El lenguaje seductor de la radioCristina Romo
(México)

La radio es el medio sonoro por excelencia. Es, siguiendo a McLuhan, la extensión de la boca, de la laringe, los pulmones del hombre; pero, más aún, es el altavoz del cerebro humano. ¡Qué mejor instrumento para el habla!

El habla de la radio es lo único existente cuando se emite, si es que hay un interlocutor que lo percibe, y conste que no he dicho un receptor. Un receptor sólo recibe. Un interlocutor, además de escuchar, procesa y resemantiza; recrea y evoca; usa y hace «cosas» con las palabras.

Si es que hay alguien que lo percibe. Si es que hubo alguien que logró convocarlo al diálogo creativo que puede establecerse a través del aire entre personas que son sensibles y que son capaces de significar en común, aun cuando no haya una respuesta inmediata, en presencia y a través del mismo canal, como exigen los puristas para catalogar como comunicativo un proceso. Precisamente ahí es donde está la clave de la comunicación radiofónica: en que se puede dar aunque los interlocutores no se vean; la mayoría de las veces ni se conocen, pero se pueden entender y pueden crear sentido en común.

Porque el lenguaje radiofónico no tiene límites, y exige eso, que no se le limite, ya que el medio está abierto para que a través de él transiten y se muevan con libertad las palabras, los enunciados, las ideas, los pensamientos, los sentimientos, el acontecer, el humor, la filosofía, la vida. Todo lo que puede ser expresado con palabras puede ser transmitido por radio, ¿y qué cosas no pueden ser expresadas con palabras o transformadas en sonidos?

Por esto indignan tanto los improvisados hablantes, los que tienen, con frecuencia, el vocabulario más reducido; los que son incapaces de buscar y encontrar todas las posibilidades de la lengua; quienes se conforman con las formas de expresión más trilladas, quienes tienen tomados, ocupados, los micrófonos de la mayor parte de las cabinas de las emisoras, por lo menos en este país.

Frases que no resisten el más mínimo análisis, son pronunciadas día a día, minuto a minuto a través de la radio. No es raro escuchar:

— «Los responsables huyeron sin lograr su detención».

— «El cuerpo edilicio de la comunidad tonalteca».

— «Los dictámenes se están recepcionando».

— «Hay que contactar al Seguro Social».

— «Se trabaja en eficientar».

— «Eso es por los malos funcionarios que debe haber».

— «Mataron presuntamente a un joven porque no hizo caso de las señas».

Los locutores y todos los hablantes de la radio tienen, aun sin saberlo o asumirlo, la responsabilidad del uso social de la lengua, ya que buena parte de la población no tiene más contacto con ella que lo que escucha por radio y televisión; el uso personal, cotidiano, como todos sabemos, es reducido, repetitivo, obvio; se limita a lo doméstico y a los amplios espacios de silencio en los cuales viven, por ejemplo, las mujeres, aunque se diga lo contrario, y resulta muy injusto que se les sujete a la verborrea y a las canciones insustanciales con que se suelen llenar los espacios radiofónicos.

A un medio oral como la radio le corresponden, necesariamente, tareas ineludibles, como el resguardo, purificación, ampliación y difusión de la lengua. Emisoras como las indígenas en México, se han dado a la tarea de limpiar de palabras españolas la lengua de la etnia de la comunidad en la cual están inmersas cuando existe la correspondiente. La experiencia, sin embargo, en el resto de las emisoras es que si se puede usar una palabra o una construcción sintáctica de otro idioma, se hace, porque eso da la impresión de ser cosmopolita, culto y educado, cuando la realidad es que utilizar ciertas palabras no es más que pueblerino, payo y pretencioso.

La lengua se modifica. Sí, eso nadie lo duda ni debe evitarse. Es un ente vivo, cambiante, social y como tal se ve afectado por lo que ocurre en la sociedad y su evolución. Constatamos que hay vocablos que hemos dejado de escuchar y de usar porque el contexto y las circunstancias en las que se daban no existen más o se han modificado. Así, ya no llamamos manguillo al utensilio para escribir; ni decimos atiza el fogón al comenzar a cocinar; ni hablamos de jornadas para referirnos a la distancia. Por otro lado, comienzan a ser palabras de uso común: computadora, estar en red, procesador (de alimentos, de palabras), te envío un fax.

Esas son modificaciones naturales que responden a los cambios correspondientes en la vida cotidiana. Buena parte de las transformaciones de la lengua provienen de los medios de comunicación que no obedecen, obligatoriamente, al uso natural y social del mismo, sino a imposiciones ajenas o, si bien nos va, a cierta economía de palabras, por aquello de que el tiempo es oro. Así, se van eliminando poco a poco los artículos y se incorpora el innecesario e incorrecto uso del gerundio, que son peculiaridades propias del inglés, como: «Tú estarás en olímpicos», escuchado aquí el año pasado, o la expresión: «Gobernando es la mejor forma de servir al pueblo».

En una conferencia sobre los medios de comunicación y la lengua española, Juan Lope Blanch1 decía:

La lengua es algo muy serio y debe merecer todos nuestros respetos. Es un bien común —el máximo bien humano— y no podemos jugar con ella caprichosamente: nos pertenece a todos, y nadie tiene derecho a alterarla a su particular capricho. Todos debemos cuidarla con devoción, sin deformarla ni corromperla a nuestro gusto...

Y en esa labor de cuidadosa conservación de un bien común a varios cientos de millones de hablantes, tienen la máxima responsabilidad quienes disponen de medios de difusión lingüística tan poderosos como son la radio y la televisión. En ellos no cabe disculpar ni desidia ni atrevimientos injustificados.

El habla de la radio no va sola, ni se atiene solamente a sus posibilidades, cuenta con el recurso de la música y de todos los sonidos, y en conjunto forman el lenguaje radiofónico. Armand Balsebre2 en su libro El lenguaje radiofónico dice que éste «se constituye de los sistemas expresivos de la palabra, la música y los efectos sonoros» y define al sistema semántico radiofónico como una «sucesión ordenada, continua y significativa de 'ruidos' elaborados por las personas, los intrumenmtos musicales o la naturaleza, y clasificados según los repertorios/códigos del lenguaje radiofónico».3

Tan grave es considerar como radio a la sola emisión de música, como las emisoras que sólo creen en la palabra hablada, sin hacer uso de otros recursos sonoros; sería tanto como hacer un programa en el que hubiera sólo efectos sonoros, como los que se hacen en clase como ejercicio. Los tres son elementos indispensables en la radio.

Una buena parte de los dueños de la radio han trastocado la vocación del medio y lo han convertido sólo en difusor de la música. Aunque la música es uno de los principales productos sonoros y, por ende, es un importante contenido de la radio, hablar de radio de esta manera, es una simplificación y un empobrecimiento del medio. De hecho, la radio es un medio desperdiciado, y como dice Angel Faus,4 un medio desconocido. Desconocido y desperdiciado en sus posibilidades, en sus potencialidades, en su capacidad expresiva y comunicativa. Más bien se le quiere manejar con las características de otros medios, ante los cuales puede parecer limitado. Así, se dice de la radio que es imprecisa, que carece de la fuerza de lo permanente, que tiene limitado su acceso sensorial, y precisamente, por esas características, la radio es personal, cercana, propia. Por eso es flexible; por eso puede despertar la imaginación y hacernos pasear por lugares ignotos, transmitir sentimientos profundos, transitar por el tiempo. Ir y venir, subir y bajar, abrir y cerrar.

Hacer radio es establecer comunicación, crear sentido en común. Es considerar al receptor como un interlocutor; porque la radio provoca en la audiencia una relación personal gracias a la cualidad del sonido de ser introyectado; a la posibilidad de que, quien escucha, recree el mensaje de acuerdo con su experiencia, sus vivencias, su historia. El oído es un sentido atento, que no se cierra o se apaga; que invita y propicia la introyección hacia un mundo interno pleno de experiencias y sensaciones visuales, táctiles, auditivas El lenguaje radiofónico es flexible y permite expresar casi cualquier cosa, porque apela a la imaginación y a la buena voluntad del que escucha. De ahí, que el elemento más importante sea el habla, la palabra, la voz, sin perder de vista que va acompañada de la música y el ambiente sonoro.

La palabra es acción y es acto. Tomar la palabra, es una de las tareas propias del hombre vivo. «La palabra es para el hombre comienzo de existencia, afirmación de sí en el orden social y en el orden moral. Antes de la palabra sólo hay el silencio de la vida orgánica que, por lo demás, no es un silencio de muerte, pues toda vida es comunicación», en palabras de Gusdorf.5

Aunque muchos verbos se refieren a una acción, hay palabras que son lo que dicen, en el hecho de decirlas. Una de éstas es nombrar,con lo que el hombre llama a la existencia a eso a lo cual nombra; llamar a las cosas por su nombre, es una manera de expresar su esencia. Otra de esas palabras es, precisamente, radiar o hablar por radio, comunicar por radio. Me habla, nos habla, tú hablas; me dice, nos dices, tú dices. La palabra radial está ahí para convencer, aconsejar, acariciar, recordar, evocar, convocar, provocar, halagar; pero nunca para murmurar, insultar, regañar, alejar. En la radio no hay acción ni comunicación sin la palabra.

Cuando un locutor de radio o el hablante de radio sólo hace uso de su capacidad verbal y de las características del medio, lleva a cabo un acto exclusivamente fonético, locucionario, en términos de J. L. Austin.6 Se trata de un lector de textos que otros escribieron, un presentador mecánico de canciones, aunque haya un cierto sentido y alguna referencia; pero que él no hace explícito: «Escuchamos a Luis Miguel en esto que se llama La incondicional».

Al transmitir un anuncio, al describir y enunciar, cuando el locutor lee las noticias, es probable que esté dando un paso más y entonces busque una respuesta, para lograr un efecto: comprar o usar un producto o servicio; advertir, informar. Sólo pide que se le reciba y se le entienda. Con decir, basta; con hablar, cumple. Realiza un acto fático y con frecuencia las consecuencias no importan. El lenguaje puede resultar un sinsentido o ser confuso. Como en aquella ocasión en que el conductor de una entrevista preguntaba: «¿Utilizan qué aparatos?» donde el locutor, distraído con su verborrea, repentinamente se da cuenta que tiene que preguntar algo, lo hace de carrera, sin reflexionar y retruerce una simple pregunta como ¿Qué aparatos utilizan?, en algo alambicado y confuso. O cuando un noticiero abrió con lo siguiente: «'El PRD ganó las elecciones en Morelia', dijo fulano de tal, presidente estatal de ese partido», y el radioescucha, que se distrajo y que, por supuesto, no vio las comillas, comentó después una información errónea.

El locutor de radio o el hablante de radio es eficaz cuando no le basta con decir algo, sino cuando al decirlo realiza una acción; entonces son muy claras sus intenciones de comunicar, de comunicarse, de entrar en relación con el oyente, con su interlocutor, a través de actos de habla en los que se logra algo (perlocución); porque se convenció, se persuadió, no se obligó. Porque es él o ella quien habla, quien dice y no otro.

El lenguaje radiofónico es por naturaleza un lenguaje oral. Sin embargo, aunque parezca una perogrullada, hay que señalarlo y repetirlo porque a los hablantes, a los emisores, a los locutores, se les olvida. El lenguaje oral se caracteriza por su construcción simultánea con el pensamiento. Se elabora en situación; es razonamiento que se va haciendo. Si bien su finalidad es convencer, informar, interrogar, también es escuchar y dejarse convencer, enterarse y responder.

El hablante de radio es también un oyente, y eso más o menos lo comprende el que improvisa, pero a los que escriben para la radio se les olvida muchas veces usar un código escrito, para ser leído y no un lenguaje oral para ser escuchado. Con frecuencia esto ocurre con los reporteros de informativos, a los que les interesa más emitir la información que su comprensión.

La concepción del lenguaje en la radio suele ser escrito y no oral. Se quiere manejarlo y programarlo desde el código escrito y no desde el habla. Los textos se escriben sin respetar o sin recordar que serán leídos en voz alta y en presencia de nadie, y que, al mismo tiempo, deberán ser oídos, escuchados, percibidos, recibidos, asumidos, por seres humanos, que están en otra parte y que quieren dialogar con él y que aceptan la convocación, pero que no pueden captar la intención, la riqueza y la expresividad, si éstas no son transmitidas, es decir, si no están en el mensaje que se le envía. «Sólo cuando la escritura se lee, en voz alta, cuando se la locuta (sic), sólo entonces, el acento de una grafía adquiere ánima o soplo de vida».7

El lenguaje radiofónico se estructura sobre la base del lenguaje coloquial, familiar, cercano, y por esa razón se introyecta en la mente y el alma del oyente. La radio es un medio que nos convoca, nos llama y, aunque lo hace personalmente, en forma íntima, somos muchos, una comunidad social la convocada por el mensaje. Gracias a ese carácter personal y social al mismo tiempo, el lenguaje radiofónico, compuesto por los elementos sonoros necesarios, es capaz de suscitar, por la fuerza de las palabras, su capacidad de recoger lo que tiene significado común y la experiencia propia de los interlocutores, la presencia de hechos, sentimientos, sucesos pasados; evocar lo que tiene sentido.

Es un juego, de lo personal y lo comunitario. El oyente no está aislado, ni solo, aunque sí es único. No es solamente miembro de un grupo social; es uno y parte, por lo que de común puede construir con otros desde sí mismo y su experiencia. La capacidad evocadora de la radio que hace que la experiencia acumulada se represente en común, se traiga a colación, sirva de base a lo que se dice ahora, permite la comunicación.

De convocar, evocar y provocar, la radio puede hacer un uso ilimitado de esto último, de la provocación. «Provocar no significa irritar a alguien gratuitamente para que se enoje. Provocar es llamar, llamarnos en pro, en favor de una causa, un valor, una fe, una vida», dice Raúl Mora, ocasional filósofo de la comunicación.

Por su parte, Fernando Vásquez dice que «la radio es el medio que más mentira provoca y que más posibilita. Por sus mensajes provocadores y tendenciosos un hombre o un pueblo puede tomar un arma; por sus 'esguinces informativos', por su premura en dar la 'chiva' alguien puede crear el pánico o enjuiciar un inocente».8 La capacidad provocativa es, como se decía más arriba, ilimitada. Se trata de provocar el diálogo, la imaginación, la discusión, la fantasía, la conversación, la poesía.

Aunque en las primeras transmisiones sólo se imitaban otras formas expresivas, desde muy temprano se reconoció el potencial del lenguaje, las posibilidades del habla radiofónica. El lenguaje que la radio requiere es uno que aproveche al máximo las características de lo oral; con él, la comunicación se da en un marco de calor humano; más aún, ese lenguaje crea ese calor, que Fernando Vásquez define así: «calor que uno, aunque sea imaginariamente puede sentir como gestual, como repleto de manoteos, de insistencias y de una muy especial acentuación»,9 y al que le asigna el mismo ánimo y matiz que poseen el diálogo, la discusión y el debate.

El lenguaje radiofónico —palabra, música y sonidos— puede crear ambientes, escenarios, decorados, vestuarios, climas, sentimientos, ilusiones, alegrías, miedos, siempre y cuando esté bien estructurado, adecuadamente utilizado, oportunamente emitido. En una ocasión al preguntarle a un niño cuál era su medio favorito, contestó que a él le gustaba más la radio porque en ella los escenarios eran más bonitos.

Las posibilidades, con la facilidad que da el sonido, son prácticamente infinitas para el melodrama. Las más bellas mujeres del mundo son las que cruzan por los escenarios radiales, y son cortejadas por los más exitosos y guapos galanes. Susana y Juan Carlos, «siempre los galanes se llaman Juan Carlos y enamoran a Susana», dice Antonio Skármeta,10cuando también afirma: «mi infancia fue un largo idilio con la radio», la que escuchaba junto con su abuela «que era gorda y dulce» y en los anuncios «pronosticaba con fuerte acento yugoslavo lo que pasaría en los próximos minutos a la heroína».

Los protagonistas del drama radial, que viajan por los mejores lugares del mundo y que de un día para otro pueden aparecer como habitantes del más pobre barrio, viejos y abandonados lo pueden hacer porque los hechos existen en tanto se van diciendo. Por desgracia, el radiodrama es un género en vías de extinción que debería ser recuperado para bien del público y del recurso en sí, para múltiples fines, especialmente los educativos y culturales.

El locutor, como observador de los hechos y puente entre ellos y la audiencia, puede hacer presente a ésta en lo que narra; hacerse creíble y provocador de las fantasías. El mismo Skármeta decía que en su infancia «los fantásticos locutores radiales hacían del más aburrido partido de fútbol una contienda mítica». Los jóvenes actuales han perdido la oportunidad de ver con los ojos del alma lo que ocurre en el mundo, sólo son capaces de ver con el código vertiginoso de los videoclips dentro de una pantalla, bien sea de televisión o de una computadora, y son capaces de creer lo que la tecnología virtual le presenta, y no lo son para aceptar que escuchar las corridas de toros por la radio era una experiencia real, propia y personal en las que las faenas se llevaban a cabo como cada quien era capaz de verlas en su imaginación a partir de lo que describían Paco Malgesto y Pepe Alameda. Tratándose de sonido, los oídos modernos aceptan sin replicar la estridencia, el sonido ensordecedor y atrofiante. Habrá que recuperarlos.

Es necesario reestablecer la rica vida de la radio, incorporar nuevamente la palabra, más allá del mero anuncio de la siguiente melodía o la transmisión de informaciones frías. La palabra de la radio, para cumplir su cometido de comunicar y hacer honor a su potencial, debe estructurarse dentro de unas lineas que garanticen su recepción.

Por la propia imprecisión del sonido, que se pierde con facilidad y que está sometido a distracción sobre todo visual, la redundancia es un elemento al que hay que recurrir frecuentemente, bien sea cambiando el contexto, explicando una situación, o agregando un ejemplo; lo importante es que se garantice que la idea pueda ser adecuadamente percibida.

En la radio el lenguaje debe ser muy «visual», puesto que se tratará de suplir a la vista. Ese ciego involuntario en el que se convierte el oyente de la radio requiere tener a disposición la información y las referencias que le permitan percibir en plenitud. Por fortuna, para estos fines contamos con que el lenguaje oral es seductor, emotivo, expresivo, o puede serlo, basta con quitarle lo lineal y hacerlo girar alrededor de lo que se quiere decir, añadiendo cada vez, imágenes figuras, elementos provocativos. Escoger el tono y hasta el tipo de voz de acuerdo con los fines que se quiere lograr, la hora del día y el público al que se dirige; de preferencia siempre en forma coloquial, como quien conversa.

Nunca, porque son enemigos de la palabra radial el cotorreo vacío, los gritos destemplados que son una alharaca sin sentido, demasiado frecuentes en nuestras emisoras, donde se juntan risas y alaridos con expresiones que sólo los que están dentro de la cabina comprenden, porque se basan en referencias particulares. Cercano al parloteo insulso y ruidoso está la utilización de vociferaciones para convencer, llamar la atención y por lo tanto imponer, cuando es la voz íntima, baja y personal, la que comunica y persuade a los interlocutores. Por su parte, el tono sabelotodo, la impostación de la voz y la verborrea, son prácticas que alejan al oyente; nadie escucha la radio para ser regañado.

La radio es una invitación al diálogo, a la conversación que es «una de las maneras más significativas de estar juntos».11 El diálogo se da entre interlocutores que intentan una comunicación interpesonal; sin embargo, dice Pasquali12 que «la comunicación mediatizada ha introducido en el diálogo humano una injusticia distributiva porque tiende a favorecer al emisor y a minimizar o silenciar al receptor o usuario. El receptor se ve cada día más en situación de diálogo interrumpido, de no poder responder inmediatamente».

El buen emisor que intenta comunicarse, es el que considera al oyente imaginario como alguien concreto y se dirige a él con la intención de recibir una respuesta dialógica, y no en forma de monólogo, por eso recurre a ciertos usos pronominales que hacen presente al escucha, con expresiones posibles al hacer referencias personales como: tú que me escuchas, como ustedes saben, de acuerdo con eso que ustedes prefieren, qué les parece si ahora vamos a.

Escrito o improvisado, el lenguaje verbal de la radio es el mismo que el lenguaje cotidiano. Sin embargo, requiere un manejo sintáctico que facilite la percepción y la comunicación, de manera que se logre ser atractivo, sugerente, provocador, visual, personal, propio. Por ejemplo, es recomendable estructurar el discurso con frases cortas, pero acabadas, ya que los oyentes no se van a quedar esperando, a ver si le completan la información; si no entiende o no se interesa, abandona la escucha.

Se sugiere que las oraciones sean construidas de la manera clásica —sujeto, verbo y complementos— para facilitar la comprensión. Así mismo, la repetición frecuente del sujeto y evitar rodeos innecesarios, hará que el público sepa de qué o quién se está hablando; además de que siempre hay que suponer que nuevos oyentes se nos han unido.

Es necesario utilizar una puntuación novedosa, que no es la que se usa en la escritura, sino aquella que responda más a la intención y al código oral, basada en la pronunciación, el acento, el énfasis, las pausas, los silencios, la música, los efectos.

No niego que la forma más actual de comunicación y el lenguaje más moderno es el visual, vertiginoso, intermitente de la televisión, del vídeo y de la computadora; pero, precisamente se trata de recuperar lo apacible, lo sosegado, lo personal, lo íntimo de lo oral. Parafraseando aquello de que el sabor lo inventó Dios para acariciarnos por dentro, el sonido, la música, la palabra oral y su acertada combinación, fueron inventados para acariciarnos la mente, y más aún, el alma.

Notas

  • 1. Lope Blanch, Juan. Los medios de información y la lengua española, UNAM, México, 1988, p. 15.Volver
  • 2. Balsebre, Armand. El lenguaje radiofónico, Madrid, 1994, p. 24. Volver
  • 3. Ibídem, p. 20. Volver
  • 4. Cfr. Faus Belau, Ángel. La radio, introducción a un medio desconocido, Guadiana de Publicaciones, Madrid, 1973. Volver
  • 5. Gusdorf, Georges. La palabra, Galatea/Nueva Visión, Buenos Aires, 1957, p. 77. Volver
  • 6. Cfr. Austin, J. L. Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Barcelona, 1996. Volver
  • 7. Vásquez Rodriguez, Fernando. «El libreto literario para radio: una artesanía recuperable», Cuadernos Diálogos de la comunicación, n.º 15, marzo 1991. Volver
  • 8. Ibídem.Volver
  • 9. Ibídem. Volver
  • 10. Skármeta, Antonio. «¡Reina radio, soy tu esclavo!», Nueva sociedad, n.º 100, marzo-abril 1989, Caracas. Volver
  • 11. Gusdorf, op. cit. p. 84.Volver
  • 12. Pascuali, Antonio. El orden reina. Escritos sobre comunicaciones, Monte Ávila, Caracas, 1991.Volver