Debemos empezar con una constatación que, no por obvia, es menos importante. La edición en español se circunscribe al área idiomática del español y el área idiomática del español reside básicamente en el continente americano, donde se concentra el 90 % de los hablantes de esa lengua, mientras que el 10 % reside en el lugar de origen de la lengua, en España, en el continente europeo. Este hecho determina de forma clara la estructura, la importancia y las perspectivas de la edición en español. La lengua española es una lengua en expansión, es una lengua cada vez más apreciada y más estudiada, pero esa expansión y ese crecimiento se deben casi exclusivamente a la importancia demográfica de sus hablantes y a su crecimiento. Los más de cuatrocientos millones de personas que la hablan son el argumento fundamental para mantener una interesante industria editorial y para llamar la atención cuando no la codicia de las multinacionales de la comunicación.
Hay también una segunda razón que no siempre se tiene en cuenta y que a veces es ignorada de forma inconsciente o interesada. De las lenguas importantes del mundo, es decir de las que tienen más hablantes, el español es la que conserva una mayor unidad, al menos en su expresión escrita. La existencia de una red multinacional de Academias de la Lengua Española en todos los países de habla hispana es sin duda la causa más determinante de esta unidad, hacia cuya consolidación se van dando pasos decisivos, como han sido los Congresos del Español de Zacatecas y de Valladolid y lo es este de Rosario y lo son las ediciones conjuntas de todas las Academias, lo que quiere decir de todos los países que se expresan en español, del Diccionario de la Lengua o del monumental Diccionario panhispánico de dudas en proceso de producción.
Ello explica en parte al menos el interés por aprender la lengua española que se está despertando en el mundo desarrollado. Cuatrocientos millones de hablantes y de lectores de una misma lengua son una poderosa razón comercial, pero no sólo. La producción literaria en español, tan variada y rica, como varios son los pueblos que se expresan en esa lengua y ricas e interesantes son sus diversas culturas es también un poderoso atractivo, al menos en el ámbito de las culturas de Occidente.
No es previsible que podamos convertir al español en una lengua franca como es el inglés. Pero, al menos, deberíamos poder ser capaces de convertir nuestra lengua en una lengua universal de intercambio comercial y de referencia cultural. No es poco lo que ya tenemos, ni es desdeñable de donde partimos. Pero todos los países que hablan y leen en español deberíamos hacer esfuerzos redoblados para que nuestra lengua sea conocida, para que recupere los espacios perdidos en Asia (Filipinas) o en África (Guinea), continentes en los que es una lengua desconocida.
Pero, en este mundo globalizado, la lengua no es sólo un elemento de cohesión social, un ámbito de entendimiento y comprensión, o un instrumento de expresión cultural o de comunicación científica. Como muchos economistas han puesto de manifiesto, la lengua puede ser también un factor de alto valor económico. En España se han suscitado incluso polémicas sobre en cuánto valorar la aportación de la lengua española a nuestro Producto Interior Bruto (PIB) y se han barajado cifras que van del 7 % hasta el 15 %. No entraré en esta discusión. A los efectos de lo que yo quiero decir me basta con constatar que la lengua, en determinados casos y circunstancias, puede tener, junto a los valores de índole cultural y social, un indudable e importante valor económico y no sólo como vehículo educativo.
La edición, actividad a la que me estoy refiriendo, cabalga a la vez sobre el corcel de la cultura y sobre el motor de la economía, se mueve entre el valor de la creación y el precio de la industria y del comercio, utiliza la lengua como vehículo de comunicación y de expresión y genera un valor añadido mediante la producción industrial y el tráfico comercial. La edición es una de las actividades en las que la lengua adquiere claramente un valor económico. Ese es nuestro dilema, esa es la encrucijada en la que debemos aunar ambos caminos: sin detrimento del valor superior de la cultura, debemos encontrar la rentabilidad necesaria para que nuestra actividad sea posible e interesante.
La edición está a servicio de la expresión cultural, de la creación literaria, de la educación en cualquiera de sus niveles, de la difusión de la ciencia y de la técnica, de la comunicación de los saberes que hacen libres a los hombres y a los pueblos. Pero todo ello no es posible, si la actividad editorial no genera a la vez la suficiente rentabilidad económica que asegure no sólo su supervivencia, sino también su desarrollo y expansión. Las empresas editoriales deben ser servidoras de la cultura, pero también empresas. La actividad editorial está definida en el moderno tráfico económico como industria cultural. Quizás la expresión puede resultar dura en un Congreso sobre la Lengua, pero no es una paradoja, expresa en toda su crudeza una realidad, que debemos tener en cuenta y de la que debemos partir.
Pero la actividad editorial debe responder también a un proyecto cultural. La actividad editorial, como actividad industrial y comercial, se debe poner al servicio de la comunicación cultural, de la comunicación del arte, del pensamiento, de la ciencia, de la educación. Y, por eso, debe ser una actividad libre, en la que quepan todas las ideologías, todas las perspectivas, todas las visiones, todo lo que el espíritu del hombre es capaz de generar para ser transmitido a otros para su placer, para su aprendizaje, para su provecho o para su trabajo. Y por eso el libro no debe tener fronteras, ni aduanas, ni alcabalas, ni gravámenes que frenen su difusión o que le impidan llegar a todos los que, de una manera u otra, lo necesitan o lo requieren.
La industria editorial de los países aquí representados, de los países que participan en este Congreso es plural en su ideología, es reflejo de múltiples culturas, es desigual en su potencia productiva o en su capacidad de difusión, presta atención preferente a la literatura o a la ciencia, a la divulgación cultural o al pensamiento, a la educación básica o a la investigación, responde a proyectos culturales variados y diversos y todo eso la hace riquísima desde el punto de vista del valor cultural. Pero tiene también un punto de coincidencia que le añade un valor especial, que le ayuda a su rentabilidad y que le da una dimensión económica: la lengua común, el español. Por eso podemos hablar de «La edición en español» y no sólo de la edición argentina o mexicana, o española o colombiana, por no citar a todos los países de habla española, que todos, sin excepción, tienen su propia industria editorial. La lengua común es la que ha hecho posible una seria e internacionalmente respetada industria editorial en español.
Para ello ha sido fundamental e imprescindible la unidad de la lengua. Los editores en español creemos modestamente haber contribuido con nuestra actividad a esa unidad, en momentos más difíciles que los actuales, cuando las malas comunicaciones o la incomunicación amenazaron a la lengua común con su disgregación. La edición en español ayudó, con su tráfico internacional, a difundir los libros de todos los países en todos los países. Y esos libros pensados y escritos en Chile, en México, en Centroamérica, en Venezuela, en Perú o en los países caribeños o en España nos ayudaron a mantener la común ortografía y la comunión gramatical. Hoy, las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación han hecho realidad el espacio común del español. Pero queremos creer que nuestra actividad y nuestra tarea contribuyeron decididamente a hacerlo posible.
Les pido que sean benevolentes con esta pequeña vanidad. Porque esta vanidad no me impedirá reconocer, como ya hacía al comienzo de mi intervención, y agradecer con toda la fuerza posible la impagable contribución de todas las Academias de la Lengua y, cómo no, de la más veterana, la Real Academia Española, a la preservación del idioma común, justamente como una lengua común y única, en la que todos podemos leer y entender a todos los que en ella se han expresado. Trabajo de las Academias que nos permite disponer de un Diccionario común, de una misma ortografía y de una gramática compartida. A lo que habrá que añadir los esfuerzos por encontrar una misma terminología científica y unos criterios compartidos para la incorporación de neologismos, tan imprescindibles en nuestro tiempo.
Todo ello ha hecho posible lo que hemos dado en llamar «el espacio común del español», un espacio que se asienta a ambas orillas del Atlántico, permanentemente unidas por las palabras entrelazadas por la gramática, que sirven para hablar, escribir y leer en español. Espacio común que se acrecienta no en sus límites geográficos, sino en la incorporación de hombres y mujeres al mundo del saber y de la cultura. El esfuerzo educativo que se está llevando a cabo en América Latina empieza ya a dar sus frutos. A esos profesores universitarios que han mantenido viva la cultura y la ciencia y a esos miles y miles de maestros y maestras anónimos, empeñados en la erradicación del analfabetismo y en la educación, también habremos de agradecerles su impagable contribución al mantenimiento de la lengua común y única y a ese «espacio común del español» en el que queremos vivir y trabajar.
Pero este espacio común del español no puede ser sólo un espacio lingüístico, tiene que ser también un espacio sin fronteras para el tráfico de las creaciones del espíritu, tiene que ser un espacio que encuentre en la democracia su coherencia política y en la educación de los niños y de los jóvenes la cohesión social necesaria para un mejor futuro en libertad. Y tiene que ser o seguir siendo un espacio común de trabajo para la difusión de nuestra lengua en otros espacios lingüísticos. Nuestra lengua común tiene que ser el vehículo en el que viaje y se difunda la ciencia pensada en español, la literatura escrita en español, el pensamiento elaborado por medio de nuestras palabras españolas.
Por ello, junto al optimismo y la complacencia por lo ya alcanzado y realizado, debemos pedir a nuestros gobiernos una cura de realismo y de modestia. Es verdad que el español es una lengua en expansión, pero básicamente por causa del crecimiento demográfico y de la dolorosa emigración. Pero, mucho menos debido al desarrollo educativo y mucho menos todavía debido a la difusión y al reconocimiento de nuestra actividad científica o técnica. La base necesaria para la expansión y difusión de la lengua es el conocimiento y valoración de nuestras culturas, la difusión de nuestra ciencia, la presencia de nuestra técnica. No es fácil esta tarea. Y no hablamos ya sólo de espacios culturalmente lejanos como los orientales, China, India, Paquistaní, incluso Japón, o el mundo musulmán tan cerca y tan lejos a la vez, o las sociedades eslavas, sino de nuestro propio espacio cultural, este mundo occidental del que de alguna manera formamos parte. Los gobiernos de habla española tienen que tomar conciencia y coordinarse después para potenciar su capacidad creadora y de investigación y para difundir su cultura, sus creaciones artísticas y sus aportaciones científicas, para aportar su técnica. Para que sus ciudadanos abocados a la dura emigración encuentren el apoyo cultural adecuado por parte del conjunto de países que al poseer una lengua común deben compartir también valores culturales y humanísticos.
Para todo ello son necesarios ingentes recursos materiales, pero también voluntad política y acierto estratégico. Nuestra base es desequilibrada, pero suficientemente sólida. La literatura en español es una de las más interesantes y mejores del mundo, nuestra Universidad sigue aportando pensadores rigurosos y ensayistas de primer orden, nuestra todavía modesta investigación científica produce con gran frecuencia relámpagos brillantes y esperanzadores. Sin embargo no hacemos ningún esfuerzo, o muy poco, para que nuestras Universidades estén conectados en red, para que nuestros investigadores dispongan de herramientas de comunicación en español que potencien el reducido ámbito de su respectivos países, sin depender exclusivamente del inglés, para que nuestra excelente medicina encuentre una rápida y fácil intercomunicación y aprovechamiento en todos los países del espacio común del español. Y, sobre todo, echamos de menos un gran esfuerzo colectivo por salir al mundo exterior, para que nos conozcan, nos valoren y nos aprecien. Somos receptores y consumidores del mundo exterior, pero poco hábiles a la hora de encontrar receptores y clientes de nuestro mundo.
Una vez más, y perdonen la inmodestia, los editores, con nuestros modestos recursos, nos estamos adelantando a la labor de los Gobiernos. Y ¿qué estamos haciendo los editores? Lo que hemos hecho tantas veces: viajar para estar presentes; viajar para dar a conocer a nuestros autores a lo largo y ancho del universo mundo. Ferias internacionales como Frankfurt, Londres, Bolonia, Chicago o Tokio. Pero también Pekín, El Cairo y Moscú. Es un esfuerzo ímprobo y costosísimo, pero es un esfuerzo necesario. Es un esfuerzo duro, porque es difícil obtener resultados a corto plazo, pero también es gratificante cada vez que un autor en lengua española es traducido a otra lengua, editado en otros países, cada vez que la creación del pensamiento que se expresa en español llama la atención o suscita la curiosidad de los otros.
Pero ¿cómo es la edición en español? En primer lugar es una edición transnacional, más que internacional, porque quizás ninguna otra en el mundo, incluso de áreas idiomáticas más o menos comunes, tiene esa permeabilidad transnacional, que hace que las editoriales se sientan en su propia casa en todos los países del área, sea cual sea su país de origen. Es una edición desequilibrada, en razón de la demografía, de los niveles culturales y de la capacidad económica o de sus mercados. Pero sin embargo no se puede decir que ningún país del espacio común quede fuera de la actividad editorial. Es una edición muy moderna en cuanto a su rápida adaptación a las nuevas tecnologías. Las distancias y las malas comunicaciones han acelerado el uso de la Red y de la impresión in situ, mediante la transferencia electrónica de la información. Y es una edición muy viva, diría que en constante ebullición por el claro predominio de las empresas pequeñas, incluso de las microempresas, cuya contribución a la diversidad cultural es impagable.
Pero, demos algunas cifras o datos. Me gustaría que fueran cifras más precisas, pero desafortunadamente no disponemos de estadísticas rigurosas y mucho menos integradas. Sin embargo, honestamente creo que las cifras que voy a dar pecan de modestas, ajustadas a la baja, para no caer en triunfalismos estúpidos:
Estos breves datos y todas las reflexiones anteriores me animan a proponer algunas líneas de acción necesarias para la consolidación de la industria editorial en español, como expresión, quizás la más relevante, del valor económico de la lengua común.
Y unas consideraciones, ya finales, sobre la presencia del español en la red, en Internet. Es cierto que, en los últimos años, se ha incrementado la presencia del español en Internet. Sin embargo, ello parece más bien fruto azaroso de la potencia del idioma que de políticas coordinadas de los países. Basta para ello comparar la calidad de la presencia del alemán con la de nuestra lengua. Internet se ha convertido en uno de los instrumentos básicos para la difusión de la cultura y de la ciencia y también para actividades ilegítimas en detrimento de la propiedad intelectual.
Sin duda, los aspectos referidos a la protección de la propiedad intelectual en la red deben ser abordados en las leyes de propiedad intelectual de los respectivos países, pero también en políticas y decisiones coordinadas, que permitan garantizar el cumplimiento de esas leyes, al menos, en el conjunto del área idiomática.
Pero nos parece que también es deber de los Gobiernos fomentar el uso del español en la red como vehículo de transmisión de saberes científicos y culturales. Los países del espacio común del español tienen el deber ineludible de fomentar las conexiones en red entre todas sus universidades a uno y otro lado del Atlántico, para facilitar el mutuo conocimiento de nuestros investigadores y pensadores y para potenciar sus trabajos e investigaciones.
Los países deben coordinarse y firmar convenios que les permitan crear instrumentos públicos de consulta y de información sobre aspectos culturales, literarios y científicos (y no sólo turísticos) del conjunto del espacio lingüístico común. Deben procurar, igualmente, la difusión internacional de los sitios en español en la web, que son focos de cultura. En este sentido nos parece conveniente la creación de una comisión internacional, en el ámbito de la Conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno de la OEI, que elabore un informe sobre la situación actual y eleve a la Conferencia las propuestas oportunas para consolidar y potenciar el uso del español en este medio privilegiado de comunicación.
Y debo terminar. He intentado hilvanar unas reflexiones, más que una información sobre la realidad y la potencialidad de la edición en español. El espacio común del español es una realidad social y cultural, es una realidad histórica y es una realidad lingüística, pero no siempre es una realidad política. Algunas de mis propuestas, que no son sólo mías, sino de muchos editores, van en ese sentido. Disponer de un espacio lingüístico tan amplio, tan cargado de esperanzas y de posibilidades, es un privilegio que pocos países tienen. Nuestra lengua, una lengua potente y rica, es nuestra principal herramienta para asegurarnos un lugar en este mundo global. Nuestros países tienen el deber de aprovechar esta oportunidad que a su variada y diversa riqueza cultural le añade el valor de una lengua común. Como decíamos al principio, la lengua no es sólo un elemento de cohesión social, un ámbito de entendimiento y comprensión, o un instrumento de expresión cultural o de comunicación científica, sino que también es, como muchos economistas han puesto de manifiesto un factor de alto valor económico.
En esta tarea, los editores que editamos en español estamos seriamente empeñados, con un gran esfuerzo económico y personal de todas nuestras editoriales, muchas de ellas no ya pequeñas empresas, sino microempresas, a veces con más entusiasmo que recursos. Pero no cejaremos en el empeño, porque esa es también nuestra tarea y nuestra vocación: descubrir y dar a conocer las creaciones del espíritu que realmente merecen la pena, descubrir y dar a conocer a nuestros autores, creadores e investigadores, difundir los saberes, la sensibilidad y la riqueza de nuestros pueblos. Y ello, no sólo en nuestro espacio lingüístico, sino como dice la vieja expresión latina «urbi et orbi», a los de casa y a todo el mundo.
Estoy seguro de que este Congreso de la Lengua Española de Rosario, en Argentina, ya el tercero de los congresos del español será un eslabón más en la toma de conciencia de nuestros pueblos y de nuestros gobernantes sobre la importancia y de las potencialidades de disponer de una lengua común, una lengua tan rica y expresiva como el español. Esperamos que las conclusiones del Congreso se transformen en políticas activas de los Gobiernos, en acciones decididas de los empresarios, en aportaciones cada vez más ricas de los intelectuales y de los creadores y en la potenciación de una competitiva y seria industria editorial, la expresión más importante del valor económico de la lengua.
Para esta ingente tarea, cuenten sin dudarlo con los editores.