Señoras y señores:
Para un empresario estrechamente vinculado con los medios de comunicación, constituye un alto honor la oportunidad de dirigir la palabra a tan selecto auditorio en el marco del III Congreso de la Lengua Española que reúne a un número apreciable de prestigiosos intelectuales del viejo y nuevo continente, a la vez que aprovecho la ocasión para felicitar a los organizadores de este magno evento.
Agradezco, en consecuencia, la invitación que me ha sido formulada para participar con tan prestigiosos expositores, distinción que recibo a título personal, y a nombre de quienes en mi país compartimos la responsabilidad de conducir medios de comunicación.
Hace algunos años, un ilustre compatriota nuestro, quien se aposentó en la Argentina desde el 1924, escribió un medular ensayo titulado «El idioma español y la historia política de Santo Domingo», presentado en el II Congreso Internacional de Historia de América, celebrado en Buenos Aires en 1938. El autor de este ensayo es el filólogo y maestro Pedro Henríquez Ureña, quien expresa que «Santo Domingo, como toda la zona del mar Caribe, se distingue por el sabor fuertemente castellano de su vocabulario y de su sintaxis, en combinación con una fonética que se asemeja más a la andaluza que a la castellana».
A pesar del tiempo transcurrido, las características fono-sintácticas de la lengua castellana en la República Dominicana aún conservan, como lo señalaba Henríquez Ureña, sus variantes regionales y las influencias exógenas ocasionadas por factores sociales y comerciales. Se trata de un fenómeno común a la mayoría de los países hispanoparlantes de América.
Un distinguido estudioso del habla de nuestro país, Orlando Alba, acaba de publicar un voluminoso estudio titulado «Cómo hablamos los dominicanos», donde expresa: «El español hablado de los dominicanos también manifiesta unos rasgos superficiales que permiten diferenciarlo de los demás y que, por así decir, le confiere una fisonomía propia. Es un hecho que perciben con claridad y del que continuamente dan testimonio los nativos del resto de los países hispanoparlantes cuando entran en contacto con algún dominicano. En pocas palabras, puede decirse que en la lengua dominicana conviven las tendencias autogénicas; una conservadora, que explica el mantenimiento de ciertos elementos antiguos y el apego a las formas tradicionales, y otra innovadora, que se manifiesta en avanzados fenómenos de reducción fonética en distintos patrones de entonación, algunos esquemas sintácticos, o en la adopción y creación de palabras nuevas».
Al margen de los clásicos patrones academicistas, el periodismo hablado y escrito es un receptor y difusor importante en el proceso de identidad de la lengua. En el siglo xix se produjo en nuestro país un periodismo de escuela, forjador de ideales cívicos y culturales. Fue una tarea que impulsaron destacados prohombres forjadores de la conciencia nacional dominicana. A partir de la tercera década del siglo siguiente, el periodismo pasó a ser un ejercicio más mercantilista, distanciándose ocasionalmente de las inquietudes sociales que otrora fueran predominantes.
Hoy, sin embargo, la gran fuerza está en la televisión, que penetra más hondamente y de manera más cómoda y fácil a los profundos estratos de los sentimientos que mueven el pensar.
Lo cierto es que la televisión ha alcanzado un poder extraordinario en los medios de comunicación. En un tiempo en que se busca la comodidad y el menor esfuerzo, constituye un poder formidable que penetra en hondas zonas del cerebro, modificando y modelando actitudes, sentimientos, sensaciones y pensamientos. No obstante, como ha afirmado Ignacio Ramonet en La teoría de los medios, la televisión puede fácilmente ser un elemento desinformador, a causa de la instantaneidad limitativa de su mensaje visual, que puede conducir a conclusiones erradas. Por tanto, el valor de la prensa, capaz de profundizar en la investigación y presentar facetas diversas, es insustituible.
Consciente de este poder y los recursos innovadores, el Grupo Corripio mantiene una atenta receptividad para todo cuanto contribuye al mejoramiento social y cultural del pueblo dominicano. Por tal razón hemos privilegiado el contacto con figuras relevantes del pensamiento y las letras iberoamericanas, invitando a personalidades, como el ya fallecido premio Nobel Camilo José Cela, o a la actual directora de la Biblioteca Nacional de España, la laureada novelista Rosa Regás. Igualmente hemos tenido la oportunidad de compartir nuestras inquietudes con otro Premio Nobel, José Saramago.
Otro de nuestros esfuerzos ha sido la divulgación de nuestra cultura a través de la impresión de obras de todos los grandes autores, que desde el descubrimiento hasta la fecha, han escrito creaciones invaluables, que están siendo recopiladas en diversas colecciones, entre las cuales predomina la «Biblioteca de Clásicos Dominicanos», que ya se encuentra en su volumen número cuarenta y cinco.
Aunque se dice que sólo con las páginas en blanco es químicamente pura la objetividad de un periódico, nuestro grupo de comunicaciones ha sido consciente de su responsabilidad como parte integrante de los medios que tienen influencia en la opinión pública; por lo tanto, hemos procurado elegir un personal idóneo, sin partidismo y dueño de un ponderado sentido patriótico.
Pienso que, en verdad, no tenemos que «crear» una cultura hispanoamericana. Ella existe, aunque tal vez no hemos logrado aún cohesionar nuestras energías y nuestras riquezas culturales. Creemos pues, que quienes tenemos el privilegio y la enorme responsabilidad de manejar, en una u otra forma, medios de comunicación, estamos obligados a promover, fortalecer y cuidar nuestra cultura y nuestra lengua, pues ambas requieren la debida valorización de todos para colocarlas y mantenerlas en el lugar privilegiado que les corresponde, como el instrumento más idóneo para preservar nuestra unidad.
Concluyo, dándoles las gracias por escucharme, invocando de nuevo la memoria de nuestro insigne Pedro Henríquez Ureña, paradigma del buen pensar y decir, quien sin olvidar su patria de origen, hizo de la Argentina su último hogar, promoviendo siempre la obra de la confraternidad hispánica mediante la unión de nuestros pueblos, teniendo la lengua española como su arma y escudo.
Muchas gracias