El término tolerancia tiene dos orientaciones relativamente contrapuestas y antagónicas. Su etimología parte de su propio significado, tolerar es permitir algo, conceder. Se acepta, pero no necesariamente de buena manera o en términos constructivos.
Puede uno ser parte de un grupo económico o de un grupo cultural y tolerar de buena manera a los otros, pero esa tolerancia no implica necesariamente el respeto al pensamiento ajeno ni tampoco la renuncia a que nuestro pensamiento no sea prioritario sobre el de los demás. Se puede tolerar también una guerra en la medida en que no nos comprometamos directamente con ella, esta posición es parte de la llamada dinámica de la confrontación.
La tolerancia puede ser un instrumento de marginación, de automarginación, de parcialidad, de no compromiso; esta es una acepción más común, yo te tolero y tú me toleras, pero ello no implica un compromiso más allá, no hay una real voluntad de pasar de mi casa a la casa del vecino y conocerlo profundizando en sus necesidades; no hay ningún compromiso de solidaridad ni de igualdad, simplemente existe una dimensión donde la tolerancia se convierte en una especie de regla, de modus vivendi social que no supone la aceptación del otro, ni el respeto hacia los valores de los demás, mucho menos la aceptación de que quizás yo no tenga razón en mis planteamientos; es pues, la mayoría de las veces, una tolerancia relativamente intolerante.
Urge entonces profundizar en un concepto amplio de la tolerancia y en otra acepción más apropiada que es la relacionada con un mayor compromiso y una mayor solidaridad humana. En la palabra o en el concepto tolerancia se deben incorporar otra serie de variables fundamentales como lo son aquellas que inspiran la construcción de la paz.
También ese concepto debe ser la base de un mundo de verdadera comunicación democrática y no sólo uno donde los periodistas tengan el derecho a la comunicación, sino uno estructurado en función de una comunicación amplia, permanente, y que impulse el enriquecimiento y ampliación de verdaderos procesos democráticos. Esta nueva dimensión de la comunicación tiene que ver con un singular concepto que es el de la violencia y la agresividad en el ser humano, porque, si se es tolerante, se puede tener un límite esa tolerancia y ese límite puede ser tan elástico que promueva la aceptación el uso de la violencia de parte de unos contra otros o de uno mismo, de su grupo social o de su nación, contra los demás.
La violencia es un concepto que con frecuencia está íntimamente ligado al derecho de cada persona a su legítima defensa y al derecho de cada grupo social, étnico, cultural o religioso a defenderse en acciones que incluyen la exclusión del otro, o la dominación (entiéndase ser humano, grupo social o nación) en situaciones que siempre tienen raíces históricas. Desde que existimos como especie, el ser humano se ha visto a sí mismo como «naturalmente violento» y ello no sólo se aplica a las mujeres y a los hombres en tanto individuos violentos, sino que también socialmente. Se afirma entonces que en toda experiencia histórica, no importa que período se analice, se sufrirá la presencia del fenómeno máximo de la violencia que es la guerra; desgraciadamente históricamente esto es cierto, pues siempre ha existido.
Sin embargo, se dio un paso muy ligero al afirmar que la violencia es innata en el ser humano, que su origen es un comportamiento heredado genéticamente y que es además ésta una característica consustancial con su propia naturaleza y por ello se es violento en su propia interioridad individual, se es violento en sus relaciones con los demás y se es, por lo tanto, naturalmente violento en su comportamiento dentro de sus organizaciones sociales.
Todo ello conduce, de seguirse este razonamiento, a la legitimación final del recurso a la guerra. Se encuentra así la base teórica fundamental de la existencia de los ejércitos como instrumentos de dominación interna o como instrumentos de defensa externa o conquista internacional. Ellos son los organismos construidos sobre la base teórica de que el ser humano es violento, y que el grupo social actúa naturalmente con violencia si es necesario.
Ésta ha sido una concepción teórica predicada históricamente por varias religiones, en especial las monoteístas; ella está presente en todas las culturas de tipo vertical y autoritario, constituyendo así la base de inspiración de las culturas de la violencia.
Esta fundamentación a la que se le otorgaba casi jerarquía de ley social, provocó a través de la historia reacciones minoritarias contrarias, por ejemplo, durante los años de la conquista española en América Latina, sobre todo a partir de los escritos y de las intervenciones de fray Junípero Serra y fray Bartolomé de las Casas, que son, por denominarlos de alguna manera, los fundadores de la Escuela Española de la Paz, surge a partir de esa especie de gran tragedia racial, que fue la conquista americana por España, Portugal, Inglaterra y Francia.
Esa realidad va a tener como consecuencia un brote de protesta hacia el pensamiento de no retorno, consistente en creer que la violencia es el instrumento legítimo que definirá las situaciones de conflicto; se afirmará a partir de allí el valor espiritual de la existencia del alma en los indígenas, en su dignidad y en sus derechos de solidaridad y vida.
Así se inicia una discusión, un planteamiento al que se suman después a lo largo de varios siglos Manuel Kant, Espinoza, Theilard de Chardain y otros, todos grandes pensadores que se harán la gran pregunta: ¿será cierto que el ser humano biológico está genéticamente condicionado a reaccionar con violencia; o será más bien que las personas reaccionan con violencia porque a ellas se les enseña desde que nacen, a ser violentas y se las prepara, se las educa, se las potencia a actuar creyendo que ellas son violentas y que sólo tienen ese camino de acción?
Muchos afirman, en sentido contrario, que para eso está la realidad circundante, histórica que eleva casi a rango de ley el hecho de que el humano actuando individual o colectivamente es un ser que ejerce violencia de una u otra forma y gracias a ellos es que se ha llegado a los extremos más terribles como la primera y la segunda guerra mundial en el siglo xx.
Con esos nuevos pensadores se inició la escuela utópica normativa donde se plantea una franca oposición a esa especie de ley permanente que parte de la supuesta evolución histórica, millones de veces constatada, de que el humano es violento. La UNESCO quedó preocupada porque no había una claridad de tipo científico en relación a este tema; sabiendo que si se comprobaba que las personas son genéticamente violentas por naturaleza, entonces no habría grandes esperanzas porque la guerra continuaría siendo un fenómeno que nos acompañaría constante como lección histórica, pues la guerra existe desde el inicio de nuestra especie, y siendo esa la comprobación científica, de no quebrarse esa evolución, la guerra continuaría a través de nuevas formas como la nuclear con el evidente peligro de destrucción planetaria.
Si la guerra no es un fenómeno que puede ser detenido a partir del concepto fundamental de si el hombre es violento o no, entonces habría poca esperanza para la humanidad. La UNESCO, durante la década del 70 al 80, convocará una serie de reuniones internacionales con la participación de la comunidad científica mundial a quienes les plantea esta interrogante: ¿es la guerra imposible de detener, existe un condicionamiento genético hacia la violencia del ser humano? Premios nobel, antropólogos, siquiatras, economistas, biólogos, etnólogos y otros científicos de diferentes países ratifican unánimemente el 16 de mayo del año 1968, la famosa Declaración de Sevilla.
Se produce entonces un cambio radical en esta sentencia fatal de considerar al ser humano como violento por naturaleza. Los científicos afirmaron todo lo contrario, dirán que:
Es científicamente incorrecto decir que hemos heredado de nuestros antecesores animales (por razones genéticas) una predisposición para hacer la guerra. Si bien es cierto que dentro de las especies animales existe una lucha abierta, son pocos los casos que se conocen, hoy en día, de luchas interespecie entre grupos organizados de animales y en ninguno de ellos se utilizan utensilios diseñados para medios defensivos. Alimentarse, normalmente, de otras especies no puede compararse con la violencia interespecie. La guerra es un fenómeno característico de los humanos y no aparece entre los animales.
Es un hecho que la guerra ha sufrido un cambio radical a través del tiempo, lo que indica que son producto de las culturas. Su conexión biológica es, principalmente, el lenguaje ya que posibilita la coordinación entre grupos, la transmisión de tecnología y el uso de herramientas. La guerra es biológicamente posible y , sin embargo, no es inevitable, como se comprueba en las diversas variantes de incidencia y de características en el tiempo y en el espacio. Existen culturas en las que, durante siglos, no ha habido guerras, y hay otras culturas que con frecuencia, han hecho la guerra en algunas ocasiones y en otras no, y otras culturas que utilizan la guerra como instrumento básico de dominación.
Es científicamente incorrecto decir que la guerra u otro comportamiento agresivo está genéticamente programado en nuestro ser (se rechaza entonces la existencia de una supuesta herencia genética que tiene que ver con las respuestas violentas). Los genes están involucrados, en todos los niveles, en la función del sistema nervioso y proveen un desarrollo potencial que sólo se activa en conjunción con el medio ambiente ecológico, social y cultural. Lo que determina la personalidad del individuo es su predisposición al cambio, cuando, por sus experiencias se ve afectado, y también por la interacción entre su dotación genética y las condiciones de su crianza. Excepto en patologías extremas y muy raras, los genes no producen individuos necesariamente predispuestos a la violencia. Tampoco determinan lo contrario (dispuestos a la paz, a la armonía, al diálogo, a la tolerancia). Los genes si están co-involucrados en el establecimiento de nuestras capacidades de conducta, pero no son ellos mismos los que especifican el resultado (algo así como tener un computador con toda una programación de sistemas, pero lo que vamos a introducir, alimentando a la computadora, es lo que al final de cuentas nos va a dar un comportamiento diferente).
Es científicamente incorrecto decir que en el transcurso de la evolución humana haya habido una selección mayor para el comportamiento agresivo que para otros tipos de conducta. En todas las especies estudiadas detenidamente, su status, dentro del grupo, depende de la habilidad de cooperación para el desempeño de las funciones sociales que concierne a la estructura de dicho grupo. La «dominación» implica lazos sociales y filiaciones, no se trata de una simple posesión y utilización de fuerza física superior, aunque si implica conductas agresivas.
Cuando artificialmente, se ha introducido, en animales una selección genética de conducta agresiva (se ha hecho en laboratorios) se ha logrado producir con éxito y rapidez, individuos hiperagresivos, lo que se indica es que la agresión, en condiciones normales, no viene predeterminada (pero por laboratorio si se puede crear vida más agresiva con la complementación de genes, todo esto lo permite hoy en día la ingeniería genética). Cuando estos animales, con los que se experimentan tornándolos artificialmente hiperagresivos, están presentes en un grupo social, o rompen la estructura social del grupo o son expulsados. La violencia no está ni en nuestro legado evolutivo ni en nuestro legado y patrón genético.
Es científicamente incorrecto decir que los humanos tienen «mente violenta». Tenemos un aparato nervioso para actuar violentamente, pero éste no se activa automáticamente, por medio de estímulos internos o externos. Igual que los primates más evolucionados y desigual en relación a otros animales, nuestros procesos nerviosos superiores filtran dichos estímulos antes de que se dejen activar. Nuestra manera de actuar se determina conforme hayamos sido condicionados, socializados y educados. Nada en nuestra constitución neurofisiológica, nos impulsa a reaccionar violentamente.
Es científicamente incorrecto decir que la guerra es una consecuencia del «instinto» o de alguna sola motivación. La aparición de la guerra moderna ha sido el recorrido del camino que va desde la primacía de factores emocionales y de motivación, a veces, llamados «instintos», a la supremacía de factores cognoscitivos. La guerra moderna involucra el uso institucional de características personales como son la obediencia, la sugestibilidad e idealismo; las habilidades sociales como el lenguaje, las consideraciones raciales como son los cálculos de costos, planeaciones y procesados de información.
La tecnología de la guerra moderna ha exagerado rasgos que se asocian con la violencia en el entrenamiento de combatientes, y en la preparación, de apoyo a la guerra, de la población en general. Como consecuencia de esta exageración de rasgos, estos se toman, con frecuencia y equivocadamente, por las causas en vez de las consecuencias del proceso.
Afirmamos que la biología no condena a la humanidad a hacer la guerra, y que la humanidad se podría librar de la esclavitud y del pesimismo biológico teniendo la confianza necesaria para realizar las tareas de transformación que se necesitan, a pesar de que estas tareas son, principalmente de índole institucional y colectiva, también descansan en la conciencia de los participantes individuales para quienes el pesimismo y el optimismo son factores cruciales. Así como la «guerra se inicia (primero) en la mente humana» también la paz se origina en nuestras mentes. La misma especie que inventó la guerra tiene capacidad para inventar la paz. La responsabilidad está en cada uno de nosotros.
Después de citar la Declaración de Sevilla, es necesario hacer la aclaración que una cosa es el instinto de sobrevivencia y de legítima defensa que justifica el uso de la violencia para garantizar su propia subsistencia, éste es el único caso justificante que no puede dar pie y ni debe ser precedente para aceptar que la violencia esté presente en la organización social o en el planeamiento a favor de la guerra.
En otras palabras, no estaríamos oponiéndonos a lo expresado en situaciones extremas, como es el caso de la entrada de ladrones armados a nuestras casas a robar, violar o matar; en esta lógica, todos reaccionaremos y podemos legítimamente acabar con ese enemigo que ha violentado nuestros derechos y nos ha puesto en peligro, pero estas son situaciones extremas; la planificación de la guerra no presenta generalmente esos elementos, ni tampoco la injusticia estructural, ni la marginación social o de grupos al interior de una comunidad.
Si compartimos en principio la aproximación anterior, podemos aceptar que junto al derecho a la igualdad, a la libertad y a la vida, el derecho a la información y más que a la información, a la comunicación se convierte en el cuarto derecho humano fundamental.
Conviene citar ejemplos alejados de la temática de la guerra nos ilustren: cuando un bebé nace, lo primero que hace es pedir comida llorando a su madre, «aquí comienza el derecho a la comunicación del ser humano». También imaginemos a los astronautas que por primera vez pisaron el suelo lunar, si de pronto a ellos se les cortara la comunicación con la tierra, esas personas inmediatamente cambiarían y serían presas del pánico, sobre todo si supieran que la comunicación no puede restablecerse, es pues ese derecho parte esencial de la naturaleza del ser humano.
Hoy hablo a una mayoría de comunicadores, ustedes trabajan en un sector de ese derecho humano básico de la comunicación, ella no existe sin información y cada vez más, la información es un elemento que ya no es sólo garantía práctica de ese derecho, sino es garantía esencial para el ejercicio de todos los demás derechos humanos; porque sin información no hay capacidad de educación, de progreso desde el punto de vista cultural, científico, tecnológico, político y económico.
Regresando a lo ya expuesto al inicio, la Real Academia Española, debería ampliar las acepciones del término tolerancia; tradicionalmente, tolerar puede ser en algunas ocasiones: sufrir, aguantar, soportar, y hasta incluso, permitir lo que no se tiene por lícito; entonces, la tolerancia en términos tradicionales y populares es un concepto que no es dinámico, es un concepto basado en que «yo casi le doy el derecho al otro de ser diferente a mí» o «a veces lo respeto porque no me queda más remedio, porque no puedo eliminar al extraño». No hay realmente una relación dinámica amplia; tolerar deber ser un concepto mucho más dinámico y holístico.
Tolerar parte de una actitud del espíritu que tiene que ver con la benevolencia para la comprensión, la condescendencia, la admisión del otro y la comprensión de la diferencia; la tolerancia es disculpar, también consentir, dispensar (explicar) y hasta justificar actitudes diferentes a la propia, aunque no sean compartidas por un sujeto individual o por un grupo cultural, étnico o religioso.
La intolerancia ha estado históricamente en las raíces de toda injusticia y de la guerra misma, porque ir a la guerra implica un nivel donde un grupo social no puede tolerar al otro (nación , tribu) y entonces se plantea el dilema final en términos de eliminar al enemigo, de triunfar militarmente sobre el enemigo, supone la eliminación o la conquista del otro por la imposición de los criterios del vencedor.
La tolerancia, cuando se instala, es el fundamento de una auténtica convivencia; de acuerdo a esta nueva concepción, no puede haber convivencia social ni internacional sin aceptar la tolerancia de actitudes diferentes, de valores diversos, de opciones alternas. De alguna manera, aquí el término de biodiversidad puede ampliarse e incorporarse uno nuevo, el de bioculturalidad que es fundamental en este proceso, los seres humanos aunque sean iguales, son todos diferentes en la multiculturalidad del planeta.
Conviene en este punto hacer un pequeño repaso mencionando como fuente de información Amnistía Internacional, en relación con la actual situación del planeta, donde se han producido cambios políticos de signos positivos y donde viejas dictaduras han sido sustituidas por aceptables regímenes democráticos. A partir de esta tendencia planetaria, parecería que en lo sucesivo los gobiernos responderían ante sus parlamentos en muchos de los países que se han transformado en democracias y que obedecerían sus propias leyes, y las convenciones internacionales, dando así origen a una era de mayor respeto a los derechos humanos, que como ejemplo produjo la caída del muro de Berlín, y a la transformación de la ex-Unión Soviética.
Desgraciadamente estos cambios en los últimos diez años no han sido constantes y, a pesar de esa enorme esperanza, no han continuado avanzando quizás; la excepción de Centroamérica merece señalarse como muy positiva. Pero ejemplos negativos existen como el de China o el de Irak, en los que los gobiernos ni siquiera disimulan su falta de compromiso con los cambios democráticos y el respeto de los derechos humanos. Amnistía Internacional denuncia algunas de las peores violaciones de los derechos humanos y afirma que «la muerte de un semejante es la expresión más extensa de la intolerancia», porque para matar o asesinar a otro, salvo en legítima defensa, hay que adoptar una reacción total a favor de la intolerancia (la imposición de mi criterio aun al precio de sacrificar otras vidas ).
Estos excesos se cometen en algunos de los países cuyos gobiernos proclaman las virtudes de la democracia y el valor permanente de los derechos humanos. En Costa Rica recientemente en las noticias, anunciaron la muerte de dos personas causada por una huelga general, casi una insurrección popular en la provincia del Atlántico, no se sabe si fueron muertos por la policía o si fueron muertos por los propietarios de comercios que fueron asaltados, pero eso ocurrió en un país democrático y tolerante.
En Sri Lanka, que es una democracia parlamentaria, las fuerzas de seguridad han provocado decenas de miles de desaparecidos y homicidios políticos (como aplicación del concepto de intolerancia) durante los diez últimos años. En Colombia, que es una democracia formal, su policía y ejército con frecuencia comete infracciones contra los derechos humanos fundamentales, y también lo hacen más cruelmente los grupos armados de las guerrillas, del narcotráfico y de los sicarios.
En Perú, a lo largo del mandato de varios gobernantes comprometidos en teoría con la democracia, se han violado los derechos humanos y se han producido homicidios políticos. En Angola, desde los acuerdos de 1991, la violencia y los abusos brutales han sido numerosos; en Camboya los asesinatos políticos aumentaron bruscamente entre 1992 y 1993 y el proceso de reforma política en Suráfrica, saludado con esperanza por todos, ha generado muchos muertos producto de esa intolerancia reprimida por un apartheid racial y cultural.
En Argelia las medidas represivas y entre ellas la pena de muerte, decretada por los tribunales militares, es aparentemente la única respuesta a todos los excesos de los fundamentalistas, ¿es ese el camino para resolver el problema de Argelia, el establecimiento de la pena de muerte y la represión de tipo militar, ante respuestas fundamentalistas y algunas de ellas claramente vinculadas con el terrorismo, sinónimo de máxima intolerancia?
En muchos de nuestros países existen instituciones legales y políticas, parlamentos, tribunales, fiscalías, defensores del pueblo y otras que deberían garantizar que los responsables de estas violaciones respondieran de sus actos; pero los gobernantes con frecuencia no muestran voluntad política suficiente para llevar ante la justicia a quienes violan los derechos humanos, dando base al grave fenómeno de la impunidad. Hay repetidas denuncias en el Parlamento Europeo sobre lo que está sucediendo en Europa con grupos extremistas de nueva orientación fascista y racista, que ha provocado muerte, discriminación y denigración.
En Europa, cabezas rapadas han incendiado y asesinado a turcos, yugoslavos, africanos; en España y Francia hay problemas de este tipo; y que decir de Bosnia donde se dio un exterminio racial, que es el premio mayor de la intolerancia, todo ello dentro de una dinámica europea supuestamente civilizada, que inclusive no fue detenida durante mucho tiempo por los mismos países vecinos, respetuosos de los derechos humanos.
Es ésa, la lógica de un mundo real en el que el concepto de la tolerancia no sólo surge como un instrumento eficaz para introducirlo como valor dentro de un proceso de formación, desde los medios de comunicación o los medios formales de la educación (en la escuela, en la pre-maternal), o a través de campañas de televisión, sino que se convierte en el instrumento central para la construcción de una cultura de paz.
Sin la interiorización del amplio concepto de la tolerancia, alejado este de las diferentes intolerancias propias de una cultura de la violencia, no hay posibilidad, no sólo de construir una cultura de paz, sino que no hay posibilidad de profundizar en la reconciliación de sociedades caracterizadas por la polarización ideológica, por la guerra, el conflicto, y la impunidad; sin esa interiorización real del nuevo concepto de tolerancia no sería imposible fomentar la reconciliación que es el tercer estadio del proceso de paz una vez logrado el alto al fuego y comprometidos en el difícil proceso de la reconstrucción de la paz.
El valor esencial de la tolerancia dinámica debe plantearse no sólo como un valor predicado por los impulsores de la buena noticia o de la buena nueva, sino además, sobre la seguridad de que el ser humano puede ser educado para la intolerancia y/o para la militancia de la tolerancia (cualquiera de las dos opciones existe). La persona cuando nace no es totalmente libre, ella se ubica dentro de un contexto, y su libertad está directamente ligada a la capacidad que tiene para educarse en libertad, y no hay educación en libertad sino hay educación en la tolerancia.
Parece un juego de palabras, pero es esencial, al eliminarse la tolerancia como valor fundamental del sistema educativo y de la convivencia humana, dejamos todas las puertas abiertas para la intolerancia, y ella nos lleva al rechazo del hermano, del vecino, del hijo, o al rechazo utilizando instrumentos de violencia, del pueblo o de la nación vecina.
Es oportuno mencionar algunos textos originarios de culturas y religiones diversas que tratan del significado de la tolerancia. El Corán afirma: «prescribimos a los hijos de Israel que quien matara a una persona que no hubiera matado a nadie ni corrompido a nadie en la tierra, fuera como si hubiera antes matado a toda la humanidad, y quien salvare una vida fuera como si hubiera salvado la vida de toda la humanidad». Hay aquí una clara expresión de tolerancia.
Tertuliano, apologista cristiano del siglo ii en Cartago, afirmó: «Es parte del derecho humano y del derecho natural que cada uno quiera adorar lo que quiere amplio sentido de la tolerancia religiosa; la religión de un individuo no debe dañar ni servir a otro, no es parte de la naturaleza de la religión, forzar a la religión, ésta debe ser de modo espontáneo no por la fuerza, porque los sacrificios no se exigen sino que se otorgan de buen crédito; por esto si os obligáis al sacrificio en realidad nada daréis a vuestros dioses que no necesitan sacrificios ofrecidos de mala gana».
Voltaire en la Francia de 1766 escribió: «En política frente a una secta nueva, no se puede tomar otro partido que no sea el de hacer morir sin piedad a sus jefes y adherentes, esa fue la historia del cristianismo en sus orígenes eliminar a hombres, mujeres y niños sin aceptar a ninguno, rechazarlos a todos, o, tolerarlos cuando la secta es numerosa, la primera es la decisión que adopta un monstruo, la segunda es la decisión de un sabio».
El Edicto de Milán del año 313 también sobre el tema de la religión, afirmó:
Nosotros Constantino y Lisiano Augusto, reunidos en Milán para tratar de los asuntos que se refieren al interés y seguridad del Imperio, hemos pensado que entre los temas que debían ocuparnos, ninguno será más útil a nuestros pueblos que establecer desde un principio la forma de honrar a la divinidad; hemos decidido otorgar a los cristianos y a todos los demás, la libertad de practicar la religión que prefieran (concepto fundamental de tolerancia religiosa), para que la divinidad que preside los fieles, sea propicia y favorable tanto a nosotros como a los que viven bajo nuestro dominio; nos ha parecido que era un sistema muy bueno y razonable no negar a ninguno de nuestros súbditos ya sea cristiano o pertenezca a otro culto, el derecho de seguir la religión que mejor le parezca, de esta manera, la divinidad suprema que cada uno de nosotros honrará en adelante libremente, podrá concedernos su permanente favor y benevolencia.
Conviene pues que vuestra Excelencia sepa que suprimimos las restricciones contenidas en el Edicto precedente, remitido sobre el asunto de los cristianos donde hubo tantos muertos, tantos leones alimentados, cruces encendidas y que a partir de este momento, les permitiremos a todos observar su religión sin que puedan verse inquietados ni molestados de ningún modo. Hemos decidido ponerlo en vuestro conocimiento de la manera más precisa para que no ignoréis que dejamos a los cristianos la mayor libertad, la más absoluta práctica de su culto.
Ya que se lo otorgamos a los cristianos, vuestra Excelencia comprenderá que los demás, los no cristianos deben poseer también el mismo derecho. Es digno del siglo en que vivimos (siglo iv) y conviene a la tranquilidad que goce el Imperio que todos nuestros súbditos tengan completa libertad para venerar al dios que han elegido y que ningún culto resulte privado de los honores que cada cual decida darle.
Bartolomé de las Casas en 1478, afirmó: «Desde el principio del descubrimiento de las Indias, fue grande la ignorancia que cayó en los ánimos y entendimientos, y tuvieron los del Consejo de los Reyes de Castilla, acerca de esta materia, la misma que tuvieron los de aquel tiempo de mayor ignorancia para los del Consejo que atribuir culpa a una gente a la que nunca habían visto y oído, y que ellas imaginaban que no habían otras en el mundo sino ellas (las autoridades españolas y europeas), y que no sabían que si era la fe católica, ni convertirse, ni qué quería decir cristiano, solo veían por doquier a gente malvada, cruel, matadoras, no había comunión de fieles y además, ningún hombre de los nuestros supo de su lengua ni ellos de la nuestra (dirigiéndose a los indígenas) y que digieren los del Consejo en su carta, que les habían requerido muchas veces que fuesen cristianos a los indígenas y se convirtiesen y que estuviesen incorporados a la comunión de los fieles; ello era decirles a los indígenas que el sol era claro si es que sabían el vocablo de su tierra para que los entendieran, era decirles que dos más dos eran cuatro y ya que lo entendieran, podrían ser obligados sin más razón y persuasión ni deliberación a dar crédito a tales requerimientos».
Así se continuó mayoritariamente defendiendo las creencias de los cristianos, como parte de una minoría aplastante contraria a la defensa de los valores de los indígenas en América Latina durante la conquista, aunque hubo criticas y rechazo por un pequeño sector a la represión que se producía si no se adoptaba la fe católica.
El Inca Atahualpa en su adoración religiosa contenida y salvada para la historia por Garcilaso de la Vega, hace un razonamiento similar en relación a todo este tema y muestra cómo Atahualpa, practicando un sentido de tolerancia, de comprensión casi mesiánica, acepta la imposición de la cultura española, haciéndoles una pregunta «¿ustedes nos quieren enseñar a nosotros que hay un dios en tres? La Santísima Trinidad; ¿cómo es eso que hay un dios en tres? y además, un dios en tres que al final serían cuatro; ustedes tienen cuatro grandes caciques, cuatro grandes reyes, uno es el Papa, representante de la iglesia, el otro es el Rey de España y finalmente el Virrey de mi comarca, al cual yo acato, y resulta que al final es el Virrey al que yo tengo que obedecer, pero entonces el Virrey es más importante que su Rey, que el Papa, y que los cuatro dioses, que raro, si nosotros sólo adoramos tres dioses, la luna, la tierra y el sol. Nuestra religión es más práctica, pero aún así estamos dispuestos a acatar y respetar lo que ustedes quieren y en eso se le fue la vida a Atahualpa».
Erasmo de Rotterdam en 1515 dice: «se ruboriza uno al recordar por qué motivos vergonzosos o frívolos los príncipes cristianos hacen tomar las armas a los pueblos, ya no en la dinámica de la religión sino en el de las guerras que aprobó, simulado algún derecho envejecido, como si importara mucho que éste o el otro príncipe gobernara el estado con tal que los intereses públicos estén bien administrados.
Otro toma por pretexto un punto emitido en un tratado de cien capítulos para hacer la guerra. Este señor tiene un resentimiento contra aquel otro por causa de una prometida que le ha sido negada o arrebatada, o de alguna broma un poco subida de tono y el colmo de la infamia es que hay príncipes que sintiendo que se debilita su autoridad por efecto de una paz demasiado larga y de la unión de sus súbditos, se entienden en secreto de manera diabólica con los otros príncipes y que una vez hallado el pretexto, van a provocar juntos la guerra, para dividir todo por la discordia, la intolerancia, de los que vivían estrechamente unidos y ellos serán despojados gracias a esa autoridad sin freno que da la guerra».
Voltaire decía: «La discordia es el gran mal del género humano y la tolerancia su único remedio, no hay quien acepte esta verdad ya sea que medite a sangre fría en su despacho, ya sea que examine apaciblemente la verdad con sus amigos, porque los mismos hombres que admiten en particular la indulgencia, la beneficencia, la justicia, y la caridad, se oponen en público con tanto furor contra esas virtudes, ¿por qué?, porque su interés es su 'dios', porque sacrifican todo a ese monstruo al que adoran que es el dinero».
John Locke afirmó: «Por esto la paz, la equidad, y la amistad deben ser cultivadas siempre sin privilegio y dentro de un espíritu de igualdad entre las diferentes iglesias y pueblos, cada uno respetando sus particularidades». Conviene dar un ejemplo adicional en este razonamiento, supongamos que hubiesen en Constantinopla dos iglesias, la de los críticos y la de los anticríticos, se dirá que una de las dos tiene el derecho de castigar a los miembros de la iglesia disidente. (Por iglesia podemos entender lucha ideológica, confrontación de bloque, imperios).
Disidente, por que difiere de hecho en cuanto a ritos o ideas, de despojarlos de su libertad o de sus bienes, lo que vemos que se hace con los demás con mucha frecuencia o de castigarlos con el exilio o hasta la pena capital. Si una de esas iglesias tiene de verdad el poder de perseguir a la otra, yo preguntaría entonces: ¿Cuál de las dos y con que derecho una se lo arroga?; sin duda se responderá la ortodoxa, que obrará contra la que se equivoca, es decir contra la herética.
Esto es usar grandes palabras vacías para no decir otra cosa, no importa cuál es la iglesia ortodoxa para sí misma con el error o la herejía para las demás, cada una cree que lo que ella afirma es verdad y condena como error lo que es diferente, por esto, cuando se trata de la verdad de los dogmas o de la rectitud del culto (también de las ideologías) la disputa es igual de una parte y de otra y no es posible que ningún juez dicte una sentencia, ni en Constantinopla, ni en la tierra entera, la decisión sobre tal problema pertenece tan sólo al juez supremo de todos los hombres y a él sólo corresponde castigar a quienes están en el error».
A menudo, es enojoso permitir que se expresen ideas diferentes que nos parecen perniciosas y además tolerar que se expandan y ver que el adversario sigue su camino sin hallar obstáculos es difícil y desalentador. Sobre todo si ese proceso se da en medio de la indiferencia que el fondo no es más que una falsa tolerancia.
Malcom X en Estados Unidos señaló: «Debo dar a conocer mi posición con claridad (es sencilla). No soy partidario de ninguna forma de racismo. No creo en ninguna forma de discriminación ni de segregación, creo en el Islam, soy musulmán y pienso que no hay nada malo en ello, que no hay nada maligno en la religión islámica que sólo nos enseña a creer en Alá, nuestro dios; aquellos de vosotros que seáis cristianos creéis sin duda en el mismo dios, porque pienso que creéis en el Dios Creador del Universo, en este Dios creemos nosotros, en el Creador del Universo, la única diferencia está en que vosotros lo llamáis Dios y nosotros Alá, los judíos lo llaman Jehová, si vosotros habláseis hebreo, sin duda también lo llamaríais Jehová, si supierais árabe, seguro lo llamaríais Alá, pero como el hombre blanco, se ha adueñado del lenguaje a la vez que él también invoca sólo a su dios, yo os pregunto: ¿por qué ése al que invocáis, jamás os responde a vosotros y sí responde a nuestro amigo el blanco».
Con frecuencia se quiere asimilar las otras culturas a valores extremos, a los que se atribuyen una perfección indiscutible, esto pasa sobre todo con las culturas dominantes; pero al mismo tiempo no se cree que esas mismas culturas toleradas sean capaces de alcanzar por sí mismas el fin que se le propone o impone, esto es parte del meollo de la tolerancia o de la intolerancia.
La palabra tolerancia se ha usado incluso en forma elástica para referirse a casas de prostitución.
Teodol Haus, de la República Federal Alemana afirmó (1959): «En toda mi vida no he podido soportar el término tolerancia. Tolerar a los demás, soportarlos, incluso es en primer lugar una fatuidad, y después el término tiene un matiz de debilidad, algo fofo».
Depende del sentido que se le de al concepto este puede ser algo neutro o innecesario, o puede convertirse en un concepto cargado de gran valor, puede ser hasta revolucionario y ser el origen de una transformación integral de la conciencia humana. En ese sentido, existe hoy un enorme esfuerzo, no sólo en Centroamérica a partir de los compromisos de Esquipulas I y II , sino partiendo del sistema de las Naciones Unidas, en los nuevos compromisos por organizar y fortalecer la sociedad civil presentes hoy en muchos países y sobre todo, gracias a los medios de comunicación con cierta capacidad de autonomía y que han adoptado el serio compromiso de producir y sostener lo que puede ser el inicio de un cambio cultural profundo.
La Carta Constitutiva de la UNESCO sostiene que: «antes de que las guerras sucedan, primero nacen en la mente de los hombres». Luego para acabar con las guerras, para acabar con la violencia, hay que desarmar primero la mente de los hombres, mediante la educación y la comunicación.
Centroamérica y el planeta tienen hoy una buena oportunidad, y una obligación central que es la de construir una cultura de paz , basada en la convivencia, en el respeto a la diferencia, en la tolerancia y en la promoción de los derechos humanos. La región de hoy ya no es una zona de guerra, pero aún es una Centroamérica donde aumentan las violencias.
La comunicación es un instrumento fundamental para elevar la conciencia de los pueblos y de los líderes. Y la comunicación (entendida ella en su sentido amplio, no sólo como el manejo de la información de los periodistas), es un instrumento que puede servir para el sojuzgamiento del género humano o por el contrario para su propia y real liberación. La tolerancia es así una forma fundamental de la libertad, hay que ser incluso intolerante en su defensa.
De cara a la responsabilidad de los comunicadores en el uso de sus instrumentos tecnológicos, conviene afirmar con claridad de compromiso, que existe una misión central evidente para todos al final del siglo xx, la de utilizar esos avances poniéndolos al servicio de nuevas y grandes empresas humanistas como lo serían la construcción de verdaderas culturas de paz que se sustenten en una auténtica promoción de las personas, sus derechos y sus responsabilidades de solidaridad y justicia.
El lenguaje ocupa dentro de este marco de análisis un instrumento que no es neutro y que más bien es utilizado con más frecuencia de lo deseable, como una herramienta sesgada en contra de los intereses de las grandes mayorías, y como vehículo de subordinación ideológica que fortalece estructuras mentales históricas basadas más en culturas que pregonan la violencia que en aquellas que impulsan el desarrollo humano sostenible con equidad, solidaridad, democracia y paz.
Es en esta dirección en la que supongo se tratará en este Congreso, el contenido ideológico de la lengua española en algunas de sus comisiones, más allá de la importante aproximación cultural, antropológica, filológica y hasta filosófica que, de hecho, se dará a tenor de la realización de este importante encuentro.
Pienso que habiendo sido invitado a participar en el panel relacionado con la radio, es claro que deba referirme en singular a ese medio, en especial si considero que la Radio sigue siendo el instrumento más efectivo de comunicación instantánea con alcance universal.
Siendo así, es esencial que sus responsables en términos genéricos adopten una plena conciencia y responsabilidad en su manejo, en sus códigos y en sus mensajes. La radio permite una aproximación instantánea de respuesta y un ambiente universal de acción para impulsar lo positivo y negativo producido hasta hoy por la humanidad. En este sentido, se supone que puede ser un medio neutro y ello es cierto si nuestro enfoque es técnico, pero como los mensajes son producidos por personas y se dirigen utilizando valores, ideas e informaciones hacia todo el gran público, la radio debe ser considerada como un medio, quizás el de mayor importancia, por sus ventajas comparativas, y con la mayor capacidad de influencia para promocionar valores positivos de superación humana, o por el contrario, continuar apoyando esa constante histórica de aumento y permanencia de las violencias y de las guerras.
En el mismo cambio de consciencia que experimenta la humanidad a finales de este siglo se ve reflejado en los medios de comunicación y en sus operadores. Los instrumentos tecnológicos modernos pueden transformar el mundo con solo que se humanicen, se vuelvan potenciadores y multiplicadores de nuevas fórmulas de convivencia pacífica, respecto a la diferencia, práctica de una plena tolerancia, profundización de la real participación democrática y, en suma, promotores de auténticas culturas de paz que hagan prioridad de la justa distribución de la riqueza, la satisfacción plena de las necesidades humanas, la limitación de los egoísmos y el fin de la concentración insultante y deshumanizada de la riqueza. Todo ello puede lograrse si se establecen como metas a cumplir en el próximo siglo xxi, esas prioridades.
Mucho se ha avanzado en esta centuria, en especial en el establecimiento de sociedades políticas con procesos de democratización, reducción del autoritarismo, búsqueda de consensos y gran compromiso a favor de aplicar nuevas metodologías que partiendo de los conflictos, los atemperen, le busquen salidas negociadas en interés compartido de las partes, y en muchos casos no sólo los resuelven favorablemente, sino que además hasta se ha logrado actuar en forma preventiva, desarmando las variables y corrigiendo las que componen el complejo entarimado de todo conflicto.
Es tomando en cuenta este contexto donde los comunicadores y sus medios deben actuar, donde los académicos de la lengua, los científicos sociales, los filósofos, los científicos, los religiosos, los políticos y los sabios deben de asumir grandes y riesgosos compromisos.
Hay hoy y en los años por venir una oportunidad mayor, los humanos de cara al inicio de un nuevo milenio, somos más sensibles a las oportunidades a favor del cambio y sería un error histórico irremediable el no contribuir, en este caso desde los medios y con los hombres y mujeres de la comunicación a favorecer este cambio en beneficio de una auténtica Cultura de Paz Planetaria.
En 1997 si se tienen los instrumentos para su establecimiento, y además se cuenta con una nueva y creciente conciencia universal de que todos somos parte de una gran familia humana que vive en condiciones de plena interdependencia y que sólo unida puede ser capaz de garantizar su propia felicidad y la de las futuras generaciones, en un balance consciente con el medio ambiente, la promoción real de las personas, el desarrollo humano sostenible con equidad, todo ello apoyado en una amplia tolerancia universal que se sustente en la igualdad, y el pleno predominio y promoción de las libertades.