Marcelo Zúñiga

La cultura mediática Marcelo Zúñiga
Director Ejecutivo de IberoAmerican Radio Chile

Para los que trabajamos en los medios de comunicación es muy importante participar en la tribuna de una institución tan señera e ilustre, guardiana de la lengua castellana.

Agradezco, sinceramente, que me hayan invitado a este Congreso. El honor de estar aquí es muy grande. Y también la responsabilidad, ya que se me ha pedido que oriente mi ponencia hacia el rol que tienen los medios de comunicación y la creación de la cultura.

Es común que se levanten voces doctas que, en nombre de la «cultura», nos reprenden por ser divulgadores del mal gusto o, cuando menos, de que en nuestros diarios, periódicos, canales o radios, obviamos lo que llaman los temas u obras de la gran cultura.

Y cuando nos escuchan decir que nuestras programaciones se guían por la satisfacción de los públicos mayoritarios, de los segmentos socioeconómicos a que nos dirigimos, se suele criticarnos diciendo que estamos nivelando hacia abajo, por el suelo, la cultura de nuestro pueblo en aras de perseguir el dinero de nuestros «avisadores».

Y estos personajes tan prejuiciosos se cuentan entre los millones de personas que todos los días se vuelcan sobre los quioscos para adquirir, como alimento vital, algunos de los 104 diarios que circulan diariamente en Chile, o sintonizan algunas de las 1270 emisoras de radio, y también algunas de las cuatro cadenas de canales de televisión que cubren nuestro país.

Por lo mismo, esta es una oportunidad para insinuar una defensa y justificar, desde el punto de vista de la cultura, la importancia de nuestros medios comerciales. Al menos del medio radial, que es el que me corresponde.

¿Qué significa esta lucha diaria y minuto a minuto por el rating en los segmentos socio económicos?

En primer lugar, que el medio que tiene mayor sintonía lo está haciendo mejor que sus rivales.

Que se esmera más por conocer a la gente del sector con el cual se comunica.

Que conoce sus preferencias musicales, los temas públicos y existenciales que más le motivan.

Que hace participar y dialogar a los auditores exponiendo sus particulares opiniones.

Y que las personalidades al micrófono y en contacto con la gente son importantes, con rasgos de personalidad sobresalientes, con desplante y carisma para comunicarse.

Vale decir: la gente se conoce, se informa, va formando criterios y adquiriendo un desplante participativo que enriquece su idiosincrasia a través de los medios. Y particularmente de la radio, que ha sido mi trinchera laboral de toda la vida, que por su espontaneidad y manejo vivo del lenguaje se ha ido moldeando con la personalidad y las necesidades comunicativas de cada uno de nuestros miles de auditores, día tras día.

Porque hoy, más que nunca antes, es la radio el medio que se ha mantenido más conectado con la sociedad a través del permanente rescate de la palabra. Y la palabra, como sabemos, es un agente cambiante, que muta, que se reinventa, y nada mejor que la radio para ir reflejando día a día esa evolución.

La verdad, no sé cuántas palabras empleamos al día en nuestras conversaciones cotidianas. Puede que sí, que hayamos reducido nuestro vocabulario. Puede que los jóvenes de hoy tengan menos recursos gramaticales que los de antes, puede ser. Pero lo que sí es cierto es que esos jóvenes, como las mujeres, como los niños, como los adultos, manejan lenguajes particulares, contenidos y conceptos que le son propios, y el éxito de la Radio radica justamente en haber sabido adaptarse a esos códigos.

Y esa misión de comunicar, de romper barreras, de adaptarse a las necesidades comunicativas del público, de permitir el libre ejercicio de opinar y proponer, es hacer cultura.

Porque cultura no es solamente lo ya creado, formado y transformado por el hombre, sino que en su esencia está el proceso de cambio: de las costumbres, las creencias, y los valores de belleza y utilidad.

Todos estos valores que tienen origen en el espíritu van evolucionado en años, en siglos y en milenios, y se van incorporando al pensamiento y al sentimiento del ser humano y a la transformación de su entorno. Y este cambio es imparable, constante.

En esta dinámica de la cultura entran los medios de comunicación e información, como herramienta fundamental del proceso.

Siempre estamos sintiendo que algo nos está llevando, empujando.

Una persona de quince, veinte, treinta o sesenta años, si mira hoy hacia atrás, si revisa sus recuerdos, se dará cuenta de que las relaciones, las costumbres, conceptos y creencias morales han sufrido cambios radicales, casi violentos, aun cuando lo que era hermoso, seguirá siendo hermoso.

Pero estará envuelto en nuevas formas de belleza. Atrás habrán quedado muertas muchas formas que tenían el valor de la utilidad y la han perdido, o han sido reemplazadas por otras más perfectas y prácticas.

En los últimos sesenta años estamos viviendo una transformación cultural muy dinámica, obra de elementos también culturales, como son las comunicaciones, que está avecindando al mundo.

Ahora la tierra es un barrio grande, pero barrio al fin y al cabo, donde los pueblos, las razas se encuentran a cada rato, se cruzan y entrecruzan, se hablan, dialogan, se comunican.

Y es en esta comunicación, en este poner en común ideas y sentimientos, información y ocio, donde los medios de comunicación, especialmente la radio, logran establecer esos puentes que hacen que ese entorno hostil y distante de lo ajeno pase a convertirse en comunidad. En lo nuestro.

McLuhan, Marshall McLuhan, el pensador canadiense, predijo lo que hoy esta sucediendo. En 1964 publicó Understanding Media, cuando no existían los medios de comunicación tal como los conocemos ahora. Sin embargo, las argumentaciones de McLuhan sobre las extensiones tecnológicas de la conciencia humana se adelantaban a nuestra capacidad para comprender las consecuencias nunca tan apremiantes.

Después publicó La Aldea Global, cuyo sólo título nos adelanta algo de lo que estamos viviendo, con consecuencias muy positivas, pero aún con mucho por imaginar o vivir.

Los medios masivos de comunicación comerciales —por Internet también circulan los avisos— están dinamizando todas las consecuencias sociales, económicas, artísticas, morales de esta gran revolución material y espiritual de la humanidad.

Cada día el valor de la libertad se fortalece en el mundo y esto significa que los medios muestren la diversidad de los juicios que manifiestan las personas, las comunidades y sus líderes en todas las latitudes de la tierra, en el aquí y el ahora, en la simultaneidad de los sucesos en cualquier parte de nuestro globo terráqueo y los razonamientos que estos suscitan en las distintas sensibilidades.

Y este foro de la humanidad es permanente. Parodiando a Ciro Alegría, el mundo ya no es ancho y ajeno, más bien es ancho y cercano.

¿Todo esto llevará a los pueblos y razas a una compresión mutua entre los terrestres? ¿Nos llevará al equilibrio de la paz? ¿Al aprovechamiento global del progreso material y espiritual globalizado? Son consecuencias que están por verse. Pero hay expectativas para pensar sobre el destino positivo en las transformaciones que aporte la revolución en que estamos insertos.

Estamos hablando siempre de los medios de información y comunicación, que se mantienen por el financiamiento de los avisos comerciales.

Los avisos comerciales. Los productos y servicios que propaga la publicidad a través de los medios, ¿no son obra del quehacer creativo del hombre? ¿No son entes culturales a los cuales está incorporado el valor de la utilidad y del progreso que nos hace más confortable, eficiente y rápido satisfacer las necesidades de nuestra vida?

La belleza también es un valor que está incorporado a sus diseños, como factor seductor. Esa información —la de los productos y servicios— también es una propalación cultural, que a su vez hace de mecenas en el mantenimiento de los medios de comunicación y sus contenidos, cuya importancia ya hemos visto.

Y aquí me surge una idea irrespetuosa. Por ahora.

A lo mejor no tanto si se hace un hábito: ¿Acaso no sería eficiente que el medio por excelencia de la gran cultura, de la belleza, del pensamiento filosófico y de la historia, el libro, también fuera auspiciado por las grandes marcas mundiales de cada región o país? ¿Qué llevaran avisos en la contratapa e insertos entre los capítulos y las solapas o forros? ¿Por qué no?

En Chile, hemos batallado mucho porque los impuestos no recarguen el precio de los libros y se hagan más accesibles al gran público. A lo mejor nuestros mecenas, los avisadores, nos pueden ayudar en este sentido. Dejo el tema planteado, tal vez pueda generar un debate interesante.

De todos modos, los medios de comunicación proponen, no imponen ideas. Son medios que gastan millares para conocer al público al que van dirigidos y los satisfacen. Ejercitan la libertad y los valores democráticos. Potencian el conocimiento entre los pueblos, lo cual favorece su integración y la voluntad de dirimir problemas con amplitud de criterio. Luchan con la corrupción denunciándola, y contra los comportamientos sociales negativos. Y algo muy trascendente: contribuyen a ahondar la identidad de sus pueblos.

Sobre este tema, el de la identidad del pueblo chileno, voy a leerles algo que escribió Gabriela Mistral, al menos para traer cierta frescura en la expresión de esta participación, cuando ya está terminando.

Nuestra historia (la de Chile) puede sintetizarse así, dice:

Nació hacia el extremo sudoeste de la América una nación obscura, que su propio descubridor, don Diego de Almagro, abandonó apenas ojeada, por lejana de los centros coloniales y por recia de domar, tanto como por pobre.

El segundo explorador, don Pedro de Valdivia, el extremeño, llevó allá la voluntad de fundar, y murió en la terrible empresa. La poblaba una raza india que veía su territorio según debe mirarse siempre: como nuestro primer cuerpo que el segundo no puede enajenar sin perderse en totalidad.

Esta raza india fue dominada a medias, pero permitió la creación de un pueblo nuevo en el que debía insuflar su terquedad con el destino y su tentativa contra lo imposible.

Nacida la nación bajo el signo de la pobreza, supo que debía ser sobria, súper laboriosa y civilmente tranquila, por economía de recursos y de una población escasa.

El vasco austero le enseñó estas virtudes; él mismo fue quizás el que lo hizo país industrial antes de que llegasen a la era industrial los americanos del sur. Pero fue un patriotismo bebido en libro vuestro, en el poema de Ercilla, útil a país breve y fácil de desmenuzarse en cualquier reparto, lo que creó un sentido de chilenidad en un pueblo a medio hacer, lo que hizo una nación de una pobrecita capitanía general que contaba con un virreinato al Norte y otro al Este.

En una serie de frases apelativas de nuestros países podría decirse: Brasil, o el cuerno de la abundancia; Argentina, o la convivencia universal; Chile, o la voluntad de ser.

Pues bien, en el mundo moderno los medios de comunicación continuamos enriqueciendo ese sentido de la identidad, respetando nuestra propia diversidad, tal como lo hacen nuestros hermanos Latinoamericanos y quizá preparando a nuestros pueblos para realizar el sueño de Bolívar y crear una gran nación rica y plural.

Muchas gracias.