Mis palabras son las del rector de una universidad nacional y pública. Por ello es que me referiré a un inventario de ideas que, creo, es necesario exponer en este Congreso, de hacerlas públicas y abrirlas al debate.
La universidad pública es una universidad construida en la tensión de la diversidad de los distintos saberes y es responsable del desenvolvimiento de los caminos de la ciencia, y es depositaria del estudio de nuestra cultura y de nuestra historia; por ello se siente conmocionada, se hace más transparente, recepciona otra forma de ver la realidad, a partir del impacto que implica la ya definitiva presencia de los medios de comunicación en la vida cotidiana.
Hoy los claustros universitarios esfuman sus muros ante la opinión pública, hacen más complejos sus saberes ante los medios de comunicación; y sus bibliotecas e investigaciones establecen una relación dialéctica de saberes, donde doxa y episteme confluyen en el mismo río, turbulento y dinámico, para producir nuevas realidades.
La universidad, en su compromiso social, trabaja en las aulas y en sus laboratorios, con sus alumnos e investigadores, en un sentido al que llamaré «tradicional». Es aquel donde el hombre está solo frente al saber, reflexivo y sediento de sapiencia, al margen de la mera opinión, que, en un esquema tradicional, no ayuda a la construcción del saber universitario.
Es que hay un sentido tradicional, en el que todo saber proviene de la reflexión, de la lectura y de la experimentación, de la mera especulación a partir de lo que la ciencia ha dado. Pues bien, el hombre universitario debe sumar otro sentido que se agrega a este (el tradicional) al que denomino «activo y transversal». Este universitario, sea profesor o alumno, encuentra un desafío en su ser tradicional, que quisiera evitar la contaminación de esa episteme con un saber, ora con una mera opinión, ora con la opinión pública constituida por los medios de comunicación.
Sin embargo los medios de comunicación que arrasaron el silencio de la lectura solitaria de los claustros, esos medios son también hoy hacedores de universitarios, y forman parte de la educación no formal, moldean a nuestros sujetos de la educación y constituyen diferentes «a priori» ante los cuales debe hacer frente el conocimiento establecido.
Es así como la relación entre universidad democrática y comunicación masiva, construye una nueva modalidad, provocando una nueva dinámica en el sujeto de la educación: en él deben confluir: sentido común, y rigor científico. Se debe además, reconocer la opinión como producto social de valor y contrastarla con el conocimiento consolidado y universal.
Es una relación dialéctica que se reaviva en el momento del ingreso a la «agenda universitaria» de la opinión pública en general y de la que construyen los medios de comunicación en particular. ¿El Homo sapiens deja lugar al Homo videns?
Dice Giovanni Sartori: «… estamos viviendo un cambio en la genética humana radical: estamos pasando (…) del Homo sapiens producido por la cultura escrita basada en la palabra, a un Homo videns en el cual la palabra es destronada por la imagen».1
Ahora; ¿cómo es posible lograr que estas nuevas esferas del mundo del conocimiento se articulen con el tradicional, con el fruto de la comunicación masiva, y con la tendencia de esta última en transformarse en mera imagen, descarnada de intelecto, donde la imaginación, lo sensible, lo imaginativo ocupen su lugar?
¿Cómo lograr, y hay que reconocerlo, que el peso abrumador de los medios de comunicación, que parece irreversible, se articule en el seno de la universidad, en cada universitario, con el conocimiento científico? Conseguir que opinión y saber, que lo dado y lo construido avancen en el mismo sentido.
No es otra cosa que articular libertades.
La libertad necesaria de los claustros para avanzar en el camino del conocimiento científico.
La libertad de los medios para informar, constituir opinión.
Y la libertad de las sociedades para ser informadas.
Es en este mundo, que no es nuevo, donde la universidad debe convivir con lo construido por los medios de comunicación y conservar la serenidad que demanda su misión esencial.
Es nuestra Iberoamérica, donde todo se hace más complejo, donde debemos padecer situaciones de dominación cultural y tentativas de imposición de conocimientos hegemónicos: lingüísticos, científicos, económicos. La universidad democrática debería encontrar en los medios de comunicación iberoamericanos un apoyo, un lugar de respaldo mutuo en la construcción de una relación universal basada en el respeto a la diversidad, a la multilateralidad cultural y científica, a la opinión de nuestros pueblos, al respeto para conformar nuestra propia opinión pública.
Y es en este momento histórico, que la universidad debe… ¡Hacer!
Y ¿qué debe hacer?: pues articularse en sus funciones, aquellas que llamé tradicionales y silenciosas, con los aires nuevos de la opinión pública que conforman los medios de comunicación comprometidos con la defensa de nuestros valores frente a todo intento de imposición dominante o hegemónica.
Una mirada superficial parece indicar que la vida universitaria ha cedido su lugar social y cultural a los medios de comunicación. Y es verdad que los ciudadanos prestan su oído a estos más que a nosotros.
Pero, la universidad no debe relegar su significación histórica, ni en contra de los medios de comunicación, ni aislada de ellos.
La universidad debe hacer, investigar, formar y actuar junto con los medios de comunicación, bajo la luz de los medios de comunicación y en la protección de las libertades necesarias para esta relación social y cultural imprescindible.
Debe asegurar una posición en el mundo, a partir de nuestra lengua y nuestra cultura, donde la multilateralidad de saberes, idiomas, signos y conocimiento convivan bajo el manto de la tolerancia.
Es por ello, que debo hoy, dedicar unas palabras a los peligros que acechan a la universidad, y en esa acechanza a su existencia, su libertad, su rol social.
Nos enfrentamos a un nuevo intento hegemónico que no solo trata de ser económico o político sino que tiene distintas manifestaciones. Nos enfrentamos a un nuevo desafío, a una especie de colonialismo académico, que pretende estandarizar los métodos, de transpolarlos y hacerlos aplicables a nuestras realidades, que pretende llevar al conocimiento a maneras más homogéneas, como única forma de hacerlo exitoso y eficiente, y es a esto a lo que debemos enfrentarnos para no perder nuestro horizonte, no perder la esencia de nuestras instituciones, para no dejar de pensar que de nuestra aulas, que de nuestros claustros, es de donde se deben nutrir nuestros países para encontrar un destino mejor para la sociedad.
Los medios de comunicación de nuestra región deben alertar, concienciar, combatir codo a codo con nosotros estas intenciones.
La materialización concreta de estos peligros se manifiesta en el creciente proceso de mercantilización de la educación superior que no es más que el avance silencioso de la destrucción de lo que acabo de enumerar.
De no reaccionar con presteza en defensa de nuestra identidad cultural, en defensa de nuestros principios reformistas, tendremos individuos programados (aunque duela ese término), formados por la repetición de cajas negras de pretendida sabiduría, preparadas y envasadas en países hegemónicos.
En cambio, la universidad pública latinoamericana quiere y debe formar seres libres y pensantes, críticos de la realidad y capaces de modificarla, no de adaptarse miméticamente a ella.
La organización mundial del comercio ha establecido que la educación es una mercancía más. Esta peligrosa y desafortunada resolución ha sido denunciada por distintas organizaciones educativas y cumbres de Rectores de Universidades Públicas, así como por el Consejo Interuniversitario Nacional.
El avance del mercado, con su lógica especulativa y su pretensión hegemónica va ganando terreno rápidamente. Voy a precisar algunos datos nos permiten apreciar este fenómeno.
Existe un consorcio estadounidense llamado «Universidades Internacionales SYLVAN», que cotiza sus acciones en bolsa y tiene universidades en Estados Unidos, España, Francia, Holanda, Suiza, Chile, Ecuador, Panamá, Costa Rica, China y México.
Para tener una idea de cómo actúa, en México compró en el año 2000 la Universidad del Valle de México y acaba de comprar en el corriente año la Universidad Hispanoamericana de Coacalco.
En Chile, se estaría instalando el Instituto Tecnológico de Massachussets, que ha declarado haber encontrado en ese país un terreno «adecuado para proyectar su influencia sobre los demás países de Sudamérica».
Otro ejemplo de los muchos que se pueden dar es el de una multinacional con sede en Hawai, llamada Universidad Atlántica Intercontinental con presencia en México, Colombia, Ecuador, Bolivia y Guatemala.
Es seguro que la aparición de nuevos proveedores o inversionistas en esa área seguirá creciendo, sobre todo si tomamos en cuenta la dinámica de crecimiento poblacional en América Latina durante los próximos 15 años.
Sin duda, el mercado latinoamericano de servicios educativos resulta atractivo y las presiones por expandirlo serán crecientes, a juzgar por las tendencias que se observan en otras latitudes.
Las instituciones de educación superior de Australia, por ejemplo, doblaron el número de estudiantes extranjeros y ahora el 29 % de su matrícula la conforman estudiantes de otros países; en sus sedes foráneas atienden a más de la mitad de los estudiantes de Hong Kong y Singapur. Por su parte, las universidades británicas enrolaron en sus subsidiarias extranjeras a 140 000 estudiantes en 1996, en tanto que en Inglaterra estudiaban cerca de 200 000 estudiantes extranjeros ese mismo año.
Hay que reconocer que la globalización y la internacionalización de la educación son hechos que están instalados en la dinámica de un mundo cada vez más interdependiente. Pero hay que recordar también, que la liberación del comercio no ha propiciado en América Latina, a diferencia de otras regiones, ni el crecimiento ni el desarrollo económico prometido. Por el contrario, se ha incrementado la inequitativa distribución de la riqueza, y el acceso a bienes económicos y culturales es cada vez más limitado en grandes sectores de la población. A diferencia de los países asiáticos, los países latinoamericanos han tenido menos recursos y carecido de planes estratégicos de educación, ciencia y tecnología de largo aliento, y la inversión privada en investigación y desarrollo es casi nula.
El pensamiento único neoliberal de la globalización, se materializó en más pobreza, más exclusión y más y mucho más para los que tienen más y, menos, mucho menos para los que tienen menos.
Finalizaré estas reflexiones con una cita de Miguel Rojas Mix: «Crear una alternativa cultural frente al mercado es hoy una gran responsabilidad universitaria, es decir, implementar otra cultura, basada en el estimulo a la creación regional». Sigue diciendo, «estoy convencido, por lo demás, que es preciso reforzar la intervención del Estado en la cultura, no para censurarla ni para manipularla, sino para incentivar la creatividad más allá de los puros intereses de la compraventa y sobre todo para generar valores». Y finaliza «el tema de los valores es esencial para la proyección de la cultura, los valores que se le atribuyen son el peso que la palabra tiene. Valorar la cultura es igualmente esencial para defender a través de ella la identidad regional».2