Como individuo que ejerce de una manera más o menos regular cierta función social, el crítico literario aparece en las sociedades modernas como una especie de testigo necesario y, a la vez, casi permanente capaz de influir de forma sistemática y determinante en los hábitos y en los modos culturales de su entorno.
La labor del crítico literario se verá rodeada de determinados condicionantes: precisamente de aquellos que puedan hacer posible la convivencia social en los concretos espacios que la cultura delimita para quienes, de manera noble, creen en la libertad y en la tolerancia.
Los espacios culturales se crean a medida, o para cubrir las necesidades, de sus principales protagonistas en medio del universo agitado de unos siglos que, demasiado vitalistas, se han visto de continuo heridos por sus propias y particulares circunstancias. Las violencias de todo tipo, los odios viscerales y los estúpidas diferencias humanas han sido el egoísta producto de los condicionantes económicos, políticos o religiosos que únicamente el hombre logró instaurar con su irracional conducta.
En ese marco complicado, o dolorido, puede llegar a ser importante la actuación del crítico literario. Esa actuación o, mejor, su función como agente social puede ir derivando hacia el lugar abierto en que llegue a convertirse en el difusor, más o menos eficaz, de aquellas ideas o reflexiones tanto de antepasados como de contemporáneos que aparecen en sus obras.
El mundo editorial, de forma programada en algunos casos o desordenadamente en otros, por tratarse de un comercio con ánimo de lucro, va poniendo en el mercado los títulos que constituirán, de continuo y alternativamente, el gran escaparate de la cultura. La labor del crítico literario comienza en el momento mismo en que el libro ve la luz. Su trabajo va a consistir en llevar el mensaje que tal libro puede contener hasta el centro de la sociedad, intentando con ello conjugar la convivencia y la capacidad intelectual de quienes ven en el libro, y en su proyección cultural, un medio para la educación de los pueblos y su aceptación de normas colectivas defensoras de la libertad y la comprensión.
Sortear los peligros que entraña el comercio editorial es, sin embargo, la principal obligación del crítico literario, pues tal comercio con frecuencia deja de ser aséptico y se encuentra al servicio de una ideología o de una política concretas, con lo que el libro podría atender fundamentalmente necesidades difusoras o de tipo propagandístico. Pero también es cierto que el incremento de esa potente industria va a suponer, necesariamente, una especial estimación para la figura del crítico literario, generalmente individuo aislado que trabaja de forma solitaria, al que se considera un buen introductor de modas literarias o un eficaz analista de la obra ajena, sintetizador de imágenes y mensajes que transmitirá a alguien deseoso de ser informado de todos o de cualquiera de los aspectos que hagan apetecible una lectura.
Prestar un apoyo, siquiera sea mínimo, a tal industria o dirigir, de manera indirecta, el consumo literario por uno u otros cauces son acciones que está realizando de una manera espontánea el crítico literario. De ahí que pueda ser estimado también por su particular capacidad para transmitir aquellos mensajes, tanto directos como subliminales, que sólo se considera posible realizar por unos especialistas, ya reconocidos de manera tácita por la sociedad.
Éstos, a diferencia de los periodistas o de otros protagonistas de la comunicación, deben esforzarse día a día en la utilización de ciertos conocimientos o de ideas específicas para hacer asumible al potencial lector el espacio aparentemente cerrado que contiene el libro. Y ello sucede así porque un libro, una historia o una imagen comienzan a existir justamente más allá de la última línea escrita por el autor y tras el trabajo no despreciable del editor, el impresor y el librero.
Sucede, no obstante, que el lector suele formar parte de un público dispar y frecuentemente desorientado, pudiendo verse muchas veces conducido, incluso a su pesar, hacia universos externos a su propio círculo cultural por unas opiniones tal vez reconocidas o, al menos, aceptadas por muchos, y que son las del crítico literario. Este último dirigirá hacia el anónimo lector unos estímulos concretos o pretenderá condicionar los gustos de algunos sectores de acuerdo con los particulares concepciones de los estilos literarios, de la belleza expresiva de una obra concreta o, no pocas veces, en atención a sus valores narrativos.
Tan característica labor del crítico literario, que se nos antoja callada aunque perseverante, puede llegar incluso a inducir a la elección de unas especiales lecturas de acuerdo, fundamentalmente, con los particulares criterios, formación personal y hasta ideología del propio crítico, quien, al ser testigo de su tiempo y dueño de unos específicos resortes estéticos, ha de considerarse como un primer y especial lector de aquello que estudia, promueve o, en definitiva, va a recomendar.
Sólo de esta manera, y como verdadero diseccionador de ficciones o realidades literarias, el crítico literario nos podrá ofrecer aquella versión inédita de una obra en particular o del universo de las letras en general, ya que en torno a aquella o a éste ejercerá la crítica o instaurará su visión que, en definitiva, es el motivo de su trabajo permanente.
El crítico literario va desenvolviendo sus criterios, desarrollando sus teorías, explicando sus puntos de vista, esbozando sus análisis, creando un estado de la cuestión en el ámbito abierto en que se hace posible la lectura, la creación de una historia de signos y de palabras que, dentro de la existencia del autor, están evolucionando hacia el mundo intelectual que lo permite y lo hace incluso necesario. Sujeto a una labor de creación que pudiera considerarse menor, subordinada o dependiente del libro o del comercio editorial, el crítico literario verá reconocida su función, a veces de forma ambigua pero siempre como un efectivo sostén del libro y su entorno.
La suya es una labor que se llega a convertir en el oficio imprescindible para crear unos destinatarios de opiniones y de vivencias en los múltiples lectores que pasan a convertirse en dignos protagonistas del entramado social o cultural en que está desarrollándose la industria. Es una manera, por otra parte, de posibilitar el desarrollo de los intereses editoriales; y se llega a crear, con tal apoyo, una identidad específica en los destinatarios del libro, la cual irá conformando ese ámbito amplio en que puedan asentarse de manera duradera los tejidos que hacen posible, y deseable, la existencia de sociedades libres y pluralistas.
Cuando el lenguaje, la palabra y las imágenes que el escritor desde su soledad trata de crear, transmitir o definir en sus obras, se convierten en la nítida materia prima que ha de consumir el crítico literario en su diaria labor de reconocimiento y exaltación de historias ajenas o de angustias universales, su función preciaria desborda el simple comentario y pasa a ser un ejercicio de cierta publicidad de los sentimientos o de las cuestiones vitales que el autor ha llevado a su obra. Entonces es cuando el crítico literario se convierte en testigo activo de comportamientos sociales y de conexiones con una realidad diferente, aislado de ese espacio estático en que se encuentra el libro y, por ello, tendente a ocupar de una manera formal los más amplios lugares y las más duraderas emociones.
El crítico literario, sin embargo, debe permitirse una cierta independencia, aquella que le ayude a permanecer en un mundo propio, vigoroso y libre, magnificado por un cúmulo de fantasías o de quimeras. Y es gracias a su labor callada y continua, pocas veces reconocida desde luego, ver que la cultura se va moldeando, se va acostumbrando a determinados modos y se va creando la posibilidad de reconocer la existencia de determinadas ideas y ciertos estímulos en el universo de la literatura de creación.
El profesor Bryan S. Turner, en su espléndido volumen titulado El cuerpo y la sociedad. Exploraciones en teoría social, del que se viene a decir que «busca recuperar la investigación social, la presencia del cuerpo, y señalar los distintos aspectos desde los cuales se le puede abordar», nos explica que:
La teoría de la sociología es analizar los procesos que atan y desatan a los grupos sociales y comprender la ubicación del individuo dentro de la red de regulaciones sociales que vinculan a éste con el mundo social.1
Creo que estamos ante similares funciones: la crítica literaria se encuentra directamente emparentada con un quehacer como el descrito por Turner, es decir, con esa laboriosa tarea de analizar ya los procesos que estén poniendo en relación a los grupos sociales entre sí, a los individuos dentro de un organigrama básico de personas y de ideas, a los lectores en general como miembros de un entorno que puede aspirar a unirles dentro de unos mismos barómetros culturales, a los escritores incluso al intentar un espacio en el que sea posible una misma literatura.
Aparece entonces el crítico literario y su función o trabajo como un verdadero factor de cohesión entre el escritor y el lector, entre el mundo interno de la literatura y ese inmenso campo abierto de quien desea sumergirse en las páginas de un libro.
En una extensa entrevista, el cineasta Woody Allen decía que «escribir es un completo placer» y, para corroborar tal afirmación, proclamaba que tal acto, generalmente creativo, es «una actividad sensual, placentera e intelectual, además de divertida»,2 de donde podríamos deducir que el crítico literario, como ejerciente de la permanente tarea de escribir, debe afrontar ese particular y grato trabajo con el mismo entusiasmo que pueda hacerlo el novelista, el poeta, el creador, en suma, apartando de sí esa sensación de excesivo agobio que puede llegar a suponer lo rutinario, lo obligatorio.
La del crítico literario, así, se va a convertir en la actividad placentera que, además, es capaz de transmitir una sensación, instaurar un gusto concreto o dirigir un ocio, y lo va a llevar a cabo con el ánimo despierto, con la mente lúcida, con cierta ilusión, precisamente la que nace del amor a la literatura, a la obra ajena, al universo abierto de las demás existencias que se contienen en un relato o se inventan en el corto espacio de un poema.
El cometido del crítico literario es el de penetrar en la historia que pretende comentar, hacerse dueño de la trama como si fuera el propio creador de lo relatado o sentirse capaz de una inspiración semejante a la que hizo posible el último soneto de amor o el más abigarrado poema épico que hayan sido objeto de su lectura.
Sólo tras esa ilusión, tras el disfrute con su labor, podrá el crítico literario llegar a cumplir, después, su especial misión de una manera lineal y concreta, evitando divagaciones innecesarias, comentarios gratuitos u opiniones particulares. Tiene en sus manos tanto como en su mente la posibilidad de transmitirnos determinadas porciones de cultura y de sensibilidad, exactamente aquellas que el autor quiso llevar a la obra que va a ser enjuiciada.
Considerada, al menos potencialmente, de algún interés, ciertamente en diversidad de grados según se trata del mundo editorial, los autores, los libreros o los últimos destinatarios, llamados lectores, la crítica literaria, por su especial capacidad para acometer el intento de un eficaz acercamiento entre los referidos sectores sociales, y habida cuenta de que la sociología, según una vieja definición aún en uso, es aquella ciencia que trata del estudio de la constitución y del desarrollo de las sociedades humanas y de los consecuentes fenómenos sociales, la función del crítico literario llega a escalar determinados peldaños hasta poder emparentarse con la labor del político o del urbanista, por ejemplo, personas que tienen por objeto de su dedicación el configurar la vida ciudadana y buscar una armonía entre quienes convivan en tal entorno: tal emparentamiento es visto como consecuencia de su acercamiento al mundo de la realidad que, tal vez, pudiera esperar sus apreciaciones y al pretender regalar su particular concepción de la literatura y de las emociones que ésta puede ofrecer.
La crítica literaria como ayuda al ejercicio de la lectura, como apoyo a la industria editorial o como encauzamiento de una actividad humana, podría considerarse la manifestación más idónea para canalizar los aspectos culturales de la obra escrita hasta el mismo centro de la sociedad. Y en ese centro, plaza mayor o encrucijada de caminos, aparece un único destinatario: es el lector, el individuo no aislado sino unido al mismo escenario de vitalidades y aventuras.
El fenómeno sociológico en que deviene la crítica literaria se nos antoja algo vital desde el momento mismo en que los críticos logran que escritores y obras sigan ocupando un importante lugar en todos los procesos políticos o sociales. No olvidemos, por ejemplo, que las obras de Augusto Roa Bastos y su muy notable influencia en todo el proceso político y social que posibilitó la caída del dictador Stroessner y cierta transformación democrática del país.
La escritora Soledad Puértolas, en su excelente conjunto de ensayos titulado La vida oculta, nos dice que
A lo largo de la corta historia de la crítica literaria, se han sucedido una serie de métodos, unos complementarios de otros, otros opuestos, y finalmente un aire de escepticismo parece haber llegado a las cimas donde están instaladas las grandes figuras del oficio.3
El escepticismo parte de las injerencias de los demás en una parcela que debería ser respetada o estimulada y que, gracias a la defensa de unos concretos y muy particulares intereses, se convierte en un blanco perfecto para los indeseables que toda cultura cobija en el interior de su propio tejido social.
Pero si atendemos a la explicación de Luis González Seara, en La sociología, aventura dialéctica, cuando indica que «La sociología como estudio de las leyes positivas implica una subordinación de la imaginación a la observación»,4 nos estaremos trasladando a territorios donde la imaginación, de tanta resonancia en la obra de un filósofo bien llegado a los lares sociológicos como es Ignacio Gómez de Liaño, se convierte en tema de especiales características, en algo fundamental para poder llegar a conceptuar de una manera modesta, pero decidida, a quienes, en el ancho espacio de lo escrito, de la llamada Galaxia Gutenberg, ejercen la crítica literaria.
En El idioma de la imaginación de Gómez de Liaño leemos: «La memoria no pertenece sólo al mundo de los hechos, sino también al de las invenciones humanas»;5 reflexión intuitiva, lugar adecuado para conocer historias y hechos, las vivencias y leyendas.