Dice con certeza Jesús Castañón Rodríguez que se advierte en los contenidos que expresan los medios de comunicación «la pérdida de autoridad comunicativa del idioma a favor de lo iconográfico. Son tiempos para un neoconceptismo destinado a captar la atención del lector para mirar y leer —no para leer e imaginar—, logrado con la superposición de códigos no verbales a los textos en una presentación de los acontecimientos: color, tipografía legible, nueva relación entre textos e ilustraciones y fotografías, explicación visual de noticias con infográficos y otros géneros iconográficos, diferentes ritmos de lectura para contextualizar los textos y favorecer la comprensión de la noticia…».1
La aseveración del especialista español confirma la nuestra en un tema específico: la lengua se exhibe como espectáculo en la prensa deportiva y policial, y, lamentablemente, muchas veces éste muestra grandes carencias lingüísticas. Es un espectáculo alejado del arte.
La palabra «espectáculo» proviene del latín spectaculum, ‘algo que se ofrece a la vista’, y ésta de spectare, ‘mirar, contemplar, observar’.
De acuerdo con la tercera acepción académica, «espectáculo» es lo que ‘se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles’. De acuerdo con la cuarta acepción, es la ‘acción que causa escándalo o gran extrañeza’.
El contenido de las crónicas deportivas y de las noticias policiales corrobora la veracidad de ambas acepciones. Su lectura nos convierte en espectadores de auténticas representaciones vitales, porque se refieren a la vida y porque asumen gran importancia y trascendencia, con escenarios muy definidos, personajes actores y objetos rayanos en lo literario y en lo cinematográfico, y decorados que, a veces, improvisan las circunstancias. Se yergue, pues, el gran teatro de la comunicación.
La lectura de estos textos como la de otros es un acto semiótico. El lector penetra una gran historia imagen y, al mismo tiempo, desmenuza su tejido, encuentra los hilos que originan la trama. Y una vez inmerso, participa secretamente de los hechos con «deleite, asombro, dolor u otros afectos», o se turba —no siempre— desde el comienzo hasta el final por la estructura sintáctica que los sostiene, la puntuación ignorada, el vocabulario empleado o las erratas que los distorsionan, es decir, por los deslices gramaticales o por lo que algunos llaman falta de mesura lingüística.
Estos textos como otros tienen apertura semántica, pues permiten que el lector los interprete de infinitas maneras. Dice concretamente Umberto Eco: «El lector, como principio activo de la interpretación, forma parte del marco generativo del propio texto.2 [...] el texto postula la cooperación del lector como condición de su actualización». En el gran teatro de la comunicación, el periodista debe tener como personaje principal al futuro lector para informarlo y para formarlo; más aún, debe imaginarlo primero. Después, aquél será su aliado o su adversario. Este lector deberá descubrirse en el texto como digno destinatario del mensaje. Y el respeto por su dignidad reside no sólo en que reciba una información veraz, sino también en el tratamiento lingüístico de esa información.
El discurso espectáculo tiene, pues, dos escenografías: la que genera en la mente del lector la visualización de los hechos que lee —sin duda, distinta de la del periodista— y la que nace del uso correcto o incorrecto de la lengua, que permite esa visualización y hasta crea otra. Por ejemplo, leemos: «Tres hombres armados asaltaron una fiambrería en Ramos Mejía, pero fueron detenidos por la policía luego de protagonizar una espectacular persecución seguida de tiroteo. […]. Un patrullero […] que recorría la zona observó la acción de los cacos y comenzó a perseguirlos bajo una lluvia de balas. En Belgrano y Boedo, el conductor de la Renault Express perdió el control y chocó, acción que fue aprovechada por los policías para lograr la detención del trío…».3
El periodista titula este texto «Casi son fiambres», es decir, casi son cadáveres: el adverbio casi nos indica que no lo fueron, anticipa, en parte, el final del relato; pero el sustantivo fiambres (de friambre, derivado de «frío»), metafórico por etimología, alerta al lector, lo conmociona. El texto comienza a funcionar, a actualizarse. Las estrategias del periodista no sucumben aquí, pues luego habla de una espectacular persecución bajo una lluvia de balas. El adjetivo espectacular regla el discurso: si la persecución es espectacular, es ‘magnífica, aparatosa, digna de verse’. El lector debe «ver» lo que ocurrió. El tiroteo se transforma en una lluvia de balas, una metáfora meteorológica que enriquece lo que se percibe por la vista.
En otro texto, leemos: «Un minucioso seguimiento desde la avenida 44, donde la víctima extrajo el dinero de un banco, sirvió de antesala para la concreción del robo…».4
La doble escenografía —la avenida y una redacción demasiado veloz, afín a las circunstancias— y una palabra de significado figurado —antesala— despiertan el relato. En realidad, no es «la avenida 44, donde la víctima extrajo el dinero de un banco», sino la avenida, en la que estaba ubicado el banco de donde la víctima extrajo el dinero. Otro ejemplo: «Y otro caso se dio, en Sunchales, cuando en un operativo fueron detenidos tres sujetos que viajaban desde la zona Norte del territorio nacional hacia Buenos Aires. Dijeron, ante el juez actuante, que llevaban una importante cantidad de dinero y que habían sido «bolsiqueados» (accionar de introducir una mano en un bolsillo a fin de retirar lo que en él se encuentra) por algunos de los policías intervinientes. Nunca pudo comprobarse. ¿Ficción?, ¿realidad?, quién lo sabe».
La realidad asume el carácter lúdico de la ficción para ofrecer una imagen del lenguaje mismo. El participio del verbo «bolsiquear» resume la intención del texto.
Un nuevo ejemplo: «Conforme lo estipula el Código Procesal Penal, toda persona puede efectuar una detención de un delincuente si lo observa cometiendo el ilícito y justamente eso es lo que ocurrió en la madrugada de hoy a las 01.00 Hs., cuando a Francisco Aguirre de 64 años de edad y a su hijo Fernando de 21 años, una persona, previo romperles la luneta trasera del costado izquierdo le sustrajo una bolsa con cosméticos y se dio a la fuga».5
El escenario que se visualiza después de la lectura está compuesto por fragmentos, retazos de realidad: la madrugada; dos hombres, padre e hijo; una luneta en primer plano, que tiene más protagonismo que los damnificados, porque es el lugar por donde se perpetra el robo, y un ladrón, definido como persona — no se aclara su nombre— que sustrajo una bolsa con cosméticos y se dio a la fuga. La palabra persona proviene del latín a través del griego y denota ‘máscara de actor, personaje teatral’. Es, pues, valiosa la elección del sustantivo. De acuerdo con el contexto, con su conocimiento del mundo, el lector, sin duda, puede ampliar el significado del texto e imaginar otros elementos que el periodista no describe. Un lector poco avisado hasta podrá preguntarse qué parte del cuerpo humano se llama luneta. En este escenario, obran la semántica y las relaciones de índole pragmática.
El escenario lingüístico es más sórdido de acuerdo con la primera acepción de esta palabra, es decir, ‘tiene manchas o suciedad’; carece de armonía sintáctica. No es apropiado, en este caso, el uso del adjetivo indefinido una para modificar al sustantivo detención; debe hablarse de la detención para determinar plenamente el sustantivo. La forma verbal observa alude a una actitud pasiva y aun de curioseo; carece de énfasis; da a entender menos de lo que se quiere expresar. En realidad, no lo observa, lo descubre cometiendo el ilícito o la ilicitud, es decir, en flagrante. Luego, falta la coma para señalar el límite entre ambas oraciones coordinadas por la conjunción copulativa y.
Es conveniente reemplazar el sintagma en la madrugada de hoy, con resabios anglicistas, por hoy de madrugada, y tachar a las 01.00 Hs.., cuyo artículo pluralizado sobreactúa —si de espectáculo hablamos— el único papel que se le concede al tiempo; la abreviatura contribuye a esa exageración con su innecesaria e incorrecta H mayúscula, su s y su punto después de la s. Una antigüedad en estos tiempos en que todo sobra y se elimina. Basta decir: … y justamente eso ocurrió hoy de madrugada, a la 1.00… Si el periodista quería precisar la hora, debería haberlo hecho entre comas, pues es una cláusula explicativa. En realidad, la segunda coma aparece, pero para separar este sintagma de una oración subordinada adverbial temporal: … cuando a Francisco Aguirre de 64 años y a su hijo Fernando de 21 años, una persona…; el complemento con el que se aclara la edad aparece sin comas y, luego, una, incorrecta, antes del sujeto de la oración subordinada: … de 21 años, una persona, previo romperles la luneta trasera del costado izquierdo… ¿A qué luneta se refiere? En el Diccionario académico, la palabra tiene once acepciones, entre ellas, ‘cristal o vidrio pequeño que es la parte principal de los anteojos’ y ‘en los teatros, cada uno de los asientos preferentes con respaldo y brazos, colocados en filas frente al escenario en la parte inferior’. Ninguna alude a lo que imaginamos, pero no se dice: padre e hijo estaban en un automóvil. La palabra luneta que usa el periodista es un argentinismo: ‘espacio estrecho que se extiende en el interior de un automóvil a lo largo de la ventanilla trasera, inmediatamente detrás del asiento trasero, y que se emplea para colocar cosas pequeñas’.6 Esta acepción no se ha registrado aún en el Diccionario académico. Nos preguntamos: ¿el delincuente rompió la luneta o el vidrio de la luneta?, precisión necesaria de acuerdo con la denotación de esa palabra. Además, es curiosa la construcción del adjetivo previo más el infinitivo romper en una especie de fallida cláusula absoluta: … previo romperles…, que se repite en otros textos de esta índole, por ejemplo, … previo violentar la puerta…7 El periodista debió escribir: … una persona, habiéndoles roto la luneta trasera del costado izquierdo… (mediante una construcción conjunta de gerundio entre comas), o bien, … una persona, después de romperles la luneta trasera del costado izquierdo… (con un complemento circunstancial de tiempo entre comas). En realidad, el adjetivo trasera, con el que se sitúa el lugar en que está la luneta, es pleonástico, ya que esta sólo está atrás; delante el automóvil lleva un parabrisas.
De pronto, desaparece uno de los damnificados, porque el periodista aclara que le sustrajo y no que les sustrajo como correspondería haberlo escrito, ya que los robados son Francisco y su hijo Fernando. La desaparición no es histriónica, sino una irreverente discordancia entre el pronombre personal le y el complemento indirecto al que se refiere. Cierra el párrafo la gastada expresión … y se dio a la fuga. ¿Acaso, no puede decirse … y se fugó? ¿Qué encantamiento ejerce ese lírico darse a la fuga, que todos los periodistas usan y repiten hasta el cansancio?: … los malvivientes se dieron a la fuga; … tres sujetos armados […], se dieron a la fuga en una camioneta.8 Es una expresión que se encuentra en el límite entre lo literario y lo cinematográfico; hasta visualizamos el movimiento, la inclinación desesperada del cuerpo para iniciar la incierta carrera o el vehículo, que parte como una ráfaga. Darse a la fuga es entregarse en sus brazos sin resistencia, porque significa la salvación, conlleva, desde el punto de vista semántico, la aventura de una búsqueda: la de la libertad plena y, al mismo tiempo, la satisfacción de ser más hábil y astuto que los perseguidores. El delincuente se da a la fuga, y la policía pone en fuga a los malvivientes. Fuga es, pues, mucho más que una huida apresurada y, por ende, una palabra clave en los textos policiales. Decía Georg Christoph Lichtenberg: «No sé a qué se deberá, pero la palabra «jónico» expresa para mí mucho más de lo que dice el diccionario».9 Desde nuestro punto de vista, lo mismo ocurre con fuga.
La acepción 50 del verbo dar corrobora la legitimidad de esa expresión, pero se dio a la fuga es un sintagma de cinco palabras, y se fugó, de dos, dato importante, pues en el ámbito periodístico se busca la economía verbal. Algunos periodistas toman tan seriamente esa economía verbal que escriben: … y fugaron, audaz, liberal intransitividad para un verbo que nació transitivo (‘poner en fuga’) y hoy sólo aspira a ser pronominal.
En estos textos, no podemos dejar a un lado el empleo desacertado del sustantivo cadáver, tan ambiguo, tan vaciado de significado y, al mismo tiempo, tan necesario. Leemos realmente sorprendidos: Aún está sin identificar el cadáver de Las Maderas. Fue hallado sin vida el domingo 31 de enero;10 [la abogada] Sospecha que estuvo secuestrado hasta que apareció su cadáver flotando en el dique.11 El primer ejemplo nos lleva a una clasificación tragicómica: cadáveres con vida y cadáveres sin vida. El segundo presenta una disociación entre un hombre y su cadáver. La lectura nos permite interpretar que ese hombre estuvo secuestrado hasta que encontraron su cadáver; después quedó en libertad. Algunos dicen que la observación no altera la percepción del objeto, pero ver un cadáver que flota en un dique o muro para contener las aguas es un caso de realismo mágico, pues sólo con efectos especiales, ese muro puede hacerse líquido.
Leemos en un diario: «No hace falta forzar demasiado la memoria para encontrarse con un escenario completamente distinto»12 y «Los antecedentes inmediatos invitaban a pensar en un espectáculo atractivo».13 Ese escenario diferente, llamado estadio, campo, cancha, pista jabonosa, terreno, territorio y hasta templo,14 donde se gana la gloria, también se maquilla de modernismo15 para inaugurar la era del fútbol transversal.16 Todos coinciden en que allí hay vida, en que allí se estrechan los sentimientos, y el fútbol se hace piel. Albert Camus dice que todo cuanto sabe «con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres» se lo debe al fútbol.
Para demostrar que existe una sintaxis y un léxico futbolísticos rigurosamente homogéneos, reunimos retazos de comentarios deportivos de varios diarios y construimos nuestra propia versión de un encuentro imaginario.
La palabra escenario, muy usada en las crónicas deportivas con algunos calificativos, como legendario, flamante y superlujoso, nos sitúa en la cancha de fútbol, donde el sol cae impiadoso al mediodía17 —mucho sol, un rato de cumbia y un bailongo imperdible18 —. La hinchada canta para honrar el día. Los estallidos de pirotecnia y una suelta de papelitos signa la salida de ambos equipos.19 Su actitud es ambiciosa y combativa.20 El partido arranca. La pelota pica en el medio y divide las aguas21 . Las primeras escenas22 invitan a pensar en un espectáculo atractivo,23 de matices estéticos, pero, en realidad, recrean lo que se había visto en anteriores encuentros. Los equipos, que vienen de tumbo en tumbo, tienen poca alma antes de un partido y casi ninguna después, cuando muestran su vacío espiritual,24 pero siempre queda la ilusión. El arquero -arco entre ceja y ceja; religiosa cara de perro -25 espera con tranquilidad matemática.26 La redonda hace lo suyo: comienza a girar con limpieza por el impecable césped que reemplaza a la tierra y las piedras del pasado.27 El arco se agiganta; el clima es tenso. Algunos jugadores, espantosamente habilidosos, tratan de entregar con magia pedacitos de su talento;28 otros, el talento en pedacitos. Peleados con su sombra, al revés del Zorzal, cada día juegan peor29 . Predominan los pelotazos sin destino,30 los remates que se estrellan en los palos. El gol les es esquivo. Juegan ciegos, pero luchan la pelota. Uno de los equipos funciona con dos caras: casi tan letal en el área rival como en la propia.31 El otro tiene una sola, y bastante fea.32 Un directivo del club pierde su sonrisa canchera para dar paso a una mueca castigadora.33 A pesar del refresco de jugadores —algunos intermitentes, otros iluminados, con una profundidad sin compañía—, el encuentro es un bostezo pastoso, anunciado, aprisionado en la chatura.34 Todo ilustra esa imagen35 de anarquía futbolística.36 El primer tiempo, una ficción de partido, un simulacro irrelevante de lo que se entiende por fútbol.37El segundo, de mal en peor, una suma estéril de lamentos. De pronto, el juego se pone al rojo vivo,38 se hace intenso, emotivo; se llena de condimento. En un suspiro, en un momento de gracia,39 una ráfaga fulminante empieza a llevar peligro —un show de variantes tácticas—,40 pelea la pelota, calesitea, cargosea,41 se va para los costados, no perdona, despacha un soberbio disparo, el esférico pega en el parante izquierdo,42 ingresa en el arco y hace el golazo de la consagración. A pesar de las protestas, los hinchas agradecen el espectáculo y comentan que será un crimen de lesa futboleidad43 que algunos jugadores no vayan al Mundial. Muchos se preguntan: ¿Será este el fútbol del siglo xxi, un juego que no repara en la hojarasca táctica?44 Una filosófica reflexión final: Entre grandes adversarios vale tanto la felicidad propia como la desdicha ajena.45
Mientras los delincuentes siempre se dan a la fuga, los futbolistas se destacan siempre en un rubro, el de los penales. 46
La lectura y el análisis de la prosa deportiva corroboran que, en ella, es clave la palabra juego: se juega con las imágenes y se juega con las palabras. El periodista escribe entre dos juegos y juega: el que le ofrece la realidad, y el que arma y desarma con los vocablos —a veces, algunos neologismos— para narrarla y describirla. Las jugadas espectaculares o agónicas son dos. El lector realizará, luego, la tercera jugada.
En la crónica deportiva —en este caso, la futbolística— y en la noticia policial, tres semánticas interactúan para conformar el escenario definitivo: la semántica de la realidad —el hecho delictivo o el entretenimiento—, la del periodista y la del lector, capaz, sin duda, de reelaborar esa información y de transformarla, porque su lectura nunca es pasiva. Lo que escribe el periodista no es, sin duda, lo que lee el lector, porque las palabras de aquél y las que se leen son incomparables.
El periodista le habla al lector desde el texto escrito y lo incorpora en el mundo de ese texto. Al informar, quiere, sin duda, ser comprendido, pero su propósito es también pragmático: que el lector sepa que eso ha sucedido así en un momento del tiempo. De acuerdo con Teun A. van Dijk,47 ese acto de habla-escritura es una «aseveración», cuyo objetivo reside en que el lector lo acompañe a través de la visualización de los hechos, penetre su papel, es decir, se haga realidad una interacción lingüística. El lector no es un «vos», ni un «tú», ni un «usted», es decir, desde el punto de vista gramatical, no se manifiesta en el mensaje. El texto no lo nombra. El periodista, que tampoco está representado por un pronombre en el texto, no se dirige al lector, pero lo piensa o, por lo menos, debe pensarlo. Es un ser silencioso al que incorpora en la información como espectador.
Muchas veces, construye su texto con lo que llamamos el «vocabulario de la exageración» y con «excentricidad sintáctica». Parece que quiere que las palabras salgan de su cauce, se desborden, para decir más de lo que expresan. Desde nuestro punto de vista, este vocabulario crea el «escenario del énfasis». La noticia policial se titula «Disparos a quema ropa», con una locución adverbial seccionada, que quiere demostrar cuáles fueron sus orígenes. Luego, dice: «29 de Octubre de 2000 denunció Elva María Gérez, que al salir de su domicilio sito en Salguero 2475, juntamente con su hijo Lucio Mosna, se apersonó un individuo, el cual extrajo de entre las ropas un arma de fuego, efectuando disparos contra Mosna. Le impacta un disparo en pierna derecha, siendo trasladado Hospital local, alojándose proyectil en región inguinal derecha. El agresor fue identificado como Néstor Flores, de 18 años de edad. Actuaciones se instruyen caratuladas “Abuso de Arma” intervención Agente Fiscal Dra. Susana Bruno».48
La primera oración comienza ex abrupto sin artículo. El nombre del mes aparece incorrectamente con mayúscula. El sujeto (Elva María Gérez), separado con una coma del objeto directo (… que al salir de su domicilio […] efectuando disparos contra Mosna]. La señora salió juntamente con su hijo; bastaba la locución prepositiva «junto con» o la preposición «con». Enseguida, se apersonó un individuo, es decir, ‘se presentó personalmente’ ante ellos. El pretérito perfecto simple (se apersonó) es incorrecto, pues se refiere a un hecho que sucedió antes de realizada la denuncia de la señora Gérez; el periodista debió usar el pretérito pluscuamperfecto de indicativo que alude a una acción pretérita y acabada anterior a otra también pretérita y concluida. Con el verbo apersonarse, de solemnidad jurídica, el periodista señala la aparición abrupta y fría del delincuente, y prepara el desarrollo de su papel: … extrajo de entre las ropas un arma de fuego, efectuando disparos contra Mosna. El gerundio se rebela contra los usos canónicos y, como en tantos textos, peca de soberbio. Si el agresor hubiera extraído el arma efectuando disparos, alguno lo habría herido antes de alcanzar a Lucio Mosna, y, tal vez, se hubiese suicidado involuntariamente. Ese innecesario sintagma efectuando disparos puede reducirse a balear, disparar o tirotear. Entonces, esta es una redacción posible: … denunció […] que al salir de su domicilio […], se había apersonado un individuo, quien después de extraer de entre sus ropas un arma de fuego, baleó a Mosna [o disparó sobre/contra Mosna, o tiroteó a Mosna]. De pronto, el presente histórico, inesperado, brusco: Le impacta un disparo en pierna derecha, siendo trasladado Hospital local, alojándose proyectil en región inguinal derecha. La sintaxis, convulsiva, interrumpida, denuncia la omisión del artículo y el uso de gerundios despiadadamente desbordantes. El periodista crea un mensaje de telegrama que hasta desarticula el tiempo: ¿el proyectil se aloja en la ingle de Lucio antes o después de ser llevado al hospital, o se fue alojando cómodamente mientras lo llevaban?; ¿por esa bala de inclinación asesina, se traslada el Hospital local?; ¿ha ahorrado el periodista con ese alojándose las oraciones referidas a la intervención de los médicos y a su diagnóstico? ¡Extremada síntesis! Casi una parodia lingüística que desacredita la comunicación.
Después de presentar el nombre del agresor, sigue el telegrama: Actuaciones se instruyen caratuladas «Abuso de Arma» intervención Agente Fiscal… Ni una coma para el merecido descanso del lector, afectado ya de hipoxia o déficit de oxígeno.
La comparación del contenido de varias noticias policiales publicadas en distintos diarios nos permite afirmar que, como en el caso de las crónicas deportivas, el vocabulario empleado se repite, es homogéneo: el hecho siempre ocurre o los hechos ocurrieron; todos los delincuentes logran reducir a sus víctimas, efectúan disparos y se dan a la fuga; a veces, las víctimas del ataque alcanzan a ponerlos en fuga; los policías, generalmente, logran detenerlos o logran doblegar sus ímpetus guerreros; algunos intentan disuadir a los iracundos por medio de la palabra; todas las balas se alojan (en la tráquea, a la altura del cuello, junto al ojo, en la nuca y hasta en el colchón donde dormía la esposa); hay adverbios clave: absolutamente, supuestamente, aparentemente, directamente, presuntamente, presumiblemente.
Espectáculo, espectacularidad, espectacular y espectador, palabras de un mismo campo semántico, recorren las páginas de la prensa policial y deportiva para dar cada día una imagen inédita con un libreto predecible, y para demostrar la interacción entre el sujeto que contempla leyendo y la exhibición que se le ofrece escribiendo. No hay distancias: periodista y lector se unen en el arduo juego de la lectura, y de esta unión, surge en sumo grado el trabajo fascinante de la imaginación que recrea los cinco sentidos.