En el área de las nuevas tecnologías, mi misión, en este momento, es la de introducir la comunicación que va a correr a cargo de don Daniel Prado, representante de la Unión Latina.
Él va a tratar de comunicarles a ustedes, de explicarles, los proyectos generales de la Unión Latina, pero fundamentalmente el de las redes terminológicas de datos.
Para llevar a cabo esta introducción, no me ha parecido nada mejor que justificar mi participación, la participación de la Real Academia de Ciencias de España, a la que represento en este proyecto de la Unión Latina; pero, a su vez, la participación de la Real Academia de Ciencias en este proyecto de red terminológica de datos, pues tiene mucho que ver con la edición que tengo el gusto de mostrarles a ustedes y que cuando termine este acto quedará para la Academia Mexicana de la Lengua, que es la tercera edición del Vocabulario científico y técnico de la Academia de Ciencias.
Digo que es la tercera edición porque la primera tuvo lugar en 1984. Fue, efectivamente, en aquel momento, una obra modesta que registró unos 13.000 términos —en aquel momento— pero supuso, sin embargo, la materialización inicial de uno de los proyectos fundacionales de la Academia de Ciencias. Pues, si cualquier buen diccionario —incluidos los diccionarios generales o globales—, si cualquier buen diccionario, digo, es una de tantas realidades dinámicas cuya evolución hay que cuidar con esmero, los vertiginosos avances de los conceptos y de los métodos de la ciencia y de la tecnología obligan a una intensa e ininterrumpida atención, tanto en la ampliación del registro de términos como en el tratamiento lexicográfico correspondiente y así fue, como fruto de este permanente cuidado, de esta atención de la Academia de Ciencias de España, fue en 1990 la segunda edición de este Vocabulario científico y técnico.
Segunda edición que, en los seis años escasos de su preparación, logró sobrepasar, con creces, el doble de los términos con que contó la edición primera y alcanzar las 30.000 entradas. Este quehacer académico no hace sino responder a la evolución cultural y social de la ciencia y a su impresionante relevancia actual, y para ello intenta llenar el hueco que en estos ámbitos deja, por lo general, la comunicación lingüística.
Y a buen seguro que no habrá que esforzarse demasiado para palpar la influencia de la ciencia —lo hemos visto esta mañana en las dos comunicaciones que hemos escuchado— no habrá que esforzarse, digo, para palpar esta influencia de la ciencia sobre el pensamiento y el clima material de nuestra época. Relevancia que puede condensarse en expresiones como «la ciencia como estilo de vida» e, incluso, la de «la ciencia como poder». En efecto, la ciencia y sus aplicaciones han trastocado las formas de vida en el presente siglo y en cada década los cambios son mucho más notables que en la anterior, y tampoco es que para ello sea necesario admitir dogmáticamente —como nos hablaba esta mañana el Dr. Regini—, haya que admitir dogmáticamente, digo, el avance inexorable del progreso del conocimiento hacia la verdad y acudir a ultranza a la ideología cientificista propia de las sociedades modernas. Basta con observar cómo los hechos científicos, propios de una época y de un lugar determinado, permanecen en vigor para otras edades y para todos los lugares. Es decir, la naturaleza única, acumulativa y universal de la ciencia.
No hay sino advertir cómo la tecnología nos provee, día tras día, con la realización material de las aspiraciones individuales y sociales que llenan, en buena medida, el contenido de lo que llamamos la calidad de vida. Basta con estar atentos a la cantidad de nuevas cosas que también cada día necesitan ser nombradas, cosas nombradas como parte integrante de una ciencia y una técnica y exigentes, en consecuencia, de su definición.
Ni más ni menos que la necesidad de una cuidada atención lexicográfica a la comunicación científica, atención a la que llamaba, hace un cuarto de siglo, el más ilustre de los lingüistas españoles —el Profesor Lapesa— al destacar la importancia de esta relación, y lo hacía de esta manera, escribió el Profesor Lapesa:
No podemos desatender el momento histórico en que vivimos, la sociedad se transforma, la ciencia y la técnica llenan de realidades nuevas el mundo, las formas del vivir cambian a ritmo acelerado, la sacudida alcanza con intensidad sin precedente al lenguaje, de una parte, por la invasión de palabras nuevas, resultado, unas veces, de la mayor comunicación entre los distintos países y de la uniformación internacional de las formas de vida. Otras veces, como consecuencia de la ampliación del campo de intereses del hombre medio, a quien afectan rápidamente los progresos científicos y técnicos que hasta hace poco eran sólo materia de especialistas.
Pues, obediente a este interés es la tercera edición que les muestro a ustedes, del Vocabulario científico y técnico. De la magnitud de esta labor da buena cuenta la simple mención del dato, puede que no sea el más importante, pero sí el más llamativo de la obra, la presencia de 60.000 definiciones. Sí, efectivamente, esta precisión, este dato, da una idea aproximada de la magnitud de la obra. No es suficiente, sin embargo, para exhibir otros entresijos sustanciales de esta tercera edición que ha sido recibida con gran éxito por la comunidad científica internacional y por la sociedad de la cultura.
Si las 60.000 definiciones suponen una clara atención de la obra a la mera innovación científica y técnica, su archivo informático, en una base de datos modulable, útil para adiciones, modificaciones y ediciones totales o parciales en sus versiones clásica o electrónica, Su puesta al servicio mundial en red de comunicaciones y la presencia de las versiones completas español/inglés e inglés/español, añaden, en su conjunto, creo, nuevos valores que a la vez que complementan el de por sí importante interés científico, consiguen inmiscuirse en los trascendentes análisis de la política nacional de la ciencia, de la demografía y la ecología de la lengua española, y de sus intereses universales a corto y a más largo plazo, a la vez políticos, económicos y culturales.
Sin pretender sobrevalorar la importancia numérica de la contribución terminológica de la obra, sí debe destacarse la puntualidad en la observación de los avances científicos y en el ejercicio, tan imprescindible como difícil, de un cierto sentido de anticipación en la creación léxica, en español, de los conceptos de la ciencia. Como ejemplo de la velocidad y la vigilancia que deben ejercerse en este dominio, bien puede señalarse cómo el hombre adulto de hoy conoce que por los años de su nacimiento no se había inventado el transistor, no se hablaba de la tectónica de placas ni de la gran explosión del universo. Nadie había oído hablar de pulsares y coazares, hacía pocos años que la penicilina se utilizaba en la clínica médica, que se construía el primer ciclotrón y se llevaba a cabo la primera mutación experimental.
Tan sólo en la década de los años treinta se diseñó el primer microscopio electrónico, se descubrieron las sulfamidas y se fabricó industrialmente la cortisona. No existía entonces técnica alguna de las que hoy son habituales en el diagnóstico clínico: las tomografías, la ecografía y la resonancia magnética, por ejemplo. Más aún, durante el tiempo transcurrido entre las apariciones respectivas de cada una de las ediciones anteriores que acabo de mencionar, se descubrieron nuevas enfermedades y nuevos mecanismos etiopatológicos. Los procedimientos nuevos de la biotecnología han creado, en estos últimos años, los anticuerpos monoclonales, los animales y las plantas transgénitas, la fertilización in vitro y la terapia génica.
De la ciencia de la computación y la ingeniería del conocimiento emergieron, con una rapidez extraordinaria, nuevos lenguajes de programación. Las redes neurales y la inteligencia artificial intentaban ya desvelar el funcionamiento del cerebro humano —el lenguaje incluido— y abundando en esta imagen, desde la anterior edición y a modo de ejemplo, se descubren y recogen, por tanto, en esta tercera que les muestro, una colección de moléculas poseedoras de importantes funciones biológicas o técnicas, tales como la enzima reparadora del DNA, el óxido nítrico como nueva clase de neurotransmisor, su enzima sintetizadora, la óxidonítrico-sintasa y la proteína conocida como P53, proteína marcadora de la prevención, del diagnóstico y el pronóstico de la enfermedad cancerosa.
Se describen cada día nuevos genes y nuevas proteínas por ellos expresadas y, además, descienden a la lengua vulgar los receptores de serotonina, los RNA antisentido y su contribución al diseño farmacológico; los polímeros semiconductores y la familia de los fulerenos con interesantes propiedades físicas. La idea de biodiversidad adquiere un significado especial como consecuencia del Acuerdo Internacional para su Protección.
Finalmente, la reacción en cadena de la polimerasa que, al amplificar trazas de material genético presente en las muestras más diversas y de origen más variado, es el símbolo de la técnica que mayor influencia ha ejercido durante los años recientes sobre numerosos campos de la biología y la biomedicina modernas, en el diagnóstico y en la patogénesis de gran número de enfermedades, y lo que quizá es más interesante, sobre otros muchos campos cuya relación no era fácilmente previsible, como la antropología, la arqueología, la historia, las migraciones, la medicina preventiva y la práctica forense.
Seguramente, también, es esta técnica uno de los símbolos más iluminadores de cómo un descubrimiento de la ciencia puede contribuir a la creación de nuevo y extenso conocimiento y engendrar nuevos descubrimientos en beneficio de la sociedad.
Pero todos estos ejemplos persiguen asimismo introducirnos unos momentos en la problemática de la política lingüística internacional de la ciencia y de la presencia —en esta edición que les presento— de las versiones que en ambos sentidos contraponen los términos en español y en inglés.
Quiero, a este propósito, traer a colación unos fragmentos de un reciente libro del Marqués de Tamarón, Director del Instituto Cervantes, de un libro titulado El peso de la lengua española en el mundo, pues tras de escribir críticamente éxitos y fracasos de más o menos lógicos proyectos lingüísticos en diversas partes del mundo, señala: «Casi siempre estos errores, tan costosos, arrancan de la general creencia de que todas las lenguas son funcional y teleológicamente iguales y todas tienen la misma finalidad intrínseca. Corolario de esta falacia es no ver en una lengua más grandeza que la numérica, que el número de habitantes y que el número de palabras».
Y en otro lugar sigue diciendo el Marqués de Tamarón: «Conviene tener muy claro que toda lengua tiene un papel político. De hecho, la lengua es un fenómeno en esencia político, incluso podría decirse que lengua y política son dos caras de la misma moneda en la medida en que ambas, más que permitir y ordenar la comunicación social, son la comunicación misma, jerga familiar o profesional, dialecto local, lengua nacional, lengua internacional e, incluso, lingua franca».
Y a este respecto, en boca de políticos y de lingüistas se utiliza el simple número de hablantes como aval del porvenir brillante de la lengua española, dando a esta relación el mismo rigor formal con que se asegura el cumplimiento de las leyes biológicas de la herencia. Uno de los problemas que afectan a este importante asunto se refiere a lo que se conoce como «intelectualización de una lengua estandarizada», es decir, la mayor o menor facilidad que existe para realizar en ella formulaciones precisas y rigurosas y, si es necesario, abstractas.
Esta intelectualización tiene uno de sus pilares en la terminología, que es uno de los ámbitos en que, a mi juicio, nos encontramos más desasistidos los hispanohablantes. Carecemos, a este respecto, de una institución que oriente, eficaz y compartidamente, la creación terminológica en España y en la América de habla española, hecho para el que no existen graves problemas de índole teórica, pero que exige una política lingüística bien orientada que facilite la creación paralela de voces técnicas en los distintos países de habla hispana.
Se deduce claramente, de estos comentarios, que a estas alturas aparece bien claro que el porvenir de nuestra lengua está del todo ligado a su proceso de intelectualización. Es pues evidente que, frente a la abundante entonación de vaguedades, necesitamos inmiscuirnos en la tarea de la intelectualización de la lengua española y en esta edición lo hacemos con el simple acercamiento de nuestra lengua a las mayores creaciones del pensamiento, con el considerable y progresivo aumento del contenido de su vocabulario científico y técnico y de la pulcritud lexicográfica como una aspiración totalmente inseparable.
Lo hace también —aunque a primera y un tanto miope vista pudiera parecer todo lo contrario— poniendo «codo con codo» los términos españoles y los ingleses. Frente a una supuesta deslealtad lingüística intentamos, con ello, elevar el rango de los nombres en español, situándolos al lado de los términos —como todos sabemos, por desgracia nuestra— mayoritariamente elaborados en la lingua franca de su misma creación científica.
A la vez, al contar siempre con la referencia internacional, puede este hecho servir mejor a nuestras indudables carencias terminológicas y al afán de poner orden en la comunicación entre científicos e hispanohablantes, siempre que se logre continuar con el imprescindible y vigilante sentido de anticipación, voluntad de intelectualización de la lengua española que se intensifica y se continúa al compartir de la idea de la imprescindible presencia en este proceso de los tratamientos técnicos, tanto de aquellos en los que la lengua es el sustrato de las acciones de la ingeniería lingüística, como de los que requieren la presencia del español en la reciente mutación de la civilización, causada por el desarrollo de las redes de comunicaciones y la explotación de sus servicios.
Pues bien, me acerco a la confluencia de la intervención de don Daniel Prado. Con este convencimiento, la Academia de Ciencias de España se ha conformado —después de la edición de este vocabulario—, se ha conformado como nodo de comunicaciones de la terminología científica en español.
Su experiencia le permite participar en proyectos internacionales como el de la elaboración de repertorios multilingües de los ingredientes lingüísticos, lexicográficos y técnicos de la misma terminología, pero, sobre todo, la de participar en las redes mundiales de comunicaciones.
Una de estas redes mundiales de comunicaciones es a la que va a referirse don Daniel Prado, Representante en este caso de la Unión Latina. Es la filosofía y es el contenido de este Diccionario científico y técnico el que va a figurar ya como ingrediente de la red a la que va a hacer referencia, desde este momento, don Daniel Prado.