Asistimos a una extinción acelerada de muchas lenguas, y es posible que en nuestra historia muchas hayan dejado ya de existir. Pero ahora, en esta actualidad matizada por una globalización aplastante, estamos perdiendo más que nunca. Los medios modernos de comunicación han laminado los lenguajes locales estancando las variaciones entre norte y sur. Ahora, la aldea es planetaria, el espacio es mundial, y el tiempo instantáneo. Hay una pregunta que hacer: ¿Qué nueva idea de evolución intentar? Cuando surgen lenguas, que reemplazan a las llamadas obsoletas. Cuando la tecnología obliga adaptar recursos inteligentes a la creación de nuevas palabras y cuando asistimos a la degradación de la pureza de la lengua.
En Estados Unidos casi 40 millones de personas que hablan un español lleno de modismos, costumbres, acentos y una diversidad de palabras, sufren diariamente los embates del idioma inglés. Y aquí también se aplican los mismos fundamentos anteriores, con la diferencia que arrastran culturas que entrelazan mundos actuales, irreductibles y sólidos. Variantes dialectales que enriquecen a lectores, veedores de televisión y oyentes de radio, pero que tienen que enfrentar influencias verticales salpicadas de necesidades y demandas de otro país con un idioma diferente. La resistencia del país hispano entronizado en otro que lo supera en todo, lo reduce y lo conduce al sometimiento de su vínculo común: ¡su idioma! Y la lucha se mantiene. Aparecen más en la ofensiva que en la defensa. La urgente necesidad de comunicación, y el poco tiempo que nos damos, nos empuja hacia la búsqueda de cualquier instrumento para acomodar nuestras inquietudes y le damos paso al «idioma nuevo» llamado spanglish. Algo así como una mezcla de palabras que el profesor de la Universidad de Yale, Roberto González Echeverría, llamó «la invasión del español por el inglés». Un fenómeno incontenible debido a la coexistencia de dos culturas, y también al bajo nivel educativo de muchos inmigrantes hispanohablantes. Otros lo llaman «la maestra de la destreza lingüística». Es la lengua de los hispanos pobres, que carecen de vocabulario suficiente, y tienen que acudir a palabras en inglés que acompañen a otras en español, aunque ni su traducción, ni su significado complementen la totalidad de una frase. El spanglish predica un evangelio lingüístico con alto potencial destructivo para nuestro idioma español. En la Universidad de Texas en Austin, Yolanda Rivas, ha confeccionado un glosario de palabras técnicas en spanglish y defiende su uso como un recurso para acabar, según ella, con «la dictadura de las academias». La doctora Rivas no habla mucho español e insiste que nuestro idioma no tiene suficiente vocabulario técnico y deja en el caos a una lengua impotente. La realidad demuestra lo contrario. Pero es innegable que los idiomas los hacen los pueblos» y el espíritu de continua renovación de esta comunidad se ve alimentado con la inmigración proveniente de América Latina que agrega palabras, giros idiomáticos, y conjuga más esperanzas aportando armas de incalculable valor para la defensa del idioma español en Estados Unidos.
La lengua literaria también está amenazada. Además del adormecimiento natural y chocante con la lengua hablada, afronta el vacío que le ofrece el spanglish de una literatura sin funcionalidad alguna y pobre culturalmente. Los que insisten en mantenerlo creen que pueden construir una literatura de minorías y lo que seguramente conseguirán es «una literatura menor». La lengua literaria y la lengua hablada pueden caminar juntas, complementarse la una a la otra, o vivir separadas. La primera dice cosas que no se pueden expresar en el idioma común y corriente. Porque suele ser independiente, estilizado, con una identidad propia, aunque no necesariamente enseñan la lengua tal y como se habla. Así como la poesía de Rubén Darío y la prosa de Martí no demuestran muy claro la clase de español que se hablaba en Nicaragua y Cuba.
La lucha en Estados Unidos por la supervivencia del idioma español está refrendada por casi 40 millones de personas. Por las esperanzas e ilusiones de todo un continente y por el esfuerzo cultural de siglos de existencia. Los impulsadores del spanglish tratan de romper en pedazos un idioma cargado de tradición y cultura. Su poder destructor se refleja continuamente en la creación de varios departamentos universitarios del idioma. La apertura de carreras y cursos profesionales en español en muchas universidades de Estados Unidos. La multiplicación de los medios de comunicación. Cuatro cadenas de televisión, más de 100 diarios y casi mil estaciones de radio, soportan un esfuerzo por mantener el idioma y motivar a todos a aprender el inglés, manteniendo la pureza del idioma que ya hablan. Pero en esta mezcla de esfuerzos se debilita cada día la resistencia a la conservación de nuestro idioma. La preeminencia del inglés en campos como la tecnología, algunos términos como biper por beeper, deben ser incorporados al español. Pero por qué, cuando hay vocablos válidos en español para decir lo mismo. Quizá esta tendencia se extienda por todo el continente americano, pero es aquí en Estados Unidos donde se libra la batalla más fuerte, porque es aquí donde el español no es el idioma oficial. La transposición continua de frases del inglés al español, ni siquiera traducido, son el camino más fácil para equivocadamente entrar en el ambiente del país al que acabamos de llegar o en el que hemos desarrollado un estilo de vida que seguramente sin satisfacernos, lo adoptamos en una forma servil sin importarnos las armas invasoras del idioma.
Los medios de comunicación en Estados Unidos no diferencian condiciones idiomáticas de las de los receptores del mensaje. Más bien, enfocan su contenido al consumidor comercial, utilizando un lenguaje de persuasión que incluso, permite la utilización de palabras equivocadas, o transposiciones del idioma inglés. En este tipo de mensajes florece el spanglish que se ve alimentado por la premura del comerciante. Poco o nada, le sirve este lenguaje a los latinos, porque ni siquiera se puede incluir en el lenguaje de la comunicación diaria, en el común y corriente que todos hablamos.
El lenguaje de la ciencia y la tecnología no necesita refinamientos lingüísticos o estilísticos para buscar lo que quiere. Los periodistas deben transformar ese lenguaje científico en un lenguaje periodístico, siempre atendiendo a los niveles del receptor de esos mensajes, que pueden ser científicos, personas de alguna cultura, o público en general, y que pueden variar según los países y las sociedades. Deben los periodistas mantener la precisión en una determinada forma de expresión, en los segmentos y en el lenguaje. Los medios de comunicación deben interpretar, pero con conocimiento, todo tipo de lenguaje para poder entregarlo al receptor. Y los periodistas debe contribuir a la mejor comprensión del mensaje, pero en español. Adhiriendo a los neologismos la forma apropiada. Los neologismos, aunque recientes y extraños, son instrumentos justos para promover giros interpretativos que puedan ubicar las audiencias o a los lectores en su verdadero contexto. Todos los giros, interpretaciones, traducciones, vocablos completos que reemplazan hasta ideas, no podrían sino causar un daño irreparable a la lengua española, si desconocen sus audiencias. Y no solo por hablar español se puede asumir que es comprensible cualquier discurso. Sin existir aún un lenguaje estándar predominante, mal haríamos en desconocer que existe una falla protuberante en la identificación de la audiencia. Por eso algunos mensajes tergiversan el objetivo al alcanzar ciertas clasificaciones que se hacen al enviarlos. En Estados Unidos el escenario de la lengua española es muy diverso, rico, de matices incalculables, de sonidos vibrantes, de palabras sencillas. La diversidad de etnias crea a los medios de comunicación la obligación de distinguirlas, interpretarlas y complacerlas. Aquí, como en Sarajevo donde se encontraron todas la culturas, se encuentran modismos, giros lingüísticos con identidad propia, pero complacientes para mezclarse con otros. Todos ellos, sin embargo, se resisten a ser reemplazados por traducciones literales, o por palabras en otro idioma. Tampoco son alistados en un idioma común o estándar. Esta carrera por fabricar un español estándar, con sus ligerezas e inconvenientes, debilita el mantenimiento del lenguaje literario, cuyo significado tiene muchas opciones. Una que no es cierta, pero que es utilizada entre los mediocres, es que el lenguaje literario es uno especializado, para un cierto tipo de audiencia. Un lenguaje que se engolosina con el uso de palabras rebuscadas e incomprensibles para el vulgo. ¡Tremenda falsedad! Y de eso dan fe autores como Gabriel García Márquez, Tomás Martínez, Carlos Fuentes y muchos más. Lo distinto podría ser el conocimiento, la imaginación, la creatividad. La personalidad para el manejo de la historia, el manejo narrativo y el objetivo de la obra. El lenguaje literario es la materialización de esa imaginación, creatividad, sensibilidad, y especialmente, el conocimiento. ¿Cuál sería la base de un lenguaje estándar? ¿Se debe escribir como se habla? O ¿se debe hablar como se escribe? ¿Dónde deben juntarse el lenguaje estándar y el literario, ¿se pueden ayudar? Un pensador asegura que este dilema podría resolverse si conociéramos a nuestras audiencias. Si tuviéramos la conciencia de poder superar con un buen lenguaje la espontaneidad que nos acorrala y nos hace decir cosas que son origen de arrepentimientos idiomáticos irreparables.
Es entonces, necesario crear más variantes, con base en criterios de uso del español. Es decir, buscar un común denominador que enriquezca a las audiencias, y que permita el desarrollo del conocimiento, como punto de partida para la comunicación.
Sobre esta base distinguimos en los medios de comunicación en español, especialmente, en la radio, que los hechiceros, vendedores de pastillas, videntes, predicadores religiosos, han identificado audiencias compradoras de sus productos y envían sus mensajes directos al bolsillo de los oyentes. Estos personajes que desconocen la filosofía y la ética de la radio han vencido el compromiso del buen hablar. La vulgaridad forma el contenido más apreciado por la audiencia. Y se abrió una lucha sin cuartel, donde la vulgaridad es el objetivo, y la víctima es el idioma. ¿Es este el lenguaje estándar, o el literario? En las dos casillas las palabras utilizadas pueden ser correctas, pero ¿enriquecen? No, porque el contenido es mediocre, aunque las palabras sean correctas.
Creo que el conocimiento es la base de una buena comunicación. Y permite la utilización de los vocablos apropiados, suficientes para recrear un buen libro, un guión o un soneto.
El hispano en Estados Unidos consume medios de comunicación en noticias, entretenimiento y deportes. Estas facetas requieren conocimiento de audiencias y léxico suficiente para interpretar información que es igual para todos. Los contenidos, según la especialidad, requieren un lenguaje que va desde lo espectacular, hasta lo estadístico pasando por lo sublime. Hay escasez de programas culturales en todos los medios, y sólo los periódicos tienen separatas culturales los fines de semana. Esta diversidad indica que existen lenguajes separados para estas modalidades. No existe un lenguaje estándar. Pero si un intento de formarlo, al menos, en Estados Unidos es el spanglish del cual el doctor Odón Betanzos Palacios, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, y miembro correspondiente de la Academia de la Lengua Española, dice: «¿de qué forma se fomenta la comunicación con una jerga comunitaria provisional que solo pueden entender unas pocas comunidades, cuando existen ya 400 millones de seres capaces de entender y leer lo que se diga en la lengua de todos?». El raciocinio es simple. La falta de uniformidad en el lenguaje abre posibilidades a influencias que pueden fracturar la lengua haciéndole perder influencia, casi siempre ante el idioma inglés, especialmente en los lenguajes científicos y tecnológicos.
Es evidente el temor a afectar la pureza del idioma, de hecho, son más los esfuerzos que se hacen para sea así que por la conservación del idioma, amenazado por la suplantación de vocablos y el acentuado experimento de una nueva lengua.
En otras partes del mundo hispano esto es más determinante, porque el idioma oficial es el español. A pesar de esto resulta sorprendente saber que el llamado lenguaje estándar está siendo influenciado con vocablos en otro idioma que viajan camuflados en el lenguaje científico y tecnológico. Y tienen como cómplices el silencio de los medios de comunicación, y el débil gemido de los letrados. Negarle al idioma español las posibilidades de llenar el vacío que produce el lenguaje tecnológico y científico, es producto de una crasa ignorancia, llena de actitudes servilistas ante el idioma inglés.
Otra razón más para destacar la tarea que tenemos en Estados Unidos los comunicadores para impedir que el español sea reducido en este país a la lengua fraccionada e incoherente que se vislumbra en el futuro cercano. Las alertas rojas son visibles. El avance del spanglish, y el respaldo que recibe de la Universidad de Texas en Austin y de comentaristas hispanos de la televisión, y escritores de prensa, motiva exámenes cuidadosos y profundos sobre estrategias, y con todos los recursos del español disponer lo necesario para contener esta arremetida cultural.
La existencia de la Academia Norteamericana de la Lengua y del Instituto Cervantes en Estados Unidos animan a quienes tratamos de contener la influencia del idioma inglés en el nuestro. Reconocemos, eso sí, la existencia de dos lenguas universales: el español como lengua minoritaria y el inglés como mayoritaria. No es raro que estas dos se entrelacen y se enfrenten. Lo normal es aprenderlas ambas, así beneficiarse de esas dos culturas irremplazables que merecen respeto y apoyo. Si reconocemos la jerarquía de ambas, entonces hacemos conciencia de que sin dejar de utilizar la nuestra podemos aprender la otra. A los actuales medios de comunicación se agregan otras redes que están hechas de muchas culturas, de muchos valores, muchos proyectos, que se entrecruzan en las mentes e informan las estrategias de los participantes. Internet agiliza las comunicaciones y trae con él su propio lenguaje, pero aún así tenemos en español muchas palabras para responder a las inglesas, ya que Internet ha asumido este idioma como el oficial. Entonces los neologismos deben ser creados y utilizados apropiadamente.
Es decir, el español en Estados Unidos tiene recursos importantes para conservarse, para motivar más a las audiencias a mantener sus raíces lingüísticas y resistir los embates del spanglish. Los medios de comunicación debemos hacer un esfuerzo para contar la buena nueva: nuestro idioma español es una lengua viva y universal, dueña de una cultura milenaria que permite a 400 millones de personas entenderse en una lengua unitaria, elegante, bella, comprensible y enriquecedora, libre de las tendencias que muchos llaman estándar.
En Estados Unidos además de preservación hay que hablar de expansión del idioma español, y se deben crear las estrategias para lograrlo. No solo dejando que los medios electrónicos se encarguen de difundirlo, sino facilitando su aprendizaje mediante programas especializados.
Se deben crear incentivos para los medios alternativos, las universidades privadas, y las estaciones públicas que realizan programación sin ánimo de lucro.
Se debe aprovechar la iniciativa de otros grupos étnicos de aprender el español, mediante cursos técnicos que desde el comienzo establezcan bases sólidas para nuestra cultura.
Promoviendo concursos literarios en todo el país podemos rescatar el lenguaje literario y brindar oportunidad para que los escritores puedan tener escenarios para sus obras. Fomentar la comunicación a través de hablar bien y escribir bien utilizando los medios.
Hay que erradicar por completo la creencia de la clase hispana de que el actual estilo de comunicar es el que demandan los nuevos tiempos, apelando a la responsabilidad para que el buen uso del español y los aportes culturales a la creciente comunidad hispana, puedan evitar la vulgaridad, todo por responder a la espontaneidad.
En las salas de redacción de este país aportan profesionales del periodismo de todo el continente. Y los acentos exclusivos de otros tiempos se enriquecen ahora con los de hombres y mujeres que llegan de Nicaragua, Colombia, Argentina y Centroamérica. Todos, desde luego, buscando una lengua neutral que unifique. No que divida. Compartiendo raíces, sueños y extendiendo las manos para apretar las de los demás en un continente glorioso por su idioma y su legado.
Desde la literatura muchas universidades en Estados Unidos otorgan maestrías en Literatura Española y este es un homenaje a una historia literaria mucho más rica que la anglosajona que vive en Estados Unidos. Es el reconocimiento a una historia innegable que muchas veces nuestra propia clase hispana desconoce, o ignora por completo. Pues a ellos también debemos extender medios para que puedan disfrutar y sentirse orgullosos de nuestra literatura, y en una sociedad como la que vivimos, es necesario mantener los valores, y esgrimirlos porque son reales y responsables de nuestra cultura.
En el pasado Congreso en Valladolid, (España) di la señal de alerta de la supervivencia del idioma español en Estados Unidos. Hoy en el III Congreso la reitero. El idioma español no solo está amenazado por nosotros mismos, sino por otras fuerzas, que sin buscar vocablos en el nuestro, los acondicionan de otro idioma. El español que hablan 40 millones de hombres y mujeres se ahoga. Y se debilitan sus fortalezas por el inparable avance del spanglish que con sus sonidos cautiva a los nuestros. El idioma oficial de Estados Unidos es el inglés y el español, que es el nuestro, es el segundo, por lo tanto, es el que tenemos que defender primero, sin dejar de aprender el inglés.
Las estadísticas demuestran que en los hogares de hispanos se prefiere hablar el español.
Y la familia hispana es la que registra un mayor crecimiento. En el censo actualizado los hispanos somos la minoría más grande del país. Tenemos un poder de consumo de más de 500 mil millones de dólares y en las pasadas elecciones fuimos factor desequilibrante en los resultados. Cuatro cadenas de televisión, más de 2000 estaciones de radio y decenas de diarios y revistas conforman una audiencia global de millones. Todavía sufrimos episodios de discriminación, pero en las universidades hay estudiantes hispanos recorriendo las aulas y capitalizando conocimientos. Hoy tenemos dos senadores federales hispanos: uno cubano y otro méxico-americano, por primera vez en 35 años. Hay posibilidades de que un juez hispano, de origen hondureño, se convierta en magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Un gobernador y 30 congresistas. Y un idioma que nos une, que nos cobija y que nos pide que lo protejamos y que no dejaremos desaparecer, sino engrandecer porque los hispanos de Estados Unidos estamos orgullosos de hablarlo y ser parte de esta familia de la cultura.
Esta ponencia es un compromiso con todos por la defensa de nuestro idioma en un país donde el oficial es otro. Y como soldados de la cultura estamos dispuestos a todo por su preservación y su expansión.