Hoy, de manera paulatina, y motivado ello por las características actuales del desarrollo social, se comienzan a llenar los huecos que el estudio de la literatura reclama sean llenados a nivel regional, no sólo para satisfacer afanes puramente academicistas, sino más que nada para tener una visión total y completa de la realidad social en su conjunto.
Sergio Gómez Montero
La lengua lo es todo. Ella «permea» nuestros actos, estructura nuestra realidad. Nos permite vivir en sociedad y nos liga a un determinado territorio más definitivamente aun que los gobiernos y las leyes.
Como sistema altamente codificado, la lengua es la base para la creación de muchos otros lenguajes o sistemas de comunicación, organización, control, desarrollo científico y producción. En una palabra: civilización. En la medida en que conocemos nuestra lengua y hacemos uso de ella, en esa misma medida es que somos dueños de nuestro destino, ergo: nos transformamos a nosotros mismos y transformamos nuestro entorno.
La lengua es también, y por lo anteriormente descrito, la conciencia propia, individual y social. Cuando se habla de que un poema o una novela expresan el inconsciente del autor o del personaje, no se habla de otra cosa que de los poderes de la lengua literaria para hacer aflorar el mundo inconsciente, es decir, para hacerlo consciente.
Tener conciencia ya es algo. Es el principio de la acción y de la invención, la materia de sueños y realidades que inquietan y hacen volcarse a nuestra naturaleza en pos de la realización de nuestros deseos. Formular esos deseos, trátese de levantar una casa, allanar un problema o realizar una obra de arte, es facultad de la lengua. Aquel que no sepa expresar sus deseos, no los conoce.
La materia de discusión en la que deseo introducirme es un bosque viejo como la lengua española y lleno de brotes nuevos como es la literatura escrita en el noroeste de México, particularmente en Baja California. Como en todas las latitudes, en este terreno nuestra lengua aflora distintivamente de acuerdo con las variantes de clima, geografía, composición social y, en este caso, exposición permanente con otra cultura y otra lengua. Frontera política y frontera lingüística son aquí realidad altamente contrastante, paradigma y epítome de lo que representa para una lengua la presencia de una sociedad mucho más avanzada en lo económico y fuertemente codificada en lo cultural.
Diferencias económicas y de código cultural que terminan por hacer presión, primero sobre usos y costumbres, y después sobre concepciones, conciencia, lengua, cultura. Esta presión, hay que decirlo, no necesariamente se traduce en asimilación o aculturación, sino que puede provocar, de acuerdo con la raigambre de la propia cultura y el prestigio de que goza entre sus integrantes, una forma de embate o resistencia frente a lo ajeno. Es frecuente, por ejemplo, escuchar acerca del acendrado orgullo regional que caracteriza a los pobladores del norte del país.
Sin embargo, dado el carácter imperativo de la relación que se establece con el vecino país, y dada la continua recepción de mensajes en la forma de medios, cursos, tecnologías y productos, se puede establecer por lo menos que la zona fronteriza es un campo de confluencias donde la movilidad que afecta la vida social tiene, a su vez, repercusiones en el universo simbólico, incluyendo en buena medida a la lengua.
Por otro lado, la frontera noroeste de México es el escenario donde un gran número de inmigrantes, provenientes de distintos puntos del país, vienen a asentarse con sus hablas regionales a cuestas, lo que hace de esta zona una perfecta Babel en cuanto se refiere a acentos, vocablos y modalidades del español mexicano y sus variantes dialectales. Esta doble circunstancia hace que el español hablado en estados como Baja California presente, por lo menos en potencia, una capacidad tanto de variación con infiltraciones del inglés como de sincretismo dialectal.
En este contexto, hablar de la literatura que se escribe actualmente en esta región es abordar un asunto de primera importancia para la vida de la lengua. Cuando un país, y dentro de ese país, una región, favorece, por una conjunción de factores de orden histórico, social y cultural, la gestación de obras literarias originales, esto es, generadas a partir de una conciencia de lo que se es o se busca ser, y no a partir de la mera imitación o la moda, entonces podemos hablar también de una madurez en la conciencia de la propia lengua.
Esto se puede formular en otros términos y decir que si la lengua se debilita, la literatura no puede gozar de buena salud; mientras que con una lengua vigorosa, ejercida en toda su libertad y liberalidad, tendremos una literatura prometedora de obras de importancia no sólo regional sino también nacional y más allá, en la esfera de dominio de esa lengua. Este planteamiento debe ser significativo en un país como México, en el que, con toda su multiplicidad regional, el arte y la literatura hechos en provincia tienden a permanecer relegados a un plano de importancia mucho más relativo que los del centro del país, donde se les otorga una especie de carácter absoluto.
Ahora bien, considerada desde la óptica de lo social, la literatura que se escribe en una región determinada tendería a reafirmar culturalmente a dicha región, en principio posibilitando la realización plena de la lengua, y como parte de la comunidad más amplia que incluye a los hablantes de la nación y del universo que comprende a los países en que esta lengua se habla. El sello regional, asimismo, vendría a fortalecer a las culturas de aldea, que encarnan la alternativa de pluralidad dentro de naciones con raíces culturales diversas y contra las tendencias a uniformar las estructuras culturales, particularmente a través de los medios de difusión masiva (Gómez Montero, 1988).
Es oportuno aquí señalar algunas características generales del español hablado en la frontera. En esta zona el español como lengua nacional, con una vitalidad incuestionable y vinculada a una amplia tradición literaria, goza gran aceptación entre los hablantes y la fidelidad a la misma se expresa con frecuencia en un rechazo al uso de anglicismos y una crítica al cambio de código que sufren los mexicoamericanos de la segunda o tercera generaciones. Estudios realizados sobre el uso de anglicismos nos demuestran que el número de éstos es muy reducido en comparación con el vocabulario total del español.
Esto se puede formular en otros términos y decir que si la lengua se debilita, la literatura no puede gozar de buena salud; mientras que con una lengua vigorosa, ejercida en toda su libertad y liberalidad, tendremos una literatura prometedora de obras de importancia no sólo regional sino también nacional y más allá, en la esfera de dominio de esa lengua. Este planteamiento debe ser significativo en un país como México, en el que, con toda su multiplicidad regional, el arte y la literatura hechos en provincia tienden a permanecer relegados a un plano de importancia mucho más relativo que los del centro del país, donde se les otorga una especie de carácter absoluto.
Ahora bien, considerada desde la óptica de lo social, la literatura que se escribe en una región determinada tendería a reafirmar culturalmente a dicha región, en principio posibilitando la realización plena de la lengua, y como parte de la comunidad más amplia que incluye a los hablantes de la nación y del universo que comprende a los países en que esta lengua se habla. El sello regional, asimismo, vendría a fortalecer a las culturas de aldea, que encarnan la alternativa de pluralidad dentro de naciones con raíces culturales diversas y contra las tendencias a uniformar las estructuras culturales, particularmente a través de los medios de difusión masiva (Gómez Montero, 1988).
Es oportuno aquí señalar algunas características generales del español hablado en la frontera. En esta zona el español como lengua nacional, con una vitalidad incuestionable y vinculada a una amplia tradición literaria, goza gran aceptación entre los hablantes y la fidelidad a la misma se expresa con frecuencia en un rechazo al uso de anglicismos y una crítica al cambio de código que sufren los mexicoamericanos de la segunda o tercera generación. Estudios realizados sobre el uso de anglicismos nos demuestran que el número de éstos es muy reducido en comparación con el vocabulario total del español.
De esta intervención se desprende, junto con los beneficios que trae el incorporar a lo propio las ventajas del código fuerte en conceptos como el de progreso, la obvia desventaja de la colonización cultural y los propios males que ese concepto ha acarreado a la sociedad estadounidense tal y como ésta lo ha interpretado en la práctica (Becerra, 1993).
Aquí, como siempre, el diálogo de las culturas, que como el sociólogo Jesús Becerra propone, podría darse a partir de un tercer lenguaje, sería la piedra angular que permitiera el intercambio —que no imposición— de los respectivos conceptos entre las dos culturas.
El fortalecimiento de la cultura regional habla a favor de ese lenguaje y de ese diálogo. La literatura del noroeste de México, de hecho, ya lo lleva a cabo. En un doble movimiento que la hace heredera de la literatura universal contemporánea y que simultáneamente la lleva a una búsqueda muy particular de acuerdo con su circunstancia histórica y social, esta literatura encuentra, en la medida que comprende, su entorno inmediato y se vincula con la literatura de otras partes de México y del mundo. Una de esas literaturas es su gemela del otro lado de la línea fronteriza, escrita tanto por mexicoamericanos (chicanos) como por angloamericanos. Rica en contrastes y con una juventud que se manifiesta en sus capacidades experimentales o iconoclastas, la literatura fronteriza del lado estadounidense es objeto de interés cotidiano por parte de autores bajocalifornianos, con un intercambio en lecturas, foros, traducciones y publicaciones como no se da en otros ámbitos de la relación binacional. Ambas literaturas coinciden también en su carácter periférico con respecto a la cultura central, y entonces se asumen con frecuencia como hipercríticas, inquietas y vitalistas.
Por otro lado, en la literatura que se escribe actualmente en el noroeste de México existe, junto con la voluntad del estilo y estrechamente vinculada a ella, la necesidad de revitalizar la propia lengua como una forma de autoafirmación e invención de lo real como se vive, sueña y quiere desde acá. Esta búsqueda, huelga decirlo, no siempre trae resultados satisfactorios, y en ocasiones se llega a caricaturas, cinismos y actitudes ya típicas de enfant terrible. Valga ver en ello las influencias mal asimiladas de los poetas beats norteamericanos. Pero en sus muestras más honestas consigue verdaderos actos de expresión creadora.
Dos narradores: Luis Humberto Crosthwaite y Javier Fernández Acevez.
Por la forma de estructurar sus cuentos, Crosthwaite es el narrador más singular de cuantos he leído en Baja California. Su escritura avanza con gran naturalidad a base de analogías, contrapuntos, acotaciones e interpolaciones diversas que van urdiendo una trama sustantiva y, por momentos, compleja. Este narrar sustantivo, tanto nominalista como limpiamente descriptivo, debe mucho a la poesía norteamericana actual. Cito el ejemplo de un relato, «Blues de San Luis», en varios de cuyos fragmentos se pinta, con pocas frases, la relación que se establece entre una madre y su hijo:
La mañana es una cobija pesada, quitarla es una tarea grosera, sin sentido del humor.
El grito es el mejor despertador. Ningún reloj chillante es tan eficaz, ningún radio con el rock más estruendoso. Nada es como el grito de Natalia por la mañana.
Es un grito estrecho y desarreglado. Emilio lo conoce bien, es un alarido que necesitaría afeitarse si fuera hombre. Un rastrillo para rasurar, en el baño, es un recuerdo melancólico de ello.
El desayuno rápido. El uniforme de primaria veloz. La reprimenda más frecuente tiene que ver con la lentitud con que un niño puede atarse las cintas de los zapatos.
La eficacia del estilo desnuda por entero las situaciones en una triste y contundente realidad. Pocas veces nombrar el mundo coincide tan bien con el acto de construir una narración.
La cultura norteamericana —y su lengua— está presente en las narraciones de Crosthwaite en la forma de letras de rock, expresiones chicanas y fronterizas, descripciones de la vida de éste y el otro lado de la frontera. Su uso del inglés es oportuno, irónico, descriptivo. Al mismo tiempo, estructura sus narraciones en un ritmo y con una combinatoria de cuadros que amalgaman los diferentes rostros de la ciudad de Tijuana. Ahí conviven el corrido norteño, los turistas, el nacionalismo escolar, los miserables de la urbe, los flancos vitales de una generación que, como la de Crosthwaite, ha decidido asumir su cultura con toda franqueza. En el siguiente fragmento se ilustra, junto con un hecho, una actitud frente al mestizaje cultural:
El niño moreno (13 años cumplidos) no tenía problemas, su decisión había sido tomada: quería dos hot-dogs, una malteada de vainilla y unas french fries. El del problema era su padre: «tantos años jodiéndome para que me pague así el hijo de la chingada». A él le hubiera gustado darle frijoles refritos, chilaquiles y champurrado. «Eres mexicano, acuérdate, somos mexicanos». El niño, con la boca manchada de catsup, lo miró con ojos cafés que cada día eran más azules y se fue a la recámara para ver un poco de televisión. Años después, verdaderamente intrigado, le preguntaría a su papá: «oye, jefe, if you’re so mexican, ¿por qué te quedaste a vivir por acá, por qué no ganaste your dolaritos y te regresaste a tu tierra?».
Desde entonces el padre no volvería a tocar el tema y los ojos del niño se tornarían azul oscuro con estrellitas blancas.
Javier Fernández Acevez es un narrador novel. Su primer, y hasta hoy único libro, Si tarda mucho mi ausencia, contiene relatos que en su lenguaje —no así en su estructura— siguen la tradición cuentística mexicana, en la línea de Rulfo o Revueltas: el habla de sus personajes —inmigrantes recientes— es la del mexicano rural del centro o sur del país. Su cuento En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, narra con soltura y abundancia los hechos que acaecen a dos familias de inmigrantes, resaltando especialmente la crisis sufrida por los adultos a raíz del cambio de residencia, y la capacidad de adaptación de los más jóvenes. Su estructura le permite asimismo intercalar elementos de crónica urbana e interpolar textos poéticos. El relato pone el dedo en la llaga cuando establece la diferencia entre el pasado y el presente de la familia inmigrante.
Es bonito oír hablar de milagros. Cuando las personas presumen los que han recibido y narran cómo es que logran conseguirlos, las pláticas son largas, entretenidas y llenas de magia, como sucede cuando tu papá, «el Viejo Don Julio», como acá lo mientan, nos habla de sus andanzas en la Sierra de Durango… Cuando tu don Julio habla, hay que sentarse a escucharlo para aprender de la vida cosas que jamás uno hubiera imaginado… Escuchar a tu papá presumir sus aventuras en la cárcel, Christian, es como cuando mi tía y tu mamá se comparten historias sobre milagros que les ha tocado conocer. Y las dos están de acuerdo en que Tijuana está peleada con la Divina Providencia: «La gente no tiene la devoción suficiente, no sabe pedir con sacrificios —dice tu mamá con los ojos llenos de nostalgia—. ¿Cuándo se ha sabido aquí de alguna imagen de la Virgencita, a ver, cuándo?»
Siguió rezongando toda la tarde con voz cada vez más débil, y lo último que dijo fue:
—En Tijuana hay mucha perdición. Mi Julio no ha enderezado desde que nos venimos, créeme, ahora ni el mismito Dios le quita el vicio.
Un cronista: Francisco Morales.
La escritura fragmentaria cultivada por Francisco Morales en El día moridor es un ejemplo de las posibilidades de la expresión del pensamiento frente a una realidad compleja y extremadamente móvil. La concisión, la idea al vuelo, la impresión fugaz, la ironía, el relato instantáneo, son los trazos dibujados para no dejar escapar la vida que pasa por nosotros en una fuga continua.
Los días en que te desplomas como un pajarillo. Exhausto y a medio vuelo. Los días que llegaron, decididos a aniquilarte con los cantos de sirena de un pasado inevitablemente muerto.
Los días que te arrastran de letargo en letargo («… árido, añil, crepuscular, canto de ciego…»). Los días que se afirman ante la certidumbre de que no vale la pena ni el más caro de los sueños.
Los días como éste a las seis de la tarde.
En la búsqueda, algunos tratamos de aprender idiomas. Pero la realidad es que ni en la propia lengua nos hacemos entender.
Ya ves, los malos entendimientos, los rencores, los a priori, la mentira, las trampas… los silencios (fulleros que somos).
Nuestra incapacidad para descifrar el universo propio y traducirlo —trasladarlo— en palabras al otro (el amigo, el cónyuge, la pareja… la otredad).
Desde ayer viernes, larga hilera de hormigas (baja del trolley, de los autobuses, de los propios automóviles) traza la ruta de San Ysidro a Tijuana; turistas o tránsfugas de los mil mundos de la frontera suben y bajan las espirales de los dos puentes que les llevarán a la mil veces pecadora ciudad.
(¿Cuántos respingarán porque lo dices así, tan ofensivo?)
164 páginas de mínimos ensayos de la imaginación crítica, de la razón imaginante, verbalizan la experiencia común de miles y miles de ciudadanos a quienes un lenguaje así de claro y directo, y así de complejo en concepciones, tendría que hacer recuperar su habla esencial y reivindicativa de su ser individual y colectivo; como, por lo demás, pretende toda buena literatura de inspiración social.
Cuatro poetas: Roberto Castillo Udiarte, Raúl Navejas, Jorge Ortega y Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal.
En la poesía de Roberto Castillo desfilan una serie de personajes y escenas que es posible encontrarse en el enjambre ciudadano. En una enumeración que es a la vez denuncia y rescate de lo cotidiano en las vidas de la gente de frontera, su poema La última función del mago de los espejos encara sin vacilación el desafío de representar lo real, cuan móvil, complejo, cuan sórdido y conmovedor puede ser; de él, citaré algunos fragmentos:
Si usted vive en el valle de la felicidad
y hace ejercicio diariamente con su traje azul de ieicipenis
mientras su esposa se acuesta con su mejor amigo,
pásele, pásele.si usted es una secretaria frustrada
y lee diariamente su horóscopo y las novelitas inéditas
de vanidades y cosmopolitan
o el cómo atrapar a su patrón en tres pasos
y una posición horizontal,
pásele, pásele.si frecuenta los bares
repletos de gente sola
donde un trío canta las mismas canciones
desde hace veinticinco años
o va a las cafeterías
a platicar sobre el destino de la nación
mientras ve pasar a las jóvenes empleadas
acariciadas por pantalones de mezclilla sergio caliente,
pásele, pásele.si usted es un hombre solo
o una mujer quedada
perdida entre la multitud silenciosa
y vive en un cuarto de hotel o un apartamento sin nada,
pásele, pásele.si usted lee en el periódico
que una niña fue violada por un anciano
que una anciana fue asaltada por un joven
que la guerra estalló en todas partes
que el precio del azúcar sigue subiendo
y no está conforme,
pásele, pásele.si usted es un estudiante de futuro incierto
con los libros bajo el brazo
y un cuaderno de notas innecesarias,
pásele, pásele.si eres un profesor
que ve en cada alumna una posibilidad latente
que imparte clases incomprensibles
para cubrir cincuenta minutos
y cobrar un suelto insuficiente,
pásale, pásale.si eres un escritorcillo
que sueña que sus obras serán publicadas
en letras de oro,
pásale, pásale.si usted es un policía nocturno
resentido violador de cholitas,
pásele, pásale.si eres un cholo
y la policía te persigue
por el solo hecho de ser cholo
y apareces diariamente en la nota roja
y tus pantalones, tu paliacate y tu virgencita tatuada
se desvanecen rápidamente,
pásale, pásale.Si usted es un albañil
que desayuna gansitos con soda
y espera con ansiedad el día de pago
para comprar su alarma y su kalimán
y tomarse unos tequilas en la zona norte,
pásale, pásale.si usted es un sureño en busca de trabajo
y camina por calles de anuncios y ofertas
con un morral de colores chillantes y bolsillos rotos
perseguido por ser ilegal,
encarcelado por ser ilegal,
condenado por ser ilegal,
pásele, pásele.si usted lee lo que está aquí escrito
y se pregunta a dónde voy
qué trato de hacer o decir,
pásele, pásele,
dentro de unos instantes comenzará
la última función del mago de los espejos.
Poesía social fronteriza se podría llamar a la escrita por Roberto Castillo Udiarte; a condición de que se viva una temporada en Tijuana y se sienta la manera en que la realidad se impone al individuo, quien, con desenfado y cierto ímpetu teatral, descorre los telones de la ciudad para hacer una caracterización carnavalesca de su humanidad.
En la poesía de Raúl Navejas se entabla un diálogo perpetuo entre la ciudad —Mexicali— y uno de sus habitantes, el más solitario y singular de ellos: el poeta.
Ciudad maquillada
Estoy cansado
mas no me vence el afilado viento que navega
en las emanaciones de la noche
donde la arquitectura de los árboles
deja pasar confusos ruidos,
inmaculadas luces de automóvil,
humo
y a veces serpenteante y cauteloso
un rumor negro que estremece
los cristales de farmacias y oficinas.
He venido desde la entraña de los yermos
y más allá, desde algún risco
como si fuera el hijo pródigo
que a ti regresa, pleno de olvido y claridades,
sonámbula ciudad en que radico.
Es imposible dejar de ver en esta poesía la presencia de López Velarde. En esa línea, Navejas hace resurgir a la ciudad norteña como un ser habitable hasta la entraña. Este poeta representa a otra vertiente de la literatura de la Baja California, cuyo camino comienza por el trabajo de la forma que nos conduce a un fondo, valga decirlo, más hondo, en aras de una mitología personal de la ciudad. En la conformación del universo poético asoma una tradición poética bien conocida y asimilada. Como él, otros poetas más jóvenes exploran en el lenguaje para constituirse en la novísima versión de la poesía mexicana de fin de siglo. Dos ejemplos son: Jorge Ortega, con una poesía de impresiones instantáneas:
Valle de Mexicali
Los poblados a orilla de la carretera muerden el asfalto mutilado. Dentellean el polvo, barren la tarde como un cielo nublado, conquistan yermos humeantes y consumen el verano en vértigos de lúpulo. Los camiones inventan el tabaco y la batuta, en un ambiente que tiende a evaporar la tensión de los trabajos forzados. La vegetación es inversa, crece hacia dentro de nosotros mismos, es el peso de una entidad puramente melancólica, horda sedentaria fogueándose en el intríngulis de la naturaleza. Vegetación introvertida, mímesis de la ciénaga y el tigre: luz africana. A veces la luna es moneda de plata que perdemos en temporada de fiesta, pero en cables telefónicos los cenzontles aguardan, como pulmones de ónice. Uno se queda con las manos calcinadas, si pedalea diariamente al aeropuerto con la rima de un soneto entre las piernas.
Y Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, que describe la canícula mexicalense en términos de una experiencia solipsista, plena y fatal:
XVI
Palpamos la vida en el umbral del espanto.
El viento marchita las lunas.
La noche
es fuente de frágiles sueños de agosto.Los muertos despiertan,
transmiten dolor a sus cadenas.
El atroz aroma del tiempo
persiste en la brisa
luchando entre cielo y silencio.
Los textos comentados son una pequeñísima muestra de la literatura que se escribe actualmente en Baja California. Las tendencias de la misma apenas apuntan en los poetas y narradores citados, pues una muestra mayor que incluyera, por ejemplo, obras de carácter experimental escritas, por cierto, por algunos de los más jóvenes escritores, rebasaría el espacio al que debe sujetarse el presente trabajo. Creo, sin embargo, que lo visto nos da una idea de la variedad de propuestas, índice del grado de encuentro que estos escritores han tenido con su propio lenguaje.
Pero ¿qué nos dice esta literatura de su momento y de su sociedad, y qué hay que concluir a propósito de su lengua, esa patria cultural de la cual son versión y representación? A mi entender, lo que sin ninguna duda nos dicen es que el norte de México existe como fracción cultural de nuestro país, donde la vida, con sus conflictos particulares, sus procesos de cambio no pocas veces dolorosos y sus ansias de pertenencia y estabilidad, se abre paso gracias a esa confianza ancestral que nos vincula con nuestro yo profundo.
El ser que sobrevive y se adapta, el que sortea los cambios y atraviesa las apariencias, es el que subyace, en última instancia, en la lengua que hablamos, la que da sentido y significado a nuestro mundo. Con su riqueza expresiva, sus sutilezas y su alegría irrenunciable, la lengua persiste íntegra en estos cuentos y poemas. Y lo hace con características muy particulares, identificadas en la forma de nombrar, con total libertad y conciencia de ser, a aquel entorno en que se arraigan.
Después, nos dicen que la distancia, histórica y geográfica, respecto del centro del país, cobra su cuota de autonomía en la configuración particular de una forma de ser y entender el mundo que suele ser decidida, franca, vivaz o ácida. ¿Cómo si no con estos rasgos de carácter genérico se pueden circunstancias histórico-políticas como la extirpación del territorio por parte del imperio vecino, la inmigración a tierras hostiles o ajenas, la anarquía urbana, el centralismo y la también arrogante presencia de una cultura colonizadora por naturaleza como lo es la estadounidense? Esta autonomía tendría que reflejarse en el espíritu de muchos textos de literatura que propenden hacia el lenguaje directo, la ironía, el juego verbal y conceptual, la vivencia al límite, la crítica abierta.
Finalmente, nos dicen que la literatura mexicana está viva en el norte, y lo está justamente en la obra de los escritores que aparecen a partir de los setenta hasta la de los que comienzan a escribir en este fin de siglo. Está viva como tradición y también como ruptura, en tanto que esa obra se asume como literatura de una generación dentro de un país rico en manifestaciones artísticas verdaderamente actuales a todo lo largo y ancho de su territorio. Y esto supone una toma de conciencia de lo que significa seguir el oficio literario por parte de los escritores de una región tradicionalmente desfasada en lo que a movimientos culturales se refiere.
Para terminar, diré que lo que todo esto representa en términos del desarrollo de la cultura en una parte de México que es avanzada en cuanto a emisión y recepción de códigos culturales, cambios económicos y sociales y, en definitiva, concepciones del mundo; lo que esta literatura representa, digo, tiene que ser valorado de continuo a fin de allanar el camino a la presencia aún incipiente de estas formas de discernir, nombrar y manejar nuestras realidades y que mantienen a raya, tanto a la inmovilidad de la tradición como a la voracidad de lo que pervierte o aniquila nuestra singularidad. La lengua literaria, nutriéndose de la lengua en toda su amplitud, se muestra como el campo irreductible para la creación de nuestra conciencia y de nuestra libertad.