De la gran cantidad de comunidades indígenas que ocupaban la región del Tucumán entre los siglos xvi y xviii, en el presente solo queda un número relativamente reducido de ellas en las provincias de Salta, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero y es reducido también el número de las lenguas indígenas que se hablan en las comunidades que perduran.
En los comienzos de la colonización española, las tierras del Tucumán estaban ocupadas por tribus del grupo de los diaguitas, tonocotés o toconotes, calchaquíes y lules o juríes, que fueron quedando poco a poco en segundo plano ante el poder de los indios quechuas provenientes del Cuzco, quienes expandieron su lengua a lo largo y ancho de la región.
Orestes Di Lullo (1964) advierte que a fines del siglo xvi los indios de Santiago del Estero hablaban el diaguita y otras cuatro lenguas: el tonocoté, el indama, el sanavirón y el comechingón, pertenecientes, originariamente, a familias lingüísticas distintas. Sin embargo los contactos entre las distintas tribus siglos atrás fue tan grande, que dice Di Lullo (1963) que, en el caso de los araucanos, que se llamaban a sí mismos mapuches: ‘gente de la tierra’, habrían pertenecido al mismo tronco de los quichuas y aimaras.
Sin duda los problemas que ahora soportan las comunidades indígenas tienen sus antecedentes en sucesivas etapas de la historia amerindia. Pero asimismo es muy importante investigar sobre su actual presencia en tierras argentinas y muy conveniente todo estudio profundo que sobre ellas se haga.
Al disponernos a hablar sobre el español y las comunidades indígenas radicadas en el norte argentino en el siglo xxi, debemos plantear en primer término que son varios los enfoques desde los que puede abordarse la lengua española en relación a las agrupaciones aborígenes:
De acuerdo a lo planteado, la situación amerindia podría definirse en principio en el Norte argentino como la de un grupo de comunidades indígenas con características diversas pese a algunos orígenes comunes que muestran etapas de contacto lingüístico entre sí o con el español, el que a veces aparece como benefactor a través de políticas lingüísticas aparentemente favorables a los aborígenes y otras como fuerza de sometimiento ideológico.
Sin duda el quichua o quechua es la lengua indígena más importante de la región, que vinculó entre sí no solo a los miembros de su comunidad durante varios siglos, sino que además, en la época colonial, se consideró «lengua general» en todo el virreinato del Perú, cuando el Concilio de Lima, de principios del siglo xvii decidió que se catequizara a los indios en tres lenguas: quichua, aymara y guaraní, de las que al Tucumán, cuya capital era Santiago del Estero, le correspondió el quichua.
Por medio de esta lengua se entendieron por bastante tiempo unas a otras las distintas etnias que ocuparon el Tucumán hasta 1770, cuando por una ordenanza de Carlos III se prohibió el uso del quechua como lengua general y el español comenzó a utilizarse entre los habitantes españoles, criollos, negros y nativos, quienes poco a poco fueron aprendiendo la «castilla». De cualquier manera, desde esa época gran parte de nuestro país está impregnada de vocablos quichuas, y el quichua se instala en la memoria lingüística americana con un número considerable de vocablos utilizados más o menos intensamente por los hablantes norteños de la Argentina, de gran influencia quichua en el pasado, de acuerdo a la mayor o menor cercanía del foco de predominio colonial. En cambio como medio de comunicación cotidiano observemos escasamente su supervivencia en la Argentina, en los pueblos de Loreto y Salavina en Santiago del Estero, donde —en una situación de bilingüismo— alterna con el español.
Además de esta lengua, más al norte tenemos información documentada sobre otras comunidades en las que se emplea el wichi o mataco1 y de otras lenguas en cuya consideración nos detendremos. Parte del pueblo aymara habita en nuestros días en la zona de Humahuaca (Prov. de Jujuy)2 , no podríamos decir que sus integrantes hablan todos la lengua aymara,3 ya que muchos de ellos solamente desean tener esa identidad, sin pretender hacer uso lingüístico de ella.4
Como referencia histórica recordemos que siglos atrás, en diferentes lugares de Perú, Chile y Bolivia, antes y aún después del predominio de los quechuas, variados grupos étnicos tales como los carangas, chichas, chocorvos, lucanas, lupaqas, qanchis, qullas hablaban aymara en regiones en que hoy se habla quechua.
Para analizar la situación actual de las lenguas indígenas que se practican en algunas comunidades en contacto con el español —ya estudiadas gramaticalmente por prestigiosos indigenistas argentinos y extranjeros— son convenientes algunas reflexiones sobre la situación social, geográfico y cultural de las lenguas aborígenes que aún actúan como medio de comunicación, pese al avance que ha operado el español en los últimos tiempos.
Sin embargo opina Antonio Tovar (1983:7) que «apenas queda en América pueblo indígena que no tenga contacto con los “civilizados” con la consiguiente amenaza para el mantenimiento de lenguas y culturas».
Por lo tanto, de acuerdo a la situación innegable de predominio actual del español en la región norte de la Argentina sobre cualquiera de las otras lenguas, es lógico pensar en una dominación marcada de su parte en las situaciones de contacto lingüístico, en las que se advierte en mayor o menor medida la resistencia que impone la lengua nativa defendida por los aborígenes de la zona.
Es por ejemplo el caso del wichi, perteneciente a la familia de lenguas chaqueñas originarias del lugar denominadas mataco-mataguayas. La mayor cantidad de población de los indígenas wichí o matacos (entre 35 000 y 60 000) viven en comunidades instaladas en el norte de República Argentina, en el noroeste de la provincia del Chaco, en Salta (especialmente en Tartagal) y oeste de la Prov. de Formosa (en Ingeniero Juárez). Su población oscila entre 40 y 50 000 personas en unas 200 comunidades y barrios periféricos y se resisten a la influencia de la lengua española por considerar que su idioma es portador de su identidad cultural, aunque según el lugar de mayor arraigo de cada grupo, se produjo cierta diferenciación lingüística.
De cualquier manera, probablemente la lengua wichí ha sufrido menos alteraciones provocadas por el español que el quichua, que luego de funcionar como lengua general en una amplia extensión de territorio, ha quedado relegada como lengua viva, en la Argentina actual, en los pueblos santiagueños ya mencionados. Pero, en los tiempos modernos, las comunidades wichí en la provincia de Salta han estado más expuestas a la influencia de otras comunidades indígenas.
Marta Morelli de Ontiveros (2003: 156) informa que «la enseñanza de la lengua española en el nivel denominado Educación General Básica presenta dos facetas diferentes en la ciudad de Tartagal: la que se destina a las escuelas monolingües y otra distinta, la que comprende las escuelas bilingües adonde concurren niños criollos y aborígenes o indígenas exclusivamente».
Este trabajo de la Dra. Morelli como otros realizados por profesores de la Universidad de Salta (sede Tartagal) tiene mucha importancia porque la investigadora vive y trabaja en dicha ciudad y ha atendido científicamente las particularidades de las comunidades aborígenes de la zona de una manera fehaciente, de las que destaca las comunidades indígenas de chiriguanos, matacos, chulupíes, chorotes, chanés, «todos conviviendo con pobladores criollos de la zona».
La acotación final no es casual. La investigadora atribuye el debilitamiento de los grupos nativos al mestizaje que se produce en esa convivencia con no indígenas, al escaso nivel de alfabetización y a la desvalorización de su propia cultura y de su lengua que tienen los indígenas de la zona. En este punto surge la otra cara del uso del español como instrumento positivo de cultura e instrumento para insertarse en la sociedad moderna: el relegamiento de las lenguas minoritarias que sostienen el hacer íntimo y cotidiano de las comunidades autóctonas, con olvido de su propia lengua y desconocimiento de su historia. Y aquí surge nuestra responsabilidad de hablantes cultos de español, nacidos en esta tierra argentina: promover la búsqueda de los mejores medios institucionales para lograr la competencia lingüística de los aborígenes en relación a la lengua española, pero con la cautela máxima para que el nativo no pierda su identidad aborigen.