Los medios impresos ejercen influencia directa en el uso de la lengua española, tanto en México como en gran número de países de habla hispana.
Hace mucho tiempo surgió una dicotomía entre el español formal, caso del castellano, lengua neolatina hablada en Castilla, y el del resto de España y de los lugares colonizados por los españoles. Esta lengua es y ha sido susceptible de una deformación paulatina a cargo de quienes la hablamos y, por supuesto, de los medios de comunicación, que a través de su retórica han influido sobre el público; aquí podemos señalar que el papel de la connotación programada, que los reporteros inducen a denotaciones a corto, medio y largo plazos, se ubican en un espacio —que yo le llamaría— de línea político-cultural.
Lo anterior se desprende de que el periodista, como vehículo de la información, hace uso y modifica la lengua española, alterando los paradigmas preestablecidos por la Real Academia de la Lengua Española, que finalmente rige a la lengua castellana.
Así, la prensa escrita juega —generalmente— con las cohesiones (adherencias) latinas y griegas que dan origen al español y muchas veces con las francesas e inglesas, que provocan el enrarecimiento de la lengua. Enrarecimiento porque la prensa aplica dicotomías (contrastes) manipuladas a la lengua, lo cual incide en las dobles connotaciones que se les da a los mensajes que transmiten vía impresa; tal es el caso de los albures mexicanos y algunas palabras nuevas que, incluso, se van creando cada sexenio en el país o denominando grupo político.
En este sentido, los mass-media hacen uso de la lengua española y difunden innumerables mensajes a los diversos estratos sociales y tipos de público. En la República mexicana, los media emplean en sus mensajes términos y palabras adecuadas para inducir una actitud específica, es decir, una connotación programada. Hasta aquí, podemos hablar de expresiones como Zedillismo, Zapatismo, Camachismo, Panismo, etcétera. También, de palabras que, en ocasiones, nos parecen tan comunes y ordinarias, caso de: Sandwich, Pizza, Feed Back y Okey. En el caso de los albures mexicanos, quiero citar manifestaciones como: «Ya bájate del Guayabo» o «Pásate un cacho».
El venezolano Antonio Pascualli afirma en su obra Comunicación y cultura de masas (1972), que es preciso plantear en el plano de la difusión masiva el análisis de mensajes hasta sus últimas consecuencias, lo cual implica analizar algunos elementos tangenciales: Preparación profesional, cultura y exposición a los media.
Por otra parte, ha habido aislados intentos sistemáticos de estudiar al emisor que ocupa una posición crucial en la compleja red de información que día a día nos transculturiza, proporcionándonos la posibilidad de rechazar y/o seleccionar la información que nos es consonante con la gama de presiones que se ejercen en los Mass-media.
Con lo antes indicado, quiero subrayar que el comunicador es un influenciador, que su mensaje retórico apunta a influir sobre el público, tratando de que los demás adopten la opinión del comunicador. En este caso, todo comunicador es un influenciador, en el sentido en que usa los términos de los mensajes que elabora. Claude Bremond en su libro Investigaciones retóricas II, reconoce dos tipos de modificación: la intelectual y la afectiva.
Por la primera, se intenta influir a través de la información que ya tiene el público, sea positivamente (confirmando lo que es propiedad de quienes resultarán influidos), sea negativamente (disimulando una información negándola sutilmente). En cambio, en la vertiente afectiva, el influenciador actúa sobre los móviles que pueden inducir a alguien a desear o a temer algo de la realidad (esperanza de ciertas satisfacciones o miedo a ciertas insatisfacciones). Lo que importa aquí no es tanto el informar como el conmover.
Estos dos niveles de influencia se pueden ubicar en dos terrenos: el intelectual en el político y el afectivo a la comercialización de la lengua como vehículo distractor de adopción de actitudes.
De esta manera, la influencia del paradigma comunicativo informacional, tiene sus bases en el funcionalismo metafórico-programado que ha permitido nuestra lengua; este modelo ha enfatizado el estudio del mensaje y de sus efectos, pero descuida el estudio a los comunicadores, quienes moldean los mensajes.
En este sentido, me es necesario destacar un tema extensamente amplio, pero que trataré de abreviar rescatando lo más esencial de él; me refiero a la lengua literaria y lenguaje periodístico. A partir de la lingüística (que tiene como objeto el estudio de la lengua), tradicionalmente se viene entendiendo a la estilística como la disciplina que se ocupa del estudio del habla individual de algunos usuarios privilegiados de la lengua: Los grandes escritores y, ¿por qué no?, los líderes de opinión que escriben en la Prensa.
«La estilística ha estado, así, más próxima a la ciencia de la literatura que a la del lenguaje», dice Fernando Lázaro Carreter en su obra Lengua española (1973); sin embargo, a partir de la primera concepción, derivamos que por razón de la dignidad lingüística, el lenguaje periodístico puede ser entendido como un lenguaje no-literal, próximo a las hablas coloquiales de los sectores cultos de una determinada comunidad de hablantes, que en sus manifestaciones habituales se apoya de modo cuantitativamente importante, en oraciones de carácter nominal.
Desde un enfoque elitista, puede ser considerado el lenguaje periodístico como un lenguaje literal, es decir, como un lenguaje que merezca ser considerado no sólo en su contenido, sino también en sus piezas y articulaciones. El lenguaje periodístico, como veremos, se caracteriza por pretender unos objetivos de eficacia y de economía de la lengua española, que van de la mano con una verdadera creación artística de nuevas palabras, que le dan ese sentido no-literal y también, literal-literal, a las informaciones vertidas en sus artículos.
Aquí quiero subrayar que una cosa es el oficio del periodista y otra cosa es el oficio del escritor de periódicos. Expresado esto, habría que decir que el periodista profesional (se mueve normalmente), en su labor de codificación de mensajes dentro del estilo informativo (tal es el caso de los géneros periodísticos como la noticia, reportaje, entrevista y crónica), y en ocasiones dentro del estilo de solicitación de opinión: editorial y columna, por ejemplo; mientras que lo habitual del escritor para periódicos —también llamado articulista— es desenvolverse dentro del amplísimo campo expresivo del denominado «estilo ameno», la redacción de éste se rige por los géneros literarios (ensayo, divulgación, costumbrismo, poemas, columnas personales, etc.).
Me parece interesante comentar, que las tendencias actuales de la Communication Research (Investigación de la Comunicación), son capaces de superar la barrera del debate ideológico y al mismo tiempo proponer sobre problemas específicos integraciones posibles entre ámbitos disciplinarios distintos, como la relación entre el español formal y el castellano, que en cada momento sufre transformaciones.
A pesar de la gran variedad de temas actualmente presentes, los que mejor desarrollan este papel de «arrastre» no son muchos; personalmente los más complejos y significativos me parecen: por un lado, la cuestión de los efectos de los media; por el otro, el problema de cómo los mismos construyen la imagen de la realidad social.
De tal modo, quiero citar ahora a Shulz (1982), quien dice que los procesos comunicativos son asimétricos: «hay un sujeto activo que emite el estímulo y un sujeto más bien pasivo que es afectado por este estímulo y reacciona; de tal suerte que la información impresa posee todavía la capacidad de indicar eficazmente la distinta importancia de los problemas presentados»; es decir, la información impresa proporciona a los lectores una indicación fuerte, constante y visible de relevancia.
Hasta aquí, nos alejamos de un concepto que se achaca a la Prensa: la manipulación, entendida como la distorsión deliberada de los usos de la lengua con fines comerciales, grupales o personales; concepto que regularmente limita la perspectiva de los que criticamos a los media, hacia las distorsiones voluntarias y a corto plazo.
Hace unos siete años, se negaba la posibilidad de comprender el funcionamiento de la «distorsión inconsciente» de quienes desarrollan la labor periodística y que además al igual que nosotros, han sido víctimas del mercantilismo publicitario.
En síntesis, quiero recoger la hipótesis ya involucrada del tema, mencionando que la composición de las noticias o informaciones es una especie de compromiso entre elementos predefinidos que establece la lengua y los elementos imprevisibles que usan los reporteros en la redacción, con el objeto de vender una idea de manera impactante y de acuerdo a una línea editorial, que finalmente llevan a la mercantilización de la lengua.
Con estas acotaciones, se reafirma el carácter elástico, dinámico y no rígidamente preestablecido en el uso del español, que finalmente deriva en su modificación.
Sin duda alguna, al pretender ofrecer un resumen de los problemas de la lengua española, que enfrenta al léxico y el momento histórico de los hechos, ligándola a una hipótesis interpretativa sobre el desarrollo del análisis hecho aquí (que además, es excesivamente intenso), he incurrido en una deformación: la de ofrecer un cuadro en el que las relaciones y las conexiones entre las líneas establecidas por la Real Academia Española y las editoriales impresas, aparecen más sólidas y frecuentadas de lo que en realidad son, subestimando al mismo tiempo, la persistente fragmentariedad y heterogeneidad del castellano.
Pero todo reconocimiento —sin aludir a nadie, excepto a mí— comporta riesgos.
Sin embargo, todo parece señalar que el ámbito de los estudios sobre el uso de la lengua en los Mass-media se está reconsolidando bajo el impulso de una perspectiva sociológica que plantea como cuestión central las relaciones entre estructura social, sistemas de poder y modelos de valor. La función de la comunicación impresa y en general en este nexo de relaciones, es la de construir en el público un mapa operacional del mundo, una enciclopedia, nuevas palabras, conocimientos, actitudes y competencias, basadas en la interacción tripolar entre los medios, las condiciones socioculturales y políticas, y la perspectiva que posee el individuo en la sociedad.
Si bien durante mucho tiempo la hostilidad o la indiferencia entre enfoques contrapuestos (análisis administrativo de la lengua frente a la comercialización del mensaje desde la perspectiva comunicativa) han condicionado gravemente al español formal, y reitero, actualmente la situación parece poder salir adelante de su pasividad: las líneas de convergencia ya no parecen futuristas, ni insensatas las confrontaciones entre la actividad periodística y nuestro idioma.
Las distintas pertinencias teóricas permiten establecer integraciones parciales, que deberán ser comprobadas a partir de líneas e hipótesis de trabajos graduales y longitudinales —por periodos de tiempo—, pero aún, es más significativo el hecho de que estos nuevos estudios se realicen al margen de las contraposiciones, independientemente de ellas, superando en el trabajo de investigación la dicotomía entre enfoques distintos, para mostrar las posibilidades de dar todavía a la tan invocada, pero deseada «interdisciplinariedad» sobre las comunicaciones de masas a través del castellano.
Los profesionales de la comunicación desempeñan un papel cada vez más importante en medida que va progresando la comunicación en todos los campos y no es sorprendente que sean cada vez más diversos los recursos lingüísticos que ocupan; de allí, que su competencia resulte cada vez más diferenciada y que sus funciones tiendan a especializarse y a pluralizarse. La competencia que se requiere para el ejercicio de todas estas especialidades aumenta constantemente, en proporción que la lengua se ve modificada, aumentando constantemente sus recursos en este mundo en interminable evolución.
Pero, ¿de qué manera podemos garantizar la prevalencia del español, ante las estrepitosas y continuas anormalidades que sufre a través de los medios de comunicación y, en especial, de la prensa? La propuesta mía, es reorganizar los programas de estudios de comunicación, haciéndolos coincidir con una nueva clasificación de la lengua, basada en los saberes; con esto, no quiero decir que hay que hacer reformas en los planes de estudio, ya que los planes son programas solamente.
Considero que sólo una discusión epistemológica y ontológica, no teórica ni temática, podrá permitirnos por una parte, encontrar lo que mi colega mexicano, Enrique Sánchez, enfatiza como «nuevas lógicas del descubrimiento», a lo que yo le agregaría: «y del redescubrimiento». Esto, obviamente inducido y aterrizado a la materia que nos ocupa; y por otra parte, encontrar vínculos y estrategias para convertir a la docencia periodística en un proceso de generación de conocimiento del léxico y lengua, que compartimos en todo momento de nuestra vida.
Soy quizá atrevido en el diagnóstico, pero quiero mantener la utopía de que es posible hacer una nueva clasificación del uso del español. Considero que atravesamos un momento coyuntural a través del cual podemos decidirnos a mediar en el campo de la comunicación con un proyecto de prevalencia de la lengua, que nos permita participar en el juego global de la comunicación en la transición al nuevo siglo.
Finalmente, recordemos que, sin comunicación, ninguna estructura social logra integrarse. La incomunicación (en la pareja, entre ciudadanos o naciones) es siempre causa de desintegración; «un proceso de integración que no esté precedido de un previo esfuerzo comunicacional/comunitario, está indefectiblemente conducido al fracaso», según palabras de Pascualli.
Tal vez el funcionalismo de Spencer y Laswell, y la idea de globalización —que ahora se le llama mundialización, pero que es lo mismo— de Marshall McLluhan hayan contemplado la posibilidad de la modificación de la lengua (no precisamente la española), ya que los dos primeros establecen que toda comunicación y sus recursos van dirigidos hacia la intención que se les dé a los mensajes; y por su parte McLluhan, en su teoría de globalización, tal vez llegó a pensar que la deformación de las lenguas llevarían a crear una sola, con las cualidades de un idioma universal.