Dice Roland Barthes que curiosamente alrededor de la misma edad, hacia los tres años, es cuando el niño inventa las historias y el Edipo. Tal semejanza es indicativo de la fuerza de ambos impactos en la vida humana.
Es probable que bastantes años después algunos seres logren superar el Edipo; pero muchos no escaparemos jamás de la imperativa influencia narrativa: que nos cuenten y narrar historias continuará siendo uno de los maravillosos vicios de esta vida.
A pesar de que los charlistas es una especie en extinción, y aun en contra de las precariedades de los mercados del libro, nuevas vías y fórmulas han entrado al rescate de las atávicas y perennes necesidades narrativas: el cine, la radio, la televisión y muchas nuevas tecnologías van supliendo, complementando o apoyando la entronización de las más añejas fórmulas literarias: el cuento, el drama y la novela, porque coincido con Fernando Savater cuando dice que «la ficción no está ligada al porvenir del libro ni toda la literatura ha de ser forzosamente impresa: contar a través de imágenes no es menos lícito ni menos intelectual».1
La polémica sobre la extinción del libro —y con él la más antigua y tradicional de las vías para el cuento y la novela— es tema de discusión de los tiempos modernos y en la postmodernidad cobra y recobra actualidad, casi cíclica, primero con el boom de la radio comercial; después, cuando el cine alcanzó la más alta de sus cimas; retornó en los momentos cruciales en los que la televisión arrasó hasta con verdaderos fanáticos del cinematógrafo, y ha vuelto a cobrar ímpetu con el avance de nuevas tecnologías: desde la televisión por cable hasta las accesibilidades prodigiosas y enajenantes del Internet.
Recientemente Eco al ser entrevistado, después de 2500 veces sobre el mismo tema de la muerte del libro —según bromeó—, aludió a su conferencia en Internet y dijo que el libro no desaparecerá a pesar de las apocalípticas predicciones, pues hoy por hoy —mencionó— es el instrumento más fácil, cómodo y más ergonómicamente manejable para transportar información.
En los extremos de la polémica puede adoptarse una posición o la contraria. Yo en lo personal apostaría que nada iguala la simbiosis entre el lector y el libro cuando se da la entrega y pasión de la lectura en el sitio preferido; a la hora que más plazca y pudiendo releer cuantas veces se desee las páginas anteriores y hasta subrayar —si se pertenece a ese tipo de pecadores— los párrafos o las frases maravillosas con las que un escritor logra impactarnos. Pero, por supuesto, hay millones de personas en el mundo que sostienen en un buen porcentaje, y desde la pasiva comodidad de su hogar, a las industrias de la radio y la televisión. Tan controversial asunto queda aquí como discusión colateral.
Los filmes, tanto los malos como los magníficos; los espeluznantes radiodramas que alcanzan sus mejores ratings en las horas nocturnas, y las cada vez más menospreciadas —pero también más vistas— telenovelas con sus muy extensos seguidores, están ahí. Pertenecen a nuestro mundo, y frente a la cultura de masas de la que son agentes y pacientes sólo podemos adoptar un enfoque apocalíptico o integrado. Punto.
Para todos esos millones de horas de programación en los medios se debe partir del reconocimiento, ineludible, de que el guión es el material de origen para su producción. Todo programa parte de ese motor organizador de las acciones a realizar y de manera todavía más importante —por la complejidad de los programas a que da origen—, el guión dramático. A continuación abordaremos algunas cuestiones sobre este texto.
A pesar de que algunos productores —reconocemos sin duda la genialidad de algunos más que de otros y, sobre todo, la petulancia o esnobismo de la mayoría— declaran que trabajan a partir de su sola intuición y que gracias a su capacidad prefigurativa no necesitan recurrir al eje motor que origine sus creaciones, el guión es, como se mencionó, el texto generador básico para todo programa dramático emitido a través del cine, la radio y la televisión.
Cada vez más programas, aun aquellos que no se reconocen dentro de los géneros dramáticos, utilizan elementos de estas características para estructurar sus emisiones. Por ejemplo los informartivos, recurren continuamente a sus bases de datos para organizar la emisión de lo que, en esencia, no requeriría sino de la prontitud y eficacia para comunicar la noticia. En los programas musicales también es fácil notar el entramado dramático alrededor de un tema; se presentan pasajes biográficos del intérprete o sobre el autor o cuestiones anecdóticas que escenifican de mejor manera la música programada.
La combinación, si no de géneros sí de estilos, permite las mixturas más abiertas, y en ellos se relacionan las presencias de los elementos constitutivos de la narración y la dramatización a los que ahora nos referiremos.
Al analizar el guión es posible reconocer, en primer lugar, una serie de características que responden a su naturaleza literaria, y que son aquellas que sustentan básicamente la narratividad y la dramaticidad del tema, ambas como requisitos inherentes a la ficcionalidad.
Toda narración de una historia implica el qué contamos, de quién o de quiénes lo contamos y quién lo cuenta. Esto es, lo acontecido a unos personajes cuyos sucesos llegan a nosotros, los lectores, a través de un narrador. Conocemos todos estos elementos —muchos detectados ya desde los estudios aristotélicos y llamados con diferentes nombres, nombrados y vueltos a nombrar cada vez más estilizadamente por los teóricos de cada movimiento o moda— por la ruta académica de los estudios o lecturas especializadas pero también y de forma mucho más amplia y contundente, porque en la vida diaria se los identifica simplemente como el héroe, los malos, la abnegada, el villano, etc., en las cotidianas pláticas del público de los distintos medios.
La trama anecdótica es el meollo primero del que parte el guión. La formulación de los personajes, los ambientes, el estilo o tratamiento completan los fundamentos narrativos. Otros requisitos para la escritura del guión —no propiamente constitutivos de la narratividad pero sí pertenecientes a diferentes conexiones de lo literario— son: la corrección lingüística, el hábil manejo del habla particular y, también, la presencia y el manejo de los recursos creativos del guionista; estos últimos sin relación proporcional con los conocimientos literarios.
Después, o mejor dicho, al mismo tiempo, la narración plantea de forma implícita las necesidades para concretar su discurso: el dónde lo vamos a contar y cómo vamos a hacerlo. La puesta en escena o mise en cadre o en los puntos que determinan la imagen de la pantalla chica, circunscribe obligadamente al espacio que el guión tendrá que considerar. Irrumpen así los elementos cuyo origen dramático es incuestionable.
La dramaticidad tiene en la caracterización misma de los personajes y en su desempeño a lo largo de toda historia, otra de sus presencias esenciales en el guión. Es una obviedad, pero conviene recordarla, que todo personaje que «nos hace vivir» su historia a través de un filme o radiodrama sólo podrá lograrlo si convergen en él las características de verosimilitud, credibilidad, emoción y pasión que muestran los seres de la vida real.
En foco y fuera de foco
Se han mencionado aunque someramente, los elementos del lenguaje narrativo; también han sido asentadas las principales cuestiones de la dramaticidad. Así, podemos decir que ha quedado planteada la revisión del eje literario. Conviene ahora mencionar que las necesidades de la puesta en escena nos llevan a fijarnos en los modernos escenarios fílmicos en especial y tambien en los medios electrónicos. Así entran a escena, sin eufemismos, los lenguajes y discursos particulares de la radio, del cine y de la televisión.
Es preciso, pues, abrir la lente para dar cabida al lenguaje de las nuevas grandes vías narrativas y expresivas. El guión, por su carácter generador, debe considerar, con una rígida vigilancia, que no se narra y escenifica de la misma manera en cada uno de los medios; que no puede escribirse de igual forma un programa para un auditorio infantil que para otro que se emite en horario nocturno o para una cadena de las llamadas «culturales». Finalmente, el escritor de un guión cinematográfico conoce perfectamente, o debe hacerlo, si el director requiere una producción comercial y taquillera o pretende un mensaje más complejo y estético.
Hasta aquí hemos hecho un repaso, casi en frío, de los ingredientes. Ahora mencionaremos tan sólo —para no tener que dar cabida a una difícil determinación— que, por supuesto, estamos hablando del guión considerándolo como «un producto de creación» y, por lo tanto, con todos sus requisitos de expresión y comunicación artística. Que se logren o no es otro asunto, pero desde luego se requiere conjuntarlos en el plan de trabajo.
Cuando menciono un producto de creación me refiero tanto al texto escrito originalmente para el medio que lo solicita, como al guión llamado de «adaptación», esto es, el que proviene de otro texto ya escrito previamente. De la novela al cine, del reportaje periodístico al teatro, de éste al radiodrama, etc; por igual, el guión es un texto de creación, o en todo caso de re-creación.
En el acercamiento al guión quedaron establecidos los requisitos de conocimiento y manejo de varios lenguajes, por lo que es posible ya hablar del guión como un texto interdisciplinario.
Estimo que es inadecuado hablar de guión «técnico» y «literario», a menos que esas determinaciones se den entre un grupo de producción que ya se conocen perfectamente y para quienes así convengan ciertas definiciones; pero, en general, nombrarles de esa manera en tratados y manuales implica, a mi modo de ver, que hay un desconocimiento real de la labor profesional de un guionista.
No importa que en un momento se solicite al escritor «sólo los diálogos»; el guionista requiere saber dónde, cuándo y cómo deben ser dichos esos parlamentos y esto requiere el ver y escuchar, o ambas acciones, a sus personajes y así conocer los apoyos dramáticos que conciernen a los lenguajes de la radio, el cine y la televisión. Yo sostengo la imposibilidad de separar un canal del otro. Y, de igual modo, no hay posibilidad de seleccionar un encuadre, duración de escena o inclusión de efectos especiales sin conocer el peso de cada anécdota, de ciertos índices o la importancia sinonímica de algunos adjetivos.
Para lo anterior, el conocimiento y empleo ponderado de los distintos lenguajes es imprescindible. Un guionista debe ser un escritor inmerso en los medios y sus respectivos públicos; sabe de la heterogeneidad de sus lectores, reconoce el valor de lo efímero que pueden ser sus mensajes y expresiones; pero, al mismo tiempo, sabe de las condiciones de creatividad, de los recursos particulares, los fines estéticos y las condiciones culturales de un público que no por masivo merece estéticas de segunda como, lastimosamente, siguen considerando muchos jefes y directivos de algunos medios.
De la misma manera que el escritor se para frente al mundo —¿o se sumerge en él?— y recibe del entorno a quienes serán los personajes de su realidad, el guionista de la película o telenovela escribe recreando de lo real, transmutándolo, empalmando en un personaje a dos o más personas, tendiendo puentes entre situaciones, emociones y mundos a veces vírgenes. Para quienes han soñado con la pasión de escribir, de crear —esa posibilidad lejana de los dioses— la vía posible del guionista es un camino por el que fácilmente se arroja uno de cabeza.
Varias inquietudes le asaltan al escritor cuando se coloca profesionalmente ante este moderno género interdisciplinario: ¿Qué es más fácil o difícil: que le publiquen a uno una novela o ser el guionista de un teleteatro?; es posible reunir diez o doce cuentos y lograr su publicación o tocar puertas y puertas y que finalmente se abran las de las televisiones de nuestra ciudad. En el cine, ¿a quién dirigirme para lograr vender mi guión ? ¿Quién lo sabe? Pero, finalmente, el guión es una posibilidad, y un reto, al alcance de muchos más emisores que casas editoriales.
Por otra parte, también debe tenerse en cuenta la libertad para la escritura de un texto literario, mientras que el guionista está obligado a escribir pensando en sus lectores y éstos están predeterminados por un horario, un canal, un estilo de sus patrocinadores y hasta por los límites de las oficinas que censuran a los medios.
Otra consideración muy importante es la capacidad que el escritor de guión debe tener para considerar que su texto es realmente una «obra abierta» a las más variadas reescrituras que sufrirá; tantas que a veces es irreconocible el modo del relato final respecto al nacido en un principio. Lo anterior, por supuesto, no sucede con el escritor literario cuyos textos son sacralizadamente intocables. Y, por último, el guionista debe estar absolutamente resuelto a que su obra, una vez producida, ya no «sea». Un ineludible proceso de metamorfosis termina con el guión para que aparezca el radiodrama, el filme o programa de televisión. Tal como la autora de las presentes palabras escribió: «El guión es… para dejar de ser».2
Pero, ya sea para la escritura de una novela o cuento, ya para los radiodramas, el teatro, los filmes cinematográficos y la programación teledramática, estamos frente al idéntico meollo inicial que nos hace girar ante las mismas preguntas: ¿qué voy a contar; sobre quiénes; a quién me dirijo y cómo lo haré?, las cuestiones propias que las teorías literarias, primero, y de los lenguajes de los medios y la moderna semiótica, después, han estudiado y dictado.
Comenzar por una conceptualización del guión, que abarque tanto su esencia como sus más diversos y plurales discursos ayudará a que su escritura no sea considerada de la manera simplista que se la considera, y ayudará también a que su escritura sea realizada por manos cada vez más profesionales y que, finalmente, su autoría no sea vergonzante para muchos literatos que sólo aceptan su participación en guiones cuando los filmes no los desacreditan al vender sus plumas a la industria.
No quiero terminar sin aclarar que la ubicación de esta charla en el tema de «Cine» plantea el problema de la preeminencia que este medio concede, como ningún otro, a la imagen; y así, la tesis sostenida de la literariedad como fundamento del guión resultará, para muchos, incongruente. Pero, por otra parte, este trabajo no podía quedar plenamente designado en otros campos. Disculpas por ello y la esperanza de despertar su interés, aun fuera de sitio dado que el guión impone una conjunción de lenguajes.
Recurro a la ayuda de Savater, nuevamente, quien dice: «la literatura —tanto para el niño como para el adulto, tanto escrita como oral o dibujada o filmada— es cultura, es decir, promoción, reforzamiento y garantía de la vida en tanto humana».3