Hoy vivimos en una sociedad mediatizada. Nadie duda de que nuestra cultura ha recibido el fuerte impacto de los medios masivos y las nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación. La televisión, los multimedios interactivos, las redes satelitales, han ampliado nuestras posibilidades de información, y por lo tanto nuestra relación con la realidad.
Hoy vivimos en un mundo globalizado. La globalización no solamente se expresa en la fuerte concentración financiera, el predominio de las leyes del mercado, la modificación de las relaciones laborales y del mismo concepto de trabajo. Implica nuevas formas de universalización de la cultura y de sus modos de expresión en diferentes contextos sociales.
La universalización está relacionada, en realidad, con la transformación del espacio y del tiempo. Yo la defino como acción a distancia, y relaciono su intensificación en años recientes con la aparición de los medios de comunicación mundial instantánea y transporte de masas. Nuestras actividades cotidianas están cada vez más influidas por sucesos que ocurren al otro lado del mundo. Y, a la inversa, los hábitos de vida locales han adquirido consecuencias universales.
La universalización entrecruza presencia y ausencia, distancia y cercanía. Esta modificación profunda de las relaciones espacio-temporales permite manejar información, más allá de las fronteras de los Estados y las diferencias económicas y políticas. Favorecen también interinfluencias culturales de diversas modalidades que se manifiestan tanto en hábitos y costumbres de la vida cotidiana como en la adopción de modelos políticos y prácticas sociales.
Los medios como agentes e industrias culturales son parte de este escenario tensionado entre la globalización y la fragmentación, la universalización y la particularidad, la democratización de la información y su concentración. Expresan estas tendencias favoreciendo unas u otras, en función de los polos de poder predominantes.
Cuando analizamos el impacto que tiene los nuevos medios de comunicación en el proceso cultural, a algunos les parece no sólo impresionante, sino evidencia indiscutible de modernidad, mientras que otros lo perciben avasallante, entre otras cosas porque la moderna tecnología acelera las comunicaciones y nos acerca, pero virtualmente, situación para lo cual no están necesariamente preparados muchos sectores de nuestros pueblos. Tan es así que ya se habla del analfabetismo computacional, es decir, de la ausencia de conocimiento y la falta de oportunidades que genera el no contar con o no saber utilizar una computadora.
Desde su inserción en la vida cotidiana del hombre hace más de medio siglo, los medios electrónicos han sido una fuerza movilizadora, como bien percibió Alfonso Reyes en una serie de artículos sobre «las nuevas artes» publicados en Tricolor (septiembre de 1945). El regiomontano observaba:
(…) ninguno de los grandes agentes de la comunicación humana puede ser considerado como una mera diversión sin trascendencia. Cuanto conserva y transmite el tesoro de nuestras conquistas, materiales y espirituales, es factor de cultura, y la cultura es el aire que las sociedades respiran. Sin cultura no hay sociedad, sin sociedad no hay hombre.
En nuestros tiempos, quizá nada representa mejor la idea de la globalización cultural que los medios de comunicación, y en particular la presencia de la televisión.
La televisión en los países de América Latina constituye, hoy en día, el medio de difusión más importante para las grandes mayorías.
La televisión, considerada por algunos deslumbrados tecnófilos como un medio de difusión en proceso de extinción frente a las más recientes tecnologías interactivas, sigue más viva que nunca en los países latinoamericanos con sus cincuenta años a cuestas, consolidándose en el siglo xxi no sólo como un súper medio, sino como uno de los fenómenos comunicacionales, culturales y políticos más complejos y desafiantes de todos los tiempos. La televisión ha interpelado a sus audiencias, ha removido y desordenado creencias y certezas y ha ofrecido diversión, información, ideología y educación gratuitas a varias generaciones de latinoamericanos, unidas en buena medida, justamente, por los referentes televisivos.
Como medio de difusión y creación cultural las televisiones latinoamericanas han fijado agendas y estilos de expresión, han influido en los consumos culturales, pero sobre todo han revitalizado el drama y la ficción, ingredientes tan naturales en la cotidianeidad de los latinoamericanos. Su producto más distintivo, la telenovela, además de reflejar rasgos de identidad, aglutina grandes audiencias frente a los televisores.
La radio no ha dejado de ser un medio de preferencia entre todos los públicos, con sus adaptaciones a la vida moderna, sobre todo, entre los automovilistas, que vienen a representar cerca de 50 % del auditorio en general.
La radio en México comenzó en el año 1919, en la ciudad de Monterrey. Pero, el acontecimiento que incorpora a México a la competencia radiofónica sucede en 1930, al inaugurarse por Emilio Azcárraga Vidaurreta la XEW, con el lema: «La voz de América Latina desde México», atribuido al poeta yucateco Ricardo López Méndez. El país cuenta a mediados de los años noventa con un total de 15 400 000 radiohogares y 1200 emisoras. Curioso: en una investigación de los años cuarenta, con una población rural de 70 %, México igualaba prácticamente el número de radios y el de camas.
Sin embargo, cada vez conocemos más datos fiables sobre cómo Internet está creando un espacio propio de información y difusión cultural, complementario del creado por los medios «tradicionales» (libros, CD, videos, revistas, televisión) y capaz de modificar de forma acelerada los hábitos de consumo cultural.
La inmediatez de acceso y facilidad de actualización de los contenidos, la sencillez de búsqueda, la universalidad de la información y el enriquecimiento de la misma que suponen las tecnologías que «operan» sobre la información presentada en Internet (enlaces que amplían la información, traducción automática, conversores texto-voz, etc.) y finalmente —¿por qué no?— la gratuidad de muchos de sus contenidos está provocando que cada vez mucha más gente acuda a Internet para obtener la información que maneja en su vida diaria.
Al hablar sobre las relaciones entre los medios electrónicos (radio, televisión, Internet) y el desarrollo cultural, es importante tomar en cuenta que la mera difusión de informaciones culturales, si bien es fundamental, no es de ningún modo el único vínculo concebible entre los medios y la cultura. En sus actividades particulares, sus modos de crear programas y contenidos, los medios pueden ser en sí mismos géneros de expresión, terrenos propicios para la creatividad y zonas de experimentación cultural. En suma, verdaderos agentes de fomento y creación de cultura. Esto es fácil de advertir en el caso del cine, pero también se puede extender a todos los demás medios. Hacer buenos programas de radio o televisión (originales, inteligentes, divertidos, etc.) puede constituir un género de creación, al igual que el cine, la narrativa o el teatro.
La relación existente entre los medios y la cultura es dual: por un lado, los medios son el reflejo de una cultura, y un agente que colabora en la conservación de ésta última, pero por otro, los medios también constituyen instrumentos que intervienen en la cultura, para modificarla, destruirla, crearla o recrearla.
Esto conduce al reconocimiento de otra ambivalencia, la de la naturaleza de los medios electrónicos: son un negocio y una industria, pero también un servicio público y un medio de expresión. Los productos de los medios (noticias, informaciones, entretenimiento, opiniones, ideas) son mercancías, pero también bienes sociales y bienes simbólicos que tejen el perfil de una sociedad y una cultura.
En gran parte, los medios electrónicos pertenecen al sector privado. Consecuentemente, hablar de la relación entre los medios electrónicos y el desarrollo cultural es hablar de la responsabilidad social de los empresarios y la iniciativa privada. La actividad de los medios, como toda producción de bienes y servicios, tiene una dimensión social, que se incrementa por la naturaleza misma de estas industrias. La calidad y el contenido de los programas son, además de oportunidades comerciales, una responsabilidad social que no se puede limitar al mero entretenimiento.
Si, como ha señalado Eulalio Ferrer, los medios de comunicación son la vanguardia de la globalización, y si, como han señalado muchos analistas, la globalización resulta en una homogeneización de las diferentes culturas (que da lugar a la expansión de la «monocultura» estadounidense), ¿cómo lograr que los medios electrónicos sean un agente creador de cultura iberoamericana? Quizás una parte esencial de la respuesta a esta pregunta resida en reconocer que, a pesar de todas las posibles influencias del modelo norteamericano, la lengua española sigue y seguirá siendo el signo distintivo de los medios en Iberoamérica. La lengua española es, precisamente, la matriz de cualquier idea o proyecto de desarrollo cultural iberoamericano. Los medios, al ser las instituciones que alcanzan a una mayor parte de la población (a veces tanto como los propios gobiernos) tienen la oportunidad de presentar a lo hispano como una clave lingüística de identidad cultural.
Los medios son grandes productores de cultura porque son uno de los principales agentes de socialización, de la transmisión de las reglas sociales, así como de su modificación y creación. En este sentido, los medios pueden favorecer la prosperidad y el nacimiento de ciertos modos de comportamiento propicios para el desarrollo cultural, como la crítica y el diálogo.
Además de los íconos literarios (Cervantes, Darío, Borges, etc.), son los íconos mediáticos (cantantes, actores) los que con mayor efectividad han proporcionado al mundo hispano una identidad común. Para bien o para mal, es significativo que un medio electrónico como la televisión haya provisto a Iberoamérica de una serie de códigos e imágenes compartidas mediante la creación y difusión de diferentes programas o la consolidación mundial de un género: la telenovela. Los medios poseen la enorme capacidad de poder crear un lenguaje común iberoamericano. Este lenguaje común resulta indispensable, pues es la plataforma de toda idea de desarrollo cultural que engloba a todo el mundo hispano. Aunque son muchas las diferencias entre estos países, hay un conjunto de rasgos históricos y culturales comunes que hacen posible hablar, en palabras de Néstor García Canclini, de un «espacio cultural latinoamericano» (sin duda también extensible a España) en el que coexisten muchas identidades.
Los medios electrónicos tienen la posibilidad de crear y fomentar esta conciencia común iberoamericana, que puede ser un motor sorprendente para el desarrollo cultural. Pueden ofrecer la infraestructura (material y simbólica) para que estas redes existan y prosperen. Sin embargo, la falta de visión o la pobreza de los contenidos en los medios puede llegar a inhibir y asfixiar estas iniciativas y hasta toda la cultura, como muchas veces ha sucedido, debido a la baja calidad de los programas y el poco interés de los empresarios del medio en fomentar mejores contenidos. Por desgracia, hay que reconocer que no pocas veces los medios electrónicos han sido el principal obstáculo para el verdadero desarrollo cultural y la creación de una cultura iberoamericana.
Su desmedido poder ha irrumpido fuertemente en la sociedad actual, y nada nos hace pensar que tienda a debilitarse. Forman parte de la globalización y de la universalización de las culturas propias de nuestra época. En ese sentido, plantea situaciones inéditas para las cuales no alcanzan los criterios tradicionales de solución.
Desde la visión propuesta, los medios —o más precisamente la cultura mediática— están hoy en el centro del debate y requieren un análisis ético.