una enciclopedia, un profesor, un banco de datos, una bolsa de trabajo, un buzón de correos interactivo y en definitiva un contacto permanente con un número cada vez mayor de interlocutores, fisicos o institucionales. No hay datos fiables de los actuales usuarios, pero una cifra realista y tal vez conservadora oscilaría en torno a los 20 o 25 millones, pese a la vulnerabilidad actual de la red.
Y aquí no me resisto a señalar el primer problema con el que nos encontramos los hispanohablantes. Más del 90 por ciento de la información disponible en Internet está en inglés, porque si bien hemos integrado los medios y la infraestructura, en la preparación de los contenidos nos han sobrepasado en cuanto a rapidez de implantación y de actualización. Hay un enorme campo de actuación para imaginar y preparar contenidos. Algo se está haciendo, pero como nos llevan tanta delantera o se hace un esfuerzo importante en el futuro inmediato o el inglés desplazará, lenta, pero inexorablemente al español de Internet, de modo que nuestra lengua quedará irremisiblemente fuera de carrera en la competición más importante por estar presente en esos millones de hogares.
De todas formas hay un dato alentador. Aunque los usuarios de Internet están localizados masivamente —más del 76 por ciento— en países angloparlantes, para popularizar el uso de Internet en otros idiomas se están desarrollando traductores de sus páginas al japonés, alemán, francés y español. Aunque todavía el sistema no es perfecto estas traducciones permiten a las personas que no dominan el inglés navegar por Internet. Y en esto están interesados los propios promotores de la red, pues solamente podrá alcanzar un buen nivel de penetración en las culturas no angloparlantes si se les ofrecen servicios en sus propias lenguas, consiguiendo así una red verdaderamente global.
En cuanto a la industria del entretenimiento hoy la novedad más importante es la televisión a la carta, el pay per view, «pagar por ver», un ejemplo más de cómo las frases usuales de las nuevas tecnologías se utilizan en inglés, cuando en este caso lo correcto y clarísimo sería decir «pagar por ver», pero los medios de comunicación han empezado a utilizar la locución inglesa y será muy difícil eliminarla del vocabulario. De ahí la enorme responsabilidad de esos medios en la custodia y buen uso del idioma. En esa modalidad lo que se ve fundamentalmente son películas, la mayoría subtituladas, con lo que el idioma español empieza a quedarse atrás. En España al menos esas películas se doblan, pero qué decir de la Argentina, Perú, Puerto Rico… y un largo etcétera. Cuanto más inglés se escuche más implantación tendrá en las comunidades hispanohablantes, en detrimento de su propio idioma, y, además, lo contrario no es cierto.
Cuando los Estados Unidos, por ejemplo, constatan el creciente desarrollo del español en su territorio se promulgan leyes como la del «English only» para amordazar la libertad de expresión en su idioma vernáculo de una masa, que aumenta sin cesar, de hispanohablantes. Esta controvertida ley de Arizona, encaminada directamente a marginar la lengua y la cultura hispanas ha llegado, a través de sucesivos recursos hasta el Tribunal Supremo, que ha evitado pronunciarse sobre su constitucionalidad alegando por unanimidad que el recurso presentado es legalmente irrelevante porque la funcionaria hispana querellante, María Kelly Yñiguez, abandonó la función pública en 1990 por razones personales.
De todas formas con leyes antiespañol aprobadas en otros 23 estados de la Unión, el Tribunal Supremo tendrá que emitir tarde o temprano una sentencia sobre la constitucionalidad de esas leyes. No sólo pensando en el idioma, sino también en los millones de personas desplazadas de sus propios países que lo hablan en otros, es importante manifestar en todos los foros, y éste es uno excepcionalmente importante, que medidas encaminadas a coartar la libertad de expresión de las minorías en su propia lengua suponen una violación del derecho a la libertad de expresión prevista y garantizada en la Constitución de los Estados Unidos y en las de otros países desarrollados.
Por eso en el caso que comentamos varias instancias judiciales, por debajo del Supremo, habían suspendido la aplicación de esa norma de inspiración xenofóbica, aprobada en referendum por escaso margen en 1988, ya que se consideraba un obstáculo al libre flujo de informaciones y un abuso de los derechos de muchas personas.
Pero el avance más importante que se avecina en los medios de entretenimiento es sin duda la implantación de la televisión digital que nos llevará de la proliferación de cadenas actual a la interactividad. En los últimos años de este siglo o en los primeros del próximo el televisor que tendremos en nuestros hogares incorporará un vídeo digital, una consola de juegos y un módem que le permitirá comunicarse con otros ordenadores, todo ello conectado a un microordenador, y a través de él se realizará la mayoría de las transacciones que hoy requieran comunicación escrita o desplazamientos. Tal vez tenga también una impresora para copiar las informaciones interesantes que aparezcan en pantalla.
La interactividad que mencionamos antes al referirnos a los sistemas de «pagar por ver» es la etapa básica, porque permite solamente descodificar una señal para ver un programa a una hora escogida por la emisora. La interactividad completa que se avecina permitirá al televidente elegir el día y la hora que desee para ver su programa favorito.
La radio también será totalmente digital; aquí, como en la televisión, el usuario podrá grabar sus programas favoritos en CD de gran capacidad.
El día 15 de febrero de 1997 pasará a la historia, aunque todavía no seamos plenamente conscientes de ello. Ese día, los 67 países miembros de la Organización Mundial de Comercio que participaron en Ginebra en la negociación sobre las telecomunicaciones alcanzaron un acuerdo para la liberalización del sector. Con él se garantiza el fin de los monopolios, de los que tan celosos estaban los Estados, y se abre la posibilidad de inversiones extranjeras en la casi totalidad —93 por ciento— del sector. La aldea global de McLuhan podía ser ya una realidad inmediata.
La Unión Europea, los Estados Unidos y Japón figuran entre los signatarios, y el compromiso adquirido por estos tres gigantes comerciales supone en sí mismo la liberalización del 75 por ciento del mercado mundial de las telecomunicaciones. Un mercado que es uno de los más dinámicos del mundo y que generó el año pasado ingresos por valor de 600.000 millones de dólares, de los que unos 450.000 corresponden a los Estados Unidos, y, lo más importante, es un mercado que crece anualmente a un ritmo de entre el 8 y el 12 por ciento.
Este acuerdo, esperado por todos, y cuya más que posible firma disparó el proceso de fusión y concentración de medios entre grandes empresas , permitirá, ya que los medios de transmisión estarán abiertos para todos, vender las infraestructuras y sobre todo los contenidos que se transmitan por esos medios, que son los que en definitiva decidirán la elección de opciones por parte de los usuarios; ello se traducirá en mayores oportunidades de negocio para los que consigan un mayor segmento de mercado. Serán estos contenidos los que eleven o hundan los respectivos mercados. Precisamente las grandes batallas posteriores a las fusiones y concentraciones que ya han empezado se darán —se están dando— por el control de estos contenidos.
Y a ello se añadirá el proceso de conquistar espacios audiovisuales entre los diversos bloques lingüísticos y, especialmente, entre los más importantes del mundo que en el estado actual de los medios son el hispanohablante y el angloparlante. De la actitud que tomemos en el nuestro dependerá en buena medida el futuro del español como una lengua universal, compartida por una de las colectividades con mayor desarrollo demográfico y que debe ser educada para que nuestra lengua, patrimonio común, sea cada vez más utilizada y sobre todo más correctamente usada. No hay que olvidar que en los últimos años la lengua española ha ido cobrando una especial relevancia pues se ha ido tomando conciencia de que es una lengua hablada por más de 350 millones de personas en 23 países, de los cuales es, además, la lengua oficial en todos ellos excepto en los Estados Unidos.
En el mundo de los negocios la dureza de una confrontación viene determinada por los intereses que hay en juego en ella, y para tener una idea de las cifras en que nos estamos moviendo baste recordar que el mercado de lo medios y de las telecomunicaciones, sólo en los Estados Unidos, mueve más de 450 billones de dólares anuales.
Este mercado se puede dividir en cuatro grandes sectores de distinto peso relativo:
—Telefonía: 34,3 por ciento,
—Información y material impreso: 32,5 por ciento,
—Medios audiovisuales: 21,7 por ciento y
—Otros (reservas, publicidad por otros medios… ): 11,5 por ciento.
La desregulación y los avances tecnológicos han llevado a las empresas de esos sectores a intentar salir de sus mercados tradicionales y entrar en los mercados de los demás para, al diversificarse, tener más y mejores posibilidades de desarrollo. Ésta es la razón que ha provocado la política de concentraciones y alianzas que estamos viviendo entre empresas de entretenimiento, medios y telecomunicaciones.
Pero si hay una tecnología en cambio constante es precisamente la de las telecomunicaciones, por eso las empresas tradicionales y las nuevas que surjan como consecuencia de las fusiones y adquisiciones tendrán que tener en cuenta las tendencias del sector no solo tecnológicas sino también macroeconómicas. Entre estas últimas la privatización y la liberalización se traduce en general en una mayor competencia, y la globalización lleva a un juego, interminable de alianzas en las que el mundo es el terreno de juego porque con las nuevas reglas han desaparecido no sólo las fronteras, sino el concepto de empresa nacional.
En el ámbito de la Unión Europea, aunque desde 1989, en que empezó a aplicarse el reglamento de Concentraciones de la Comisión, sólo se han prohibido cuatro operaciones significativas en el sector y se han aprobado en torno a quince operaciones de alianza que mantienen un cierto peso específico en el horizonte europeo, ha sido a lo largo de 1996 cuando se ha desatado una fiebre de alianzas a nivel no solo europeo, sino mundial para intentar copar los mejores segmentos de los nuevos mercados que se avecinan.
La actividad fue tan intensa que en marzo de 1996 el comisario europeo responsable de la competencia Karel Van Miert, al conocer el anuncio del acuerdo entre Rupert Murdoch con el grupo alemán Bertelsmann y Canal + de Francia, decía: «Dejen que me entere porque no pasan quince días sin que se anuncie una nueva alianza».
Pero no se trata solamente de alianzas a nivel europeo. Los grandes operadores norteamericanos están interesados en penetrar en el mercado europeo y viceversa. La operación que dio como resultado la empresa Concert, aprobada en junio de 1994, fue la alianza entre el operador británico British Telecom y la empresa de telecomunicaciones estadounidense MCI, con una cifra de negocios de 37,9 billones de dólares.
Otra alianzas importantes que se han producido o están a punto de producirse son las de los dos colosos de las comunicaciones en el Reino Unido: British Telecom y Cable & Wireless; el grupo Atlas, constituido por las empresas Deutsche Telekom, alemana y France Telecom. que participan con la norteamericana Sprint —ingresos esperados de 76,1 billones de dólares—; la británica Cable & Wireless con la alemana Veba; el grupo alemán Bertelsmann con News Intemational, vinculada al grupo Murdoch en la cadena Vox …
Por su parte el gigante norteamericano ATT encabeza la gran alianza denominada Unisource en la que se incorporan Telefónica de España, KPN de Holanda, Telia de Suecia y los PTT suizos.
A nivel de Estados Unidos podemos citar también la del grupo Disney con Capital Cities; la de ATT y U. S. West, la de News Corporation con MCI …
Quizá la que más repercusión tuvo en su día fue la que firmaron en octubre de 1996 los gigantes Time Warner y Turner Broadcasting System, que será el mayor grupo de comunicaciones del mundo, con un volumen de negocios estimado de 20 mil millones de dólares. Por cierto, el día 18 de marzo la CNN, propiedad de Turner, ha iniciado sus emisiones en español para Iberoamérica en una apuesta para copar el mercado hispanohablante. Como primera reacción y ante la imposibilidad de mantener la competencia, la NBC ha cesado en sus emisiones en español.
Otras alianzas significativas son, por ejemplo, las de:
—ATT con KDD, Singapore Telecom, Telstra (Australia) y United (Canadá) que operará en 200 países e ingresarán más de 57 billones de dólares.
—Grupo Cable &Wireless/Bell Canadá, que integra a Optus (Australia),Tele-2 (Suecía), Hong Kong Telephone, Mercury (Reino Unido) Teleglobe (Canadá) e IDC (Japón).
—Microsoft con MCI y Digital que se unen para atacar uno de los segmentos más rentables del mercado: las redes que conectan entre sí a los empleados de una compañía, las llamadas Intranets.
La mera enumeración de las compañías y algunas de sus cifras de negocio nos indican que se trata de corporaciones gigantescas y, por tanto, casi todopoderosas; y entre las alianzas no hay prácticamente socios de habla hispana. Los dueños de las infraestructuras y proveedores de los servicios montarán el negocio de los contenidos para que la gente vea y escuche lo que ellos pretendan, porque configurarán el mercado a su medida.
Los únicos intentos, hasta ahora que cabe resaltar como excepción son, por un lado, la creación de la plataforma para la explotación de la televisión digital en España, cuyos socios principales son el grupo Televisa de México, Televisión Española y Telefónica de España, y por otro, lado la presencia del propio grupo Televisa en Estados Unidos, donde controla Univisión y una parte importante del sistema de satélites PanAmSat, con independencia de su propio mercado mexicano donde tiene una presencia hegemónica.
Al margen de esto la producción de contenidos de las industrias audiovisuales en los países de habla hispana es pobre todavía. Por ejemplo, el número de películas producidas en los últimos años es del orden del medio centenar por año en España, una cifra análoga en México, una docena en Argentina y cantidades insignificantes en los demás países de Latinoamérica.
En cuanto a los productos multimedia todavía es muy débil la producción. Se han editado en España medio centenar por instituciones públicas y comercializado otros 210 por iniciativa privada, de los cuales más de la mitad han sido elaborados total o parcialmente en España por unos cuarenta fabricantes.
La televisión es el medio que más recursos tiene y, por tanto, invierte, bien en programas de producción propia o en la compra de derechos de programas que, traducidos, se emiten en español. En 1994 España invirtió en estos programas unos 925 millones de dólares frente a unos 485 millones en Latinoamérica.
Y esta es la situación en que nos encontramos y en la que hay que buscar cómo podemos insertarnos para que en la sociedad de la información tengamos una representatividad adecuada.
En octubre de 1995, el Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación patrocinó la creación de un grupo de trabajo interdisciplinar para que llevara a cabo un análisis de la sociedad de la información en España para conocer sus fortalezas y debilidades. Ese informe terminado en mayo de 1996, con el título «España en la Sociedad de la Información» se ha erigido en el referente obligado y en la herramienta imprescindible para conocer la situación, tendencias y desarrollo del sector. Lo que sigue está en su casi totalidad extractado de ese informe, en la parte que es de aplicación específica al tema que nos ocupa…
La sociedad de la información tiene como objetivo alcanzar el acceso universal a la información. Se basa en una infraestructura que conecte en una sola red de redes todos los servicios relacionados con la información ya sea a través de ordenadores, teléfonos, televisión o cualquier otro medio.
La importancia del sector, relacionado con las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), el denominado «hipersector» de la información, es muy elevada. Desde el punto de vista económico, este sector, resultado de la convergencia de otros más tradicionales como los de las telecomunicaciones, la informática y el audiovisual generó en todo el mundo en 1994 un total de 1230 billones de dólares, equivalentes al 5,9 por ciento del producto interior bruto mundial.
Si las cifras económicas son importantes no lo son menos las relativas a las redes, los servicios y los usuarios. En 1994 alrededor de 86 millones de personas en el mundo se abonaron a los servicios de telefonía básica, telefonía móvil o televisión por cable; de ellos 20 millones correpondieron a nuevos abonados de telefonía celular. En 1993 la cifra de nuevos abonos fue de 62 millones. Los abonados a Internet se vienen duplicando cada año. En 1996 existían ya cerca de 9,5 millones de ordenadores en 150 países de los que alrededor de 62.000 estaban en España.
Aunque el impacto económico y las tecnologías son importantes lo más notable de la sociedad de la información será el cambio social y cultural debido a las posibilidades y aplicaciones que va a traer consigo y que van a afectar a todos los ámbitos de vida del ciudadano, desde el familiar al laboral. Entre otras aplicaciones podemos citar:
—Telemedicina: Proporcionará cobertura sanitaria permanente a todos los ciudadanos, independientemente de la situación geográfica del enfermo.
—Teletrabajo: Será el punto de arranque de una revolución laboral que afectará a la propia estructura y organización de las empresas.
—Teleeducación: También con independencia de la ubicación geográfica, potenciará el apredizaje y la educación a distancia.
—Cultura universal: Se podrá acceder a museos, bibliotecas, etc., de todo el mundo.
—Teleocio: Además de las posibilidades culturales se podrá acceder a juegos, películas, catálogos de tiendas para telecompra o vídeo sobre demada …
—Teleadministración: El ciudadano podrá relacionarse con la Administración y agilizar infinidad de trámites que no exigirán su presencia física para resolverse.
La «sociedad de la información», sustentada en el extraordinario desarrollo tecnológico que permite el tratamiento y uso masivo de la información, supone, como ya hemos visto, una serie de aplicaciones y posibilidades que van a transformar el modo de vida de los ciudadanos de manera que todavía ni se sospecha. El cambio de la sociedad actual a la Sociedad de la Información debe ser gobernado de forma que los posibles inconvenientes queden minimizados por los enormes beneficios previsibles, y así que sea el individuo el claro vencedor del proceso de transformación que ya ha empezado. La forma de llevar a cabo y de gobernar ese cambio es el reto que se plantea a la sociedad actual.
Para una correcta utilización de estas tecnologías y poder estar en vanguardia de este «hipersector», además de otras medidas de carácter normativo, se propone:
— Facilitar el uso intensivo de la lengua española en el ámbito informática.
— Facilitar el acceso de la sociedad española a los contenidos favoreciendo el desarrollo de herramientas de navegación y aplicaciones en lengua española y estimulando la interactividad.
— Explotar al máximo el hecho de que el español es hablado por más de 350 millones de personas en todo el mundo, favoreciendo su consolidación en Internet y defendiendo la posición que de hecho posee en la comunicación oral en el ámbito mundial.
— Explotar al máximo la fortaleza que supone para España su riqueza cultural mediante la creación de productos y servicios de alcance mundial. Con este objeto se ha de fomentar la difusión internacional de los contenidos basados en nuestro patrimonio e impulsar el diseño de bases de datos multimedia, la informatización y teleconsulta de archivos y fondos culturales y la creación de contenidos y aplicaciones hechas en España.
— Internacionalizar las empresas españolas productoras de contenidos e industrias culturales.
— Fomentar la cooperación de agentes económicos de cualquier comunidad a nivel mundial que utilicen el español para el desarrollo y difusión de contenidos propios en nuestra lengua, aprovechando esas afinidades lingüísticas y culturales para alcanzar mejores economías de escala.
A la vista de las recientes tendencias de concentración de medios que hemos expuesto anteriormente, resulta evidente que un pequeño grupo de grandes empresas, dueñas de infraestructuras, contenidos y servicios dominarán la sociedad mundial de la información, incluyendo los países y servicios del ámbito hispano.
Entre ellas, desgraciadamente la representación de países y/o empresas hispanoparlantes deja mucho que desear. Si capitales y empresas de países hispanoparlantes no están insertadas en esos megagrupos, el idioma español estará fuertemente desprotegido, pues habrá una inmensa desproporción entre la influencia de estos grandes grupos en el idioma y el escaso o nulo interés que pondrán en su adecuado tratamiento.
Hoy la defensa del idioma pasa por su industrialización y su capacidad de hacer frente al desafío de las nuevas tecnologías, y no puede estar circunscrita solo a una Academia que a través de un Diccionario «limpie, fije y dé esplendor» ni a unos esfuerzos, muy meritorios, los del Instituto Cervantes, dispuestos a apostar por extender la enseñanza y el conocimiento del idioma fuera de nuestras fronteras, actividad importante pero a todas luces insuficiente. Tanto la Real Academia como el Instituto Cervantes son absolutamente imprescindibles. Si el idioma hablase por sí mismo nunca dejaría de recordar que la uniformidad ortográfica pudo mantenerse, tras las guerras de emancipación, gracias a que la Academia fue la primera institución que inició relaciones con las nuevas repúblicas y sus hombres más notables. Sin aquella actuación la unidad lingüística se nos habría roto al producirse el caos ortográfico.
Por eso la Academia y el Instituto con su inmenso prestigio tienen que hacerse oír para recaudar fondos públicos o privados, que permitan el máximo desarrollo de nuestra ingeniería lingüística. Estos últimos, que tienen a gala comprometer caudales importantes en manifestaciones culturales como música o pintura, deberían concienciarse de que la lengua es el origen y el vínculo común del que se origina todo lo demás. Hoy la defensa de la lengua es un tema básicamente económico. Se tienen o no se tienen medios para inundar de contenidos los programas de países de habla hispana, y si la calidad es suficiente, para exportarlos a otros ámbitos, y se tienen o no se tienen los medios —y la voluntad— para desarrollar una ingeniería lingüística capaz de hacer frente con éxito a los nuevos requerimientos informáticos.
En la medida en que se encuentren capitales dispuestos a apostar por este reto, que sin duda a la larga tendrá una tasa de retorno muy remuneradora, se conseguirá dar, y ganar, la batalla de la correcta ubicación de nuestra lengua en el enorme campo de las tecnologías del futuro, de ese futuro que en muchos casos ya es presente.
De todas formas, y si en esos grupos dominantes llegan a participar empresas de países hispanohablantes hay que exigirles una actitud activa recomendando algunas ideas fáciles de llevar a la práctica y que constituyen siempre un apoyo para la defensa del idioma. Por ejemplo:
—Divulgación y uso del Vocabulario científico y técnico cuya tercera edición con más de 130.000 términos y definiciones acaba de publicar la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
—Creación de libros de estilo por servicios.
—Dar normas para salvaguardar el idioma en todo lo relacionado con la tecnología (programas de computación con acentos y otras peculiaridades del español)
—Supervisión de diccionarios electrónicos.
Eliminación en todos los medios de comunicación de neologismos inútiles, porque ya existe suficientemente implantado el vocablo español, por ejemplo no decir shopping por «tienda», coffe break por «pausa», service por «servicio» y tantos otros.
Hay que defender ante todo el lenguaje común, y esto es tarea de todos. El lenguaje técnico, muy limitado por otra parte, tiene su camino; pero si procuramos en la conversación cotidiana o en la prensa oral o escrita no intercalar barbarismos como a veces oímos y leemos a diario, habremos puesto nuestro grano de arena para conservar la más preciosa herencia que hemos recibido: nuestro idioma.