No son los actos lo que estremecen a la humanidad, sino más bien las palabras que los describen.
Epícteto
El objetivo de la presente propuesta es explorar la relación «medios de comunicación impresos-cultura política», como parte sustancial del fenómeno de la conformación de una cultura política a través del discurso periodístico.
Este trabajo parte de la premisa de que el momento actual es propicio para el análisis, debido a que, de tiempo atrás, se ha venido conformando una estructura discursiva en los medios impresos que incide directamente, y de manera particular, en la forma en que la opinión pública conceptualiza ciertas temáticas, entre ellas el problema de la crisis mexicana.
El tema reviste especial importancia para el análisis de la cultura política, especialmente debido a que sectores de la sociedad civil, que usualmente no participaban en los proceso de toma de decisiones de naturaleza económico-política, están haciéndose presentes con posiciones específicas en la opinión pública. Sin embargo, la información, y la estructura que reviste dicha información en el nivel del discurso periodístico no parece ofrecer sustento suficiente para que el receptor alcance a entender la problemática, ni representa claramente los intereses de todos los actores involucrados resultando así superficial e incompleta.
Anteriormente, la ausencia en el detalle de la información que proporcionaban los medios resultaba acorde con la conformación de una cultura política débil y poco participativa. Sin embargo, parecería ser que en últimas fechas ante una sociedad más atenta y democratizada que demanda espacios mayores para la participación, los niveles de información exigidos de los medios parecen aumentar.
Lo que aquí pretendemos proponer es que no es la cantidad o calidad de la información presentada en los medios, particularmente en la prensa escrita, lo que determina la interpretación que el receptor hace de los medios, sino que la interpretación de ciertos sectores de la población está en relación con sus niveles de cultura política.
Por cultura política entendemos el interés de la población relativo a cuestiones de índole comunitaria o política y que puede ser observado a través de las reacciones expresadas en los medios de comunicación, con respecto a algunos temas, en este caso el de la crisis económica.
Entendemos como estructura discursiva la manera en que las informaciones reflejan el tipo de sectores sociales o actores políticos que están siendo afectados por las informaciones, los modos en los que los lanzan a la arena de los mensajes periodísticos y la forma en la que éstos refieren sus diversos intereses. Nuestro interés es demostrar que el discurso ofrecido por la prensa escrita, no es para todos, sino para unos cuantos y que, por tanto, la función de la prensa no es social sino, en todo caso, grupal o comunitaria.
En ese sentido diríamos que los discursos que llegan a la opinión pública provienen esencialmente de dos fuentes: el Estado o la sociedad civil, representada por ciertos actores sociales, quienes ponen en el centro de la discusión solamente algunos aspectos —los convenidos— en torno a algunas temáticas, y dejan de lado posiblemente algunos otros planteamientos.
Lo anterior es especialmente importante en la medida que la cultura política del individuo se nutre, entre otros factores, de la información que recibe a través de los medios, de tal suerte que una conducta política se fundamenta: primero, en una visión del mundo preferible sobre algunas otras; y segundo, en que la posesión de la información y/o los recursos necesarios para la movilización de las acciones prescritas para una determinada conducta política; de manera tal que, si la información no es significativa o suficiente, debilitará/inhibirá la conformación de una determinada cultura política respecto de ese tema.
La adecuación del análisis de la cultura política a los mensajes de la prensa escrita pretende demostrar que los medios funcionan como vinculadores entre la sociedad política y la sociedad civil, zanjando la brecha imaginaria que separa al ciudadano común de las acciones políticas y del gobierno; que la información que proporcionan es el vehículo más cercano que el individuo posee para la percepción de su realidad social no mediata. La información, supuestamente objetiva, de los medios impresos se nos presenta con una estructura discursiva que, como material de análisis, nos dejará entrever la materia prima para la conformación de una cultura política.
El análisis del discurso pretende descubrir las reglas discursivas, fundamento de los valores que se difunden a través de las distintas interpelaciones sociales, en este caso los medios de comunicación impresos, para la aceptación de un determinado proyecto político y el consenso en relación a ciertos temas.
Parte de la justificación de la tónica del discurso político moderno, que a diario escuchamos, tiene que ver con la toma de decisiones efectiva y eficiente.1 Los medios de comunicación coadyuvan a difundir dicho discurso, creando mecanismos que ayudan a encubrir las crisis de legitimación de los estados bajo la óptica de la interdependencia económica mundial y de los mecanismos de operación internacional, al mismo tiempo que de los sistemas informativos internacionales.
Los sistemas de medios a nivel nacional se nutren esencialmente de la información producida internamente por parte de los diferentes actores políticos, pero no pueden encontrarse ajenos al discurso legitimador de la dependencia internacional, debido a que los propios actores internos han avalado dicho discurso y lo han empleado como justificación de sus propias decisiones políticas.
El hombre de la calle ha aprendido a interpretar el discurso periodístico de manera que éste le explica, y legitima además, los valores que son concordantes con su cultura política.
Como diría Adorno, en la tarea de entender lo «inentendible», los individuos reaccionamos haciendo uso de dos recursos utilizados hábilmente por los medios masivos de comunicación, como pueden ser la personalización y la estereotipación; ellos nos permiten aislar la realidad ubicándola en dos categorías esencialmente antagónicas, lo bueno y lo malo, lo deseable y lo indeseable. La estereotipación le permite a los individuos que han caído en el juego ideológico de los medios de comunicación y que los convierte en esencialmente estúpidos e ignorantes, lograr un poco de más coherencia con respecto a un mundo que se les aparece como caótico.2
De tal manera opera la lógica de la información y del discurso vía los medios de comunicación colectiva que, por un lado, el individuo se siente informado objetivamente porque lo que se le entrega es en apariencia el dato frío y tecnificado, que en esencia no entiende pero que suena como la solución más lógica a un problema técnico al cual se le aplica una solución política; y por otro, al encontrarse inerme ante la posibilidad de construirse un verdadero espacio de participación política, reacciona inventándose una opinión para encubrir su propia ignorancia con respecto al tema.
Por otro lado, como diría Villanueva, los propios medios establecen el límite de la participación ciudadana a las informaciones. La constitución propia del mecanismo de la opinión pública se ve supeditado al ritmo de las agendas periodísticas, al pulso de los temas informativos que inundan las páginas de los periódicos, de manera tal que el individuo no tiene oportunidad de formarse una opinión fundamentada sobre algo, porque inmediatamente después su atención se ve distraída hacia otro asunto:
Al establecer la estructura de la comunicación, los temas fijan también los límites del sistema de comunicación. Por consiguiente, el conjunto de opiniones es posible sólo por el antecedente establecimiento del tema de comunicación, siendo entonces la opinión un momento secundario y condicionado. La estructura de las opiniones está predada por el tema. Y, en conclusión polémica, la tradicional función de integración de expectativas y demandas políticas es llevada a cabo por el tema de las opiniones sobre el tema, como se pretendía al comienzo de la política moderna.
Decir que los temas constituyen la estructura del proceso de la comunicación política significa también decir que los temas establecen el universo del sentido de las experiencias y conductas, opiniones y decisiones de la política.3
En efecto, mucha de la información aparecida en los medios acerca de ciertos temas es información sobre las opiniones de otros en función del tema, la crisis económica, por ejemplo, que junto con la información fría acerca de los acontecimientos, parecería completar el panorama de la información oportuna; sin embargo, el contenido específico de las dimensiones que reviste el problema permanece en la sombra.
Esto nos lleva, por supuesto, a la importancia de establecer una legitimidad vía el propio discurso político, en el sentido de presentar «objetivamente» a todos los actores involucrados en la decisión política, sus distintas versiones y puntos de vista, pero más que nada demostrar que, por la vía de la discusión pública, se está logrando el consenso en la decisión y la mejor alternativa para todos. Éste es el sentido y la tónica del discurso de los medios informativos, es decir, un discurso en el que milagrosamente se amalgaman todas las propuestas de los actores sociales que concuerdan esencialmente con la acción del estado.
Quizás en términos de discursividad, la influencia del discurso se encuentra en relación directa con el lenguaje político empleado, que a su vez sirve para enfatizar ciertas cuestiones y obscurecer otras. En un sistema en el cual, como apuntaría Apter4, el consenso no puede ser dado por sentado, sino que debe ser construido, los conceptos y las nociones claves, en este caso del discurso, deben ser continUAMente reforzadas.
En el planteamiento del discurso es importante acotar dos interpretaciones que pudieran parecer diversas pero que complementan el escenario del análisis de la cultura política: en primer lugar, el aspecto ya anotado acerca del discurso del estado difundido a través de los diversos medios de comunicación; y en segundo, el acto del discurso que permitiría en todo caso el acercamiento al proceso de conformación de la cultura política en el individuo.
En este segundo aspecto, es decir, en las capacidades de internalización de la cultura en el individuo es en donde radicaría la conformación de una determinada cultura política. La gestación de la misma se encontraría ubicada en el espacio que radica entre la percepción del entorno (dentro del cual se incluyen las diferentes instancias políticas, incluyendo al estado con el conjunto de decisiones políticas que pretende justificar), y la evaluación de las diferentes alternativas que le presentan las instancias sociales, concebidas en general como su propia cultura.
En el proceso de evaluación entre dichas alternativas se encontrarían, por supuesto, los estados de tensión que se les presentan cuando las alternativas políticas en ocasiones plantean presiones sobre las condiciones culturales, como en el caso de una propuesta de excesiva modernidad que se enclava sobre preconcepciones tradicionales del mundo en términos de moralidad o costumbre.
No obstante, la aparente igualdad con la que el discurso periodístico hace aparecer el tema en la prensa, «la realidad no se manifiesta igual para todos», diría Heller. Los conceptos de libertad e igualdad no son postulados abiertamente utilizados por todos, en otras palabras, son enunciados por grupos específicos de poder puestos de manifiesto a través de ciertos medios dentro de la estructura política que reclaman tratamientos universales apoyándose en los deseos y en las necesidades de la mayoría. La crisis no es la misma para todos, pero todos hablan de la crisis como si defendieran el bienestar de la mayoría.
Es absolutamente cierto que en el discurso de la modernidad, y ahora de la posmodernidad, hay una absoluta negación del presente, siempre esperando un futuro mucho más promisorio; sin embargo, la efectividad inherente propiamente en el discurso, consiste en que ese futuro nunca llega, pero se encuentra en puerta. La insatisfacción es, pues, característica de la posmodernidad, puesto que de ella se nutre.
La alternativa, sin embargo, nos diría la lógica racional que la prensa pretende avalar; es la solución técnica de los problemas por la vía de la razón y el consenso, que son características ambas que heredamos de la modernidad y que predominan en el hombre posmoderno.
Si bien el dato frío y objetivo sirve como herramienta de modernización, plasmado en el discurso escrito pero sin entrar en el detalle para no provocar complejidades, también sirve para hacer más fácil la manipulación de la información, para cambios en el énfasis de los contenidos que sustentan los valores universales proclamados por el discurso mismo y que son generalizados a través de los medios de comunicación.
Este discurso provoca diferentes tipos de respuestas en los individuos, que dependen en gran medida no sólo de los datos presentados, sino de las opiniones, ideas, actitudes y comportamientos que aparentemente se originan en un pensamiento autónomo pero que se deben esencialmente a su pertenencia a una cultura. Como explica Adorno, en las sociedades modernas el individuo se encuentra sujeto a la influencia de la cultura y de los medios de comunicación, así como a mecanismos diversos de represión de la cultura que lo convierten esencialmente en un ser ignorante y estúpido, que además oculta su estupidez en una semi-erudición que lo sitúa entre el espacio de la ignorancia completa y el tipo de «conocimiento» que es promovido por los medios de comunicación y por la industria de la cultura.
El discurso de la modernidad —y en ese sentido se da una especie de cambio en el discurso de la posmodernidad—, plantea que el individuo debe ser educado para tomar parte de las decisiones políticas, pero que en la posmodernidad esa educación es factible y que la racionalidad es facultad de todos.
Los mecanismos a través de los cuales es pues factible acceder a la razón por medio de la educación, varían, ubicando a los medios de comunicación de las sociedades modernas como un mecanismo viable, educador y culturizador de las masas, cuando en realidad, diría Adorno, suprimen todo uso de la facultad de la razón reduciendo la complejidad social a la categoría simple de entretenimiento.
En cuanto al tema de la crisis, éste ha sido introducido a la agenda de la opinión pública por la vía del periodismo serio, particularmente de la prensa escrita, es decir, haciendo uso de medios de comunicación impresos. Así, a través de la prensa escrita se presenta una información supuestamente técnica científica objetiva y más clara sobre el problema.
El discurso, sin embargo, sigue siendo el mismo, ya en esencia, como indica Habermas, el speech-act como acto discursivo puede variar del más simple al más complejo, determinándose de esta manera no tanto el nivel de complejidad del discurso, sino el hecho de que todo acto de discurso es en sí mismo una forma observable de manifestación de la cultura. El análisis cultural y discursivo puede así permitir el descubrimiento de las condiciones que determinan la utilización significativa del discurso, y como tal deja entrever los valores y creencias fundamentales de una cultura.5
El sistema narrativo de la prensa opera como el discurso que articula los intereses de los diversos actores sociales a los cuales interpela como interlocutores, y desarticulando otros.
Se trata de construir el mundo discursivamente. Ello implica apropiar y rearticular elementos de discursos diversos y darlos al receptor con un nuevo sentido.
El lector o receptor del discurso se convierte entonces en interlocutor a través del mecanismo de la interpelación que se lleva a cabo en la interfase ubicada entre la estructura narrativa del discurso y la interiorización de la realidad circundante por el sujeto interpelado.
De esta manera, el problema de la cultura política no se sitúa exclusivamente en el sujeto, sino que depende de la configuración del discurso en función de la constitución del propio discurso del sujeto al interior, mediante las reglas o normas anónimas que son la expresión del orden establecido y mediante una intervención desde fuera, desde el exterior, que pone en operación los mecanismos de selección, redistribución y censura de los enunciados.
El enunciado aquí es parte fundamental del acontecimiento discursivo, como conjunto de todos los enunciados efectivos (escritos u orales) que constituyen el discurso social común. El enunciado, remite a un soporte, a un lugar y una fecha determinada, pero cuyo régimen de materialidad no es significativo sino sólo en función de la institución que lo produce.
Forma parte de ese mismo sistema conceptual la noción de formación discursiva, que sería el campo estructurado y jerárquicamente constituido de enunciados rectores que delimitan el ámbito de lo enunciable y de lo no enunciable en un determinado momento y en una determinada situación (…) La producción discursiva de sentidos (se realiza) en virtud de reglas socialmente sancionadas, aunque generalmente implícitas, no conscientes y no verbalizadas (…) esas reglas son efecto del orden establecido, es decir, de la configuración del poder en una determinada sociedad y de la 'cultura política' que le corresponde.6
Entre la formación discursiva y el discurso social común podemos encontrar el conjunto general de enunciados que privan en torno al tema de la crisis económica, constituyéndose así como la forma prevaleciente de construcción del acontecimiento discursivo, que funcionan como sistemas de exclusión o de censura y que pudieran conceptualizarse como lo que Gramsci consideró «la hegemonía resultante de la interrelación de los sistemas de poder y de cultura», o como diría Gilberto Giménez7, hegemonía como la censura de lo impensable, la frontera de los valores y matriz de las representaciones «aceptables»; pero también hegemonía en el sentido de Laclau, no como una concepción uniformizada del mundo hacia el resto de la sociedad, sino como una concepción capaz de articular diferentes visiones del mundo de tal manera que su potencial antagónico es neutralizado.8
Esa es la maravilla de la acción de los medios de comunicación, una acción que hace posible una concepción uniformizada del mundo, pero que al mismo tiempo nos ofrece la ilusión de la conciliación de los intereses de las distintas clases en una versión sintetizada, que aglutina todos los diferentes discursos en uno solo.
La democracia se ejerce así al nivel ideológico en la forma de los elementos de un discurso, cuando en realidad no existe un discurso democrático-popular en sí mismo, más que en la forma de manifestaciones informales e indirectas de cultura política, cuando las clases populares expresan la contradicción por vías alternativas, como el chiste, la barda pintada, el comentario, etc. Esa es la doble articulación del discurso político; sin embargo, en el discurso estructurado de los medios, difícilmente se encuentran elementos de expresión cultural, sino que se localiza la interpelación mediada hacia las diferentes clases.
La interpelación se lleva a cabo seguramente de diversas formas de acuerdo con los enunciados que favorece cada periódico, en el caso de la prensa escrita nacional, respondiendo a su propia tendencia y a un lector específico; pero en esencia, todos los discursos entran a formar parte de la misma arena discursiva, sufren la integración y son víctimas de la función unificadora del discurso.
En el análisis del discurso difundido en medios acerca de la crisis económica, por ejemplo, podemos localizar una aparente objetividad en las informaciones proporcionadas por los voceros oficiales, y la subjetividad del discurso que lanzan diferentes actores políticos al escenario de la opinión pública, en donde evidentemente se registran las interpelaciones del discurso hacia las distintas clases.
Es la pluralidad de las discursividades y de las interpelaciones lo que hace aparecer al discurso como un discurso plural, cuando en realidad, los sujetos que enuncian los discursos no hablan en nombre de los sujetos interpelados sino a título de su condición de clase y cuando en realidad el discurso que presentan los medios de comunicación no hace sino partir de la base de la premisa de que la realidad no es una, sino que tiene distintas facetas, siendo algunas de ellas la política, la económica, la ideológica y que la propia representación discursiva de los medios no es sino una más de todas las representaciones anteriores.
En los mensajes de la prensa escrita, la interpelación a los sujetos, en tanto que sujetos de clase, se hace por medio de la articulación de valores y símbolos dentro del discurso estatal, pero enmascarados por la apreciación de los datos objetivos y fríos que en nada permiten la identificación del individuo como sujeto de la interpelación.
En cambio, en los medios audiovisuales, el mensaje es usualmente más personal, rescata al individuo de las características frías y objetivas de su clase, para insertarlo en un discurso cálido y plagado de símbolos y valores culturales. Es por ello que cuestiones álgidas como pudiera ser el tema de la crisis económica se presentan tangencialmente en los medios audiovisuales, sin abundar en las cifras y en los datos , mientras que en los medios impresos se articulan con mayor detalle.
En todo caso, el discurso de la prensa escrita apela a una condición de clase distinta, a diferencia del discurso de los medios audiovisuales. La prensa no es para todos, es para unos cuantos, en tanto que la televisión es para todos. La prensa no sólo es para unos cuantos, sino que cada periódico articula la realidad de manera diferente dependiendo de a quién va dirigido. La prensa cuesta, la televisión —por lo menos la abierta— no; de manera que el interlocutor del discurso, en el caso del primer medio, es un interlocutor buscado, que acude a la información con un interés específico, en tanto que el interlocutor del discurso de la televisión es más bien un interlocutor capturado en el universo de las posibilidades del entretenimiento, que se enfrenta a la información bajo otras premisas.
¿Qué puede suceder cuando el individuo se encuentra sujeto a la interpelación de ambos discursos? La resultante posible puede ser que el individuo, al no lograr una articulación efectiva entre los dos discursos, prefiera el segundo sobre el primero, es decir, el audiovisual, más ligero en condicionantes y en propuestas, que al escrito, más declaratorio y comprometedor.
Esta tarea, la de la apropiación del discurso audiovisual sobre el impreso, le representa menos trabajo puesto que no implica el uso de la racionalidad. (Hay que recordar, que en el concepto tradicional de la opinión pública, la racionalidad es el elementos indispensable para la construcción del consenso). El problema es que, como plantea Aguilar Villanueva, [condiciones] para que haya posibilidad de consenso en la opinión: «primero, se supone un específico interés y una 'atención consciente' de los ciudadanos por determinados asuntos o temas, relativos a la materia actual o virtual de las decisiones políticas; y segundo, la existencia de un tema atendible, que la emisión de las opiniones se guíe conforme a reglas que determinan la racionalidad de las decisiones».9
¿Cómo lograr, en el caso del problema de la crisis la participación del ciudadano en la generación de la opinión pública si, en primera instancia no hay la atención debida a las informaciones racionales (las proporcionadas por la prensa); y en segundo lugar, se prefieren aquellos mensajes que suprimen las reglas de la racionalidad pero que conllevan elementos mucho más distinguibles en términos de simbolización cultural (los mensajes audiovisuales)?
Lo anterior no pretende plantear como premisa, que de suyo la presencia de la información articulada en un discurso pluralista presuponga de antemano la participación ciudadana; pretender ello significaría reducir el complejo de significaciones que conforman la cultura política de los individuos, exclusivamente al mecanismo de la intermediación de la realidad a través de los medios de comunicación, que es el discurso del poder.
Por lo que respecta a los enunciados discursivos de los medios —específicamente los de la prensa escrita—, éstos presentan discursos de diferentes actores sociales, que dentro de una estructura balanceada, «construyen el acontecimiento»10 privilegiando siempre al enunciado apropiado, es decir, el que contribuye a fortalecer el discurso social unitario.
De la crisis todos hablan, pero muy pocos saben sus verdaderas dimensiones, y ello se debe principalmente a que la estructura discursiva de los mensajes de la prensa es tal, que nos proporcionan una información, aparentemente objetiva y confiable, basada en una racionalidad técnica o tecnológica.
Sin embargo, y a pesar de la aparente consistencia en la estructuración de los discursos de la prensa, los sujetos perciben que la realidad todavía no está completamente dada. Ello es parte de las posibilidades de articulación que da la lengua en la conformación de una realidad política expresada a través de los medios.
Permite la presentación de escenarios distintos que, al ser articulados de manera discursiva en mensajes y aún cuando parecen contradecirse unos a otros, ayudan a presentar una realidad compleja y participativa; ayudan a sustentar la premisa de la pluralidad de opiniones, pero al mismo tiempo presentan una realidad fragmentada y poco comprensible, ante la cual los interlocutores o lectores interpelados no pueden sino apartarse por temor de no poder concretizar una realidad única y verdadera.
Lo anterior nos hace suponer, a través del análisis del discurso en los medios de comunicación y particularmente en la información escrita, que el discurso de la prensa está inconcluso, que los diferentes enunciados que se estructuran en el discurso diario, aunque aparentemente ligados por un discurso único sobre el tema, no han logrado articular eficientemente los intereses de clase de los diversos sujetos sociales.