Hablamos hoy de prensa escrita, concretamente de los periódicos y sus suplementos culturales, y de como ambos contribuyen más que a crear cultura, a la difusión de la misma.
Desde las páginas de cultura de los diarios, y desde sus suplementos culturales se establece una especie de canon continuo relacionado con las diversas áreas de cultura.
Pronto se cumplirán treinta años del nacimiento del diario El País, y desde entonces la cultura ha tenido en sus páginas un tratamiento destacado. El periódico nació con una decidida vocación intelectual y, a lo largo de los años ese ha sido uno de sus rasgos distintivos. Fue el primero de la prensa española en crear la sección de cultura del periódico y, al año de su nacimiento, coincidiendo casi con las primeras elecciones legislativas, aparecía Arte y pensamiento, el primer suplemento cultural del diario El País. Más tarde éste se desdoblaría en dos suplementos: Arte y Libros, y en 1991 se creó Babelia, el suplemento cultural que, con las transformaciones lógicas, es el que hoy pueden encontrar cada sábado dentro del diario.
Nos hemos acostumbrado a la existencia de los suplementos culturales, unas páginas en las que conviven la música, el teatro, el arte en todas sus expresiones plásticas y, por supuesto los libros, a los que el suplemento dedica más del cincuenta por ciento de su espacio, pero no hay que olvidar que los suplementos suponen para el periódico un gran esfuerzo editorial. Son páginas caras de confeccionar, los artículos corren a cargo de especialistas, y hay un equipo de redacción dedicado en exclusiva a ellas. Pero creo que son páginas que proporcionan un servicio impagable a sus lectores y contribuyen de forma concluyente a la creación de un espacio cultural no sólo porque que contribuye a su difusión, sino por la reflexión estética y la crítica clarificadora de lenguajes especializados que en hay en sus páginas. Y en relación al tema que hoy nos reúne en esta mesa, tienen un papel importante en la creación de una cultura iberoamericana común, en la creación de una comunidad cultural.
Desde las páginas del periódico, en las secciones de cultura y opinión se ha contribuido de forma decisiva a ese pluralismo cultural y lingüístico del que tanto se ha hablado estos días. El País ha sido un periódico para el que no ha existido el pasaporte y desde sus primeros ejemplares sus páginas han estado abiertas a todos los escritores y pensadores y ha mantenido una invitación sistemática a los pensadores, escritores y creadores de cualquier lugar del mundo pero en especial su mirada siempre ha estado en Latinoamérica. Podríamos decir que se trata de un periódico panamericano, tal es su decidida vocación latinoamericana que no deja de renovar día a día.
Concretamente en el caso de Babelia, se ha llegado a una situación de normalidad y naturalidad respecto a la comunidad iberoamericana. El número de colaboradores de América latina, entre escritores y críticos, supera con frecuencia al de españoles. Por citar sólo a los colaboradores argentinos, los lectores de Babelia pueden encontrar en sus paginas de forma asidua a escritores como Juan José Saer, Roberto Fogwill o César Aira, y a críticos como Nora Catelli, Edgardo Dobry o Rodrigo Fresán. También entre los libros seleccionados cada semana hay un número importante de autores latinoamericanos.
Por otra parte y en los últimos años, se creó una sección llamada «Verbo Sur» en la que cada semana un escritor latinoamericano escribe sobre otro y desde ahí se han dado a conocer un número importante de autores de los que no se tenía ningún conocimiento en España. También la sección de poesía publica en su antología poemas inéditos de poetas de toda Latinoamérica y de forma regular se dedica una portada de Babelia, es decir un número considerable de páginas a un mapa literario de cada país.
Así en esas paginas, insisto de forma natural, conviven portugueses, argentinos, mexicanos colombianos. Cada uno en su lengua, con sus rasgos, modismos y peculiaridades , y eso llega cada semana a los lectores españoles de todo el mundo. Ese léxico acaba siendo familiar a los lectores de ambas orillas, y creo que la relación ya está establecida de forma continua, regular y natural. No hay un intento de unificar la lengua sino de respetarla, y numerosas palabras y giros, privativos del orbe latinoaméricano, se han convertido en familiares para nosotros. (Aunque me temo que gracias también a los culebrones de televisión).
Sin embargo, llegado a este punto, quiero hacer una llamada de atención sobre un aspecto editorial en mi opinión preocupante. A partir de los años 70 ó finales de los 60, después del boom latinoamericano, en España comenzamos a tener conocimiento de los escritores de América Latina y se estableció una relación que ha funcionado de forma fluida durante treinta años. (Aunque pienso que el interés de Latinoamérica hacia nuestro país ha sido casi nulo en materia literaria. Nora Catelli escribía sobre este fenómeno en un artículo llamado «Fronteras invisibles y fronteras visibles de una lengua común» publicado en Babelia en el suplemento dedicado a este Congreso y que les recomiendo).
Esa relación fluida de la que hablaba creo que hoy se ha estancado, y el problema pienso que está sobre todo en el ámbito editorial. Colombia publica sus propios autores, México o Argentina los suyos, y aunque la editorial sea la misma, los autores de unos y otros no circulan entre sí. Siempre se acude a explicar esta pérdida recurriendo a los altos costes de edición pero, aunque cada país edite sus libros, no veo porqué no puede haber un trasvase en los catálogos de autores. Un escritor como Ricardo Piglia que ganó hace años el Premio Planeta en Argentina en España lo leemos en Anagrama, pero hay casos en los que el autor que sólo publica en un sello editorial, no hay forma de conseguirlo, aunque en España exista el mismo sello editorial, en otro país que no sea el suyo.
Desde los medios se puede hacer el esfuerzo de integración y de circulación de las lenguas, pero si ese vehículo fundamental que es la edición se limita al circulito de su país y no contribuye a la relación con los otros, no hemos avanzado mucho y seguiremos recluidos en compartimentos estanco.
También existe el problema de las traducciones. Hay un escritor argentino Andres Ehrenhaus, que vive en Barcelona, y en cuyos libros plantea la paradoja del escritor que ya no puede escribir en su lengua materna porque precisamente vive su exilio en un país, España, en el que aunque se habla su lengua se trata al final de un idioma distinto.
Un escritor español puede decidir cambiar de idioma y hacerlo en francés si vive en París, o en Italia si vive en Roma, pero ¿Qué hace si siendo argentino vive en España y además pretende ganarse la vida como traductor?
Ehrenhaus resuelve esta esquizofrenia en clave humorística en sus historias, pero la realidad no lo es tanto. Se da además la paradoja de que palabras aceptadas ya por la Real Academia muchos editores siguen sin aceptarlas y rechazan traducciones exigiendo su corrección.
De esta forma se tiende a una estandarización de la lengua que daña lamentablemente la creatividad y por ello es un problema en el que no debe dejar de insistirse. Normalmente se aceptan las expresiones propias de un Cortázar o un García Márquez, pero no se le aceptan a un escritor joven y ahí se producen pérdidas importantes.
Bueno, ahí quedan al menos esbozados, algunos de los problemas con los que en la prensa escrita tropezamos con cierta frecuencia en lo a que a las relaciones con la comunidad latinoamericana se refiere.
Voy a terminar para no rebasar la cortesía del tiempo concedido. Lo haré como hago siempre. Apelando a la responsabilidad de los profesionales que desde el periodismo trabajamos en el ámbito de la cultura y a la que que el periodismo ha rendido en mi opinión un gran servicio. La economía expresiva, la velocidad, la eficacia de los recursos periodísticos como titulares, entradillas, fotos, etc., etc., a la hora de hacer asequible un texto críptico ha ayudado mucho a la difusión y asimilación de fenómenos literarios, culturales que de otra forma quedarían recluidos en el ámbito reducido de los especialistas. Y no digamos en el ámbito de las artes plásticas que deben a los medios buena parte de su protagonismo actual.
Pero los profesionales no podemos olvidar que todo ese esfuerzo de difusión tiene que ponerse al servicio de valores culturales reales. No se trata de demonizar el mercado que hace, por cierto, muy bien su trabajo. Pero el periodista cultural en este caso tiene que responder al afán de proporcionar orientación al lector, a todo tipo de lector, entendiendo por ello también al lector culto y especializado que tiene derecho a estar representado en las páginas de su periódico. Los suplementos culturales no pueden convertirse en los boletines informativos de las editoriales. No se puede confundir la popularidad o la fama de un escritor o un artista, con la calidad de sus obras. No se puede confundir el valor literario o artístico con el valor del mercado porque eso nos lleva a un proceso de banalización.
La credibilidad de un periódico depende, entre otras cosas, de su rigor. Y la tarea de todos es velar porque nuestra literatura sea libre, profunda y bien escrita para que nos sobreviva.