La programación juvenil: ¿desfiguración del lenguaje? Eli José Bravo Raidi
(Venezuela)

El ritmo de eso que se llamó el espíritu de los tiempos lleva una velocidad pasmosa, más o menos como el tecno que suena en las discotecas de Latinoamérica, empujando a toda una juventud a la euforia con sonidos y efectos repetitivos y progresivos.

Las cosas cambian como si alguien estuviese jugando al zapping con nuestro entorno. Sencillamente es así, y por más que nos resistamos a este vértigo fascinante, la realidad se encargará igualmente de hacernos entender sus cambios con terca contundencia.

Por ello los ciclos se han acelerado y  las evoluciones tienen lugar en espacios de tiempo incómodos para quienes intentamos seguir las tendencias y las proyecciones de la sociedad; apenas comenzamos a explorar algunos de los ámbitos en los que se mueve la vida humana y, justo cuando creemos comprender algunos de las mapas que rigen la cotidianidad, de golpe las coordenadas van cambiando, se van ajustando, van mutando. Acostumbrarnos al cambio es quizá el mejor ejercicio vivencial que podemos imponernos para acceder al próximo milenio con pocos traumas y menos temores.

El lenguaje no escapa a este ciclón. De hecho, es uno de los primeros pilares de la cultura en sufrir el encontronazo con la realidad circundante. Decía Borges que «un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos». Las realidades han cambiado y nuestro idioma va a la par de esos cambios. Presionado, alterado, degenerado y transmutado, el español ha experimentado en el último siglo, los años de esta cultura de medios masivos y ahora interactivos, un cambio espeluznante para algunos y prometedor para otros.

Decir que el lenguaje está en perpetua evolución es una tontería, pero aceptar sin prejuicios esa evolución es una tarea difícil, sobre todo si se quiere mantener un control centralizado de esos cambios. Desde el momento en que el idioma pasó a ser la herramienta fundamental de los medios de comunicación, convirtiéndose en su sangre y su código más básico, allí se les escapó de las manos a los guardianes del español el control de lo que se debía decir y lo que no. Por un proceso aparentemente democrático y transparente que pueden generar los medios, el idioma pasó a ser moneda de cambio y comunicación entre gente que desacralizó los atributos y dogmas de la lengua, arrojándola al manoseo y uso o abuso común, como si del pan nuestro de cada día se tratase.

Entre todos los medios actuales, le toca a la radio lidiar frontalmente con estos cambios del idioma y hacer del lenguaje verbal su principal recurso de trabajo. Con las transiciones de sociedades lineales a sociedades de la imagen y con la revolución que ha significado el diseño para la comunicación, la radio sigue manteniendo (más por limitaciones técnicas que romanticismo auditivo) una dependencia muy estrecha del habla y sus variantes. La radio se mueve en un espacio etéreo e inasible compuesto de palabras que se amalgaman entre sonidos y silencios, por ello no puede abandonar el cordón umbilical que lo mantiene atado a su público: las voces de la calle.

Desde el momento en el que se despejó la ilusión de unos medios masivos y unas masas mediatizadas, la radio tomó la autopista de la segmentación para lograr defenderse de la avalancha de medios que se le venían encima. Un tipo de radio para cada tipo de gente. Emisoras juveniles y de noticias, religiosas y comunitarias, piratas y por satélite, el hecho es que en los últimos años han proliferado las emisoras radiales en todo el continente y la verborrea que corre por las ondas hertzianas no puede encontrar una instancia superior que regule el uso que al español se le está dando en cada una de esas emisiones. Eso es imposible.

El idioma dejó de ser un tesoro de la Academia y pasó a ser potestad del ser humano común. Aun cuando la columna vertebral sigue siendo la misma, las diferencias culturales se han encargado de hacer del habla nacional un factor de identificación capaz de asegurar un sentido de pertenencia a quienes la usan. Y en cada nación, las regiones tienen sus variantes, y de allí llegamos a los grupos y subgrupos que componen esta enrevesada sociedad latinoamericana con sus jergas y dialectos y todas las posibilidades que un continente permite. Queda la columna del cuerpo idiomático, pero sus órganos van teniendo funciones diversas, los riega sangre múltiple y ecléctica.

Los conceptos de multiplicidad y simultaneidad le han dado un nuevo enfoque al estudio de las ciencias de la comunicación, y a las ciencias sociales en general. Esta visión posmoderna no sólo nos ofrece un modelo no lineal de la historia, sino que nos permite visualizar el entramado de relaciones e interacciones que se sirven del idioma en todo momento. En cada caso existen variantes, diferencias y condiciones que nos hacen pensar, no en un solo idioma, sino en un español diseminado y entregado a la conveniencia, origen, necesidades y desarrollo cultural de los hombres.

¿Debe la radio defender la columna vertebral del idioma, capaz de mantenernos en sintonía, esa armazón del lenguaje que le permite salir al aire y tener a un escucha capaz de entender el mensaje? Sí, claro que sí. De otra manera perderíamos el nexo comunicativo que nos mantiene unidos. ¿Es necesario «conservar» el español, como si de un alimento enlatado se tratase?. Definitivamente, no; el lenguaje es un bocado con fecha de caducidad constante. A cada momento se va ramificando de manera más anárquica y libertina.

En la radio juvenil, el dinamismo de su formato y la relación directa de la emisora con el público es un asunto de supervivencia. La radio vive de ser parte de la gente, de colarse en sus vidas como un buen intruso. La radio genera sentimientos de membresía y empatía, llegando en algunos casos a la adicción. Una radio juvenil debe camelonizarse entre sus oyentes, cambiar con sus escuchas. Es por ello que debe hablar como habla su público y no dejar de compartir los códigos que los hacen afines. Tomar otro camino puede ser una sentencia de muerte.

Dos críticas suelen hacerse al español que usan las emisoras de radio juveniles: que es pobre y que se rinde muy fácilmente a las palabras en inglés. Frente al primer reparo, la respuesta está en considerar la competencia lingüística del oyente y del emisor para asegurar una buena comunicación. Cada radio desarrolla su propio discurso, recurre a la manera de hablar que le permita acceder a un público importante en términos de volumen de audiencia, y además se circunscribe a las características de la lengua hablada, directa, clara e inmediata. En la dinámica de la radio en vivo, de la radio participativa, la riqueza y propiedad del uso del español no se rige solamente por las leyes de la gramática, también se guía por las costumbres de la gente que está en sintonía.

El público juvenil suele tener un lenguaje que está en proceso de evolución. Sus intereses y sus gustos determinan la calidad y riqueza del idioma que utilicen. El joven, de alguna manera, está en un proceso de asimilación de la lengua, buscando los códigos que lo identifiquen y le den un lugar en el mundo que está experimentando. El modo de hablar se hace un recurso de autoconciencia, de socialización y de rebeldía. Cuando este escucha encuentra en la radio una caja de resonancia a sus necesidades, entonces se convierte en un oyente cautivo.

A medida que vaya pasando el tiempo y las experiencias, que se vayan mudando los intereses y necesidades de este joven, unas nuevas exigencias intelectuales y de idioma se impondrá como individuo, pasando de ser un oyente juvenil a uno adulto contemporáneo, por decir una posibilidad y recurrir a las categorizaciones que suelen manejarse en el espectro radial. Las competencias lingüísticas no son unas categorías estáticas. Sufren del mismo vértigo que envuelve a todo.

También está el inglés, del cual no podemos olvidarnos. Un factor determinante en el uso del inglés dentro de las emisoras juveniles es el flujo de información que genera la cultura pop, en su mayoría proveniente de los países anglosajones. La vena principal del rock, el pop y las nuevas tendencias musicales está en Estados Unidos e Inglaterra, de allí que el uso del inglés sea obligado, si bien puede convertirse en un asunto snob, por no decir de moda arribista. La fuerza cultural del inglés y los países anglófonos ha superado la contrafuerza de otras lenguas y culturas, por ello la mejor defensa es el ataque: crear fuentes y canales de información que sean competitivos frente a MTV, Billboard, E! Channel o el American Top 40, por citar los más conocidos.

Si en el siglo pasado era el francés la lengua reina, el idioma de la diplomacia y los intelectuales, hoy en día los mismos franceses luchan encarnizadamente para ganar un espacio digno dentro de Internet y los nuevos medios electrónicos. El inglés es el idioma de los negocios, de la tecnología y de la industria del entretenimiento. El dominio del inglés hace a toda persona más competitiva en el ámbito laboral. El inglés es el idioma que ha alimentado a la cultura pop latinoamericana, emparentada directamente con la tradición anglosajona y actualmente en un interesante proceso de rebeldía.

Y, además, el inglés es mucho más flexible, por no decir promiscuo, a la hora de enfrentar nuevas voces. Esta facilidad que tiene el inglés para adaptarse a los tiempos, a las culturas y los ámbitos en los cuales opera, termina por darle una ventaja importante frente a otras lenguas mucho más conservadoras. Decía Arturo Uslar Pietri que mientras el inglés asimilaba las palabras dentro de sus diccionarios para mantenerse vigentes y actualizados, el español era más reticente a incluir vocablos en el DRAE. Diferencias en la concepción de lo que debe ser el lenguaje y su uso.

La mejor posibilidad que tiene la radio frente a lo que ocurre, está en la valoración cultural del español y la cultura latinoamericana. Ya superadas las pasiones de décadas pasadas, en los últimos años la cultura juvenil se ha aproximado a las raíces y costumbres locales en una búsqueda de identidad más espiritual que ideológica. México es un excelente ejemplo de esto: agrupaciones como Café Tacuba o La Maldita Vecindad están directamente encauzadas en el río de lo mexicano.

Por allí van los Aterciopelados de Colombia, Desorden Público de Venezuela y Fito Páez en Argentina. Si revisamos los segmentos más populares, el rap y el merengue hip-hop son dueños de un spanglish con pronunciaciones y significados a veces herméticos. Pero en esas canciones de Proyecto Uno, El General o Zona 7 está contenida la realidad y el discurso social o amoroso de la gran mayoría de los habitantes pobres de las urbes. Negarles un espacio, y más aún, una penetración altísima, es estar de espaldas a lo que sucede entre la gente sencilla, la que ni siquiera tiene tiempo de pensar en el idioma como objeto de estudio.

La música es quizá el elemento más rápido y efectivo para la difusión de las ideas y las reflexiones, el modo de comunicación más libre dentro de la cultura joven y la música representa más del 50 por ciento de la programación de cualquier radio juvenil; y es en la música donde se están dando los cambios más importante hacia una identidad, o mejor, un sentido de pertenencia latinoamericano. Aquí la radio tiene un filón de acción importante, una posibilidad de búsqueda e innovación. Sin pensar en una cruzada cultural, es posible despertar el interés en nuestra lengua y la diversidad gracias a recursos que son propios de la industria del entretenimiento.

Un proceso que se puede seguir con atención es el crecimiento de los medios juveniles hispanos en Estados Unidos. La cultura juvenil, sobre todo en la costa oeste, ha venido respaldando a bandas, artistas, medios y eventos de carácter multicultural, especialmente los que tienen un origen latinoamericano. Su lenguaje es el español, su identificación es con su pasado latino. El número de latinos en los EE. UU. hace que esta comunidad haya pasado de ser una minoría para convertirse en importante mayoría y su efecto en la lengua inglesa, además de su influencia en los medios masivos, será determinante.

Para este caso conviene situarnos en el concepto de mercado, y su relación con todos los ámbitos de la vida humana. El desarrollo de la comunidad latina es un buen laboratorio de lo que será la convivencia de las lenguas y los grupos étnicos en los próximos años. También será una muestra de los procesos de mestizaje, e incluso invasión, que vivirá el norte en el siglo xxi.

El número de personas que tienen el español como lengua materna es considerable. Estamos hablando de casi 510 millones de personas para el año 2000. Aunque no todos poseen el mismo grado de acercamiento a la lengua, pues los indígenas guatemaltecos o peruanos aún viven más del uso del nahual o el quechua que del español, podemos sentir que hay un código común a lo largo de Latinoamérica y una relación innegable con España. Es un idioma que tiene la misma raíz, pero no los mismos frutos. Y es un idioma sobre el cual ya nadie puede reclamar la autoridad, pues se ha diseminado en hijos legítimos y bastardos.

Los latinos somos un mercado importante como consumidores de cultura e información y por ello la oferta comunicativa en español ha venido creciendo en los últimos años. Los programas de computadoras vienen en sus versiones en español, los programas por cable se traducen, las revistas internacionales aparecen con sus ediciones en español y los artistas que desean conquistar el mercado hispano suelen grabar versiones en español de sus grandes éxitos. El mercado latino puede ser seducido a través de su idioma común. Esta importancia del español como moneda de intercambio obliga a los medios y a los grandes centros productores de información a contemplar el español como idioma fundamental, y digamos sin remilgos, rentable.

Paralelamente corre la globalización y el milagro de interconexión entre las naciones de Latinoamérica. Este nuevo mercado, la necesidad de alcanzar con un lenguaje claro, preciso y comprensible a las audiencias de todos los extractos y procedencias, está moldeando un español más estandarizado y múltiple a la vez. Estandarizado en sus requerimientos objetivos y operativos, como es el caso de los reporteros y corresponsales extranjeros, o las emisoras que compran programas y microprogramas para incluirlos en su programación. Múltiple porque permite contrastar y reconocer localismos o vocablos propios de una región en entrevistas, encuestas o programas donde el factor local sea relevante. Con la llegada del satélite a los ámbitos de la comunicación, el intercambio y las adaptaciones del idioma se suceden más rápidamente, moldeando una comunidad global en búsqueda del idioma ideal.

Nos estamos escuchando más gracias a la simultaneidad de las comunicaciones. Nuestros países se están enfrentando, con sus modos y sus tradiciones, a una audiencia masiva que los empieza a conocer y reconocer. Las telenovelas, los canales por suscripción, las publicaciones y los discos nos están mostrando a los «otros» que componen nuestra cultura latina.

Para las grandes audiencias este es un elemento nuevo, es el aprendizaje de nuevas maneras de enfrentar el idioma y darle sentido a la realidad cambiante. En ese intercambio múltiple y simultáneo se está perfilando la lengua que será nuestro idioma en el futuro. Ninguna institución, organismo o actor social tiene tanto poder en la difusión del idioma como el que tienen los medios. Un poder descentralizado, desordenado y sin ninguna instancia reguladora que no sea la misma dinámica de los públicos y los emisores. Es un poder atomizado.

Líneas atrás quedó un punto que no quisiera obviar. La aparente transparencia de los medios. Parte del discurso de autoredención que tienen los medios de comunicación se basa en su supuesta capacidad de ser permeables, nítidos e inocentes ante los oyentes. Para salvarse de la complicada pregunta ¿quién moldea a quién? sobre la relación público-medio, estos últimos siempre se han revelado como reflejo de los primeros y es por ello que las empresas de la comunicación trasladan a un sector normalmente pasivo las responsabilidades que le corresponden al medio como servicio público.

Los medios se nutren directamente de su público y suele usar las herramientas que le hagan más fácil el acceso a la audiencia. Pero el poder del público como consumidores en el mercado de la información ha sido tradicionalmente subestimado incluso por el público mismo. Creo que la razón estriba en la escasa cultura de consumidores comunicacionales que tenemos. El oyente, así como el televidente y el lector, no es educado para ser un factor determinante en la sociedad de medios. Suele formarse de manera autodidacta, enfocado más como un usuario que como un consumidor con peso propio y determinante.

De ser más activo, individual y colectivamente, el latinoamericano no sería víctima de programaciones mediocres, discursos insultantes al intelecto o manipulaciones disfrazadas de entretenimiento o publicidad. Educar para ganar un público crítico podría ser una excelente manera de transformar al espectador en un ciudadano más libre, responsable y consciente.

El fortalecimiento del español ya no puede ser a través de las clases de castellano y literatura en las aulas de clase, o por las clases de gramática y ortografía en las tareas. Aún cuando estos pasos son vitales para la población infantil y juvenil, el punto más interesante está en la dimensión funcional del lenguaje, en la capacidad de uso que pueda tener el individuo. Un idioma no tiene mayor utilidad si no contribuye a darle sentido a la realidad circundante, a nombrar el entorno y hacerlo abarcable para el hombre.

Facilitar el desarrollo del lenguaje para que adquiera un verdadero poder de participación, conciencia y actividad social es un excelente camino para entregarle al joven las herramientas básicas de su individualidad. En Venezuela la radio se ha convertido en los últimos años en el vehículo de participación juvenil por excelencia. Los menores de 30 años han encontrado en las emisoras juveniles la mejor tribuna para exponer, intercambiar y promocionar sus actividades. Las voces de la calle suenan libremente en la radio, y definen su realidad tal y como la van sintiendo.

Al igual que no existe un tipo, o un arquetipo del joven, tampoco hay un sólo discurso que sea representativo para ellos. En las emisoras se escucha a toda clase de gente, algunos con una coherencia en sus intervenciones que estimulan al oyente, otros con una manera de hablar que sencillamente provoca la risa, pero todos tienen en común el medio que más rápidamente se ha abierto a sus necesidades: la radio.

La radio juvenil ¿desfiguración del lenguaje?

La pregunta supone una duda que revela la intención de quién la hace. Los signos de interrogación encierran una sospecha en cierto modo comprensible. Es imposible desfigurar aquello que no tiene líneas precisas, y el español no se define con un solo trazo, ni siquiera en un sólo boceto. El español se ha disgregado gracias a ese proceso fabuloso de la multiplicidad que definen a estos tiempos. Y es imposible desfigurar aquello que tiene mil rostros.

La única respuesta que puedo encontrar para tal interrogante es que en la radio juvenil corren las palabras que forman parte de la cotidianidad, la realidad y el entorno de los jóvenes. Que cada medio crea su propio discurso y lenguaje, que la radio obedece en oportunidades al parloteo de la calle y en ocasiones a las modas de la gente.

Si bien existen muchos locutores, productores y radiodifusores para quienes el idioma es más un accidente que un recurso, en último caso el lenguaje es uno de los elementos más libres que posee el ser humano, su uso uno de los derechos más inalienables y definitivamente con el español que recorre las radio de Latinoamérica en estos momentos, con su vértigo y sus eternos cambios, la gente se está entendiendo, se está comunicando, y ése es el fin último para el cual está la radio entre nosotros. Para mantener a la gente en sintonía.