El periodismo, vehículo de penetración de extranjerismos en el léxico comúnManuel Mourelle de Lema
(España)

Aparte de que el programa inicial recogía esta temática bajo el epígrafe «El lenguaje científico y técnico en los medios de comunicación», hay otras razones para la elección del tema de esta comunicación.

Es una de ellas el hecho de que la cultura actual esté determinada, más que por las humanidades, por el tecnicismo y aun el mecanicismo, es decir, por los avances de la ciencia y de la tecnología en general. Sería otra motivación la emanante del hecho, paralelo al anterior, de ser hoy en día cuando surgen, como por ensalmo, múltiples técnicas e instrumentos que propician no sólo la producción y difusión de ideas, sino la transformación o incluso la creación de muchos comportamientos lingüísticos nuevos.

La misma denominación de «medios de comunicación», «medios de comunicación de masas» (mass-media), lo delata. Con la antigua designación de medios de difusión» o «medios de información» se quería resaltar intencionalmente un tipo de comunicación que, a partir de un centro emisor, se difundía de manera que alcanzase al mayor número de oyentes. Frente a este concepto estaría los Mass-media, que mira más directamente al aspecto instrumental de la transmisión de mensajes.

Todo esto afecta en forma muy importante a la expresión del lenguaje como vehiculador de la información, de modo especial en la Prensa, tanto escrita como audiovisual. Es el poder a que han llegado los actuales medios de masas, que hace que el lenguaje empleado sea cada vez menos reflejo del dominio académico. Lo que sucede, más aún que en la morfología y en la sintaxis, en el campo del léxico, donde el cambio es, con harta frecuencia, trepidante y aun traumático.

La caracterización del lenguaje de los medios de información: sus causas

El lenguaje de los medios ha sido calificado por los críticos más duros de mediocre, al tiempo que resaltan su pobreza y desnaturalización. Alguno de estos críticos ha llegado a atribuirlo al empobrecimiento del habla estudiantil: en su léxico, su torpeza expresiva e incoherencia en la redacción1. Para otros autores el agravamiento de estos síntomas parece coincidir con el flujo creciente de los medios audiovisuales: «Uno de los fenómenos más destacados de la historia de la sociedad humana es, sin duda, la televisión. En este momento apenas es posible predecir cuál será su verdadera influencia sobre la formación de la mentalidad y de los hábitos de los futuros pobladores de nuestro planeta».2

Son posiciones distintas frente al fenómeno de la valoración del lenguaje de los medios de comunicación que, con todo lo subjetivas que sean, significan una toma de conciencia lingüística cara al problema. Creo no ser admisible que la pobreza de expresión y la carencia de gramaticalidad de la lengua mediática provenga del mayor o menor cuidado juvenil —no son los jóvenes quienes dominan los media, aunque trabajen en ellos—, sino, más bien, de la indiferencia social por la cuestión: actualmente, más que en la lectura, se aprende el lenguaje del magisterio diario de los medios.

Lo audiovisual domina sobre la escritura: el «más vale una imagen que mil palabras» se repite machaconamente desde que esta frase fue pronunciada por Mac Luhan. En este sentido es explicable la inquietud de Manuel Michel, según el texto antes transcripto. Como señaló el académico ecuatoriano Hernán Rodríguez Castelo, estamos asistiendo a la extensa y abrumadora influencia de la televisión sobre la mentalidad y hábitos de grandes masas, especialmente en Hispanoamérica.3

Y, en esta línea, opinó M. Criado de Val por esta década de los setenta: la consecución de una lengua estándar en la comunidad hablante en español, utilizable sin necesidad de molestas adaptaciones en todos los países que la integran, más que un propósito idealista de quienes defienden la unidad expresiva de una gran comunidad lingüística, constituye un caso de poderosos intereses comerciales ocultos y poco respetuosos con este vehículo multinacional de comunicación interpersonal que se llama español. Al hilo de esto mismo señalaba Criado de Val que allá por California y Florida y sucursales norteamericanas de Puerto Rico hace años que se fabrica un nuevo y extraño español que se ha dado en denominar «español neutro».4

Tanto para el filólogo español como para el mexicano Michel este español se sigue utilizando en doblajes que se hacen en México. Sus características son, entre otras, las siguientes: acentuación neutra. con pocos matices locales o regionales; lenguaje simplificado en léxico y sintaxis hasta grados deplorables de empobrecimiento; venalidad total de mensajes: «todo lo que rebase la inteligencia media que dirigentes o programadores de los canales de TV atribuyen a su público está rigurosamente prohibido»5, y, por último, los calcos del inglés (por ejemplo, «llévenlo con el [al] médico»).

Ahora bien, se dan posiciones mucho más positivas al respecto. Se destaca, por ejemplo, que el desarrollo de los medios contribuye a la unificación del idioma común, llevándose al cabo, así, el fenómeno lingüístico contrario al del latín, el cual, aislándose en las distintas provincias del Imperio, tuvo por resultado la diversificación o conversión en distintas lenguas, las llamadas románicas o neolatinas. Estaríamos en el marco de aquel deseo unamuniano, expresado en las vísperas del siglo que está a punto de fenecer: «Hay que hacer el español internacional con el castellano, y si éste ofreciese resistencia, sobre él, sin él o contra él».

El Instituto Cervantes, expandido por doquiera, puede contribuir a que se cumpla este deseo del viejo rector de Salamanca. Los hechos son elocuentes al respecto: con datos no actualizados, en los EE. UU. de América la colectividad de habla española está ya en los 30 millones largos, y crece cada día. Para el año 2020 se estima que habrá más hispanos en EE. UU. que españoles en España.

Es más: sólo uno de cada tres hablantes de español nació allí; el 20 por ciento vive en este país desde hace veinticinco años; el 45 por ciento, desde hace quince, y el 20 por ciento ha llegado aquel país hace menos de diez años. De la totalidad de hispanohablantes, el 60 por ciento es de origen mexicano; el 14 por ciento, de origen puertorriqueño; el 6 por ciento, cubano, y el 20 por ciento llegó allí desde los restantes países hispánicos. Hay más aún: hay más de 26000 médicos de origen hispánico, así como más de 75.000 profesores y varios miles de otros profesionales —ingenieros, abogados, arquitectos, industriales, financieros, escritores, músicos, etc.—. Los graduados universitarios pasaban, en los años ochenta, del 3 por ciento al 7 por ciento, de los cuales cinco de cada diez eran bilingües.

Estos hechos significan una verdadera canalización diversificada de la expansión del español en los EE. UU. de América. Para más abundamiento: la cadena hispana de televisión llegaba en la década de los ochenta, por satélite a treinta y cinco de los 50 estados norteamericanos; de modo que, por esta vía, debió de progresar aritméticamente la expansión del español en ese país. Añádase a esto, por referencia a la actualidad, el incremento de cadenas de televisión en el país e igualmente de periódicos.

Faltaría llevar a cabo el estudio, en profundidad, de la penetración del español en la Europa Unida desde el ingreso de España, por cuanto nuestra lengua ha conseguido, por esta circunstancia, una mayor presencia en foros de decisión, tanto económico-políticos como culturales, en los que no estaba presente. Igualmente, habrá que estudiar lo que de resultados viene significando la creación y establecimiento de los Institutos Cervantes, como compensación del descenso de la presencia de estudiantes, tanto de Europa como de América, en nuestras universidades en comparación con la política en este sentido de la época de Franco.

En el campo de los medios, el sector más influyente respecto del hecho del lenguaje lo representa el periodismo en sus dos proyecciones: el tradicional o escrito y el moderno o audiovisual. Máxime, si se tiene en cuenta su situación intermedia entre la literatura —de la que es hijo— y la publicidad —de la que es padre—. Acaso de aquí arranque el pequeño drama de la lengua periodística, que no es otro que el estar a caballo sobre la técnica literaria y la publicitaria: esta última tiene, por un lado, un código particular procedente del sistema psicosemántico que descansa en la imagen —lo plástico o icónico—; por otro, descansa en un códígo puramente lingüístico, porque no siempre prescinde del texto escrito. Respecto de la conexión del periodismo con la literatura, es sabido que aquél nació en el siglo xviii de la mano de escritores a la vieja usanza y en él, junto a los informadores o periodistas, fueron y son adalides del bien decir los pensadores. Pero esto último no siempre se ha visto bien: el uruguayo José Enrique Rodó apóstrofo al periodismo imputándole una parte de la culpa en la frustración de talentos apreciables que pudieran estar destinados a la genuina creación literaria.

El cambio lingüístico en el lenguaje de los medios

El lenguaje, como todo fenómeno humano supeditado al libre albedrío, está sujeto al cambio. El cambio constituye un capítulo de gran interés en el ámbito de la diacronía, es el motor de ésta. No obstante, los autores no están de acuerdo en muchos de los sectores de este fenómeno lingüístico. La estaticidad o el movimiento en la lengua constituyen una cuestión que divide a los lingüístas desde las formulaciones estructuralistas y cuya solución es harto difícil. Para F. de Saussure, Ch. Bally y B. Malmberg, entre otros, la lengua es, por definición, estática o sincrónica, por el hecho de que ésta es inmutable en tanto que sistema. Es decir, es un «sistema inmutable», en expresión saussuriana.6

De todas formas, esta afirmación se palia al sustentar estos mismos autores que la lengua posee una estructura sincrónicamente inmutable, aun cuando pueda cambiar, ser diacrónica, en el plano de sus elementos constitutivos. Pero, pese a esto último, remachan el aspecto sincrónico, al señalar Saussure que cualquier lengua que tuviese su estructura interna sujeta a evolución estaría permanentemente en situación de dejar de ser la misma, lo que es.

Por su parte, E. Coseriu tomó sus cartas en el asunto afirmando que el problema del cambio lingüístico encierra una aporía fundamental, puesto que ya en su planteamiento, hecho en términos causases —«¿por qué cambian las lenguas?», como si no debieran cambiar—, parece presuponer una estaticidad natural. Este autor, junto a otros, es de la opinión de que no hay contradicción entre sistema» e historicidad, sino que, por el contrario, ésta implica a la primera. Para éstos, la antinomia sincronía/diacronía no pertenece al sistema de la lengua, sino al plano de la investigación en realidad.7

Eclécticamente, cabría sostener al respecto que no cabe distanciar estos ámbitos en el hecho lingüístico. Antes, al contrario, sería preciso colmar el ambismo existente entre ambos conceptos o métodos analíticos. La dicotomía pertenece tanto al «ser de la descripción» como al «ser de la lengua» misma. No existe, por lo tanto, una dicotomía irreductible: sincronía y diacronía no son inseparables absolutamente desde la estructura de la lengua, dado que, para describir una lengua, hay que colocarse en un «estado» y los «cambios» no existen más que cuando se comparan estados de la lengua.

Partiendo, pues, de que la mutación o cambio es consustancial al hecho de la lengua, está fuera de duda que aquélla tiene una gran presencia en el periodismo, como en los demás medios de comunicación. En términos generales cabría decir que, si en condiciones normales el lenguaje coloquial acusa el balanceo entre la necesidad de comunicación y la tendencia al menor esfuerzo, en el lenguaje de la información en general no sólo se da aquello, sino que está presente un matiz peculiar: la economía espacio-temporal, que equivale a la financiera, de acuerdo con la manida expresión, atribuida a los norteamericanos, de que «el tiempo es oro». Esto se da con más intensidad en el audiovisual.

Mas no sólo la utilización de la lengua en los medios está condicionada por el hecho aludido, sino, incluso más aún, por el factor de la inmediatez al hecho noticiable. En el periodismo informativo manda el instante, la inmediatez al acontecimiento. Esto no permite elaborar la noticia con el cuidado deseable.

El éxito del informador viene dado, en gran medida, por la oportunidad de la noticia; es decir, que ésta sea lo más reciente posible, casi como realizada in situ, al pie del hecho o fenómeno. Si mediase espacio temporal, por lo general, no estaríamos en el sector de la noticia, sino de la información, puesto que, según Escarpit, son dos conceptos diferentes: aquélla es la relación de un acontecimiento, mientras que ésta, lo que el lector saca de tal referencia. La información no estaría, por lo tanto, supeditada al factor tiempo en el largo período en que el canal era el de la transmisión por correo. Sólo ocurre lo contrario en el momento en que el canal lo constituye el teléfono. Y no se diga en la variada y sofisticado canalización hodierna.

A la casi irreflexión en la redacción textual habría que añadir, aun con mayor carga, la articulación fonética en los medios audiovisuales con estos rasgos la cantidad o duración de los sonidos y de las pausas, por ejemplo, han sufrido un proceso de notable aceleración; aumento de la tensión articulatoria, del acento de insistencia y del desplazamiento acentual; marcada tendencia al hiato, contraria a la diptongación, etc. Todo lo cual tiene su justificación en aquella frase de Menéndez Pidal, en Castilla. La tradición. El idioma: «la acción del individuo y la colectividad sobre el idioma se va haciendo cada vez más inconsciente».

A ello, en nuestra época, más que en la de Don Ramón, contribuye el manido estrés, la lucha diaria del informador por hacerse un espacio y por llegar a tiempo en el complejo campo de la información actual.

La hispanización de extranjerismos provocada por los medios

A través de la prensa de Madrid nos ha llegado la información de una opinión encaminada a incorporar al diccionario oficial «todos los extranjerismos sólidamente arraigados con la forma de origen»8, propuesta que personalmente considero peligrosa. Hecha la distinción entre extranjerismo y neologismo como, respectivamente, término empleado en una lengua en su forma originaria o voz que, procedente de otra lengua, es admitida en otra adaptándola a la fonética y morfología de la adoptante, no cabe admitir la asunción indiscriminada de los extranjerismos. En este sentido, el buen sentido del mejor periodismo actual considera que hay un vacío en este campo en el caso del español, al tener que emplearse un extranjerismo como neologismo cuando aún no se ha pronunciado la Real Academia Española.9

Esta última posición es la sustentada en los siglos xix y xx académicamente —adverbio, este último, con el no quiero referirme a la alta Institución de nuestra lengua—.10

Distinción entre neologismo y extranjerismo

Hay que partir en la cuestión planteada de la hispanización del léxico foráneo de la diferenciación entre las dos voces antes citada: neologismo y extranjerismo.

El Diccionario de la Lengua Española de la RAE11 los distingue con suficiente claridad. Así, extranjerismo es «voz, frase o giro de un idioma extranjero empleado en español», y neologismo: «1- Vocablo, acepción o giro nuevo de una lengua. 2.- Uso de estos vocablos o giros nuevos». Es decir que, para la RAE, la distinción entá en que el neologismo no tiene por qué ser emanación de una voz o giro extranjero; basta con que sea nuevo.

En el caso de M. Moliner, la distinción radica en este concepto: en la diferenciación entre intercalación e introducción. En efecto, extranjerismo es definido como «Palabra, frase o giro de una lengua que se intercala [se 'coloca entre dos cosas'] en otra», es decir: es a modo de una prótesis [no prótasis] inserta en una lengua, algo ajeno, pues, a su estructura propia; el neologismo, en cambio, es considerado por la citada lexicógrafa como «Palabra o expresión recién introducida en una lengua»; se supone que no protésicamente, sino de forma aceptiva, vegetativa o natural. Que esta distinción es válida viene avalado por el hecho de que, al definir los lexicógrafos la voz americanismo, no lo hacen considerándolo como extranjerismo, sino como «expresión añadida al español en los pueblos americanos de habla española»12; sería algo así como palabra o expresión introducida en el español no «traumáticamente», es decir, lo contrario de intercalada.

El concepto de neologismo radica evidentemente en la novedad, de acuerdo con su étimo helénico -de neos + logos 'expresión nueva' (etimología distinta de la que da el Diccionario académico, en la edición citada: «De neo y el gr. razonamiento»)-. Como señaló Mariner Bigorra, neologismos son los elementos nuevos o recientes, por oposición, más que a los arcaísmos —elementos caídos en desuso— a los ya arraigados. Así pues, neologismo es el opuesto de vocablo arraigado en una lengua, y más allá de aquél estaría el extranjerismo.

El extranjerismo, concepto a que atiende básicamente esta comunicación, será extraño al dominio del neologismo y, a fortiori, al de los vocablos arraigados o asumidos plenamente por la lengua, mientras no sea sometido al pulimento —teoría del «canto rodado»— requerido por el idioma fonética, gramatical y léxicamente. Si el neologismo es un elemento nuevo, el extranjerismo es extraño a una lengua dada. Para poder darlo como arraigado, tendrá que sufrir un doble proceso: conversión en neologismo, con los cambios exigidos, y aceptación posterior en los círculos idiomáticos en que empezará a tener vida. En caso contrario, podría permanecer indefinidamente como tal en la lengua, por cuanto, como dice Mariner, necesitaría ser «presentado» o explicado a algún miembro o interlocutor de la comunidad hablante, por ajeno al sistema.

La asunción del extranjerismo por el español

Respecto del tecnicismo, M. Moliner es de opinión muy generosa: «Son, en general, considerados legítimos, sin necesidad de que estén sancionados por la Real Academia, los tecnicismos necesarios para designar conceptos nuevos, así como designaciones científicas formadas con una raíz culta para atender una nueva necesidad, de acuerdo con las normas generales de la derivación».

Esta posición, adoptada en la práctica por doquiera, hace que en los medios de comunicación actuales se haya pasado de la restricción tradicional académica a un amplio babelismo. Esto ocurre especialmente en el campo del léxico, de modo que los extranjerismos, sin pulir por el ejercicio normal de la lengua —a causa, principalmente, de la rapidez de su aceptación para los fines prácticos de los mass-media— sean muy abundantes en nuestra lengua; en mayor número, los procedentes del anglonorteamericano.

La razón de este fenómeno la dio S. Mariner, quien creía que estriba en la esencia de este ámbito de las lenguas —el léxico—, que no acostumbra a ser sistemático como el fonológico-fonético, el morfológico y, aunque no en el mismo grado, el sintáctico. Esta mucho menor sistematicidad del léxico hace que puedan penetrar en él cuerpos extraños con mucha mayor facilidad para obtener la tolerancia del hablante y, a la postre, la aceptación definitiva, incluso por los hablantes menos dotados.

Hace advertir Mariner que, incluso entre los barbarismos léxicos, los que más defícilmente sobreviven a su condena o rechazo son los que llevan la marca de su extranjerismo en prefijos o sufijos, por ser éstas partes relativamente sistemáticas al fin y, por descontado, mucho más que las partes radicales.13

La invasión de anglicismos en la prensa madrileña actual

El español de los Medios es receptor de un aluvión de extranjerismos innecesarios o producto de desidia en la búsqueda de sustitutos propios del idioma.

Este hecho de lengua podría acaso llevarnos a pensar en un fenómeno de desnaturalización de este bien social más que de corrupción en el sentido dado al término por Bernado de Aldrete allá por el siglo xvii, cuando ponía este fenómeno en el punto de inflexión del latín con respecto a sus hijas, las lenguas neolatinas.14

Recientemente, Manuel Alvar López se mostraba favorable —mejor, lo pedía— a prohibir la utilización de tacos en la televisión. Pienso, al respecto, que si hubiera que prohibir estos a manera de exabruptos lingüísticos, cuánto más el empleo, tan poco eufónico, de estas voces foráneas utilizadas tal como fueron paridas en otras lenguas, con todas sus letras y su articulación fonética. Palabras en otros términos, empleadas en nuestra lengua sin el menor atisbo de adaptación a nuestra fonética y a nuestra morfología.

Que este proceder es inaceptable, pese a que consentido, lo avala el que Alvar extendía incluso la prohibición al empleo sin adaptación a nuestra fonética de topónimos de otras lenguas españolas. Se preguntaba académica, no sin tono irónico, cómo un hispanohablante puede llamar a un equipo de fútbol 'el Girona', cuando suena de forma parecida a chirona, voz que significa «lugar adonde iban a encarcelar a determinados delincuentes».15

En el abusivo uso de extranjerismos están presentes tanto la pedantería como la torpeza. Y no puede justificarse, como sostiene algún lexicógrafo actual, en aras de que «el atinado y sobrio» extranjerismo enriquece al idioma.16

Somos de la opinión de que la norma en la adopción de voces extranjeras estaría en que se hallara la fórmula adecuada para la libre adopción de voces foráneas pasándolas por el cedazo del ajuste fonéticomorfológico. Sólo así la afluencia de extranerismos podría suponer un verdadero enriquecimiento, llevando a la práctica la sentencia unamuniano de que «meter palabras nuevas es meter nuevos matices de ideas».

A través de los multimedios convivimos, queramos o no, con la avalancha de extranjerismos: los encontramos tercamente en las etiquetas o letreros de los productos que consumimos, en los establecimientos y edificios de nuestras ciudades. Aunque, debido a nuestra escasa contribución a la tecnología actual, no estemos en disposición de crear nuevo léxico, no podemos bajar la guardia y estar a lo que nos den o venga dado del exterior. Es un hecho, además, que en los medios de comunicación el flujo de voces extrañas es caudaloso. En los libros y en la prensa escrita abundan las palabras en letras cursivas, recurso tipográfico para señalar que tales elementos o expresiones son huéspedes o forasteros en nuestra lengua.

Soy de la opinión de que, en estos males del lenguaje, como es lógico, tiene la última decisión un posible a modo de «Laboratorio léxico» en/de la Real Academia Española.

He realizado un exhaustivo seguimiento del conjunto de extranjerismos utilizados por la prensa madrileña en una corta franja temporal del mes de abril de 1996. El resultado es elocuente por su cantidad.

Medios analizados:

ABC: semana del 15 al 19,

EL PAÍS: 19 a 14,

El MUNDO: 15 a 19 y 21 a 25,

EL PAÍS SEMANAL: 25 de febrero y 3, 10 y 17 de marzo.

DIARIO 16: del 22 al 26 de mayo.

MUY INTERESANTE: N.º 166 a 170 (marzo, abril, mayo, junio y julio de 1995).

FOTOGRAMAS & VIDEO (revista): N.º 1823 a 1826.

REVISTA TRES 60 : N.º 29 (agosto-septiembre 1992).

Relación de voces extranjeras

Hay que advertir, antes de proceder a dar la relación de estos términos, lo siguiente: a) que toda la nómina, salvo casos aislados, se repite en todos los medios arriba referidos, estando presentes, en mayor cuantía, las voces relativas a informática o telecomunicación en las dos últimas revistas mencionadas —Fotogramas y Tres 60, si bien, como procedimiento general, no se ha atendido con exhaustividad más que a las palabras empleadas en el léxico común; b) que al léxico común se ha atendido, de modo especial, en el campo de la publicidad, por cuanto aquí hay términos que, a fortiori es el caso de los anuncios de productos, tienen que figurar en las lenguas de los países productores de los que se importan, aparte de que es, en el dominio publicitario, en donde el lenguaje se cuida menos; incluso, existiendo voces correspondientes en español en casos, neologismos, se tiende al empleo del término extranjero, entre otras posibles razones, por esnobismo o por atraer la atención del posible comprador; máxime, cuando éste es joven.

Conclusiones

Nos hemos centrado exclusivamente, en esta muestra, en el léxico no especializado. Se han rehuido voces y expresiones técnicas en general, es decir, de la medicina, la economía, la informática e incluso las estrictamente relativas a deportes en particular.

La cuantía de estos monemas y sintagmas, extraída en una franja temporal tan reducida, es ejemplo palmario de la abusiva utilización de elementos tan extraños a nuestro idioma. Lo cual hace que haya que reflexionar: en primer lugar, en los obstáculos que se ponen al lector medio, que también cuenta, en la lectura —y captación precisa de la información que se le transmite—; y, en segundo lugar, en la necesidad de que se agilice admisión en el léxico común de aquellos neologismos que impidan tal proliferación de elementos extraños a nuestro idioma. A uno se le ocurre pensar si esto se pudiera imaginar en el caso concreto de la lengua inglesa.

En el transcurso de esta recopilación de datos nos hemos encontrado con casos tan extraños como el de la formación de neologismos ingleses para su empleo en español: los he señalado entre paréntesis en la relacíón. Se trata, de téminos no registrados el los diccionarios del inglés corriente. Tal tendencia se advierte claramente en el diario El País y en la revista Tres 60.

Desde las facultades de Ciencias de la Información poco se puede hacer al respecto. El graduado flamante que entra a trabajar en los medios poco podrá hacer frente a esta proceso, producto de la ley del menor esfuerzo. Opino que sólo se podría poner coto a este mal desde las altas esferas del idioma. Aquí estarían, muy en primera fila, las academias de la lengua, que podrían —especialmente en la española donde hay en la actualidad académicos con gran influjo en la prensa— intervenir, por vía normativa, en estos desmanes, que lo son y grandes.

Notas

  • 1. «Informe sobre mudos y ágrafos», en Tiempo de Quito, 7-V-1980.Volver
  • 2. «La televisión, ¿ventana al mundo o caja idiota?, en Revista Mexicana de ciencia Política, n.º 76 (abril-junio 1974), p. 9.Volver
  • 3. En su actuación enel Congreso de Academias de la Lengua Española celebrado en Madrid.Volver
  • 4. Criado de Val, M.: «La lengua hablada y la lengua escrita en los medios de difusión», en El lenguaje en los medios de comunicación social, Madrid, 1969, p. 40.Volver
  • 5. Michel, M.: loc. cit. , p. 28.Volver
  • 6. CLG (de. esp., 1971), p. 154 Cfr. Bally, Ch.: Linguistigue générale et lingüistique française, (Berna, 1950), p. 18 y Malmberg, B.: Système et méthode, Lund, 1945, pp. 25-26.Volver
  • 7. Cfr. Coseriu, E.: Sincronía, diacronía e historia (Madrid, 3.ª ed.)Volver
  • 8. Dicho por Lázaro Carreter en una Conferencia en la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid en marzo de 1996. Volver
  • 9. Es de esta opinión el Libro del estilo de ABC, 1993, p. 34.Volver
  • 10. En mi libro La teoría lingüística en la España del siglo xix (Madrid, 1968) dedico un capítulo a la cuestión.Volver
  • 11. 19.ª ed. Madrid, 1970.Volver
  • 12. Es definición de María Moliner.Volver
  • 13. Cfr. Mariner, S.: «Neologismos», en la GER.Volver
  • 14. Del origen y principio de la lengua castellana, 1606.Volver
  • 15. Cfr. El Correo Gallego, Santiago de Compostela, 3-II-97.Volver
  • 16. Cfr. Hoyo, A. del: Diccionario de palabras y frases extranjeras, Madrid, 1995 p. V.Volver