Antes ganaba por alusiones; como yo he sido durante 30 años guionista de cine, que es como yo empecé, porque a mí nunca me gustó mucho lo de dirigir hasta que le «cogí el aire».
Habláis muy bien de lo que es el guión y todas estas cosas de teoría, pero yo tengo una explicación mucho más sencilla: el guionista es un señor que llega a la habitación de un hotel a eso de las 11 de la mañana, cuando está todo revuelto y están las camareras con el follón de los lápices, los bolígrafos y cambiando las sábanas, y entonces el guionista minuciosamente limpia el polvo, pasa la aspiradora, llega a la cama, hace la cama, pone muy bien las almohadas, pone la colcha, y cuando ya está todo terminado llega el director y se mete en la cama con la rubia.
Ése es el trabajo del guionista, no nos engañemos, así ha sido y así va a ser siempre, porque el guionista —para la industria del cine— no es ni siquiera «la mantequilla del sándwich»; lo gordo del sándwich, el jamón, es el director, naturalmente; el queso, o el huevo, son las actrices y las «tapas» las amantes del director y del productor, y nosotros no tenemos nada que ver en ello.
Yo he reivindicado esto durante muchos años, porque cuando yo escribía…, muchísimos, a lo mejor el 50 por ciento de los guiones en la soledad de mi cuarto, yo entonces me llamaba «y José Luis Garci», porque siempre acababa un señor filmando, o fulano «y» José Luis Garci. Luego, con suerte, pasé a llamarme José Luis Garci y, bueno, esa fue una variación.
Entonces, yo puedo hablar porque he estado a los dos lados, escribiendo y dirigiendo, y es mucho más difícil escribir una película que dirigirla, lo que pasa es que los directores nunca lo quieren decir. Y hay una cosa que está muy clara, y lo decía Billy Wilder, que es un genio como escritor, uno de los más brillantes de toda la historia del cine.
Decía: «Mientras un escritor —como es el caso de Billy Wilder, el caso de Preston Sturger, de John Mankiewicz; a nivel nuestro el caso mío, de Almodóvar, o de Trueba— puede llegar a ser director de cine, un director de cine que no tenga talento para escribir, jamás escribirá un libro, ni un guión, ni una novela, ni nada, porque el cine se aprende en diez días, la técnica cinematográfica desde Griffith no ha variado nada y ya se sabe lo que es. Y, por supuesto, si hay alguien que quiera dedicarse, que no lea a Christian Mead, que no tiene ni idea de lo que es el cine ese señor, como todos los pelmazos de Mead y Brodillar y compañía que no saben nada; Susan Sontag y toda esa gente no tiene nada».
Yo vengo aquí, naturalmente, en uno de los momentos de mayor desprestigio de mi carrera, para decirles a ustedes lo que yo pienso de verdad, porque yo con lo único que puedo pagar este viaje es con sinceridad.
Estoy enamorado del doblaje desde niño, adoro el doblaje, cuando yo veo una película doblada me fijo perfectamente en los actores; cuando veo los subtítulos ¡coño!, no me da tiempo, no veo la puesta en escena, jamás veo la puesta en escena. Aparte, mi madre murió pensando que Paul Newman hablaba como nosotros; es fantástico eso también, nunca pensó eso del doblaje.
Yo me he educado en el doblaje, y me decepcionó que cuando en mi país se cayó la dictadura y vimos tantos cambios y se legalizó el Partido Comunista, no hubiera un político de izquierda que se cargara el doblaje. A partir de ahí yo dije: «no entiendo nada», luego yo voy a seguir con el doblaje y voy a ver las películas dobladas.
Me encanta el cine «coloreado», que es otro de los sacrilegios que dicen mis compañeros que es horrible. ¿Cómo se puede colorear Casablanca? Coño, ¿por qué no? yo ya la he visto en blanco y negro, pues la quiero ver también coloreada y la quiero ver como se pueda y adoro el vídeo, que me parece que es uno de los inventos más grandes del mundo y adoro lo que vaya a venir, porque creo que hay que estar abierto a cualquier futuro que nos ofrezca el cine. El tener en vídeo, a las tres de la mañana, a Ciudadano Kane, en tu casa, en una de esas noches de insomnio, cuando te quedas a gusto y tranquilo, que se ha ido el camión de la basura y no hay un ruido en la ciudad, haces así y tienes a Charles Foster Kane para ti.
Eso es una cosa como nunca hubiéramos podido soñar y ¿qué ocurre, que la pantalla es más pequeña? Eso no quiere decir nada, porque la pantalla del cine es mentira. Un primer plano de Paul Newman tiene a lo mejor ocho metros cuadrados cada nariz o cada ojo de él. Entonces, ¿qué pasa? Que nuestro cerebro se acopla y sentimentalmente viajamos por esa pantalla, luego igual, esa pantalla también sirve cuando mide nueve u ocho centímetros la cara de un señor, para que nos acoplemos. El sentimiento es lo que mueve todo esto.
Entonces, la desgracia mía es que yo, desde niño, he sido un enamorado del cine americano, del cine de Hollywood. A mí ahora ya no me gusta tanto el cine americano, pero antes sí, y cuando empecé a escribir guiones y empecé a hacer películas, mis modelos a seguir eran John Ford y John Ford y John Ford. Eran, pues eso, Howard Hawks y toda esta gente, y luego, a medida que fueron transcurriendo los años, yo quise ser un poquito más personal y más autor y más europeo, y fue una catástrofe: no iba nadie a ver mis películas.
Es que es un desastre; fue cuando yo dije: «No, voy a olvidar el cine americano». No, no, hacía un error tremendo, porque Asignatura pendiente está hecha como Martin Scorsese, y entonces a mí eso me parece muy bien. Y en Solos en la madrugada, no había una narrativa clara, en progresión, como había aprendido de los americanos.
En el momento en que me he ido a la tabarra del cine europeo, pues eso es horrible, porque, claro, nosotros no estamos dotados para esa especie de fluidez que tiene el cine americano. El cine americano no da toreros, ni da grandes pintores, el Museo del Prado de Madrid es fantástico. Pero han dado el cine y eso es absurdo que no lo queramos reconocer; han inventado el cine, no lo ha inventado Meliès, lo han inventado los americanos y entonces yo pensaba decir algunas cosas, pero bueno, como no me daba y quería matizar algo de guiones y de cosas de éstas, yo quería decirles a ustedes que, al principio, en el cine, no fue la palabra, eso es evidente, en todo el resto sí, pero en el cine no fue el verbo.
Decía Álvaro Montes que el lenguaje español, el nuestro, es el Espíritu Santo; pero el Espíritu Santo es sólo el 33 por ciento de la Santísima Trinidad; ¡joder!, y Dios habla en inglés, en fin, y Jesucristo también. Dios, en fin, speaks in English, de eso no cabe ninguna duda, negarlo es gratuito. Lo que es una paradoja es que precisamente esto haya nacido y se haya inventado todo en California, en una ciudad llamada Nuestra Señora de los Ángeles, donde las huellas de nuestro idioma son fantásticas. Las calles, las avenidas son: Montecito, Tijera Boulevard, Santa Mónica, Santa Rosa, Redondo Beach.
Estás auténticamente metido como en tu propio mundo, y ahora qué ha ocurrido con nuestro propio mundo, qué ha ocurrido con nuestro idioma; porque sólo hablan nuestro idioma los chicos y las chicas malas que fuman, y antes los indios de John Ford, como en Fort Apache. Ellos eran los que hablaban en nuestro idioma, y ¿qué se le va a hacer?
Yo creo que no debemos perturbarnos mucho porque, ¿qué hubiera ocurrido si el cine se inventa en el siglo xvi? Pues que todo el mundo hubiera hablado nuestro idioma, los grandes guionistas de la época, evidentemente Shakespeare, Dante Alighieri, hubieran escrito y aprendido español en siete días, hubieran aprendido español. Evidentemente, la Divina comedia no se hubiera escrito, a lo mejor, pero habría que haber esperado unos años; la Divina comedia, como todos ustedes saben, la ha hecho Ludwitz, una comedia más divina que las que ha hecho Don Ernesto.
Así pues, yo creo que no debemos preocuparnos por todas estas cosas y yo tengo aquí una nota donde a mí me parece que la palabra en el cine va a contar ya muy poco. Y no lo digo desde el punto de los cineastas. Como decía Giménez Rico, «habitamos imágenes», los cineastas no pertenecemos a ningún país. Hay una frase que dicen mucho los americanos y que es verdad; cuando te preguntan: Where are you from? (¿de dónde eres?) Yo les digo, «del cinema». Soy del país del cine y yo tengo mucho más que ver con un cineasta chino o con un cineasta japonés que con un abogado de mi país, con el que no tengo nada que ver; pero con un cineasta de cualquier lugar del mundo yo estoy compenetrado, forma parte de mi vida y de mi planeta, «del planeta del cine».
Yo creo que lo de las palabras no va a importar nada, porque ya vamos descaradamente, como tengo aquí apuntado, a las cifras, a los números, eso es el cine. Las productoras ya no tienen orgullo en decir: «Presentamos esta película que ha ganado el Óscar, que ha ganado la Palma de Cannes y que tiene unos actores maravillosos». No, no, dicen: «Presentamos esta película que ha recaudado 200 millones de dólares en 8000 salas y la han visto 5500 millones de personas». Es decir, estamos absolutamente en un mundo de cifras en el que las palabras desaparecen y con ellas los críticos también van a ser historia, y esto es tremendo.
Por otro lado, el idioma, pues el idioma es fantástico. Porque yo no podría hacer una película más que en mi propio idioma; yo no podría indicarle a un actor, precisarle un gesto o una mirada, que baje la voz en un tono determinado, yo creo que eso sólo en mi idioma, porque es el país que yo habito, el país que todos nosotros habitamos, y entonces, claro, hacer una película incluso muda, donde tendrías que dar indicaciones continuamente al cameraman, al tipo que hace el cuadro, al decorador, fuera de tu idioma es muy difícil, y casi todas las aventuras que se han hecho creo que han salido mal. Recordad a Antonioni en Estados Unidos y a algunos franceses de la nouvelle vague que fueron. Pero bueno, si esto hay que centrarlo ya en el guión, yo levanto mi vaso, porque a los guionistas hay que darles lo que se merecen. Los guionistas son la columna vertebral de la historia del cine.
Naturalmente, como decía Moravia en El Desprecio, el enemigo directo es el director; y, sobre todo, desde que llegó la nouvelle vague y se inventó aquello de «un cine que es mentira». Hay un complejo de inferioridad tan grande en el director ante el escritor, que un director dice: «Yo quiero el decorado de esta manera y quiero que eso no esté así, que la puerta abra para acá y el tiro de cámara ahí», pero no firma el decorado, y dice: «la fotografía la quiero cruzada, quiero la luz lateral, etc.», y no firma la fotografía. Pero, amigo, se sienta a hablar con el escritor un rato y dice: «Yo también firmo el guión», ustedes y los críticos tienen la culpa de ello.
Eso hay que cambiarlo, porque, insisto, es la columna vertebral del cine, y no digamos del cine americano. Pues, que sirva este Congreso de la Lengua Española para que los guionistas que escriben en lengua española sean reivindicados. Muchas gracias.