En ciertos sectores hay una preocupación latente sobre la influencia que las nuevas tecnologías de la información tienen sobre el lenguaje, el español en nuestro caso.
Con el actual baño telemático, Internet centra la atención de los sectores aludidos y las críticas caen sobre la red de redes, por la dependencia que dicen que sufre la lengua desde el inglés, al ser aquella el idioma predominante en la red.
La pregunta, por tanto, es si hay realmente una incidencia negativa surgida a partir del establecimiento de nuevas tecnologías de la información sobre la calidad del lenguaje empleado en los medios de información, españoles, en nuestro caso y objeto de estudio. Sobre esta cuestión, ésta otra: ¿Internet es en verdad esa especie de diablo que va a acabar con el castellano en el marco de la globalización y todos acabaremos entregados al idioma «oficial» de la red de redes?
Parece que con estos dos problemas, claramente delimitados y planteados ciertamente entre algunos sectores de la población, localizado en la Academia, por tanto, tenemos materia suficiente para tratar de averiguar qué hay de cierto en la creencia o sospecha indicada y bastante bien aceptada: que las nuevas tecnologías de la información actúan de forma negativa entre la población en materia de lenguaje y que Internet poco más o menos ha venido a dar la puntilla al toro del español.
Como a todo problema a investigar, hay que enfrentarle su hipótesis; la nuestra —que trataremos de desarrollar— habla de que las tecnologías son meros instrumentos o métodos que utiliza la persona para realizar viejas tareas con mayor comodidad, menos esfuerzo, mayor productividad y menor tiempo. La influencia que toda esa novedad pueda tener sobre un idioma dependerá por tanto de la mayor o menor sensibilidad que los usuarios de la nueva tecnología posean ante la primera de sus técnicas de comunicación, que es su lengua materna. O sea, la calidad lingüística de su producto final (en el caso de las industrias culturales basadas en el idioma, en la comunicación) dependerá de la aplicación que cada actor comunicativo ponga en sus funciones. Este empeño es indudable que tendrá una dependencia cerrada de sus conocimientos, esto es, de su educación.
Aquí, un castizo diría que hemos llegado a «la madre del cordero». La educación elemental y primera es el centro de acción de toda incidencia en el actual mal uso de la lengua española que se contempla con tanta frecuencia en los medios de comunicación españoles de fin de milenio. Hay una falta de formación que llega de las etapas más frescas de la educación y acompañará sus consecuencias de por vida a la persona. Si ésta se dedica a la información en un medio de comunicación social, con mucha frecuencia transcenderán sus limitaciones y sus lagunas.
Los matices que diferencian entre sí palabras semejantes y dadas a la confusión entre los maltratantes del idioma
Por eso es una pena que en tantas ocasiones se presente un lenguaje aplanado, como si la expresión hubiera perdido esa característica tan enriquecedora. Junto a ello nos encontramos con tanta frecuencia con el torpe empleo de voces a las que se les quiere dar un significado diferente al que de verdad poseen, en una pirueta que lejos de enriquecer el idioma implica un desconocimiento completo del léxico que se emplea. Uno de los ejemplos lo encontramos en el empleo de la voz argumento para referirse a recurso.
Así, escuchamos o leemos que un equipo de fútbol va a presentar sus mejores argumentos en el partido del domingo y los lectores, telespectadores o radioyentes quedan obligados a interpretar lo que aquel profesional de la comunicación ha querido decir. De esta manera se va poblando el idioma de pretendidas acepciones nuevas que no son tales, porque una acepción ha de cumplir con la norma mínima y elemental de serlo, y no de ser el producto de un uso incorrecto por personal desconocimiento de sus más básica herramienta diaria de trabajo, que es el lenguaje.
Lo peor de estos casos es la filosofía de la complaciente Academia española o de algunos de sus más cualificados componentes, que con tanta frecuencia aceptan y dan legalidad a estas actividades idiomáticas. Parece haber quedado lejos el respeto debido al clásico lema del prototipógrafo de Zaragoza; en sus trabajos magníficos, Ibarra añadía lo de dar brillo y esplendor a un idioma que ayudaba a fijar. Lo que hoy se fija es otra cosa, sin brillo ni esplendor en ocasiones.
El mal ejemplo del uso de la voz argumento lo podemos encontrar con mucha frecuencia, con el consiguiente aplauso de la Academia oficial, mas no de la academia universitaria. La voz oportunista y oportunismo pierde su carácter peyorativo cuando el senado de sabios del lenguaje agrupado en el equipo del español urgente de la Agencia Efe1 santifica el mal uso del idioma y escriben2, en paso previo a su inclusión en el DRAE: «Se acepta el uso que se está haciendo en el lenguaje deportivo de esta palabra con el sentido de «saber aprovechar las oportunidades»; «… destacando la habilidad de Saura y el oportunismo de Welz…».3
Pues a eso me refiero cuando decía que se trata de limar los matices del idioma, de aplanarlo y, por tanto, de hacerlo menos bello, porque si oportuno y oportunista son la misma cosa (pasa igual con reyes y soberanos; curso y temporada), una de las dos voces me sobra y debe estar claro que si el lenguaje ha originado con el tiempo dos palabras parecidas pero de significado tan diferente, hacerles perder ahora ese matiz diferencial es una forma de empobrecimiento, que parte de la ignorancia de quien sin pudor, por su desconocimiento, las emplea en público y en un medio de comunicación.
Lo peor de este empleo público es que afecta a las áreas menos formadas de la sociedad, hasta el punto de llegar a influir justo hasta en un comité de sabios que parecen estar para vigilar el uso correcto del idioma y no para ceder con tanta tranquilidad ante la última muestra de un analfabetismo mediático que encuentra tanta complacencia en un débil grupo de asesores del lenguaje, quienes es evidente que en puntos como el señalado no están cumpliendo con su deber, de lo que de su superior conocimiento se ha de esperar.
El episodio relatado de oportuno y oportunismo4 concluirá cuando la Academia decida establecer una tercera acepción haciéndolas iguales, aplanando el idioma una vez más. Este igualamiento se acomodará en una errónea manera de entender el papel de la Academia Española, al que se deberían rebelar las academias hispanoamericanas, aunque sólo fuera por la incapacidad para disponer de un diccionario definitivo al que añadirle voces nuevas o actualizaciones, pero sin la rémora de errores que se repiten en una edición tras otra.
Es ya casi un chiste en Hispanoamérica, al que la Academia parece no querer atender: en la definición del color amarillo hay una referencia al limón5, cuando en algunos países, como Colombia, los pequeños limones de consumo más generalizado maduran y siguen manteniendo un color verde que llama la atención por su intensidad, sin una mota de amarillo. Esta realidad, este chiste que se achaca a Gabriel García Márquez, esta manifestación de los errores de la que debería ser una obra sin imperfecciones tan indiscutibles como ésta, se mantiene como una muestra no sé si de incompetencia, de centralismo o de soberbia de tipo académico. ¿Es que los preparadores y responsables del DRAE no saben que el limón no sirve para apoyar la idea de la entrada amarillo?
El DRAE es un recital de despropósitos y algunas de sus incorporaciones son escandalosas y parecen fruto del variopinto personal que ocupa en ocasiones sus doctos sillones sin méritos académicos de especie alguna, más allá de sus valores individuales, su alcurnia, su simpatía personal, sus amistades, sus relaciones, su posición en el mundo de la influencia madrileña.
Veamos cuatro de sus últimos ingresos: a) un autor de prólogos, esposo de una figura de la aristocracia española, mecenas cultural, el marido de la duquesa de Alba; b)un autor de chistes que los publica en el diario conservador ABC, usuario del idioma en frases ingeniosas y simpáticas que no superan las tres líneas de texto, gran animador de cualquier tipo de reunión y a quien se le desconoce cualquier aportación o estudio sobre el idioma, el humorista Antonio Mingote, excelente persona; c y d) el director de ABC de finales de los 90, Luis María Anson, gran profesional del periodismo y autor de varios ensayos o libros de cierta aceptación popular, quien podría ser un digno candidato en cualquier momento, mas, para equilibrar su incorporación, los académicos hacen el juego malabar de nombrar igualmente a un representante del diario El País, el de más venta en Madrid y de gran influencia social, para lo que se deciden por su director-fundador, Juan Luis Cebrián, autor de unas pocas novelas de éxito relativo y apoyado por ser quien era cuando las publicó, de quien se dice que jamás había imaginado llegar a la Academia, cuya entrada es un producto químico de equilibrio y sospecha de que sin tal equilibrio se podrían recibir críticas de uno u otro periódico.
La Academia, así, ayuda al empobrecimiento y el error, tal es el caso de las acepciones de voces como telefoto6 o ecologista y ecologismo7, estas últimas de tanto éxito en el castellano desde que un servidor la importó desde el francés a finales de la década de los setenta y tan mal presentada una y otra voz en el DRAE de 1992.
En ecologismo, con la duda de la situación del hombre en la naturaleza; en ecologista, la absurda segunda acepción de esas afirmaciones que cercenan los matices del idioma que aquí estamos criticando y que hace a ecologista sinónimo de ecólogo, que es tan absurdo como decir que socialista fuera «persona que profesa la sociología como ciencia», que es lo que aseguran que significa ecologista referente a la ecología, quien profesa la ecología como ciencia, lo cual es un error, lamentablemente con algunos precedentes en la obra de la Academia Española, que tal vez arreglen el duque de Alba, Mingote o Cebrián.
Sería de agradecer que la Academia llegue a entender estos errores o, al menos, acepte las sugerencias presentadas en su secretaría general en mano por personas que hacen constar algunos de estos tropezones y que en algunas cuestiones saben más que los señores académicos oficiales. No sé si la burocracia digiere esta «intromisión» de personas del exterior, pero lo cierto es que algunos de los errores advertidos se mantienen en el diccionario.
La facilidad del mimetismo para asumir malos ejemplos o la exageración y búsqueda de matices inexistentes, de sinónimos desajustados.
Cuando un actor mediático incorpora una nueva voz con sentido o una acepción nueva y aceptable, estaremos sin duda ante un innovador del idioma, un genio, figura siempre plausible y deseada. No sucederá tal cosa cuando la nueva voz es una estupidez8 fruto de la incultura y la acepción nueva lo es del desconocimiento del léxico original de partida.
Sobre este particular, en mi reciente libro Errores del texto periodístico9 dejo algo bien claro, la necesidad de que la persona bien formada ha de huir como de los vicios y malas compañías del recurso facilón de emplear acepciones sin sentido, de hacer extensiones ridículas de voces legitimizadas por el uso antiguo y canónico. En ese sentido, a mí no se me ocurriría utilizar la voz álgido para referirme a un momento crítico, ni empleo términos como cumbre10, colectivo como sustantivo11 , ni escribiría de los soberanos de España, porque soberano sólo lo es el rey (en Inglaterra, la reina) y no él y su esposa12.
Digo y hago tal cosa por respeto los significados clásicos, no por purismo anacrónico y sin sentido, porque en el lenguaje se ha de ser innovador (yo lo fui al traer a nuestra lengua las voces ecologista y ecologismo) y a la vez apostar por los valores canónicos y clásicos del léxico, sin caer en el populismo13 de aceptar toda corrupción de la lengua, tal y como sucede en este fin de siglo.
Me causa pavor ver con qué facilidad (y silencio de la Academia) se tuerce el significado de la voz siglo y ya se anuncia el nuevo milenio para el primer día de enero del año 2000. Molesta leer la voz epidemia aplicada a las vacas locas inglesas, como me sorprendió el uso que de ese término —«epidemia»— daba un preclaro miembro de la Academia Española en la tercera página de ABC cuando se produjo una epizootia en caballos andaluces en vísperas de la Exposición Mundial de Sevilla, en 1982.
Me causa estupor tanta ligereza y tanta dosis de mimetismo, de copiar y aceptar lo primero que se escucha o se lee. Leer la voz epidemia aplicada a la epizootia de las vacas locas en la última página del diario madrileño El País,14 periódico de referencia, ¿cómo se ha de interpretar? Como falta de cultura, de escasos conocimientos de léxico de profesionales de la información y de comentaristas avezados, columnistas de página de cierre o del establecimiento de la filosofía del «todo vale«… antes de que el DRAE15 haga iguales las voces epizootia y epidemia,16 en su supuesto afán laminador, haciendo honor a su aparente nuevo lema, «Acepta, vulgariza y lamina».
A las empresas no les importa la pureza del lenguaje sino la cuenta de resultados.
Esto es lo que me dijeron en un almuerzo con varios pequeños empresarios de comunicación. Me lo dejaron muy claro, ante mi cara de asombro: «Hacer que los diarios aparezcan limpios de erratas17 y faltas de ortografía tiene un precio, que es el mantenimiento de equipos de correctores en la nómina fija del periódico. El coste de ese sistema de control es superior al coste negativo que en imagen tiene un diario, así que se asume ese peligro cierto, porque es más barato». Aquello que me comunicaban con gran frescura un grupo de pequeños empresarios, en un coloquio sobre las fórmulas para reflotar el diario Ya, de Madrid, debe ser así, no se debe poner en duda, porque los ejemplos lo confirman por doquier.
Si me quedara duda, sólo tendría que estudiar los textos del diario español El País, tan lleno de erratas y errores en las formas de presentación más variadas.18 En ese sentido, no hace falta ser un genio para comprobar cuáles son los tres tipos más generalizados de quejas de los lectores del citado periódico, el diario de prestigio y de referencia en el panorama del castellano en España:
—Los problemas de todo tipo de falta de conexión entre títulos y textos correspondientes.
—El mal empleo de fotos de archivo, con una ligereza que causa pavor, con episodios que van desde la hilaridad al (posible) juzgado de guardia.
—Los errores y faltas de ortografía más escandalosos.
Les citaré unas pocas de esto último, por lo demás denunciadas por sus propios lectores y asumidas desde la columna dominical del defensor del lector,19 así que no estoy aquí sacando nada nuevo y oscuro a la luz: preveyendo por previendo;20 andaron, varonesa, manteniéndo, esperándo, despejándo, incurriéndo, apuntálando,21 en apenas 40 líneas de un mismo artículo, con lo cual el comunicante se pregunta.22 ¿Es posible que con la tecnología avanzada de hoy un diario no cuente con un corrector de textos que evite por lo menos erratas que avergonzarían a un niño de escuela?. No hacemos comentarios.
A estas sensatas críticas de una lectora, responde el director del periódico:23 «El País tiene un servicio de corrección por el que deben pasar todos los artículos que se producen con cierta antelación» (opinión, cartas), así como los editoriales24 y la primera página. Creo que en estas zonas del periódico hemos conseguido un nivel razonable.25 Es en las informaciones del día, y sobre todo en las de última hora, donde los sistemas de control y edición no funcionaban adecuadamente. Estamos estudiando la posible implantación26 de un sistema de autocorrección».
Unos meses más tarde, el defensor del lector, al hacer un balance de su actuación27 escribe: «(…) un buen 60 por ciento de ellas [se refiere a las quejas de lectores] se ha referido al modo de escribir de nuestros redactores. Les duelen a los lectores las faltas de ortografía, de gramática, el descuido en los textos de un diario que ellos consideran de prestigio (…)» y añade: «Siguen preguntándose cómo es posible que el periódico no cuente con filtros de corrección de los textos».
Mi comentario al respecto es que es muy lamentable que se permita, se tolere ese decaimiento en un diario actual que ha sido tan importante en la transición española a la democracia, que tan notables servicios ha prestado a la libertad de expresión, editado por una empresa, Prisa, que de forma paradigmática apareció en el pobre panorama mediático español de la década de los setenta, y ayudó con su ejemplo de entonces a modernizar. Para muchos periodistas, entre los que me incluyo, fue un auténtico periódico modelo. Tal vez la diversificación y el poder adquirido por los mentores (Polanco y Cebrián) los haya animado a ocuparse de otras empresas, hasta formar un formidable imperio mediático, tolerante con los problemas aquí señalados en El País, insignia de tantas cosas.
Creo, con el defensor del lector, en el palimpsesto de su título dubitativo («¿Hay menos errores que antes en El País»), que no estamos ante un problema tecnológico sino de formación y sensibilidad de los creadores de textos. No parece pertinente la afirmación de Mario Wolf28 cuando asegura: «Como consecuencia de la difusión de las nuevas tecnologías de la información, [aparece] una especie de simplificación de la escritura, una estructura uniforme de creación y redacción de los fragmentos periodísticos». E insiste: «Los sistemas de edición, con su funcionalidad respecto de las exigencias de modificar, colocar, extraer y unir partes de textos, inducen formas de escritura modulares por paquetes de información».29
Todos los casos contemplados son producto de la falta de formación (o curiosidad) del autor [me duele aquí usar la palabra periodista, generalizar, porque lo he sido y me siento tal]. Pero, si en el presente los periodistas académicos españoles reciben una mejor formación, lo que es indudable, como nunca antes en la historia, ¿cómo puede suceder tal situación? Sólo encuentro tres tipos de explicación:
a) el divismo de muchos informadores, colocados a la altura de estrellas o con esa meta, les anima a creer que una coz al vocabulario o a la gramática30 puede ser una muestra de originalidad, de genio.
b) ese divismo no les deja ver la realidad de unas normas de uso y empleo de su lenguaje, primera tecnología a dominar, no sólo a conocer de lejos.
c) lo que son meras erratas se podrían resolver en los periódicos por el sencillo procedimiento de pasar sus textos por el corrector automático de su ordenador, que encontramos en los más sencillos programas de tratamiento o creación de textos.
Aquí volvemos a encontrar cuatro casos:
c.1 Su soberbia profesional les impide «ponerse en manos» de una máquina.
c.2 Algunos jefes de redacción recomiendan a sus redactores que no se use el diccionario informático, «para que los redactores pongan más atención a su trabajo».
c.3 Simplemente, no saben que existe esa magnífica herramienta puesta al servicio del usuario en el sistema informático que están empleando.
c.4 Sencillamente, el periódico en cuestión no dispone de controles informáticos de la calidad del texto o no tiene instalados diccionarios informáticos, como hemos visto en las declaraciones del director del diario El País.
Insistimos en esa situación en ese periódico, de una empresa que posee un servicio de informática capaz de originar un programa específico para la transferencia automática de los textos creados en su sistema industrial de composición periodística al formato necesario para colocar los mismos textos en la edición telemática del diario, en ficheros htm.
A las empresas, en su gran mayoría, resumimos con el epígrafe de este tercer apartado, no les interesa demasiado la calidad del texto de sus mensajes, sino la cuenta de resultados y sucede que un texto más limpio va a implicar un sobrecoste «innecesario» que quitaría parte de brillantez a las cuentas de fin de ejercicio.
Temores de que Internet sea negativo para el castellano o cualquier otra lengua
Sin entrar en categorías de lenguas por su presencia en el planeta ni insistir en la clara relación idioma-poder económico, que da valor por ejemplo al idioma francés y al alemán, sobre todo, veamos, entonces, algunos aspectos de la relación entre Internet y el español.
Hay que entender que la red interconectada, como toda tecnología emergente, será buena o mala según las aplicaciones que le presten los operarios que la manejan. Por tanto, estamos ante la teoría de la neutralidad de la tecnología. Por lo general, los peligros que se ven ante cualquier nueva tecnología de la información parte de los nacionalistas (incluso cuando no se acepte o no se sepa ese carácter por parte de los que se atrincheran ante lo emergente), preocupados por las impurezas que les van a llegar por medio del nuevo vehículo de comunicación.
En el congreso de la IAMCR/AIERI celebrado en Guarujá (Brasil) me llamó poderosamente la atención los temores manifestados por dos profesores coreanos que se lamentaban de la influencia, perniciosa, según ellos, que podría originar en la población de su país la llegada de señales de televisión del exterior, de Japón y desde la otra Corea.
Ese temor a la contaminación espiritual y mediática es, sin duda, la teoría que prohibe oficialmente en Cuba la existencia en domicilios particulares de antenas parabólicas para captar señales televisuales de los satélites y las mismas ansias que acelera la imaginación y origina que se «fabriquen» antenas caseras de lo más insólito, de muy pequeño tamaño y de fácil desmontaje si alguien llama a la puerta. El nacionalismo, entonces, va a ser el primero de los enemigos de una red interconectada que haga del mundo una aldea mediática como soñó McLuhan. La misma situación de Corea y Cuba, pero a la inversa, se da paradójicamente en Marruecos, donde no dejan pasar visitas oficiales españolas31 para solicitar la ampliación de la señal televisual de las emisoras públicas hispanas para que llegara al país magrebí, para que se pudieran ver las corridas de toros y los partidos de fútbol.
A nadie se le esconde que Internet es todo lo contrario a nacionalismo, de ahí las veladas críticas a algunos de los peligros potenciales de la red de redes por parte de algunos sectores, portavoces o individuos del nacionalismo militante de algunos lugares donde este sentimiento chico está muy arraigado. No es ningún secreto que la mayor parte de los textos que podemos encontrar en la red están redactados en inglés, por la sencilla razón de que en los países de esa lengua están más avanzados en telemática32 y han invertido más riqueza, han destinado mayores recursos en la gran herramienta-soporte que nos ocupa y han ideado la programación universal que da vida a las redes interconectadas.
Pero nada evita que haya servidores en cualquier otra lengua, por muy minoritaria que ésta sea. No hay autoridad o imperio que prohiba o evite que haya representación de quien así lo desee en la red. No hay tarifas por entrar en la gran feria telemática. No hay privilegios para unos sectores sobre otros, más allá de los recursos que hayan colocado en la red de redes, de los que se podrán beneficiar quienes los pusieron pero también nosotros y los demás: quien los puso y quien, erróneamente, no ha invertido más allá de sus necesidades más elementales. La aldea global es más global que nunca hasta el presente y no se ha de pagar por circular por sus calles, por entrar en sus palacios informativos, con las excepciones que siempre hay. La sinergia puede ser uno de los provechos más directos de la estancia en la Red.
No está en Internet el concepto marginativo de «los otros», como siempre subyace en todo tipo de pleito vecinal, racista, xenofóbico. Por eso es de extrañar quejas y lamentos «contra el pensamiento único» que puede establecerse desde la red de redes y llega a decirse que la red puede convertirse en un medio de uniformización cultural,ya que se entiende que es un agente de primer orden para imponer el inglés. También que, al parecer, ayuda a imponer la forma anglosajona de ver las cosas, «más concretamente, de la forma de ver las cosas de un puñado de ciudadanos privilegiados de Estados Unidos», como he leído en algún sitio. ¿Demagogia o adivinanza? ¿Temor o prospectiva? ¿Apocalipsis o no integración?
Es cierto que en Internet hay una inmensa cantidad de información en lengua inglesa, pero es igualmente cierto que hay un gran número de servidores en otras lenguas, tal es el caso del idioma castellano, por citar uno que conozco. Esto es así, hasta el punto de que podemos estar horas y horas navegando por la red de redes sin salirnos de páginas Web (sólo hablo aquí de esta modalidad telemática) redactadas en lengua cervantina. Excuso decir en qué idioma se redactan los mensajes de correo electrónico entre hispanohablantes.
Nadie nos obliga a entrar en los servidores en lengua inglesa, única causa penosa a partir de la cual podríamos hablar con toda razón del pensamiento único y de una influencia negativa de algún tipo de imperialismo cultural. Mientras no suceda tal cosa, el peligro denunciado solamente es una ensoñación nacionalista, en busca de lobos donde no los hay en las condiciones actuales.
Cualquier imposición invasiva sólo es posible si el invadido queda abatido, sin fuerzas ni medios para sacudirse la invasión y el consecuente expolio a que será sometido; pero este extremo no pasa en estos momentos con Internet, como sucedió en todos los territorios adonde llegaron los descubridores33 europeos o los adelantados de los reyes de Castilla e hicieron «préstamos culturales», o sea, impusieron su lengua y sus creencias, «civilizaron» a los nativos salvajes, hicieron todo tipo de cruzada y comercializaron con aquellos seres humanos. Cuando no entendían su lengua, eso que hablaban era una algarabía,34 que es voz castellana para referirse a la lengua árabe que no entendían los adelantados de la cristiandad militante e invasora, en su forma de nacionalismo sagrado.
Hay que conocer igualmente que un puñado de ciudadanos estadounidenses verdaderamente privilegiados son los primeros que han apostado y han roto las posibles cadenas de la Red, desde privilegiadas posiciones sociales e intelectuales, tal y como ha ocurrido en numerosos campus en toda la Unión: han sido rebeldes y solidarios, que no comulgan con el gatesismo.35 Que haya otros privilegiados norteamericanos que piensan de otra manera es lógico, pero la partida, hasta el momento, mientras la Red es más joven, o sea, más débil, no la están ganando los gatesistas.
Igualmente, me asusta, pero poco, que Internet se entienda y se califique de «agente de primer orden» para la imposición de la lengua inglesa. Si así lo fuera, ¿no habrían aparecido ya muchas academias que se dedicarían a explotar la Red para dar cursos de cualquier tipo de idioma? En modo alguno Internet es un agente de algo que no sea el desarrollo de la comunicación; otra cosa será la función que los usuarios y las organizaciones den a esa nueva forma de soporte de la información.
Hay que entender qué es la telemática, sólo una herramienta a nuestro servicio; y qué Internet, sencillamente, de ahí su alteza, un nuevo soporte de información: tal vez el último, el más ligero,36 donde según nuestras posibilidades de desarrollo y avance de los conocimientos podremos hacer buenas o malas cosas, como crear nuevos medios informativos en forma de radio escrita, los llamados incómodamente periódicos electrónicos o diarios digitales37 o perder el tiempo como un autista ante una pantalla iluminada sin sentido.
Los temores de este tipo son los mismos que originaron en todo tiempo, desde el medievo, el Simedie o síndrome medieval al avance de la ciencia y la tecnología, que con Internet se presenta de variadas maneras, algunas de las cuales hemos visto en este texto.
1. No hay razón de dependencia ni de mayor influencia de Internet sobre el vigor del español, idioma que tendrá en la red de redes el protagonismo que los agentes sociales y culturales decidan establecer. El ejemplo del Instituto Tecnológico de Monterrey (México) con una amplia conexión entre sus diferentes campus y las lecciones impartidas a distancia, dentro y fuera de México,38 es un paradigma que muestra que el español puede funcionar en la Red como cualquier otro idioma, como el inglés.
2. Muchos de los males del actual periodismo que se hace en la prensa española obedecen al desinterés de las propias empresas de comunicación por poner al servicio de los redactores todos los recursos informáticos para la mejor limpieza de los textos y a la desaparición de los recursos humanos (parejas clásicas de correctores y atendedores) que han hecho siempre de control de calidad en los textos periodísticos antes de su impresión definitiva.
3. Que en el tiempo en que la mayoría de los periodistas reciben mayor formación académica aparezca menos limpieza en la generalidad de la redacción hace suponer que existe un problema de infraestructura formativa, anterior a la llegada de los estudiantes a la universidad.
4. A todo lo anterior se suma una falta de atención o de interés por la limpieza del texto periodístico, en un ambiente donde el mimetismo facilita que los errores se reproduzcan sin demasiada resistencia.
5. El papel de la Real Academia Española debería ser fundamental, al menos como agente controlador o informador de la calidad, pero es lamentable ver que lejos de respetar y ajustarse al antiguo lema del prototipógrafo Ibarra («Fija, limpia y da esplendor») parece haberse asociado con el populismo de aceptar lo que sea con tal de que lo hable el vulgo, abrigada con un nuevo lema, «Acepta, vulgariza y lamina».