Nos preguntamos que cuál es el papel de las facultades, o cómo se resuelve la promoción de los periodistas en el campo de la lengua española.
Es evidente, yo lo he dicho muchas veces, que la lengua —el español— para los periodistas debe ser la primera de las herramientas que han de usar. Por tanto, han de dominarla, no solamente conocerla un poquillo, sino dominarla.
¿Cuándo se aprende el dominio de la lengua materna? ¿en la universidad? No, a la universidad hay que llegar con la lengua dominada, no se puede esperar que en las facultades de Comunicación Social, de Ciencias de la Información, de Comunicación Colectiva, de Filosofía, o de Filología, la que sea, vayamos a enseñar a la gente a hablar español, porque eso es un error de partida. La gente tiene que aprender y dominar la lengua en las primeras etapas de la enseñanza, en la primaria y en la secundaria, en el bachillerato.
Las personas que han hecho un buen bachillerato —porque hay buenos bachilleratos y malos bachilleratos— sabrán escribir bien ya sean médicos, ingenieros de caminos, canales y puertos o periodistas. Las personas que no han hecho un buen bachillerato pueden, igualmente, acabar escribiendo bien, si hacen un sobreesfuerzo, cuando son adultos, por cubrir las lagunas que no cubrieron los maestros que tuvieron en la enseñanza de primaria y secundaria antes de la universidad. Eso yo lo pongo como punto de partida y creo que es indiscutible.
Por tanto, cada persona, cada periodista en este caso, que es la cuestión que nos interesa, tiene que saber, tiene que hacer un esfuerzo de reflexión personal, muy personal y autoestudiarse, evaluarse y ver si tuvo un buen bachillerato o si no tuvo un buen bachillerato. Es fácil de ver, porque solamente se trata de que vea cómo escribe y si comete muchas faltas de ortografía.
Un periodista va a realizar un trabajo extra de preocuparse, de mejorar, si no tiene un buen bachillerato y si tiene problemas con la lengua, su primera herramienta de trabajo. Lo digo una vez más, ¿por qué se va a preocupar, si la empresa no se lo exige? Si a la empresa le importa «un rábano», y perdonen por la expresión tan poco académica, esto es, que su periódico salga manchado y sucio, con faltas de ortografía, faltas de tipografía y de todo tipo; entonces mucha gente dirá: «yo qué necesidad tengo de ‘purificarme’ en el lenguaje».
Así hay empresas cuyo interés es vender periódicos como podían vender churros o zapatillas. Hay empresas que usan el periódico —en la teoría de la sinergia— para hacer otros negocios y entonces a esas empresas poderosas, que lo que les interesa es tener un periódico deportivo, un periódico económico, una televisión A, una televisión B, una emisora de radio A, una emisora de radio B, y hacer ediciones en América, en donde quiera que sea, en Europa.
Entonces esas empresas todopoderosas no bajan a la minucia del lenguaje, porque lo suyo es [tener] unas magníficas cuentas de resultados, y mientras todos los años ganen más, qué les preocupa que la gente escriba y hable en su periódico, una columnista de fama hable de «la epidemia de las vacas locas», etc. No les importa, eso no deja de vender.
Voy a leerles unos de los capítulos de la comunicación de ayer, que no pude leer, y abuso hoy de la mesa para profundizar en ello.
A las empresas no les interesa la pureza del lenguaje sino la cuenta de resultados. Esto es lo que me dijeron en un almuerzo con varios pequeños empresarios de comunicación. Me lo dejaron muy claro, ante mi cara de asombro. Hacer que los diarios aparezcan limpios de erratas y faltas de ortografía tiene un precio, que es el mantenimiento de equipos de correctores en la nómina fija del periódico. El coste de este sistema de control es superior al coste negativo que en imagen tiene un diario, así que se asume ese peligro cierto, porque es más barato.
Aquello que me comunicaban con gran frescura los pequeños empresarios en un coloquio sobre las fórmulas para disfrutar el diario Ya —un pequeño periódico de Madrid, el último de la fila—. Debe ser así, no se debe poner en duda, porque nuestro ejemplo lo confirma por doquier. Siempre, lo siento, voy al diario español de referencia que es El País, no es que le tenga manía, pero el día en que el diario de referencia, el de más ventas, fuera El Mundo, escogería El Mundo, desde el punto de vista académico.
El año pasado en marzo, en un congreso sobre la Lengua y los medios de comunicación celebrado en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, presenté un estudio de la mala interpretación de las nuevas tecnologías en prensa, y la incidencia que esta mala interpretación tiene en la calidad del periódico. Hablaba, fundamentalmente, de la erradicación de los correctores y atendedores en los periódicos, habida cuenta de que ahora los periodistas escriben directamente; por aquello del primer impulso, la informática provoca que ya no haga falta un intermediario entre el original y el texto publicado, porque el texto original es siempre el que se publica. Así, han desaparecido de España los correctores y los atendedores no sólo en los periódicos, sino también en los libros, con lo cual a veces hay libros que son penosos. Bien, y me refería a casos de El País en particular.
No hace falta ser un genio para comprobar cuáles son los tres tipos más generalizados de quejas de los lectores del diario o del periódico, de determinado periódico, el diario de prestigio y de referencia en el panorama del castellano en España, y que además —lo decía Schmucler— es el periódico que se lee y se compra en la Universidad de Oxford, en Columbia, donde quiera que sea, para que los estudiantes de inglés y los extranjeros aprendan español; por tanto, el periódico de referencia tiene una doble responsabilidad: ante los lectores propios del país y ante los que van a aprender el idioma castellano en el extranjero.
Los tres problemas más destacados son:
Ejemplos:
En apenas 40 líneas de un mismo artículo, fíjense lo que digo. Con lo cual el comunicante se pregunta: ¿es posible que con la tecnología avanzada de hoy un diario no cuente con un corrector de textos que evite, por lo menos, erratas (no son erratas) que avergonzarían a un niño de escuela? se pregunta. Y digo que no son erratas porque las erratas siempre han sido una especie de engañifla que los periodistas hemos contado a la gente para sacudirnos los problemas y hoy no son erratas porque es el autor el que lo ha escrito, no hay intermediarios por medio, no hay «duendes» de la redacción, ni hay teclistas que son analfabetos, que nunca lo fueron. Por tanto, son errores.
A estas sensatas críticas de una lectora responde el director del periódico: «El País tiene un servicio de corrección por el que deben pasar todos los artículos que se producen con cierta antelación. O sea, tiene un servicio de corrección para los artículos, para los textos de opinión, así como los editoriales y la primera página. Creo que en estas zonas del periódico hemos conseguido un nivel razonable. Es en las informaciones del día y, sobre todo, en las de última hora, donde los sistemas de control y edición no funcionaban adecuadamente. Estamos estudiando la posible implantación de un sistema de auto-corrección.»
Unos meses más tarde, el defensor del lector —al hacer un balance de su actuación— escribe en el último número de diciembre del 95, y dice: «Un buen 60 por ciento de ellas (se refiere a las quejas de los lectores) se ha referido al modo de escribir de nuestros redactores. Les duelen a los lectores las faltas de ortografía (evidentemente), de gramática, el descuido de los textos de un diario que ellos consideran de prestigio», y añade: «siguen preguntándose cómo es posible que el periódico no cuente con filtros de corrección de los textos».
Mi comentario al respecto es que es muy lamentable que se permita, se tolere ese decaimiento de un diario actual que ha sido tan importante en la transición española a la democracia, que tan notables servicios ha prestado a la libertad de expresión, editado por una empresa (Prisa) que, de forma paradigmática, apareció en el pobre panorama mediático español de los setenta y ayudó con su ejemplo de entonces —de entonces— a modernizar. Para muchos periodistas, entre los que me incluyo, fue un auténtico periódico modelo. Tal vez hoy la diversificación y el poder adquirido por sus mentores —Polanco y Cebrián— los haya animado a ocuparse de otras empresas, hasta constituir un formidable imperio mediático en Europa, en España, en América, tolerante con los problemas aquí señalados en un periódico insignia en tantas cosas.
Creo que no estamos ante un problema tecnológico, sino de formación y sensibilidad de los creadores de textos. No parece pertinente la afirmación de Mario Wolf cuando asegura que como consecuencia de la difusión de las nuevas tecnologías de la información aparece una especie de simplificación de la escritura, una estructura uniforme de creación y redacción de los fragmentos periodísticos; e insiste: «los sistemas de edición, con su funcionalidad respecto de las exigencias de modificar, colocar, extraer y unir parte de textos, induce en forma de escrituras modulares por paquetes de información».
Todos los casos contemplados son producto de la falta de formación, o de curiosidad, del autor; y aquí me duele usar la palabra «periodista», generalizar, porque lo he sido y me siento tal, pero si en el presente los periodistas académicos españoles reciben una mejor formación —como nunca antes en la historia—, lo que es indudable, ¿cómo puede suceder tal situación? Sólo encuentro tres tipos de explicaciones:
Aquí volvemos a encontrar cuatro casos:
A las empresas, que en su gran mayoría resumimos con el epígrafe de este tercer apartado, no les interesa demasiado, no les preocupa la calidad del texto de sus mensajes, sino la cuenta de resultados, y sucede que un texto más limpio va a implicar un sobrecoste innecesario que quitaría parte de brillantez a las cuentas del fin del ejercicio.
¿Qué es más importante: la limpieza del texto o el respeto a la realidad en el texto? Los acentos absurdos en unas tildes o que el periódico, el periodista, manipule la realidad en beneficio, por ejemplo, de su empresa.
Evidentemente, tengo claro que es mucho más grave la manipulación. El año pasado, cuando se hizo la entrega de los premios Ondas —premios muy importantes, de gran prestigio, que se entregan a profesionales de la radio y la televisión—, un periódico, cuyo nombre no voy a mencionar para que no me digan que tengo manía a algún periódico —no lo digo, ustedes lo descubrirán—, arrancaba la crónica diciendo que el presidente de la empresa había presentado algo revolucionario en Barcelona, como era el establecimiento de un negocio suyo de televisión por cable, y después, de paso, hablaba de los Premios Ondas. Eso es una manipulación de la realidad.
Otra manipulación: hoy, sin ir más lejos, el periódico El País le dedica cinco columnas al congreso de Zacatecas, una columna a la polémica sobre la no presencia, la no invitación de la Real Academia Española, y cuatro columnas a la presentación del proyecto de un libro de estilo común propuesto aquí el martes. El martes hubo cincuenta y tantas personas que participaron en este Congreso, 54 personas a lo largo de cuatro o cinco mesas, y solamente se han ocupado de la que a ellos les interesa. Eso es una forma de manipulación y, aunque esté muy bien escrita, a mí me produce más horror que si hubieran informado bien del congreso con muchas faltas de ortografía.