Desde los inicios de la radiodifusión, el lenguaje tuvo en los medios de comunicación una formidable vía para enlazar a las personas.
Cien años después de los primeros contactos por medio de las ondas hertzianas entre una colina y la otra, o de tierra firme a una embarcación, la tecnología inaugura la televisión punto a punto. Junto a imágenes y sonidos, el sustento fundamental sigue siendo la palabra, la realización concreta del lenguaje de que se trate: la lengua.
A partir de la socialización y crecimiento del alcance de las transmisiones de radio en nuestro país, empezó a definirse la inclinación de los mexicanos por la palabra que, expresada frente a un micrófono en una cabina imaginada, era captada y atendida en un aparato receptor. La sociedad posrevolucionaria, marcada por las desigualdades coloniales que trascendieron la etapa independiente, hacía contacto y recibía, sin las reticencias que profesaba por la palabra impresa, a un medio que le comunicaba a través de la voz y los sonidos.
La aceptación de la radio fue abierta y cabal. Los mexicanos tan orgullosos de su confianza en la palabra empeñada, le confirieron un valor singular a la que se emitía por el aparato. Sobre todo, quizá, porque era una expresión que lo mismo reflejaba el habla popular que una locución profesional destacada, tanto por las voces como por la dicción. Era entonces una transmisión de la lengua española que invitaba a la complacencia y a la emulación. Como un aula del aire o a distancia, las manifestaciones de tipo popular eran tomadas por genuinas y las que correspondían a acertadas formas, como una invisible presencia de algún mentor.
El auge de este esquema radiofónico termina en paralelismo con el despliegue de la televisión. El cuadro que contiene la nueva relación de los medios electrónicos con el lenguaje es, desde siempre, deficitario para la sociedad. La caída de los contenidos discursivos de la radio, el desigual relevo de las buenas voces del micrófono y el abandono paulatino de sus principales virtudes, aunados a la definición fundamental de la televisión por el entretenimiento y el modelo estadounidense, constituyen el difícil contexto de recreación y transmisión de nuestro idioma.
Con excepción de algunos personajes y emisoras, ciertos programas y la presencia esporádica de maestros e intelectuales, el manejo del lenguaje en los medios electrónicos, lejos de propiciar un mejor y más rico empleo por parte de radioyentes y televidentes, ha sido —en términos generales y a pesar de su potencial carga positiva— influencia degeneradora y limitante.
Aunque desde posiciones superficiales o de crítica excesiva se concede a los medios audiovisuales, particularmente a la televisión, un papel de escuela sustituta por imposición, criterios que no compartimos, consideramos que debe evaluarse a tales agentes de la comunicación por lo que realmente son, por el nivel y valor de sus aportaciones y por lo que podrían ofrecernos de manera viable y objetiva. Teorizar sobre lo que deberían ser la radio y la televisión es estimulante, pero de manera recurrente nos conduce a propuestas ajenas al mundo que vivimos.
Sobre todo en lo tocante al lenguaje, conviene ser cautos en la ponderación y en la conjunción de las ideas para significar aquello de mérito, señalar lo que puede evitarse y atisbar caminos seguibles y seguros para alcanzar metas a nuestro alcance.
En todas las normas sobre contenidos de la radio están presentes las indicaciones y exhortos para que se cuide y propicie el buen uso del idioma español; sin embargo, tales ordenamientos han quedado en el terreno del deber ser y la voluntad. El cumplimiento de las disposiciones legales enfrenta, entre otros asuntos, dos cuestiones que apreciamos destacadas: una, relativa a la libertad de expresión, materia muy delicada de abordar; y otra, concerniente a la oralidad radiofónica ajena a un guión preconcebido y, por lo tanto, insumisa a supervisión alguna. Acerca de ambos asuntos queremos centrar nuestra reflexión.
De los medios audiovisuales corresponde a la radio una participación más espontánea. Tanto por sus formatos como por su relativa simplicidad, la palabra fluye generalmente en condiciones de menor elaboración con respecto a la televisión y el cine. En tal sentido, siempre es campo minado señalar errores o malos manejos del idioma, porque puede interpretarse como una manifestación de censura. Ocurre ello más asiduamente cuando se trata de programas informativos, de análisis y opinión.
El antídoto para este mal consiste en un trabajo de fondo que logre distinguir con nitidez la forma del contenido y, consecuentemente, se dé el deslinde que permita tratar con solvencia la construcción discursiva sin que se contamine de la sustancia de lo tratado.
Hasta lo que se sabe, no existe conflicto en los medios impresos entre forma y fondo. Todo lo que publican periódicos y revistas pasa por una corrección de estilo. Aún los textos de escritores, colaboradores y articulistas, junto con las entregas de reporteros y redactores, son sometidos a la revisión correspondiente. Es cierto que luego es común la queja de autores por mutilaciones o cambio de sentido de frases y oraciones, pero lo importante es que esta práctica de corrección es buena e insustituible.
Tan es así que uno de los sistemas básicos de la escritura en computadora es el de la corrección ortográfica y la ayuda para una redacción aceptable. Tenemos entonces que ya realizada por el hombre o con apoyo en la máquina, la supervisión de la escritura que se va a socializar a través de medios de comunicación impresos es acción necesaria y universalmente convalidada.
Como en los inicios de las transmisiones radiofónicas lo que se divulgaba provenía mayoritariamente de materiales salidos de las imprentas y, además, se buscaba que locutores y presentador tuvieran buena voz y leyeran bien, estaba asegurado un uso aceptable del lenguaje. El campo de las dramatizaciones, radionovelas y programas de conducción estuvo a cargo, generalmente, de escritores que llevaron a cabo una labor meritoria. En resumen, por diversas circunstancias la recreación del lenguaje a través de la radio tuvo atenciones y cuidados que con el transcurrir de los años se subestimaron.
El desarrollo radiofónico a partir de la irrupción televisiva fue dejando atrás formas de trabajo que garantizaban patrones de uso considerado del lenguaje. La improvisación, el relegamiento del guionismo y la incorporación de presentador y locutores sin los atributos de sus antecesores, conformaron un cuadro que definió a la radiodifusión comercial por espacio de varias décadas. Los criterios imperantes establecieron que entre menos gastos se hicieran para actividades no indispensables —entre ellas, desde luego, la redacción de textos para los presentadores— mayores rendimientos materiales podrían obtenerse.
Mientras la radio mexicana desestimó el cuidado y el auspicio para el adecuado uso de la palabra —con la excepción de las emisoras culturales y universitarias—, paulatinamente la música y una presentación sólo complementaria tomaron el dial. Cuando la tendencia comenzó a revertirse con la aparición y multiplicación de programas informativos, de crítica y de análisis, la necesidad de procurar la buena utilización del lenguaje se hizo evidente a la percepción de todos.
La consideración capital de que la pobreza radiofónica en el manejo del lenguaje genera empobrecimiento cultural por contagio natural, es una certidumbre comprobada. En tal sentido, de manera paralela a la apertura informativa y de opinión que existe en el medio en la actualidad, deben conjuntarse empeños para superar el bajo nivel del formato discursivo. Ello, destacamos, en pleno respeto de los contenidos.
Un mecanismo que se aprecia pertinente y viable es el de la creación de departamentos de redacción y corrección de guiones y libretos. Aunque apoyamos la tesis de que la recreación del lenguaje debe ser libre y desapegada de cartabones, el impacto social de la comunicación electrónica exige que, también, el discurso fluya con observancia de las reglas elementales de la gramática. Tales áreas de trabajo lo mismo pueden generar textos de apoyo de locutores, que depurar la trabazón de frases y oraciones plasmadas en guiones preparados por los diversos equipos de producción de las series.
Lejos de convertirse en instancias de algún poder al interior de las emisoras, su verdadera misión es la de ser parte complementaria del circuito de la comunicación radiofónica. Aún más, su quehacer debe ser discreto y siempre solidario con la sustancia que contienen los textos que se revisan y corrigen. En todo es un servicio a autores y lectores de los guiones para que el lenguaje tienda a mayores y más ricas posibilidades de la expresión humana.
Locución y presentación radiofónicas tienen grados de espontaneidad relevantes con relación a los otros medios audiovisuales. Cierto es que la producción de radio es una tarea que tiene al guión como columna vertebral de cualquier emisión. Sin embargo, ni aun la radiodifusión cultural cubre todas sus transmisiones habladas con textos redactados de manera previa. Por lo tanto, el riesgo de un empleo inadecuado o pobre de la lengua es un acompañante cotidiano, siendo éste más amplio en los medios comerciales en los que hay que adicionar la presencia de la publicidad que hace un deficiente uso del idioma. En este apartado las soluciones atienden a la capacitación de los comunicadores y al cuidado de los materiales que se aceptan para su emisión.
Sin alentar convalidación alguna de posturas exclusivistas ni tampoco posiciones laxas en exceso sobre el acceso a los micrófonos de las estaciones de radio, los puntos centrales de la condición de locutores y presentadores giran en torno a capacidad, cultura y empleo del lenguaje. Sobre lo primero, las exigencias son variadas y acerca de los otros asuntos —inseparables por regla— debe haber siempre, cuando menos, suficiencias. Y en tanto no se alcancen tales o se descubran francas carencias, la norma debe mover a evitar participaciones deficientes e imbuir la capacitación de los interesados.
Quienes trabajan ante los micrófonos deben de cubrir integralmente la condición de cabales comunicadores; si no lo son, el único camino viable es la preparación. Apelar a esta asignatura debería ser fundamento de superación y profesionalismo. Además, ese principio está estipulado en las declaraciones e idearios de las asociaciones y gremios de los trabajadores de los medios de comunicación. Convendría entonces generar mecanismos de evaluación para aspirantes y prospectos. Asimismo, auspiciar la creación de comisiones de autoridad moral y profesional que emitan recomendaciones u observaciones a los medios sobre el uso del lenguaje, a la par que propugnen por el enriquecimiento de nuestro idioma.
En cuanto a aquella publicidad que socava el lenguaje bajo los falsos amparos de la creatividad y la eficacia, el problema es mayúsculo por los intereses comerciales y económicos que la acompañan. Hasta ahora los códigos de ética de los grupos de anunciantes en muy poco han abonado para conseguir alguna mejoría. También a estos gremios deberá convocarse en esta causa común.
Bien podría también recurrirse a alguna instancia de reconocida solvencia y de composición multidisciplinaria para dilucidar controversias en torno al uso publicitario del lenguaje. Ello principalmente porque los códigos legales no conforman un eficiente instrumento y la acción de la autoridad por si sola no consigue el objetivo. Asimismo, sano sería recomendar a los medios el ejercicio de un —tal vez imposible, se reconoce— derecho de admisión de lo que por pago difunden.
La expresión y el discurso radiofónicos que conocemos en el ámbito mexicano de fin de siglo son, en buena medida, correlativos a los diversos niveles de relación con la lengua española que existen en nuestra sociedad. Una pirámide triangular bien definida puede dar una idea cercana. De la cúspide estrecha a la amplia base la gama de realizaciones concretas del lenguaje evidencian una desigualdad de índole negativa. Como en la realidad social, el reto consiste en construir otra figura geométrica más igualitaria.
En virtud de que la radio es por anotonomasia comunicación a través del lenguaje, mucho vale la pena promover y proyectar reflexiones en torno a la superación del empleo de nuestra lengua. Implícito está que el lenguaje se aloja en el núcleo de la función social y cultural que desempeñan los medios audiovisuales. Conforme a diagnósticos y propuestas, las acciones a seguir tienen, ahora, la palabra.