La invitación a pensar y hablar sobre la radio interroga y desafía a mi doble condición de periodista e investigador, desde un mundo y un tema, éstos de la radiofonía, en los que me debo confesar novato pero apasionado como caballo viejo».1
Años atrás circulaba una historia sobre los primeros teléfonos instalados en Sicilia. El técnico reunía a los habitantes ante el nuevo aparato y le explicaba al campesino más anciano: «Con la izquierda coge el auricular, con la derecha marca los dígitos, y ya está, puede hablar». ¿Hablar? respondía el siciliano, ¿y con qué manos?
Este cuento del teléfono vale también para la radio. Constreñida al lenguaje verbal, carente de la mímica y del gesto, mutilada de la expresión corporal, exonerada de la complicidad de las sonrisas y de la elocuencia de las miradas, la radio es un medio de comunicación bastante más desafiante que la televisión, no sólo para quien revindique añoranza histriónica o genealogía mediterránea. En efecto, frente a los franciscanos recursos del sonido, la televisión convoca y orquesta casi todos los lenguajes, prescindiendo sólo de los tactiles y olfativos. Ello permite el más pleno ejercicio del poder de asedio y conquista que, según Charles Bally, define al lenguaje y hace del hablante, actor.2
Tampoco puede aseverarse sin titubeo, supremacía de la radio frente a ese remedo de comunicación social que es, y ha sido siempre, la prensa escrita, la más solitaria de las prácticas periodísticas. Curiosa, aunque muy explicablemente, la prensa fue erigida en paradigma y modelo del periodismo porque, en la galaxia Gutenberg, en la que nace como primer medio industrial3 y de masas, se pensaba y actuaba como si la escritura precediera y presidiera a la oralidad. Esta falaz prelación de la lengua escrita, criticada, con razón, y entre muchos otros, por McLuhan4 (junto con las trivialidades de la radiofonía comercial y publicitaria), indujo explicable desconfianza e inicial perplejidad de los académicos frente a los medios audiovisuales.5
La falacia ya había sido señalada por Charles Bally, en 1925, mucho antes que McLuhan, Bell6 y tantos otros, cuando la televisión aún pertenecía a la ciencia-ficción y la radio hacía sus pinitos sobre el borde de lo exótico,7 al criticar la tendencia ya anacrónica y pre-Saussuriana de estudiar el lenguaje como definición de normas lingüísticas a imitar (de los clásicos, por supuesto). Decía Bally: «Valdría la pena mostrar a qué excesos y a qué errores ha conducido esta falsa concepción. En primer lugar, el fetichismo de la lengua escrita, acompañado desde luego por un menosprecio soberano hacia la lengua hablada, calificada de vulgar, que sin embargo es la única verdadera, ya que es la única original».8
Lo cierto es que la pluma, la máquina de escribir o el programa de procesamiento de textos invitan al pulimento y a la precisión. Convocan a la reflexión, o sea, a la forma de comunicación más reflexiva y menos ágil, espontánea y ligera. Los utensilios de la escritura lo tratan a uno como pensador, y por eso existe el placer de escribir con pausa y con café. En la radio, en cambio, uno se sienta ante el laconismo del micrófono y es desafiado a hacer del verbo, lenguaje total.
Y, pese a esta economía de recursos expresivos, la radio es considerada el medio más próximo y cálido.9 Paradojas de lenguaje y sociedad, de las condiciones de la audiencia y de los hábitos de los radialistas, a la condición del éxito radial, la llaman unos sensualidad (José Ignacio López Vigil, ahora en Ecuador) y otros seducción (Zenaida Solís en Perú, la mexicana Cristina Romo en este Congreso). Todos evocan al homo ludens de Huizinga.10 Y la radio perdura y se multiplica, y diversifica sus géneros hasta el punto de que se puede escuchar, en Venezuela, por ejemplo, excelentes programas de enseñanza de matemáticas por radio. Siendo puro sonido, pero sonido omnipresente, su responsabilidad frente a la lengua oral, a nuestra lengua, es absolutamente crucial.
De hecho, la radio sigue siendo el medio de comunicación más universal. Puede decirse que los ciudadanos se enteran de las noticias por la radio, las confirman por la televisión, y las reflexionan, al día siguiente, con el diario; los que leen los diarios, por supuesto, que son una minoría, ientras que la radio la escuchan todos. Porque uno puede atender a la radio mientras se ducha, o viaja en el micro, o se distrae en el trabajo. Pero no puede meterse a la ducha con el televisor. Y menos aún con el periódico. Es decir, puede, pero…
Tal especialización explica que no haya habido reemplazo de la radio por la televisión, como no lo hubo cabalmente del cine por la televisión, ni del teatro por el cine, ni del libro por el periódico. Cada una a su turno, todas estas profecías de sustitución fueron defraudadas por la vida. Más aún, la aparición de nuevas técnicas enriqueció las preexistentes. La fotografía obligó a la pintura a explorar mejor los territorios no realistas. El cine, a refinar la calidad de la foto. La propia radio, primero se abarató con la generalización de las transmisiones en Frecuencia Modulada (FM), y luego perfiló sus propios lenguajes para sacarle al sonido todo el provecho posible. Así, no es de extrañar que hoy en día, en muchas ciudades latinoamericanas, la radio, y no la televisión, o no sólo la televisión, sea escenario de debates políticos principales.
En suma, la historia de los medios registra sumatorias y especializaciones, no desplazamientos mecánicos. Y la especialización ha hecho de la radio contemporánea el único medio que tiene permeabilidad absoluta y requiere de la participación sincrónica, en vivo, de los oyentes. Sus formatos preferidos son, por eso, los de los consultorios,11 concursos y debates abiertos. Su lenguaje tiene que ser el lenguaje cotidiano. Es un medio que rechaza el culteranismo, la arrogancia o los formatos tipo «clases por radio». Es por todo ello que la radio, ciudadana y plebeya por excelencia, se presta tan bien para la educación democrática, que es la negación de todo autoritarismo o verticalismo; y que se vincula de modo tan estrecho y decisivo con la vida del lenguaje y con su suerte, con la permanencia o la disolución de las lenguas.
Globalización y Localización; tres ejemplos muy distintos de influencia de los medios electrónicos sobre las lenguas:
No cabe duda, entonces, de la influencia que estos medios poseen hoy sobre la lengua.12 Y como los medios se globalizan, lo que todos nos preguntamos es si nuestra lengua va a resistir a lo que empezó como aspiración hegemónica para devenir en afán homogénico y homogeneizador.
Adelantemos nuestro optimismo para la respuesta a esta interrogante. En primer lugar, porque Iberoamérica es, al lado del mundo árabe, uno de los dos únicos conjuntos plurinacionales que se caracterizan por gran cantidad de naciones y poblaciones unidas por la geografía y la comunidad de lengua, por una historia y una religión comunes, y por un sentimiento de pertenencia y pertinencia, del que dejan testimonio, el cine argentino, la comida mexicana, la música de ambos países (y, por supuesto, la del Caribe, y casi todas las otras), la literatura y los viajes (a pesar de distancias y costos). Además, el castellano no sólo es ya la segunda lengua internacional en importancia cualitativa, sino que crece inmensurablemente, incluso en el hemisferionorte del continente americano.
Una segunda razón para el optimismo tiene que ver con la naturaleza de las transformaciones en curso. La gente quiere ver las guerras en vivo y en directo, pero también quiere saber qué le pasa al vecino y cuánto debieran costar las papas en el mercado del pueblo. Por eso (y porque los equipos son cada vez más baratos)13 se multiplican las estaciones locales, pululan las radios comunitarias y emergen las televisoras comunitarias. La especialización de la radio, por lo que ya se ha dicho aquí, alberga vocación local y alimenta signo comunitario. Esto le da título de identidad linguística y brevete de conservatorio cultural. Ellas, y el buen hablar de los locutores, son garantes de la permanencia y la vitalidad de nuestro idioma.
Corresponde precisar, a modo de colofón, que este dominio compartido que la radio ejerce sobre el futuro de nuestra lengua, se va a ampliar y fortalecer con los cambios técnicos en curso. La sustitución del soporte físico y atómico de los mensajes culturales por un soporte digital, en efecto, diluirá la noción de medio de transmisión (prensa, radio, televisión), y fomentará que la decisión sobre los tipos de mensaje a consumir, se traslade del punto de producción al punto de recepción.14La integración empresarial multimedia, hará que la radio resulte impensable sin su interpenetración con los otros medios, ya que todos los mensajes serán digitales y, por lo tanto, intercambiables.15
Lo cual prescribe que pensemos la relación entre la lengua y los medios de comunicación, no en el tiempo del cercano pretérito perfecto sino en el del más cercano futuro imperfecto, inminente e incoativo. Los nuevos escenarios culturales, ya presentes en America Latina,16 pronosticados por Gates17 y tantos otros, obligan a asumir la responsabilidad de los medios frente a la lengua, como desafío cuyas nuevas polendas y bemoles eran impensables e inimaginables años, o meses, atrás.
En suma, la historia y el futuro de la lengua son inseparables de la historia y el futuro de los medios. Lo que ocurra con el español depende de nuestra capacidad para entender, asumir y manejar, la nueva revolución cultural (no meramente técnica) en curso. Para ello hay que desarrollar la imaginación e invitar a los actores verdaderos de la comunicación a pensar desde la lengua y sus nuevas mediaciones.18
Apreciado Señor Roncagliolo:
Lamento mucho no sentirme en condiciones de recibir a sus comisionados los señores Guido Lombardi y Jorge Santisteban para tratar acerca del tema al que se refiere su amable carta.
Desde hace varios días estoy delicado de salud. Ignoro en qué situación me encontraré el martes 24 del presente.
Por otro lado, aunque no se hubiera presentado la circunstancia antedicha, hubiera sido negativa mi respuesta a su gentil propuesta. Esto, por cierto, sin desmedro de mi agradecimiento ante el hecho de que se haya acordado usted de mí.
Creo que la dilucidación de complejos procesos históricos no encuentra un ámbito propicio en charlas o paneles ante las cámaras de televisión. Al afirmar lo que estoy diciendo, me hallo muy lejos de ignorar cuánto ellas valen y representan en la época actual. El examen del pasado implica estudios minuciosos, conclusiones ceñidas dentro del rigor que sea posible. La confrontación de tres o más personas en un debate televisado, con los límites que necesariamente ofrece él en el tiempo, las eventualidades para las improvisaciones y otros factores adicionales, no creo que ayuda mucho a la ciencia verdadera.
El terreno del historiador o de quien pretende serlo sólo está en el libro, en la monografía, en el folleto y hasta en el artículo periodístico. Allí debe gozar de plena libertad por él mismo administrada. Así lo hice constar, no hace mucho tiempo, al defender en público el derecho de investigar, opinar, escribir y editar de mi amigo Heraclio Bonilla cuando alguien pretendió oficialmente negárselo.
Quizás en medios más desarrollados que el nuestro sea un éxito el maridaje entre historiografía y televisión. No estoy seguro de que, por ahora, ocurra lo mismo aquí. A su conocimiento ha llegado quizás la noticia, divulgada periodísticamente, de que rechacé una tentadora oferta para adaptar a la televisión mi libro Historia de la República del Perú.
Por lo demás, he dejado constancia varias veces de mis estudios y de mis juicios sobre el apasionante tema por usted escogido, en distintos libros, uno de ellos muy reciente. En lo que de mí dependa, seguiré en la meta de la problemática de la historia peruana, no sólo con la mirada en el ayer sino también en el mañana.
Ninguna de las consideraciones expuestas implica, directa o indirectamente, una taxativa para el programa que usted desea organizar. Es innecesario, por lo tanto, decirle que está usted en su derecho de llamar a la persona o las personas que considere adecuadas. Me he limitado a fundamentar, pese al estado en que me encuentro, puntos de vista que otros, sin duda, no compartirán.
Con los mejores deseos, lo saluda atentamente
Jorge Basadre
P. D. Deseo insistir en que no ostento una actitud retardataria ante los modernos medios de comunicación. En el libro El azar en la historia y sus límites hago el elogio de la belleza y veracidad del film francés El dolor y la piedad, documental tremendo sobre la ocupación alemana. Ojalá se produjeran aportes análogos en el Perú.